Batalla de Ayacucho, oleo de Martín Tovar y Tovar
Se cumplen 200 años de la batalla que puso fin al imperio colonial español en el sur de América
Con la invasión de los ejércitos del emperador francés Napoleón a la península ibérica y la imposición de su hermano como rey de España, en 1808, se desata la crisis de la monarquía y en las colonias americanas, fluctuantes entre el corsario, la fidelidad al rey o la independencia definitiva.
En 1812, las fuerzas de la resistencia aprueban en Cádiz una Constitución liberal que reconsidera la relación con las colonias americanas. En 1816, Fernando VII recupera el trono y con el “régimen el terror” de Pablo Morillo y otros de sus mandos, pone fin al interregno republicano al otro lado del Atlántico.
Apenas tres años después, 1819, el
ejército criollo, liderado por Simón Bolívar, logra, en el Puente de Boyacá, la
independencia de la Nueva Granada. En Carabobo, proclama la libertad de
Venezuela, e inicia el avance hacia Quito y el Perú para terminar
definitivamente con el imperio español, tras tres siglos de exacción colonial. Por el sur, José de San Martín consolida la
liberación de Argentina y Chile, y converge en la necesidad de sellar la gesta continental.
El levantamiento popular de 1820,
liderado por el general Rafael del Riego, a favor de la Constitución liberal de
1812, saca del poder de nuevo al rey Fernando VII y se niega al envío de soldados
a América para sostener el orden monárquico. Sin embargo, en 1823, la invasión
de “Los Cien Mil Hijos de San Luis”, acción contrarrevolucionaria de la
denominada “Santa Alianza”, pone fin al régimen constitucional revolucionario y
al Trienio Liberal, dando paso a la segunda restauración absolutista en España.
Como consecuencia de estos cambios, el virrey del Perú, José de la Serna, tuvo que hacer frente a la insurgencia independentista con precarios refuerzos y con su propia iniciativa.
Las huestes españolas se dividieron entre los partidarios del régimen liberal, actuantes desde Lima, y los obstinados seguidores de la monarquía que, comandados por Olañeta, se hicieron fuertes en el Alto Perú, obrando con deslealtad frente a ambos bandos.
La restauración del monarca y los importantes refuerzos
enviados para evitar la catástrofe, poco pudieron hacer, tras más de una década
de guerra desoladora.
Llegan San Martín y Bolívar
En septiembre de 1820, las luchas emancipadoras de los peruanos son reforzadas con el desembarco en el puerto del Callao de la expedición libertadora, comandada desde el sur del continente por el General José de San Martín, que en junio de 1821 toma a Lima y declara la Independencia formal, dado que medio país seguía en manos de los realistas.
Entre tanto, Simón Bolívar avanza por el sur
de la Nueva Granada extirpando reductos realistas.
Con la capitulación de las tropas
monarquistas, posterior a la Batalla de Bomboná, en mayo de 1822 - coadyuvada
por la victoria del General Sucre en Pichincha con apoyo de fuerzas enviadas
por San Martín- Bolívar logra dominar la resistencia de los pastusos, obstáculo
crucial y obstinado, en el objetivo de llevar la guerra de liberación hacia el
Perú, principal bastión de la presencia española.
Entre el 26 y 27 de julio,
Bolívar y San Martín se reúnen en Guayaquil para determinar la conducción y el
curso de la campaña libertadora del Perú, pero desavenencias en esos temas y en
torno a la pertenencia territorial del puerto, así como el cansancio y la enfermedad,
llevan a San Martín al retiro, quedando la continuidad del proceso
independentista bajo la dirección estratégica de Simón Bolívar.
El Congreso Constituyente del
Perú designa una Junta de Gobierno presidida por el General José de La Mar,
quien se propone liberar territorios en poder de los realistas en el centro y
sur del país, siguiendo la estrategia sanmartiniana de ganar a los españoles
los puertos para, por vía marítima, transportar tropas que permitieran derrotar
las huestes del virrey La Serna. Tras sucesivas victorias sobre el ejército
patriota, el General realista Canterac retoma Lima, a mediados de 1823.
El fracaso de la estrategia, llevó
a que los principales jefes militares independentistas impusieran al Congreso la
elección del coronel de milicias José de la Riva Agüero como jefe de gobierno,
quien a través de misivas solicita apoyo a Simón Bolívar e insiste en ganar puertos
intermedios, sin éxito. Más tarde sería acusado de traidor y condenado a
muerte. En lo sucesivo las desavenencias entre peruanos serían dramáticas para
la causa y la posteridad.
El Congreso peruano exalta
entones a Bolívar como Libertador y suprema autoridad militar y administrativa
con poderes dictatoriales. En tal condición, llega al Callao el primero de
setiembre de 1823, impone contribuciones forzosas, adquiere préstamos, prioriza
gastos para financiar al Ejército libertador e inicia un plan de
desplazamientos hacia el norte del Perú, con el fin de reclutar combatientes y consolidar
su tropa.
El 5 de febrero de 1824, la sublevación traidora de los argentinos del Regimiento del Río de la Plata, posibilita que un arsenal que los patriotas habían reunido en una de las fortalezas del Callao sea tomado por los realistas que así recuperaran el puerto.
En marzo,
Bolívar establece su cuartel general en Trujillo y centra el manejo político en
José Faustino Sánchez Carrión, quien instituyó el “estado de guerra” en todo el
país lo que le permite recabar, sin contemplaciones, los recursos y
contingentes necesarios para la guerra.
El 6 de agosto de 1824, el Ejército Unido Libertador, dirigido por Bolívar, derrota a los españoles, conducidos por el General Canterac, en Junín, luego de lo cual ordena a Antonio José de Sucre asumir el mando y conservar el territorio conquistado, obligado por la conminación absurda del Congreso grancolombiano de no inmiscuirse en asuntos militares siendo presidente del país.
Si bien el vicepresidente grancolombiano Santander
colaboró con la gesta bolivariana en las fronteras del sur, siempre fue a ruego
y con cicatería. Era claro que no le interesaba ver más allá de su comarca.
Bolívar se instaló en Lima para resolver asuntos políticos y de gobierno. Desde la casona La Magdalena, en las afueras limeñas, dio rienda suelta a su apasionado y escandaloso romance con la ecuatoriana Manuelita Saenz, una de las relaciones más apasionantes, libérrimas y poderosas en la historia sentimental de Nuestra América.
A ella, San Martín le rindió honores y fue ascendida por Sucre a coronela en Ayacucho, título del que la quiso despojar Santander, por lo que recibió contundente respuesta de Bolívar: ¡Si puede, quíteselo!
Canterac, tras la derrota de Junín, inicia la retirada hacia Cusco, hostigado sin descanso por las avanzadas patriotas, lo que llevó a los realistas a desplazarse hacia el norte, casi de manera paralela a la tropa comandada por el venezolano Antonio José de Sucre, parte de la estrategia de Bolívar de sacarlos de Lima y el puerto, destruyendo a su paso cultivos y bienes, una táctica de “tierra arrasada” para cortar suministros a los realistas, que, si bien exitosa, causó hambre y sufrimientos en pueblos dispuestos al sacrificio por la libertad.
Los dos ejércitos iban al Alto Perú
pues el dominio de este territorio implicaba el control de las minas de Potosí,
riqueza definitiva para el decurso de la guerra y lo que determinara su
definición.
Luego de varias semanas de
escaramuzas, al amanecer del 9 de diciembre de 1824, el ejército patriota se
encontraba en la llanura de Ayacucho (“rincón de los muertos”, en quechua),
mientras que la tropa realista ocupaba las alturas del cerro Condorcunca, desde
donde esperaba una victoria con ventaja.
Los realistas contaban con más de 9 mil efectivos, al mando del virrey La Serna, caso excepcional, con los generales Valdez y Canterac como jefes. La mayoría de sus miembros eran peruanos, en gran número reclutados forzosamente, más unas centenas de veteranos llegados años antes de España.
La Serna organizó su
tropa: la división del General Valdés a la derecha del cerro; la división del
General Monet al centro y la división del General Villalobos a la izquierda,
además de sus 14 cañones.
El Ejército Unido Libertador del
Perú, dirigido por el general Antonio José de Sucre, con el general Agustín
Gamarra como Jefe de Estado Mayor, estaba compuesto por 6 mil combatientes venezolanos,
colombianos y ecuatorianos, en su mayoría, y una cuarta parte peruanos
comandados por argentinos. También participaron legionarios extranjeros. Los
dos ejércitos estaban apoyados por guerrillas y montoneras indígenas y
campesinas.
Sucre formó sus hombres en dos
líneas: en la primera, a la izquierda, estaba ubicada la división peruana al
mando del General de La Mar y una pieza de artillería, frente a la de Valdés;
al centro, la división del General Lara; a la derecha, la Primera División
colombiana a órdenes del General Córdova, frente a la de Villalobos; en la retaguardia,
la caballería colombiana comandada por el General William Miller. La Reserva la
formaba la Segunda División colombiana, al mando de Jacinto Lara, y el
Regimiento de Húsares de Junín.
Antes de empezar la contienda, en
un cruel protocolo de guerra, los mandos de realistas y patriotas permitieron
que familiares y amigos ubicados en la contraparte se despidieran
preventivamente. Razón por la cual, cerca de 50 parejas se encontraron al
frente para darse lo que podría ser un último abrazo y llorar la desgracia de
una confrontación de tropas compuestas por hermanos nativos.
"¡Soldados! de los esfuerzos
de hoy pende la suerte de América del Sur... Otro día de gloria va a coronar
vuestra admirable constancia", exclamó Sucre a sus hombres antes de romper
lanzas y fuegos.
A las nueve de la mañana, siguiendo
instrucciones del virrey, las tres divisiones realistas lanzan un fuerte ataque
contra la tropa patriota mientras los artilleros desde las faldas del cerro
arman los cañones. El coronel realista Rubín de Celis se precipita atacando a
bayonetazos las huestes de Córdova, que contuvieron el ataque y lo dieron de
baja diezmando la fuerza enemiga.
Sucre ordenó a Córdova atacar, apoyado por la caballería de Miller. El joven antioqueño, animado por las notas marciales de La Guaneña, interpretada por una banda de guerra conformada por pastusos - según relata Pilar Moreno de Ángel, basada en el testimonio del Coronel Manuel Antonio López- entró en combate.
Al grito, "¡Soldados! ¡Armas a discreción! ¡Paso de
vencedores!", su gente arremetió con furor, maniobra que provocó el
desconcierto del batallón de Villalobos y la desbandada de los realistas,
arrebatándoles siete cañones.
Por su parte, La Mar contuvo la ofensiva de Valdés mientras el ataque por el centro dirigido por Monet fue repelido y su división dispersada por la caballería patriota al mando de Miller y Lara.
El
virrey La Serna fue herido y apresado. La más sangrienta batalla en la guerra
de liberación de Suramérica terminó hacia una de la tarde con la victoria
patriota y el fin de la dominación colonial, no obstante la persistencia de
algunos focos de resistencia, en distintos lugares, por unos años más.
Al mando de las fuerzas
realistas, el general Canterac pidió suspender el enfrentamiento, negoció y
firmó ante Sucre la Capitulación de Ayacucho, donde acordaron que quedaban
prisioneros de guerra los generales La Serna, Canterac, Valdez, Carratalá,
Monet, Villalobos, 16 coroneles, 68 tenientes coroneles, 484 oficiales y 3, 200
soldados, cabos y sargentos. Cerca de mil quinientos soldados realistas cayeron
lanceados o abaleados y el resto del otrora poderoso ejército español había huido.
Como parte del acuerdo, varios mandos españoles regresaron a su país costeados por el erario peruano, al renunciar a ocupar el mismo rango en las tropas patriotas. Allá, con rabia y desprecio por la derrota, los llamaron “los ayacuchos”. Acá, Bolívar convocó a los pueblos de la Nuestra América a la unidad en el Congreso Anfictiónico de Panamá, saboteado por Santander, gobiernos lacayos y el naciente rumbo imperialista de los Estados Unidos.
Del épico episodio que puso fin
al coloniaje en estos predios, Bolívar dijo, “La batalla de Ayacucho es la
cumbre de la gloria americana y la obra del General Sucre. La disposición de
ella ha sido perfecta y su ejecución divina. Maniobras hábiles y prontas
desbarataron en una hora a los vencedores de catorce años y a un enemigo
perfectamente constituido y hábilmente mandado. Ayacucho es la desesperación de
nuestros enemigos y la envidia de los americanos. Ayacucho, semejante a
Waterloo, que decidió el destino de la Europa, ha fijado la suerte de las
naciones americanas”.
Muy interesante. Sería bueno conocer más de las personalidades de aquellos libertadores. Simón Bolivar > Napoleón.
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