En 1815,en momentos críticos para el proceso independentista de las
colonias de la monarquía española en América, ante la derrota de la Segunda
República en Venezuela, la restauración de Fernando VII en el trono con el
respaldo de la Santa Alianza -tras el revés de Napoleón Bonaparte en Waterloo-,
y la invasión de tropas realistas al mando de Pablo Morillo a Venezuela y
Nueva Granada, Simón Bolívar llega a Cartagena para sumarse a la resistencia
patriota, pero las rencillas internas y el rechazo de algunos dirigentes
locales lo obligan a instalarse en Jamaica para gestionar apoyos a la
causa, con mala fortuna. Después siguió a Haití y allí le dio la mano el rebelde
gobernante negro Alexander Petión, triunfante contra el ejército colonial de
Napoleón, el imperio del momento. En Jamaica, Bolívar padeció grandes dificultades económicas para un
hombre de origen mantuano -los ricos en la Venezuela de entonces- como no tener
con qué pagar la pensión donde se hospedaba. Angustias que comunicaba
urgido a su amigo y mecenas Maxwell Hyslop. También enfrentó las acechanzas de
los sicarios pagados por sus perseguidores españoles, de uno de cuyos intentos,
a manos de un dependiente suyo sobornado, logró salvarse al abandonar el lugar
de residencia para disfrutar de la compañía de su amiga Julia Corbier, en otro
lecho. Su amigo Félix Amestoy, vencido por el sueño y para guarecerse de la
lluvia, ocupó la hamaca del huésped y fue asesinado a puñaladas.
Acosado por las carencias y riesgos, el Libertador, ante la petición del
ciudadano de origen canadiense Henry Cullen, de conocer los pormenores de la
lucha independentistas en América del sur, concibe la "Carta de un
caballero meridional a un ciudadano de esta isla", para la posteridad
Carta de Jamaica, considerada, con los antecedentes Manifiesto de Cartagena y
Manifiesto de Carúpano, y el fundacional Discurso de Angostura, uno de los
escritos fundamentales de su pensamiento.
Dictada por Bolívar a su escribiente, el coronel Pedro
Briceño Méndez, la sesuda y anticipatoria epístola, contentiva de un extraordinario
análisis de la coyuntura mundial y continental, las razones y condiciones para
la independencia ante el sojuzgamiento por España y las posibilidades de un
futuro promisorio con la unidad de Nuestra América, fue culminada y suscrita
por el Libertador en Kingston, el 6 de Septiembre de 1815, y prontamente
traducida al inglés por el voluntario canadiense Jhon Roberston. La primera copia en ese
idioma, fue impresa en 1818 por la "Jamaican Quaterly and Literary
Gazzette" y se encuentra, por cosas del destino, en el Archivo
Nacional de Colombia.
La primera versión publicada en español data de 1833, incluida en la
Colección de "Documentos Relativos a la Vida Pública de El
Libertador", reunida por Francisco Javier Yánez y Cristóbal Mendoza. El
hallazgo de una copia del original en castellano, localizada en el archivo histórico
del ministerio de Cultura del Ecuador, una vez verificada su autenticidad, fue
anunciado por el gobierno de ese país junto con el de Venezuela el 5 de
noviembre de 2014, con la advertencia de la falta del último folio que
debería contener la firma de Bolívar.
con reflexiones personales de Bolívar, quien expone las razones de
las derrotas que permiten el retorno de los españoles, describe las luchas de
los patriotas a lo largo del continente, analiza las condiciones de los pueblos
dominados por la monarquía, sus fortalezas y debilidades, reivindica el
pasado prehispánico; justifica el esfuerzo libertario y demanda solidaridad de
Europa y Estados Unidos, éstos últimos observadores pasivos en una tramposa
neutralidad que les permitió apoyar a las tropas monárquicas mientras
dificultaban la labor de los rebeldes.
Con vehemencia denuncia la violencia, el aniquilamiento de los
pobladores originarios y sus dignidades, la expoliación, la anulación de
emprendimientos, posibilidades y libertades, y el humillante
sojuzgamiento a que están sometidos los hijos de esta tierra : “Los americanos,
en el sistema español que está en vigor, y quizá con mayor fuerza que nunca, no
ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos propios para el trabajo, y
cuando más el de simples consumidores; y aun esta parte coartada con
restricciones chocantes (…). Pretender que un país tan felizmente constituido,
extenso, rico y populoso, sea meramente pasivo ¿no es un ultraje y una
violación de los derechos de la humanidad?"
Describe con prosa bella la angustia del momento y llama a la acción,
“El velo se ha rasgado, hemos visto la luz y se nos quiere volver a las tinieblas.
Se han roto las cadenas; ya hemos sido libres, y nuestros enemigos pretenden de
nuevo esclavizarnos. Por lo tanto, América combate con despecho; y rara vez la
desesperación no ha arrastrado tras sí la victoria”.
No obstante, que ese deseo chocaba con la realidad de unas provincias
que día tras día regresaban al dominio hispano en medio de una cruenta
represión, suscribe la irreversibilidad de la revolución, “El suceso coronará
nuestros esfuerzos porque el destino de América se ha fijado irrevocablemente”.
Con certeza afirma a su destinatario, que la fórmula para “expulsar a los
españoles y de fundar un gobierno libre: “es la unión, ciertamente; más está
unión no nos vendrá por prodigios divinos sino por efectos sensibles y
esfuerzos bien dirigidos”.
Así mismo, razona sobre la inconveniencia de la monarquía
porque “los americanos ansiosos de paz, ciencias, arte, comercio y agricultura,
preferirían las repúblicas a los reinos”, y del federalismo “por ser demasiado
perfecto y exigir virtudes y talentos demasiado superiores a los nuestros”,
advirtiendo el atraso intelectual y político de las mayorías, por lo que
defiende un gobierno fuerte y centralizado para enfrentar las demandas de la
guerra y sentar las bases de las repúblicas soberanas.
Con claridad acerca de las fuerzas en pugna en un proceso revolucionario
y la inexorabilidad del cambio, señala dos partidos en las guerras civiles:
“conservadores y reformadores”. Los primeros son más porque la fuerza de la
costumbre produce “el efecto de la obediencia a las potestades establecidas”;
los reformadores “menos numerosos aunque más vehementes e ilustrados”. Postula
que el equilibrio así establecido, entre fuerza física y fuerza moral, prolonga
la contienda y sus resultados son inciertos, pero concluye para la causa
emancipatoria, “Por fortuna, entre nosotros, la masa ha seguido a la
inteligencia”
Si bien comparte el sueño de un solo gran país conformado por las
comarcas liberadas: “Es una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo
nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con
el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión
(…)”, también señala los límites, “mas no es posible porque climas remotos,
situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes,
dividen a la América.”
Con extraordinaria lucidez advierte las dificultades de ese propósito
y, como alternativa a las ambiciones de las grandes potencias, hondea su enseña
política y cultural en favor de la patria grande de manera diáfana: “Yo deseo
más que otro alguno ver formar en América la más grande Nación del Mundo, menos por su
extensión y riquezas que por su libertad y gloria".
Aconseja que se creen estados de menor tamaño pero sólidos en
Centroamérica y la unión de la Nueva Granda (incluido Ecuador) y Venezuela con
el nombre de Colombia como reconocimiento al navegante que nos dio a conocer al
resto del mundo. En 1819, en el Congreso de Angostura, su deseo se cumple con
la creación de la República de Colombia, pero las ruindades y dificultades que
había advertido, hicieron añicos el deseo del Libertador a poco más de una
década de haber nacido.
En la Carta, predijo casi que con precisión el mapa político de
Latinoamérica a constituirse, en su criterio, por unos 17 estados regidos por
gobiernos republicanos. Cuba y Puerto Rico, que continuaban siendo
colonias -de hecho hoy la primera asediada y el otro “Estado libre
asociado”-, fueron motivo de sus preocupaciones, planes y gestiones para
liberarlas del yugo español y juntarlas libres con Nuestra América. No por
nada, el movimiento conspirativo que se conformó en la más grande de las
Antillas para lucha por la emancipación, con la participación de una legión de
latinoamericanos, entre los cuales muchos colombianos, se llamó “Soles y rayos
de Bolívar”.
