jueves, 4 de septiembre de 2025

La Carta de Jamaica y los sueños de la patria grande

                                                                            

En 1815,en momentos críticos para el proceso independentista de las colonias de la monarquía española en América, ante la derrota de la Segunda República en Venezuela, la restauración de Fernando VII en el trono con el respaldo de la Santa Alianza -tras el revés de Napoleón Bonaparte en Waterloo-, y la invasión de tropas realistas al mando de Pablo Morillo a Venezuela y Nueva Granada, Simón Bolívar llega a Cartagena para sumarse a la resistencia patriota, pero las rencillas internas y el rechazo de algunos  dirigentes locales lo obligan a instalarse en Jamaica para gestionar apoyos a la causa, con mala fortuna. Después siguió a Haití y allí le dio la mano el rebelde gobernante negro Alexander Petión, triunfante contra el ejército colonial de Napoleón, el imperio del momento.
 

En Jamaica, Bolívar padeció grandes dificultades económicas para un hombre de origen mantuano -los ricos en la Venezuela de entonces- como no tener con qué pagar la pensión donde se hospedaba. Angustias que comunicaba urgido a su amigo y mecenas Maxwell Hyslop. También enfrentó las acechanzas de los sicarios pagados por sus perseguidores españoles, de uno de cuyos intentos, a manos de un dependiente suyo sobornado, logró salvarse al abandonar el lugar de residencia para disfrutar de la compañía de su amiga Julia Corbier, en otro lecho. Su amigo Félix Amestoy, vencido por el sueño y para guarecerse de la lluvia, ocupó la hamaca del huésped y fue asesinado a puñaladas.

 Acosado por las carencias y riesgos, el Libertador, ante la petición del ciudadano de origen canadiense Henry Cullen, de conocer los pormenores de la lucha independentistas en América del sur, concibe la "Carta de un caballero meridional a un ciudadano de esta isla", para la posteridad Carta de Jamaica, considerada, con los antecedentes Manifiesto de Cartagena y Manifiesto de Carúpano, y el fundacional Discurso de Angostura, uno de los escritos fundamentales de su pensamiento.

Dictada por Bolívar a su escribiente, el coronel Pedro Briceño Méndez, la sesuda y anticipatoria epístola, contentiva de un extraordinario análisis de la coyuntura mundial y continental, las razones y condiciones para la independencia ante el sojuzgamiento por España y las posibilidades de un futuro promisorio con la unidad de Nuestra América, fue culminada y suscrita por el Libertador en Kingston, el 6 de Septiembre de 1815, y prontamente traducida al inglés por el voluntario canadiense Jhon Roberston.  La primera copia en ese idioma, fue impresa en 1818 por la "Jamaican Quaterly and Literary Gazzette" y se encuentra, por cosas del destino, en el Archivo Nacional de Colombia. 

 La primera versión publicada en español data de 1833, incluida en la Colección de "Documentos Relativos a la Vida Pública de El Libertador", reunida por Francisco Javier Yánez y Cristóbal Mendoza. El hallazgo de una copia del original en castellano, localizada en el archivo histórico del ministerio de Cultura del Ecuador, una vez verificada su autenticidad, fue anunciado por el gobierno de ese país junto con el de Venezuela el 5 de noviembre de 2014, con la advertencia de la falta del último folio que debería contener la firma de Bolívar.

 con reflexiones personales de Bolívar, quien expone las razones de las derrotas que permiten el retorno de los españoles, describe las luchas de los patriotas a lo largo del continente, analiza las condiciones de los pueblos dominados por la monarquía, sus fortalezas y  debilidades, reivindica el pasado prehispánico; justifica el esfuerzo libertario y demanda solidaridad de Europa y Estados Unidos, éstos últimos observadores pasivos en una tramposa neutralidad que les permitió apoyar a las tropas monárquicas mientras dificultaban la labor de los rebeldes.

