Tras una semana de iniciado el paro nacional convocado desde el 28 de abril por centrales de trabajadores, el magisterio y los pensionados -pero sostenido en la calle y las movilizaciones por organizaciones sociales que representan un amplio espectro de reivindicaciones-, con millones de personas en marchas y concentraciones, más de 30 civiles muertos de cuya comisión se señala en varios casos a la policía, cientos de heridos de ambos lados, daños a infraestructura e inmobiliario urbano y comercios, ronda la pregunta ¿Por qué el gobierno, advertido de la impopularidad de la reforma tributaria y del ambiente de hastío con los efectos de la pandemia y las medidas para controlarla, se obstinó en tramitarla?
Soberbia, sobradez, alienación
de la realidad, exceso de confianza en la “mermelada”, ambición y terquedad.
Aunque la calificación del contenido de la reforma depende de la posición del
especialista frente al gobierno, algunos han ponderado aspectos que intentaban
reducir las dádivas al gran capital otorgadas en reformas anteriores, cubrir el
déficit fiscal y garantizar la continuidad de programas sociales, ampliando el
ingreso solidario creado para paliar los efectos de la pandemia en los sectores
populares, con todo y su insignificancia real pues no supera los U$ 10 al mes.
Duque pretendía, en su entender y el del ministro de hacienda, una reforma que
los pasara a la historia. Todo ello ampliando el recaudo sobre la base de
gravar las rentas y patrimonios de la clase media y la comida de los pobres.
Pero la estrategia de
comunicación y socialización de la reforma, por parte de la presidencia y el ministerio
de hacienda, en cabeza del evasivo y prepotente Carrasquilla, no promovió los aspectos supuestamente correctivos que podrían haberle ganado adeptos al proyecto
sino que, para fortuna del país, exhibió las medidas más agresivas contra los
menguados ingresos de los sectores medios, hoy deslizados a la pobreza que ya
cubre al 48% de la población, según la propia oficina oficial de estadística
(Dane), y el destino de los recursos, costear aviones de combate por 14
billones de pesos, mientras, sin vergüenza alguna, la procuradora uribista
anunciaba un proyecto para crear mil nuevos cargos en esa hoy cuestionada
entidad, que seguro compensarían los votos a favor de la reforma.
Comenzar por el anuncio de
gravar con IVA café, huevos, chocolate y otros productos de primera necesidad
fue provocador y agresivo cuando el propio Dane verifica que 3 millones de
personas han suprimido una de las tres comidas diarias. Así se fue destapando
una horrorosa caja de pandora que incluía, además, impuestos a los ingresos
medios ahorcados de cargas, acabar con estímulos al cine, sacarle parte de
regalías harto misérrimas a escritores y artistas, encarecer los computadores en épocas de enclaustramiento, hasta cobrar derechos por
ceremonias funerarias en plena mortandad, que para sorpresa el presidente
afirmo ignorar. De ñapa, una periodista conveniente le pregunta al ministro
cuánto vale una bandeja de huevos y éste no tiene ni idea.
El propio partido del presidente
mostró cautela y su jefe, el expresidente Uribe, luego de mandar a sus hijos a
darle línea a Duque (“lo que hay es que producir”), con la antena puesta en las
próximas elecciones y la inminente reacción ciudadana, trató de que se
modificara el contenido de la reforma. Con igual olfato electorero el jefe de
Cambio Radical, Germán Vargas, se vino lanza en ristre, no por impopular sino
por inoportuna y, aunque pasó inadvertido, por afectar al gran capital
inversionista. Otro tanto hizo el jefe del partido liberal, César Gaviria, en
una escena teatral aunque efectiva para negar el apoyo del partido liberal.
Otros más se escurrieron y la oposición dio un no rotundo. Los gremios
económicos tanteando el caldero sugirieron revisarla e incluso aplazar las
canonjías de que han sido objeto.
Ante la desmedida amenaza a los
bolsillos de profesionales, empleados y rebuscadores, las centrales obreras y
aliados no hicieron otra cosa que fijar fecha para con este motivo dar
continuidad a la suspendida vigorosa movilización del 21 de noviembre de 2019 y
días siguientes -con su pliego reivindicativo pendiente- que amainó por
diciembre, tras el asesinato por el Esmad de Dilan Cruz y la cuarentena y
medidas impuestas el año pasado para supuestamente conjurar los efectos de la
pandemia provocada por el Covid19, situación también ha sido manejada de forma
mediocre y propagandística por el gobierno. Pese a todo, Duque radicó la
reforma.
Desde el 28 de abril ha
sucedido una inadvertida explosión de inconformidad contenida, con un acumulado
de frustraciones, incumplimientos, desconfianzas y rabia por condiciones cada
vez más difíciles de vida para millones de colombianos y rechazo a la omnipresencia irritante de Uribe. A la pérdida de empleo
y capacidad adquisitiva de la mayoría se suma la incertidumbre y temor la
juventud frente al futuro, las esperas y desplantes a afro descendientes,
indígenas y campesinos, la desilusión con un proceso de paz que prometió
mejores días y el reclamo a quienes desde el gobierno y la derecha lo
pervirtieron al punto que ya suman 270 firmantes asesinados y a diario matan
líderes sociales para contener la inconformidad y empoderamiento en los
territorios y la desazón de pequeños empresarios fracasados o al borde de la
quiebra.