También fue visionario al destacar la importancia de Panamá para abrir
una vía interoceánica y, previendo que algún día las naciones necesitarían de
una sede para un foro planetario, postuló a ese país para tan noble causa,
anticipándose a la Sociedad de Naciones y a la actual Organización de las
Naciones Unidas, que no a la Organización de los Estados Americanos, promovida
por Estados Unidos como escenario de imposición de sus políticas respecto de
América Latina y El Caribe, “El ministerio de colonias yanquis” de que hablara
el canciller de la Cuba Revolucionaria, Raúl Roa Kouri. En la Carta de Jamaica,
Bolívar da las primeras puntadas para la convocatoria a un congreso de la
América libre que permitiera la constitución de una poderosa confederación de
repúblicas con respeto en el mundo.
Nueve años después, el 7 de diciembre de 1824, dos días antes de
sellarse en Ayacucho la libertad de los Andes, convocaba a los gobernantes de
la América independiente con entusiasmo, al Congreso Anfictiónico de Panamá, “El
día que nuestros plenipotenciarios hagan el canje de sus poderes, se fijará en
la historia diplomática de América una época inmortal. Cuando, después de siglos,
la posteridad busque el origen de nuestro derecho público y recuerde los pactos
que consolidaron su destino, registrarán con respeto los protocolos del Istmo.
En él encontrarán el plan de las primeras alianzas, que trazará la marcha de
nuestras relaciones con el universo. ¿Qué será entonces del Istmo de Corinto
comparado con el de Panamá?” Pero el sueño fracasó, escamoteado por egoísmos, chauvinismos
y las movidas del naciente imperialismo de los Estados Unidos.
Correspondería al patriota cubano José Martí valorar el alcance de la
gesta bolivariana y sobre su senda elevar otra pieza magistral de ovación a la
heredad, su gente, su cultura y la unidad como factor fundamental de soberanía
e independencia: Nuestra América. Ante lo que todavía nos ata al atraso, con
los ojos mirando la hazaña del Libertador y advertido de los obstáculos puestos
por quienes siempre añorarán la condición de súbditos, plasmó un reto para los
siglos: “Lo que Bolívar no hizo está por hacerse todavía”
Convocatoria que asumiría en 1929 el General de Hombres Libres Augusto
César Sandino al mando del Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional de
Nicaragua, un “pequeño ejército de locos”, al decir de Gabriela Mistral, que en
una gesta heroica le enseñaron al mundo la dignidad de un pueblo frente a la
agresión de los marines yanquis. Rescatando el llamado de Bolívar y Martí,
Sandino le dictó a su secretario personal, el pastuso Alfonso Alexander
Moncayo, el “Plan para la realización del Supremo Sueño de Bolívar”, propuesta
para un encuentro nuestro americano que condujera a un pacto para la defensa y
la integración, que desoyeron la mayoría de los mandatarios latinoamericanos arrodillados
al norte, como después diría Jorge Eliécer Gaitán.
Transcurridos doscientos diez años de la carta profética que expresó uno
de los deseos más sentidos de Simón Bolívar, como fue la unión de la Nueva
Granada y Venezuela, éstas intentan andar juntas en medio de cuestionamientos y
acechanzas. Los esfuerzos por la unidad de Latinoamérica y El Caribe, florecen
y marchitan al vaivén de las fuerzas “reformistas” o “conservadoras”, como
diría Bolívar. Un homenaje digno y
justiciero para el hombre que condujo los ejércitos que nos dieron la
Independencia, en una de las gestas más heroicas del género humano, es que, guiados
por el pensamiento germinal, altivo y fraternal del Libertador,
persistamos: “Para nosotros, la Patria es América”.
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