Deslucida y distorsionada celebración de los
200 años de nuestra Independencia
Mural homenaje a la
Campaña Libertadora en Paya. Junto a Bolívar, Simona Amaya, quien luego
de integrarse al Ejercito Libertador tras la Batalla de las Termopilas de Paya,
primer combate victorioso contra los españoles, cayó en combate en la Batalla
del Pantano de Vargas, el 25 de julio de 1819. La
conmemoración oficial de los 200 años de la Batalla de Boyacá (7 de agosto de
1819), confrontación que con el triunfo de los patriotas puso en desbandada a
las autoridades y tropas españolas del centro de la Nuevo Granada y abrió paso
a la emancipación del sur de América de la dominación colonial, fue jurásica y
fingida. Para nada estuvo a la altura de “uno de los episodios más
espectaculares de la historia moderna mundial”, como la calificara el
reconocido profesor Perry Anderson. Con un desapacible discurso presidencial y
una modesta puesta en escena en el Puente de Boyacá y un evento artístico
cultural en la Plaza de Bolívar de Tunja celebró Colombia 200 años de
Independencia.
Absurdo
desdén por aquella epopeya en la que, según informaba el comandante de las
tropas reales Pablo Morillo al reinado en crisis de Madrid tras la derrota: “Bolívar en un solo día acaba con el fruto de
cinco años de campaña, y en una sola batalla reconquista lo que las tropas del
rey ganaron en muchos combates [... ] Los llanos de Barcelona, los de Apure y
Casanare, todos están en poder de los rebeldes [...] La suerte de Venezuela y
de Nueva Granada no puede ser dudosa [...] Estos prodigios, que así pueden
llamarse por la rapidez con que los han conseguido, fueron obra de Bolívar y un puñado de hombres [... ] Si
llegamos a sucumbir y se pierde la Costa Firme que es la América militar, no la
volverá jamás a recuperar el Rey nuestro señor, aunque para ello se empleen
treinta mil hombres.”
El
gobierno colombiano lució ignorante, desganado y obligado. Se sumó a la efemérides
con protocolos de rutina y el anunció de
obras públicas adicionales para incluir a Santander en el plan aprobado por ley
de la república para honrar los municipios de Arauca, Casanare y Boyacá que
hicieron parte de la ruta de la campaña libertadora y de monumentos de los
cuales se notó poco convencido de su justificación histórica. Los ministerios
de Educación y Cultura estuvieron ausentes
en una época en la que el ambiente que rodeó los acuerdos de paz demandaba
estrategias dirigidas a reivindicar nuestra identidad, hitos fundacionales y
valores democráticos, ciudadanos y
humanistas. El Museo Nacional apenas hizo una pobre exhibición de carteles y
objetos alusivos.
No
se podía esperar mucho mas. En su estreno, para agradar al gobierno
estadounidense en busca de su aceptación, un mal consejo hizo que el Presidente Duque le diera
agradecimiento al Secretario de Estado, Mike Pompeo, por el “apoyo crucial” de
los padres fundadores a nuestra Independencia, cuando, por el contrario,
Bolívar protestó por la neutralidad fingida en favor de los españoles, lo que
echaba por tierra la identidad en los criterios ideológicos que guiaron los respectivos
procesos emancipadores, de donde quisieron prenderse los asesores para
disimular el despropósito.
No
por nada, Darío Fajardo, sociólogo y profundo conocedor de los problemas
agrarios, raíz de la violencia intermitente en nuestra vida republicana, dijo
en un evento que sentía rabia que la Independencia la celebraran los
descendientes de la clase contra la que se realizó, para referirse al mal
aprendido y peor pronunciado discurso de la Vicepresidenta, Marta Lucía
Ramírez, en la conmemoración de la masacre de Pienta (Charalá, 4 de agosto de
1819), tragedia que contribuyó a la victoria de Boyacá por frenar los apoyos a
Barreiro de una soldadesca embrutecida con la sangre y que en el imaginario se
convirtió en batalla precursora.
La paz, homenaje esquivo a la
Independencia
Con
el retorno del uribismo su puja por reorientar el relato histórico de la guerra
y la violencia en Colombia cobró bríos. Uribe, en la conmemoración del Grito de
Independencia (20 de Julio de 1810), en plena euforia de la “Seguridad
Democrática”, pretendió refundar la patria y hasta le trazó el rumbo en un plan
de largo plazo que pretendía culminar en 2019, en el bicentenario de Boyacá,
sobre las bases de su populista Estado comunitario.
Su
“tanque de pensamiento” alimentó la teoría de la ausencia de conflicto y de que
violencia en el país es resultado de la agresión terrorista de signo comunista
(“castrochavista”), justificatoria del combate al “enemigo interno”, con las
desastrosas consecuencias que tal acepción y las prácticas que desencadena,
implica para los Derechos Humanos. La vuelta de tuerca sorpresiva de su ungido,
Juan Manuel Santos, replanteó esa visión para negociar con las Farc la desmovilización sobre la base
de reconocer el alzamiento armado en causas sociales y políticas. Posición
histórica y valiente.
Contrastó
con la decisión, luego de la polémica
pero notoria y pródiga conmemoración del Bicentenario del Grito de
Independencia en el país, de dar por finalizado el asunto tras posesionarse, sin advertir que apenas se iniciaba una época
de remembranzas y que el trascurso de las negociaciones, en una década de
efemérides emancipatorias, constituía un “momento de efervescencia y calor” para
adelantar una estrategia pedagógica y comunicacional que concientizara a los
colombianos sobre el valor de la paz, la convivencia, el respeto a la
diferencia, el pluralismo y la
diversidad. Dejó escapar “esta ocasión
única y febril” -como calificó el “Tribuno del Pueblo” Acevedo y Gómez el 20 de
julio de 1810. La oportunidad de una cruzada civilizatoria con la que el voto
por el sí en el plebiscito a los acuerdos de paz habría sido mayoritario y
habríamos dado un gran salto adelante con un proyecto progesista de nación orientado a la solución de parte de
nuestros males.
Aun
con esa falencia, por fin en décadas se respiró la posibilidad de desactivar de
manera progresiva la histórica confrontación violenta mediante una transacción
de inclusión de excombatientes y territorios que legitimara al Estado. La ultra
derecha ha hecho de todo para impedirlo y, si bien no ha podido desbaratarlo, no
ceja en sus intentos por desfigurarlo como lo evidencian las andanadas contra
la justicia transicional y la reorientación al negacionismo del conflicto y
relativización de la responsabilidad de algunos actores, desde la dirección del
Centro Nacional de Memoria Histórica.
Esfuerzo
que no disimuló Duque cuando planteó que el Museo de la Memoria Histórica sería
un homenaje al Bicentenario, contra la misión que le fue otorgada por ley de
reconocer a las víctimas de la guerra, y anunció la reglamentación de la ley
que reintroduce de manera genérica la historia de Colombia en el pensum
escolar, en esa visión patriotera tan cara a las huestes derechistas. No han
faltado alfiles uribistas con propuestas legislativas que buscaban controlar la
libertad de cátedra, aturdidos por el cuestionamiento que promueve el
pensamiento crítico, y otros que promueven “sanear” la historia en función de
la democracia de élites.
Son
las disputas por apropiar e imponer un relato que intenta negar que, como
afirma de forma contundente el eminente historiador Hermes Tovar Pinzón: “…ni
el 20 de Julio ni el 7 de agosto de 1819 fueron los hechos mas notables de la
Independencia. Esas fechas son meras referencias de lenguajes no descifrados
sobre una revolución que culminó en 1830 con el fracaso del proyecto
socioeconómico que diseñaron los libertadores. Dicho fracaso es lo que se
vislumbra hoy (…) cuando el modelo republicano hace crisis por ausencia de
instituciones orientadas al bienestar y desarrollo de la gran mayoría de la
sociedad”.
El Bicentenario, en twitter y en
bicicleta
En
esta conmemoración mediocre, no se pueden dejar de señalar algunos esfuerzos
meritorios por rescatar una historia incluyente, amplia y plural, impulsados
desde la academia, los medios y por algunos sectores alternativos. En general
bastante menores de lo que fue la producción generada por la conmemoración de
1810, empresa intelectual bastante ignorada una década después.
Sobresale
el coleccionable de la revista Semana de Historia
desde las Regiones, la serie sobre Bolívar
de Caracol Televisión, la colección la Historia
de Colombia a través de sus billetes y estampillas de El Tiempo. El
programa “200 años de una Nación en el Mundo” adelantado en forma meritoria por
el Banco de la República con múltiples actividades, entre otras: producción
editorial impresa y digital, la serie en video Glosario de la Independencia en plastilina, la moneda conmemorativa dedicada a Antonio
Nariño y los apreciados eventos académicos de la Biblioteca Luis Ángel Arango y
red cultural de sus 23 sedes departamentales. Varias de estas piezas y
actividades se publicaron por las redes sociales y algunas están dispuestas en
el excelente portal web de la entidad.