Al reto obtuso de presentar la
tributaria para negociarla en el Congreso con los partidos, bajándose de las
pretensiones exageradas de recursos -como hizo con las anteriores propuestas cuando
tenía capacidad de transacción y se dedicó a colmar de exenciones a las grandes
empresas con el cuento de que generarían empleo- y con la amenazas de “falta de caja” para pagar sueldos, el gobierno le sumó el
absurdo tratamiento de la protesta social como asunto de orden público, tratando
de disuadir las manifestaciones a punta de gas lacrimógeno y protuberantes
violaciones de los derechos humanos con empleo indebido de la fuerza, uso de
armas no convencionales y, en la euforia represiva, una treintena de muertes a
bala.
Colombia vive un levantamiento
popular sin precedentes. En las ciudades hay permanentes y masivas
manifestaciones en distintos puntos, enfrentamientos con la fuerza pública y –como
es costumbre y anómalo- una contención desmesurada por parte de ésta, asonadas
criminales en las periferias que desde distinto origen –tribus, guerrilla
urbana, delincuencia- agravan la situación y sirven a los adversarios del
movimiento social y popular para desviar el foco de su poderosa demostración de
indignación. En no menos de 600 municipios se han dado protestas. En las
carreteras, retenes y bloqueos de pobladores y camioneros -inconformes con
aranceles y peajes y a los que el fiscal pendenciero amenaza expropiar- impiden
el paso generando desabastecimiento. En las principales capitales del mundo se
dan expresiones de solidaridad con el paro.
Atolondrado ante la
beligerancia y potencia de las manifestaciones el gobierno transitó errático de
la oferta de negociación del contenido de la reforma, al anuncio de su retiro y
a la renuncia del inescrutable Carrasquilla, aspirando a calmar “la calle”,
ingenuo o porfiado, pues es claro que las demandas acumuladas superan el motivo
inmediato del descontento y la representación del paro exige negociarlas en
forma directa.
En un intento por repetir la
maniobra del paro anterior, Duque enroca el gabinete para poner una cara amable
en Hacienda -quien con el anuncio de no comprar aviones y no aumentar
tributantes buscó traer calma-, llama a un “diálogo nacional” bajo su
cronograma y agenda, que pretende convertir en una convergencia de respaldo a
su legitimidad y lograr acuerdos por arriba para enfrentar el atolladero fiscal
sin hacer concesiones de carácter social más allá del “ingreso solidario”,
sospechosamente apreciado en posibles votantes uribistas, según las encuestas, con
lo que en lugar de desactivar la movilización ratificará sus motivaciones.
Obstinados en negarse a reconocer la realidad, el gobierno,
su partido, el líder de este y tutor del presidente, y sus aliados, buscan
extravagantes explicaciones a la oleada de indignación que inunda el país para
no reconocer el desastre social de Duque ayudado por la pandemia. El último
embuchado grotesco de Uribe fue acudir a las elucubraciones de un fanático
pronazi chileno, invitado especial e inconstitucional en escuelas de formación
militar, para advertir sobre una supuesta “revolución molecular disipada”, la
consumación de las profecías autocumplidas.
Estrategia en la que -siguiendo el embuste teórico que podría
justificar un baño de sangre- estarían confabulados los expresidentes Santos y
Samper, las centrales obreras, los estudiantes de la Distrital y de los Andes,
la “Coalición de la Esperanza” y el “Pacto Histórico”, las madres de Soacha, el
personal de salud, los camioneros, el Cric, “Juanpis González”, el ELN y los
que tumbaron las estatuas de Nariño y Bolívar, al lado de los que derribaron
las de Belalcázar y Jiménez de Quesada y junto a los que bajaron del pedestal las
de Misael Pastrana y Alzate Avendaño. Una ofensa más, con su consabida
peligrosidad, contra la gente, su diversidad y sus derechos, provocada por la
cada vez más notoria y delirante pérdida de poder del uribismo.
Dos opciones tiene el Duque para enfrentar la situación
actual con miras a lo poco de mandato que le queda: Ignora la movilización o
intenta embolatarla para ganar tiempo e imponer un acuerdo de elites que
postergue las demandas sociales con la posible agudización del descontento en
las calles, para controlar el cual acudiría a la conmoción interior y a
recostarse en la ley marcial hasta terminar el período, si los cantos de sirena
de su entorno no lo tientan con quedarse para “salvar la patria”. Un triste
final para el presidente más joven de Colombia hasta la fecha.
La alternativa: establece una negociación seria con el comité
de paro y las organizaciones sociales, retira los proyectos en trámite
considerados lesivos para los intereses mayoritarios como las reformas a la
salud, las pensiones y laboral y acuerda una reforma tributaria progresiva y equitativa
que garantice los recursos necesarios para una renta básica, vacunación pronta
y eficiente contra el Covid, gratuidad en la educación superior y cumplimiento
de compromisos adquiridos con el movimiento estudiantil, reforma de la policía
y el Esmad, implementación de los acuerdos de paz, ayuda a pequeña y mediana
industria, plan de empleo, no adelantar fumigaciones con glifosato ni proyectos
de fracking y garantías de elecciones transparentes. No todo estaría perdido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario