martes, 25 de enero de 2011

La Guaneña por Guillermo Segovia Mora

La Guaneña ¡Al frente va!

De entre la maraña se asoma una mujer trigueña de cabello negro, ataviada con blusa blanca y follón rojo y un pilche terciado en la espalda. Adelante de ella, un indio realista, quizá su marido, despide un fogonazo de su arcabuz. Más allá, el prócer Antonio Nariño dispara dos pistolas contra tres mestizos que lo embisten cabalgando.

En el suelo, al lado izquierdo, su caballo agoniza abaleado. Del otro lado, un patriota yace muerto. A la derecha, avanzan las tropas del rey, que también tienen sus muertos, y, tras de las cuales, se eleva una humareda en medio del combate en el vecindario de Pasto. Al fondo, en un claro, un insólito paseo en el pie de monte. Todo cubierto por un firmamento de nubes siniestras.

La mujer de la pintura es una voluntaria, una de las hembras que acompañaban a los combatientes en la guerra de independencia, generalmente sus maridos, sirviéndoles en tareas de apoyo (carga, alimentación, lavado de ropa, socorro, cocina, abastecimiento de municiones) y como parejas en el baile y el canto.

Contra la tenacidad de estas féminas no pudieron las órdenes de Bolívar ni de Nariño de impedir su compañía en el bando patriota. Por el contrario, cedieron a su valor y gracia.

Según la leyenda, en Pasto, donde apoyaban a los realistas, cuando los hombres demostraban cobardía, ellas les quitaban los pantalones, se los ponían y ¡a dar guerra señores!

La escena corresponde a la pintura del abanderado del precursor, José María Espinoza, Batalla de los Ejidos de Pasto (10 de mayo de 1814), la triste página que signó con la derrota la campaña de Nariño en el sur para rendir ante la república “el país de los pastusos”

La Guaneña en la historia

Al parecer, en homenaje a la mártir patriota Juana Escobar, natural de Gámeza (Boyacá), fusilada el 11 de junio de 1819 por orden del coronel español José maría Barreiro, derrotado semanas después, el 7 de agosto, en el puente del río Teatinos (Boyacá), las voluntarias comenzaron a ser llamadas “juanas” en las contiendas bélicas que sucesivamente se dieron en varias regiones del país tras la Independencia, y que fueron tan importantes en la Guerra de los Mil Días, como las adelitas en la Revolución Mexicana.

En lo que hoy es el Departamento de Nariño, las juanas fueron conocidas como juaneñas o guaneñas, en recuerdo de quienes se compuso la emblemática pieza musical que identifica al sur del país. Algunos aventuran que el apelativo podría provenir de un gentilicio peruano, ecuatoriano, chileno o, aún, de un sitio de la propia región.

También se alude a la posible relación con el huayno, género musical afín típico del Perú, o al huaynito ecuatoriano. Y hasta a la palabra huayco que refiere al clima templado. Lo cierto es que sólo aquí hubo guaneñas. Tanto así que el connotado compositor pastuso Luis Chato Guerrero advierte que a él no lo trajo al mundo la cigüeña sino La Guaneña.

El eco de los sonidos que animaban las danzas de los quillacingas en sus rituales y taquíes (fiestas), trascendió los tiempos, se mixturó con el instrumental europeo durante la Colonia, matizó al bambuco y nació La Guaneña, en homenaje a esas mujeres valientes y amorosas que acompañaron a los guerreros en el sur. Desde entonces, anima el combate, mora en los recuerdos, acompaña las penas o le inyecta ganas a la vida.

Sobre el autor de los compases y la historia de la inspiración hay versiones con nombre propio pero prefiero compartir el criterio de que son una conjetura. Lo cierto es que desde hace cerca de dos siglos se escuchan los acordes de La Guaneña, a los que con el tiempo se le agregaron coplas en honor a la ñapanga guerrera y a sus astucias amatorias.

Quizá la melodía animó a la pueblada realista de Pasto en sus encarnizados combates contra las tropas patriotas en defensa de su tierra, su religión y su amado rey. Silbando La Guaneña los hombres dejaban el azadón y las hembras la tulpa, se arremangaban pantalones y follones, cogían palos, piedras, cuchillos y, si los tenían, una pistola o un arcabuz, se juntaban y al mando de Agustín Agualongo se arrojaban a acabar con esos “infames, blasfemos e impíos”.

Sus notas seguramente acicatearon a las tropas de Basilio García enfrentadas a Simón Bolívar en la sangrienta Batalla de Bomboná, preludio de la capitulación realista en el sur de la actual Colombia. Es probable que La Guaneña haya fastidiado a Sucre en Guachí y a Bolívar en Ibarra, sitios del Ecuador en donde Agualongo, futuro Mariscal de los Ejércitos del Rey Fernando VII, venció y fue vencido.

Consolidada la Independencia, convertida Pasto al bando republicano y reclutados a las buenas o a las malas, bravos pastusos combatieron al mando de Antonio José de Sucre y José María Córdoba en la Batalla de Ayacucho sellando la independencia del Ande bolivariano, al tenor de La Guaneña, interpretada por los sureños esta vez como himno marcial de las tropas libertadoras en el ascenso victorioso al Condorcunca. Paradojas de este pueblo sorprendente y mágico.

En su biografía de Córdoba la historiadora Pilar Moreno de Ángel afirma:

"De repente los soldados escucharon la música evocadora de un bambuco que les trajo el encanto de la pieza más popular de Pasto. Era "La Guaneña" con sus notas claras, alegres y juguetonas que se elevaban al cielo para evocar en este rincón de los muertos el recuerdo de la patria lejana. Los soldados repitieron mentalmente la copla:

"Guay que si, guay que no
La Guaneña me engañó,
por tres pesos y cuatro reales
con tal que la quiera yo" .

Con motivo del sesquicentenario de la muerte del Libertador Simón Bolívar, el Patronato Colombiano de Artes y Ciencias, bajo la dirección del maestro Joaquín Piñeros Corpas, realizó la investigación histórica y encargó los arreglos musicales de piezas que fueron significativas en el período de la emancipación de España del que estamos conmemorando 200 años a partir del simbólico 20 de Julio de 1810.

En reconocimiento a su alcurnia histórica, ya que resonó a lado y lado de los bandos contendientes en la saga épica del sur hasta convertirse en el himno glorioso de los libertadores en Ayacucho, una versión de La Guaneña, con arreglos y dirección orquestal del maestro Blas Emilio Atehortua, fue incluida en el compilado La Música del Libertador Simón Bolívar.

De acuerdo con Don Joaquín:

“Teniendo en cuenta lo relatado por varios historiadores entre ellos el coronel Manuel Antonio López y siguiendo tradiciones sobremanera verosímiles, La Guaneña, bambuco de la región de Pasto que en el alba del siglo XIX ya era una canción sentida por el pueblo, fue factor decisivo del triunfo en la jornada épica del 9 de Diciembre de 1.824. Ciertamente, al tiempo que el general José María Córdoba se ponía al frente de sus huestes para tomar el Cerro del Condorcunca con la orden inmortal Paso de Vencedores, la banda encargada de motivar con música colombiana el sentimiento de los soldados comprometidos en la carga interpretó La Guaneña, como manifestación espontánea de los pastusos que integraban el Batallón Voltígeros”.

Volvería a sonar en Cuaspud para rechazar la invasión ecuatoriana de García Moreno al mando de Juan José Florez, en 1863. En la Guerra de los Mil Días, alentó a los gobiernistas conservadores del sur para derrotar a los rebeldes liberales, liderados por Benjamín Herrera y apoyados por Eloy Alfaro, en Colimba, Simancas y Cascajal. Y fue himno de guerra contra los peruanos derrotados en Güepí, gesta donde los pastusos hicieron sentir su tenacidad repeliendo a los invasores.

En Nariño, La Guaneña es imprescindible en campañas políticas y elecciones, fiestas y protestas populares, bautizos, matrimonios y velorios. Paradójico himno de todas las ideologías. Nota insigne de los Carnavales de Negros y Blancos del 5 y 6 de enero y canto de victoria del Deportivo Pasto.

En el protocolo nacional, es pieza obligada de la banda del Batallón Guardia Presidencial. El Grupo Juglares de Pasto, ganador del concurso Mono Núñez 2009, interpretando La Guaneña hizo delirar de patria a 20 mil caleños que se congregaron a festejar el Bicentenario de la Independencia en la capital del Valle, el 20 de Julio de 2010.

En los días de carnaval, las bandas de música de los municipios andinos irrumpen en la alborada con las notas de La Guaneña y no deja de escucharse en carrozas, murgas y comparsas, solares y tablados por doquier, hasta que el pueblo se agota de fiesta.

La letra más divulgada habla de la historia de una mujer muy pícara que burló a gusto a su pretendiente por un (dos, tres) peso y cuatro reales que con otro se los gastó por lo que las penas del alma con cuyes las mató. Otra elogia el temple y la bravura de la mujer pastusa en el combate: “La Guaneña al frente va, con un fusil en el hombro y alerta pa´disparar”.

Hace algunos años, la Alcaldía de Pasto hizo un concurso para motivar nuevas líricas y la Gobernación un foro sobre La Guaneña en el que la polémica giró sobre su caracterización como bambuco que hacen académicos del resto del país y la denominación de son sureño que se le da en Nariño a ese género por el instrumental, la coreografía y la forma particular de interpretación que tiene en los Andes nariñenses. Y, desde luego, para acentuar, como en tantas otras cosas, que somos diferentes.

La Guaneña en la música

En los años 60 del siglo XX, el maestro valluno Lubín Mazuera, quien fuera director de la Banda Departamental de Nariño, trajo a La Guaneña del recuerdo de las gestas patrias y así quedó incorporada en la Fonosíntesis Colombiana. Luego, el notable músico nortesantandereano Oriol Rangel hizo una magistral interpretación al piano con el Nocturnal Colombiano, acompañado de flautas, contrabajo y tambores, que la convirtió en patrimonio musical de la patria.

La Ronda Lírica, orquesta emblemática de Nariño, la grabó a finales de esa década con flauta, violín, guitarra, contrabajo y bombo, en la voz inolvidable de Bolívar Meza, con una letra, tal vez la más auténtica, de reminiscencia histórica, guerrera y heroica a la Guerra de los Mil Días:

"Cascajal, Cascajal
Se respira en mortandad
El respondo es La Guaneña
La Guaneña pa´morir"

En la serenata a Colombia, que ofreció desde la Plaza de Bolívar de Bogotá, en mayo de 1968, la Rondalla Nariñense (integrada por los tríos Martino, Los Caminantes y Condores del sur y el Dueto Arteaga y Rosero), se escuchó La Guaneña: el grito de los nariñenses indignados que reclamaban sus derechos ante un nuevo desplante centralista.

A finales de los años 70, en el marco de la cooperación internacional, la Misión Técnica y Cultural Holandesa, tras una investigación étnico musical a cargo de Bernard J. Broere y Sylvia G. Moore, se convirtió en mecenas de los magníficos y virtuosos músicos nariñenses con el patrocinio de varios álbumes de la disquera Phillips que testimoniaron el semillero artístico y la cultura en ese tapiz de retazos “donde el verde es de todos los colores”, al decir de Aurelio Arturo.

Entonces se conoció en el país a América Libre, el conjunto andino de la familia Aguirre Oliva, tan grata a los dones de Orfeo y una versión de La Guaneña a la altura de exponentes afamados del género como Inti illimani, Illapu o Quilapayún de Chile. El inédito y asombroso Coro Campesino de Providencia, distante y aislada vereda de Túquerres, dirigido por el profesor Luis Bravo Vallejo, grabó una versión coral de ensoñación y el conjunto labriego Chaimanarakúan hizo lo suyo en otro registro, antecedido por la presentación de Francisco Pachito Muñoz, auténtico y carismático animador radial pastuso.

Los Quimbaya interpretaron La Guaneña en trío y con guitarras en una letra que pasea por el Pasto antiguo. Humberto Monroy, fallecido rockero paisa, hizo una fusión pionera al frente del grupo Génesis. Chimizapagua, con la participación del pastuso José Chepe Aguirre, le dio su estilo en la onda de los Andes al igual que Los Hermanos Escamilla. Los Amerindios la adaptaron al folclor urbano. No hay agrupación de música andina que no la incluya en su repertorio.

Rumba Brava le puso salsa cuando en el interior de Colombia se despertó el furor por ese género y, en plena vigencia de la música tropical, Los Nada Que Ver hicieron bailar a sur y centro del país con La Guaneña, en la voz del prematuramente fallecido Henry XV, seguida de La culebra, de Arturo De la Rosa. La pieza comienza con Nariño Altivo, poema de De la Rosa en la voz de Alvaro Bermeo:

Nariño, tienes altivez en tu volcán Galeras
La belleza espiritual en tu Virgen de las Lajas
Alegría tumaqueña en sus playas bullangueras
Y en La Cocha, la hermosura hispana de las majas
Por eso, desde la profundidad milenaria del Chambú
Sale este agradecido grito:
Al crear Nariño ¡te sobraste Jesucristo!

Tan representativa joya del componente andino de la nacionalidad, es pieza indispensable en álbumes antológicos de la música colombiana y ha sido interpretada por todo tipo de agrupación musical: orquesta, rondalla, conjunto, big band, banda, sinfónica, filarmónica, tuna, quinteto, cuarteto, trío, mariachi. También se han realizado arreglos orquestales de gran calidad como los de los maestros Fausto Martínez, Julio Zarama, Ignacio Burbano y Lubín Mazuera

Hay versiones instrumentales en quena (Omar Flórez de Armas y del maestro pastuso Jesús Chucho Vallejo), guitarra (Luis Chato Guerrero), tiple (Pedro Nel Martínez), órgano (Gloria Belén) tiple, guitarra y bandola (el grupo nariñense Opus II Andino), en magistral sortilegio de viento de Equinoccio Todos Estrellas: la trompeta de Eduardo Maya, las dulzainas de Oscar Salazar y el saxofón de Luis Medina, acompañados en la percusión por el exitoso compositor Hugo Ortega (El trompo sarandengue y la Chaza), Alex Ramos en los teclados y Javier Martínez Maya en la guitarra. También las de la Orquesta de Instrumentos Andinos y América Libre & Banda Andina, con arreglos al mejor estilo de las big band de los 50.

El médico, compositor y músico de fantasías andinas Oscar Salazar, productor año tras año del compilado carnavalero Fuego de Volcán, ha incluido en sus distintas ediciones una decena de adaptaciones de La Guaneña, entre ellas una en la que se luce con su pareja de dulzainas, que interpreta al tiempo como pocos en el planeta, aleado a Alvaro Chicaíza, que con la marimba llama a la costa del Pacífico amalgamando las vertientes culturales del “país que sueña” del vate Arturo, a los que se suma Ferney Coral con el requinto.

La Guaneña ha sido asimilada a diversos géneros: bambuco, son sureño, sanjuanito, tropical, salsa, jazz y hasta el internacional child out, en versión electrónica suave de Fabián Quiroga, que acompaña el contoneo de los adolescentes en Ibiza y las más reconocidas discotecas del mundo, o al frenético y extrañó ska con el que la brinca la muchachada en las frías noches de Pasto.

En los países andinos de ascendencia común no han faltado interpretaciones en ofrenda, reconocimiento y hermandad, como las de Los Inkakenas y Aguamarina del Perú, Don Medardo y sus Player´s, la mejor orquesta, y Azucena Aymara del Ecuador, e incluso, una rara en Mariachi. Las más recientes versiones folclóricas colombianas las grabaron la Gran Rondalla Colombiana y los Niños Cantores de Prado (Antioquia).

En las obligadas grabaciones fiesteras para los Carnavales de Blancos y Negros, orquesta de moda que se respete, regional o nacional, le pone su estilo, tal como lo registran Wilson y sus Estrellas, la Afro Onda, la Parranda del sur, Taxi, Caramelo, Matecaña, entre muchas otras. Y no puede faltar en los toques de plaza, tablado o peña de Trigo Negro, Sol Barniz, Raíces Andinas, Dama Wa, y la Bámbara Banda. Algunos de sus compases son indispensables en mosaicos de música nariñense y tropical y como lujoso incruste melódico.

Con motivo de los 450 años de fundación de Pasto, el compositor, arreglista y director musical Raúl Rosero Polo realizó el álbum Música y paisajes de Nariño, con arreglos para gran orquesta, interpretado por músicos de las orquestas sinfónica y filarmónica de Bogotá y coros, donde se destaca soberbia La Guaneña.

La Orquesta Sinfónica de Bogotá, con arreglos del maestro Fabio Londoño y la dirección del maestro Alvaro Oviedo, incluyó La Guaneña en el cd número 7 de su seriado Memoria Musical de Colombia y en el álbum conmemorativo de los 40 años de la orquesta que obtuvo el Grammy Latino 2008 en su categoría.

Germán Villarreal, el excelente percusionista pastuso fogueado con Tito Puente, Guayacán, Tupamaros y Alquimia, creador de una la exitosa Mambo Big Band, uno de cuyos cortes fue incluido en una de las selecciones internacionales de Putumayo Records (Latin Party), en el propósito de actualizar la música tradicional de la Ronda Lírica creó Proyecto N. Con arreglos del maestro Julián Guerrero, acentuó la percusión y la guitarra acústica para acompañar la voz de Eder Ortega, con un timbre de digna recordación a Bolívar Meza. Por supuesto, La Guaneña tuvo su sitial de honor.

En la onda del latín jazz el afamado trompetista sandoneño Eduardo Lalo Maya, quien por 30 años ha hecho las delicias de los turistas en Aruba, junto con sus hermanos, el bajista Hernando y el sonidista Alvaro, realizó una brillante versión de La Guaneña en latin jazz, con una introducción expectante al estilo de Misión Imposible, en la que Lalo goza con solos de trompeta que pasean las notas de El Miranchurito y Sandóná, un son sureño fenomenal del Pote Mideros. Con su disco Sensations, Eduardo Maya fue una sorpresa en ventas en Holanda a mediados de los años 90 del siglo pasado. Uno de los cortes del cd es un mosaico de música andina que se despide con La Guaneña en un solo de trompeta alegrestálgico.

Para cerrar con broche de oro, por ahora, no podía faltar La Guaneña del destacado pianista, arreglista y compositor pastuso Edy Martínez, con un currículum de lujo en el mundo de la salsa y el jazz como partícipe de las orquestas de Ray Barreto, Mongo Santamaría, Patato Valdés y el Gato Barbieri, productor de Angel Canales, pianístico al lado del percusionista venezolano Gerardo Rosales e invitado de honor en la Cubop City del holandés Lukas Van Merjick (Homenajes a los cubanos Arsenio Rodríguez, Benny Moré y Chano Pozo), The Latin Jazz Coalition de Demetrios Kastaris e Irazu, de Raúl Gutiérrez, por solo mencionar algunas de sus ejecutorias.

Con motivo de una prolongada estadía en su patria chica, vinculado a la Universidad de Nariño y en homenaje a los 25 años del Departamento de Música, conformó una big band con músicos jóvenes y grabó un trabajo que incluye una estupenda versión suya de La Guaneña en jazz. En 2008, para su álbum Midnight jazz affair, nominado al Premio Grammy, recreó el himno popular de su tierra en una ejecución orquestal espléndida. El talentoso compatriota Hector Martignon en las notas discográficas destaca la Obra de Edy y los solos del virtuoso flautista boricua Dave Valentín quien se apropia nota a nota de la “majestuosa melodía incaica”.

Para el pastuso o el nariñense, escuchar La Guaneña fuera de su tierra es causa de añoranza y un largo suspiro. La Guaneña estruja el alma, exalta el amor patrio, nos lleva de viaje por el recuerdo hasta el olor de las naranjillas y los chilacuanes en el aire fresco, los muchos de los enamorados escondidos en el umbral, el sabor de un sorbo de hervido, la leña prendida en la tulpa, las manos de la abuela asando los cuyes en la brasa, el aletear del quinde chupando la flor, el miranchurito que parece que canta en el eucalipto y los destellos de los minacures en una noche de amor.

Nos trae del corazón las remembranzas de cuando el taita de guaguas nos llevaba de la mano a mirar los taitapuros en las gratas noches de Navidad, la quema de años viejos y las carrozas del 6 de enero. El café y el aguardiente de los velorios. Y la emoción incontenible cuando las guambras decían “te espero allacito”. Por eso digo con palabras de Aurelio Arturo, el poeta ecológico de América: “Por mi canción conocerás mi valle, su hondura en mi sollozo has de medirla” y, a la vez, que La Guaneña es “manantial de alegrías”.

Desde los recodos del alma, La Guaneña de mis amores, guerrera y querendona, perenne, inmortal.

9 de diciembre de 2010, 186 aniversario de la Batalla de Ayacucho.

sábado, 8 de enero de 2011

Carnaval Andino de Negros y Blancos: Fiesta y arte de Pasto para el mundo

Afiche Carnaval 2011, Iván Benavides

Para orgullo de Colombia el Carnaval Andino de Negros y Blancos de Pasto fue consagrado por UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Se reconoció así una de las manifestaciones más significativas de la inspiración colectiva, creativa, alegre, lúdica e irreverente de la comunidad ubicada al sur de Colombia, en el lomo de la indómita Cordillera de los Andes, celebrada en un entorno de contemplación, éxtasis, ingenio y misterio que debe preservarse como testimonio del carácter de los pastusos, para sí y para la aldea global.

De manera oficial, el carnaval se realiza del 2 al 7 de enero pero en realidad prolonga las fiestas de diciembre. En la vivencia de las comunidades de los barrios y familias de los artesanos es una ilusión permanente, puesto que la elaboración de las carrozas alegóricas que constituyen el evento central de las carnestolendas, el 6 de enero, copa buena parte del año desde que se concibe el motivo hasta la madrugada del día mismo en que se presentan ante un público expectante.

l Carnaval Andino de Negros y Blancos se realiza de manera formal desde hace 80 años, pero hunde sus raíces en los festejos, danzas y ritos agrarios precolombinos al sol y la luna de las tribus pastos y quillacinga (los taquíes o fiestas paganas que escandalizaron a los españoles) y recibe influencias del Calusturinda, el carnaval del pueblo Kamzá del Putumayo, lo que por esa vía lo avecina con el universo amazónico. En la música, los rituales, las costumbres, el lenguaje, la comida y el temperamento de los nariñenses está muy presente el legado de sus ancestros.

Las ruidosas celebraciones de los esclavos, originadas en los actuales departamentos de Antioquia y del Cauca, por el día franco que les reconocieron los amos en ofrenda del rey Melchor, o al obtener su libertad, se señalan como antecedente del Día de los Negros, el 5 de enero. Las procesiones, juras, fiestas reales, autos sacramentales, piezas teatrales, santos reyes y fastos impuestos por el imperio católico español en la conventual Pasto colonial, también imprimieron su huella perdurable en los festejos. De esas tres vertientes culturales es tributario el carnaval. Todo lo cual, tanto en su hibridación como en su diversidad, lo hace único y a la vez universal.

Festejo del pueblo, canto a la tierra

La víspera de negros y blancos se siente un estado colectivo de ansiedad, la pasión ígnea de los sureños reverbera alborotada aquí y allá. La primera semana de enero, el que atraviese el cañón del Juananbú hacia el sur, entra por la puerta mágica de la fantasía para vivir los días más alucinantes de su vida, caer en el éxtasis de la rumba, el licor y el juego, tras de lo cual le cuesta salir del trance. Siempre querrá regresar.

El Carnaval se inicia el 2 de Enero con la Alborada a la Virgen de las Mercedes, patrona tutelar de la Villaviciosa de la Concepción San Juan de Pasto por orden de su majestad desde los tiempos de la dominación española. En el atrio de la iglesia, una tuna eleva una ofrenda de gratitud, mientras cientos de indígenas y campesinos provenientes de los corregimientos de Pasto se santiguan y encomiendan para iniciar la fiesta.

En la noche, los jóvenes llenan la Plaza del Carnaval con rock, pop, funk, ska y otros géneros, algunos con interesantes fusiones con instrumental y sonidos andinos, al tiempo que en otros escenarios de la ciudad los adultos se dan cita el Festival internacional de tríos, el bolero y la balada. Se abren los tablados populares en los que orquestas nativas y foráneas amenizan una maratón de baile que culmina cuatro días después.

El 3 de enero temprano, el Alcalde de Pasto entrega el bastón de mando a las autoridades indígenas de los corregimientos adyacentes a la ciudad, en un tradicional reconocimiento de su mandato ancestral. Luego, las colonias de los municipios de Nariño que habitan en Pasto, organizadas en comparsas, desfilan por la ciudad exhibiendo la riqueza cultural y la diversidad étnica del departamento, desde la Costa Pacífica con sus marimbas y currulaos hasta las alturas de los Andes y sus aires de nostalgia. Al mediodía, los niños y las niñas hacen suya la celebración, asumiendo la herencia que les trasmiten los mayores para la pervivencia del jolgorio, festejan El Carnavalito.

Al atardecer, llega el Canto a la tierra. En homenaje a la madre eterna de la subsistencia (la Pacha Mama inca), un desfile de colectivos coreográficos masivo y multicolor atraviesa la ciudad interpretando rondas y cantos andinos, compitiendo por el primer lugar para ganar el honor de liderar el desfile magno del 6 de enero. En los años recientes sobresale Indoamericanto: hasta mil 500 personas danzando al tenor de quenas, capadores, zampoñas, sikuris, flautas y rondadores, ataviadas de manera similar con vistosos disfraces multicolores y antifaces relumbrantes con reminiscencias milenarias.

Con el desfile de La Familia Castañeda, el 4 de enero, se rememora el episodio de comienzos del siglo XX cuando una familia deambulaba extraviada por la ciudad en busca de la vía hacia el Santuario de las Lajas y recibió la atención y albergue de unos pastusos encopados. Pasaje que reivindica la hospitalidad reconocida a los pastusos y nariñenses. En el desfile se pasean escenas de la vida de la ciudad de antaño para el regocijo y la nostalgia. Al final de la parada, Pericles Carnaval lee un jocoso bando para recibir a la familia Castañeda, declarar oficialmente iniciado el festejo y dar rienda suelta a la algarabía. La música andina se toma por tres días consecutivos la Concha Acústica Agustín Agualongo con el Festival Pawari Runa (en quechua: el pueblo alzando vuelo).

Palenque lúdico, juego de blancos y desfile magno

Con la abolición de la esclavitud en 1851, el 5 de enero, tradicional día de asueto ofrecido por los amos, adquirió una connotación de refrendación libertaria. Iniciado en el vecino Cauca, el festejo se expandió al actual Departamento de Nariño, en cuyo litoral Pacífico vive población afrodescendiente sobreviviente de la explotación colonial en los aluviones auríferos de los ríos Güelmambí y Telembí.

Al comienzo, cuadrillas de 10 o más hombres negros, remembrando el cateo de oro, en bulliciosa correría, mediante el uso de tiznes, betunes y hollines embadurnaban el rostro de los blancos en confraternidad festiva. Despuntando el siglo XX, la población de Pasto se dio al goce de untarse mutuamente de negro, entregarse a la parranda y sublimarse a través de otro rostro. Al denominarlo Palenque Lúdico, en la actualidad se reivindica el sitio donde se ocultaban los negros cimarrones tras su huída, al juego como divertimento y aprendizaje, arma encantada para escapar de la rigidez convencional que sobrellevamos, y el componente afro de la cultura nariñense. ¡Una pintica por favor! es el ruego juguetón que se escucha por doquier. Las comunas se toman la ciudad.

El día de los blancos, o de reyes, sigue la secuencia. Según la anécdota, en la mañana del 6 de enero de 1912, Ángel María López y otros trasnochados empleados de una sastrería, aprovecharon el descuido de la mesera de una cantina, le quitaron el maquillaje, salieron a la calle y comenzaron a empolvar a los vecinos al grito de ¡Viva el blanquito! ¡Viva el negrito! Fue el bautizo de un acontecimiento surgido de las tradiciones festivas de origen español y, luego, de las fiestas patrias y públicas que se daban antaño.