La
programación de la Radio Nacional de Colombia desde las regiones en su emisora,
en potcast y otros medios digitales y su excelente programa del 7 de Agosto
sobre cómo se vivió la Independencia desde las regiones y sectores subalternos.
Los especiales impresos y digitales de El Tiempo y de El Espectador y de los
espacios noticiosos de las grandes cadenas de radio y televisión, con acento en
los territorios y actores sociales tradicionalmente ignorados en su aporte a
las luchas de Independencia. Libertadoras
llamó El Espectador su especial impreso y digital sobre mujeres en esa etapa crucial y en nuestra historia. Interesante la muestra del
Museo de Bogotá sobre las huellas de la Independencia en la ciudad.
Enjundiosa
la obra Historia de la Primera República
de Colombia 1919-1831”Decid Colombia sea, y Colombia será”, de Armando
Martínez Garnica. Ameno, novedoso y
objetivo el relato de 1819 de Daniel
Gutiérrez Ardila. Reivindicatorio de la lucha emancipadora en el contexto de la
insurrección de los pueblos contra el régimen colonial, Bolívar y San Martín La Independencia como Proceso Continental de
Medófilo Medina y Rigoberto Rueda. Como siempre, oportunos, novedosos y amenos
los libros de Gonzalo España Los mejores
relatos de la Independencia de América y Del grito a la victoria. De reconocer los esfuerzos de la Academia
Nacional de Historia y las academias departamentales y de la Asociación
Colombiana de Historiadores, hechos desde la pasión y la austeridad, que buscan
eco en el alma de la nación.
En
la otra orilla, el periódico Desde abajo presentó
una separata de interpretación crítica, liderada por la pluma comprometida de
Enrique Santos Molano. El periódico de la Central Unitaria de Trabajadores produjo
un suplemento clasista y reivindicativo. Pero, en general, las fuerzas de izquierda,
progresivas y alternativas, lucieron distantes de un hecho que debería ligar
sus luchas en la historia.
Tal
vez, lo mas destacable, el discurso del senador y Gustavo Petro en la conmemoración por el
Congreso de la Batalla del Pantano de
Vargas que, como es común en su práctica
de propalar la vacuidad, diluyeron los
medios en el comentario farandulero de la calvicie que puso al descubierto el
viento feroz de aquél día, para ignorar lo que dijo: en la expropiación de los
derechos legítimos de quienes fueron originarios de estas tierras y la
explotación despiadada de sus descendientes están las causas de todas las
violencias y en el saber y el conocimiento la vía de la paz. Reclamo respaldado
por los obispos de la Iglesia Católica de Colombia el 7 de agosto de 2019 en un
solitario comunicado desde las instituciones tradicionales en el que afirman
“es preciso ahora sellar la independencia frente a otras realidades que nos
tiranizan y destruyen.”
Fabio
Rubiano, actor, director, hombre de teatro, se fajó la comedia Historia
Patria no oficial para cuestionar desde escenas de la época de la Independencia
los problemas actuales. La persistencia por herencia de taras que hoy laceran
nuestra sociedad (corrupción, exclusión, arribismo, discriminación, machismo,
oportunismo) y que muchos, por
ignorancia o beneficio, se empeñan en mantener. Por ello suena cómplice el
grito de la boba Honorata Falla en la
obra: “No soy india ni española. Soy boba, soy de aquí, soy una hijueputa, y
peleo por la Independencia.”
Pero
el mejor emprendimiento -como se llama
ahora el esfuerzo sufrido de siempre- para conmemorar el Bicentenario, fue la
maravillosa idea de María J. Cadavid y Nelson Cárdenas de recorrer la ruta de
la campaña libertadora, esos 77 días de vértigo, sangre, lanzas y plomo entre
Tame y el Puente de Boyacá, en bicicleta - el Bicicentenario. Desde el llano al
páramo y de ahí a la meseta cundiboyacense, para corroborar en una crónica
dramática salpicada de testimonios de a pie y en “caballito de acero”, dentro del barro y la historia -escrita a
cuatro manos y con fotografía de Pablo Porras-, que tras doscientos años, ahora
con luz y celular, gran parte del país carece de la independencia que dan el
trabajo, la tierra, la honradez y el saber. Para decir, con el subtítulo
insurgente del libro, que “La libertad sigue pendiente.”
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