 Con vehemencia denuncia la violencia, el aniquilamiento de los pobladores originarios y sus dignidades, la expoliación, la anulación de emprendimientos, posibilidades y libertades,  y el humillante sojuzgamiento a que están sometidos los hijos de esta tierra : “Los americanos, en el sistema español que está en vigor, y quizá con mayor fuerza que nunca, no ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos propios para el trabajo, y cuando más el de simples consumidores; y aun esta parte coartada con restricciones chocantes (…). Pretender que un país tan felizmente constituido, extenso, rico y populoso, sea meramente pasivo ¿no es un ultraje y una violación de los derechos de la humanidad?"

 Describe con prosa bella la angustia del momento y llama a la acción, “El velo se ha rasgado, hemos visto la luz y se nos quiere volver a las tinieblas. Se han roto las cadenas; ya hemos sido libres, y nuestros enemigos pretenden de nuevo esclavizarnos. Por lo tanto, América combate con despecho; y rara vez la desesperación no ha arrastrado tras sí la victoria”. 

 No obstante, que ese deseo chocaba con la realidad de unas provincias que día tras día regresaban al dominio hispano en medio de una cruenta represión, suscribe la irreversibilidad de la revolución, “El suceso coronará nuestros esfuerzos porque el destino de América se ha fijado irrevocablemente”. Con certeza afirma a su destinatario, que la fórmula para “expulsar a los españoles y de fundar un gobierno libre: “es la unión, ciertamente; más está unión no nos vendrá por prodigios divinos sino por efectos sensibles y esfuerzos bien dirigidos”.

 Así mismo, razona sobre la inconveniencia de la monarquía porque “los americanos ansiosos de paz, ciencias, arte, comercio y agricultura, preferirían las repúblicas a los reinos”, y del federalismo “por ser demasiado perfecto y exigir virtudes y talentos demasiado superiores a los nuestros”, advirtiendo el atraso intelectual y político de las mayorías, por lo que defiende un gobierno fuerte y centralizado para enfrentar las demandas de la guerra y sentar las bases de las repúblicas soberanas.

 Con claridad acerca de las fuerzas en pugna en un proceso revolucionario y la inexorabilidad del cambio, señala dos partidos en las guerras civiles: “conservadores y reformadores”. Los primeros son más porque la fuerza de la costumbre produce “el efecto de la obediencia a las potestades establecidas”; los reformadores “menos numerosos aunque más vehementes e ilustrados”. Postula que el equilibrio así establecido, entre fuerza física y fuerza moral, prolonga la contienda y sus resultados son inciertos, pero concluye para la causa emancipatoria, “Por fortuna, entre nosotros, la masa ha seguido a la inteligencia”

 Si bien comparte el sueño de un solo gran país conformado por las comarcas liberadas: “Es una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión (…)”, también señala los límites, “mas no es posible porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América.”

 Con extraordinaria lucidez advierte las dificultades de ese propósito y, como alternativa a las ambiciones de las grandes potencias, hondea su enseña política y cultural en favor de la patria grande de manera diáfana: “Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande Nación del Mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria".

 Aconseja que se creen estados de menor tamaño pero sólidos en Centroamérica y la unión de la Nueva Granda (incluido Ecuador) y Venezuela con el nombre de Colombia como reconocimiento al navegante que nos dio a conocer al resto del mundo. En 1819, en el Congreso de Angostura, su deseo se cumple con la creación de la República de Colombia, pero las ruindades y dificultades que había advertido, hicieron añicos el deseo del Libertador a poco más de una década de haber nacido.

 En la Carta, predijo casi que con precisión el mapa político de Latinoamérica a constituirse, en su criterio, por unos 17 estados regidos por gobiernos republicanos. Cuba y Puerto Rico, que continuaban siendo colonias -de hecho hoy la primera asediada y el otro “Estado libre asociado”-, fueron motivo de sus preocupaciones, planes y gestiones para liberarlas del yugo español y juntarlas libres con Nuestra América. No por nada, el movimiento conspirativo que se conformó en la más grande de las Antillas para lucha por la emancipación, con la participación de una legión de latinoamericanos, entre los cuales muchos colombianos, se llamó “Soles y rayos de Bolívar”.

 También fue visionario al destacar la importancia de Panamá para abrir una vía interoceánica y, previendo que algún día las naciones necesitarían de una sede para un foro planetario, postuló a ese país para tan noble causa, anticipándose a la Sociedad de Naciones y a la actual Organización de las Naciones Unidas, que no a la Organización de los Estados Americanos, promovida por Estados Unidos como escenario de imposición de sus políticas respecto de América Latina y El Caribe, “El ministerio de colonias yanquis” de que hablara el canciller de la Cuba Revolucionaria, Raúl Roa Kouri. En la Carta de Jamaica, Bolívar da las primeras puntadas para la convocatoria a un congreso de la América libre que permitiera la constitución de una poderosa confederación de repúblicas con respeto en el mundo.

 Nueve años después, el 7 de diciembre de 1824, dos días antes de sellarse en Ayacucho la libertad de los Andes, convocaba a los gobernantes de la América independiente con entusiasmo, al Congreso Anfictiónico de Panamá, “El día que nuestros plenipotenciarios hagan el canje de sus poderes, se fijará en la historia diplomática de América una época inmortal. Cuando, después de siglos, la posteridad busque el origen de nuestro derecho público y recuerde los pactos que consolidaron su destino, registrarán con respeto los protocolos del Istmo. En él encontrarán el plan de las primeras alianzas, que trazará la marcha de nuestras relaciones con el universo. ¿Qué será entonces del Istmo de Corinto comparado con el de Panamá?” Pero el sueño fracasó, escamoteado por egoísmos, chauvinismos y las movidas del naciente imperialismo de los Estados Unidos.

 Correspondería al patriota cubano José Martí valorar el alcance de la gesta bolivariana y sobre su senda elevar otra pieza magistral de ovación a la heredad, su gente, su cultura y la unidad como factor fundamental de soberanía e independencia: Nuestra América. Ante lo que todavía nos ata al atraso, con los ojos mirando la hazaña del Libertador y advertido de los obstáculos puestos por quienes siempre añorarán la condición de súbditos, plasmó un reto para los siglos: “Lo que Bolívar no hizo está por hacerse todavía”

 Convocatoria que asumiría en 1929 el General de Hombres Libres Augusto César Sandino al mando del Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua, un “pequeño ejército de locos”, al decir de Gabriela Mistral, que en una gesta heroica le enseñaron al mundo la dignidad de un pueblo frente a la agresión de los marines yanquis. Rescatando el llamado de Bolívar y Martí, Sandino le dictó a su secretario personal, el pastuso Alfonso Alexander Moncayo, el “Plan para la realización del Supremo Sueño de Bolívar”, propuesta para un encuentro nuestro americano que condujera a un pacto para la defensa y la integración, que desoyeron la mayoría de los mandatarios latinoamericanos arrodillados al norte, como después diría Jorge Eliécer Gaitán.

 Transcurridos doscientos diez años de la carta profética que expresó uno de los deseos más sentidos de Simón Bolívar, como fue la unión de la Nueva Granada y Venezuela, éstas intentan andar juntas en medio de cuestionamientos y acechanzas. Los esfuerzos por la unidad de Latinoamérica y El Caribe, florecen y marchitan al vaivén de las fuerzas “reformistas” o “conservadoras”, como diría Bolívar.  Un homenaje digno y justiciero para el hombre que condujo los ejércitos que nos dieron la Independencia, en una de las gestas más heroicas del género humano, es que, guiados por el pensamiento germinal, altivo y fraternal del Libertador, persistamos: “Para nosotros, la Patria es América”. 

 

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