Desde muy temprano, la gente se prepara para tomar lugar en los palcos pagados o en los balcones, ventanas, terrazas y calles ubicadas en la senda del jolgorio que va de la central Plaza del Carnaval hasta las afueras de la ciudad. Los amanecidos, aún con el rostro ennegrecido gritan ¡Viva el 6 de enero! y los transeúntes responden en coro ¡Viva! descargándose mutuamente talegadas de harina, talco y espuma carnavalera.

Comienzan a sonar las bandas y las murgas. Arde la verbena, el viento se atosiga de alhucema y burbujas, grandes y chicos ríen, cantan y bailan. Antes del mediodía, la ciudad es un gigantesco tapiz blanco: hasta 200 mil inmaculadas almas en el asfalto, gente nívea de pies a cabeza delira arrojando carioca (espuma) y talcos perfumados, hasta que aparece la procesión carnavalesca: el desfile magno.

Carrozas majestuosas y descomunales -20 metros de alto por 25 metros de largo- con motivos diversos y fantásticos, pintados en vivos colores sobre papier maché, cartón piedra, icopor, fibra de vidrio y polímeros ligeros; modeladas sobre estructuras de alambre, madera y varillas de hierro y parapetadas en planchones de camiones de gran tracción, avanzan pesada y lentamente.

Los escenarios y las figuras se mueven en forma mecánica debido a la habilidad e ingenio de sus creadores. Desde el interior, el artesano responsable -maestro creador- , su familia y los jugadores que se han ganado el derecho a estar allí por su colaboración, arengan al público con el visceral ¡Viva Pasto, carajo!, arrojan pirulíes y serpentinas y se contonean con el sonido de la música vernácula que interpreta la murga acompañante.

Son la obra cumbre del semillero de artesanos que mantienen viva la tradición prehispánica del moldeado de figuras en barniz (mopa-mopa) y tamo y el arte colonial del tallado en madera y el repujado en cuero. Labor apenas compensada por el estímulo de la organización del evento, el deseo de triunfar y la gratitud del público, pero que en el fondo se convirtió para los cultores en una cita obligada con el arte, con su pueblo y con la fiesta, con piezas espléndidas que días después desaparecerán como muestra de un arte espectacular pero efímero.

El desfile puede durar 5 o más horas. Mientras avanzan las carrozas, entre gritos y chanzas con la concurrencia, la gente comparte “un traguito”, chistes, besos, abrazos y caricias en corrillos a lo largo de la senda. A estas alturas los jugadores parecen extrañas esculturas de yeso meneándose al son de La Guaneña, el bambuco épico (como son sureño caracterizan los nariñenses éste género) que animó al ejército libertador en la Batalla de Ayacucho y desde entonces constituye el himno popular de la región. Aunque su imperio ha cedido en los últimos años frente al avasallamiento de géneros como el vallenato, en su versión más cursi, o la música mexicana con Vicente Fernández en concierto de cierre en 2010. Mucha gente así lo quiere y, como decía Goethe, el carnaval no es una fiesta que se le da al pueblo sino que el pueblo se da a sí mismo.

Después de la premiación, los concursantes estacionan las obras en sus barrios o en vías principales para que el público las aprecie en detalle mientras se desbaratan a la intemperie. El fandango continúa en tablados, clubes, calles y en los bailes familiares. La resaca del 7 de enero se cura en el corregimiento de Catambuco o en el Festival del Cuy y de la Cultura Campesina, evento final en el que miles de estos nobles roedores, conocidos en el mundo como “conejillos de indias” por su uso en la investigación, con probada fama de cualidades proteínicas, curativas y afrodisíacas desde los tiempos del imperio inca, hacen las delicias de la gente que ya empieza a añorar otro carnaval.

Es el carnaval. En Pasto, “una transversal cultural con expresión lúdica en el espacio urbano”. Consustancial a la historia de la humanidad. Ofrenda a los dioses y burla del poder. Un paréntesis alborozado a la rutina, a las prescripciones y a las limitaciones del vivir. Un momento de desahogo, de descarga, de purga y de insolencia. También, un acto de encuentro, de renovación, de creación y de esperanza. La celebración de que como pueblos y como individuos, estamos vivos.