viernes, 23 de diciembre de 2011

Licenciado Cantinas, Bunbury en Pasto

En La Chispa adecuada de la desintegrada agrupación rockera españolaHéroes del Silencio, llama la atención, además de la letra, la voz ronca, visceral y pegajosa de Enrique Bunbury. Canta con todo para que no lo olviden. Evoca a Sabina y a Chavela Vargas. Tiempo después, ya como solista, se fajó una versión rockeada de la ranchera El Jinete de José Alfredo Jiménez, de antología. Desde entonces, el hombre venía buscándole el ladito a ese romanticismo nostálgico y dramático que llevamos los latinoamericanos por dentro, que se expresa en la música, en géneros como el tango, la ranchera, la balada y, en particular, en el bolero. A cierto estilo de música que inunda, como el humo y el alcohol, los bares y cantinas del sur del río Bravo hasta la Patagonia, consolando desamores, enervando celos o haciendo jurar quereres.

Se trata de canciones “cortavenas”, que en cualquier género provocan coreadas desgarradas de añoranzas, abandonos y traiciones. Esa música que en la voz de Julio Jaramillo, Olimpo Cárdenas, Oscar Agudelo, Cuco Sánchez, Antonio Tormo, Los Visconti, José Miguel Class, Odilio González, Orlando Contreras, Rolando Laserie, Bienvenido Granda, Daniel Santos y Gardel, entre tantos, y decenas de tríos, salía provocadora, como el olor del aguardiente, de sitios iluminados con bombillas rojas, habitados por hadas de la medianoche. Taras de nuestra idiosincrasia pero sin las cuales la cultura popular latinoamericana sería insípida.

Para las nuevas generaciones, a pesar del “mal” ejemplo de los padres, esa música de cantina, junto con la tropical o “chucuchucu”, se estaba convirtiendo en un lejano y borroso recuerdo, hasta que en diciembre de 1996, Charlie Zaa se coló en las fiestas de fin de año con un tributo a Julio Jaramillo que se impuso en todo el vecindario, gracias al olfato musical y comercial y los arreglos de los hermanos Ramírez. Un concierto de violines, la percusión del pastuso Germán Villarreal y el requinto estelar de Rubio Hoyos de Consacá (Nariño), junto a la voz dulce y bohemia de Charlie, provocaron a padres e hijos, amigos y conocidos, a cantar en coro alicorado: “No me toquen ese vals porque me mata. Ella me lo cantaba y como ella nadie más” o “Rondando siempre tu esquina, mirando siempre tu casa, y este rencor que lastima y este dolor que no mata”.

No corrió con igual suerte el baladista setentero Raúl Santi, cuando en diciembre de 2002, presentó su álbum Guitarra, requinto y sentimiento. Un trabajo bien logrado, con un repertorio muy representativo del alma latinoamericana (Pasional; Alma, corazón y vida; Irresistible, Llora corazón) que no pegó, tal vez por falta de mercadeo, o porque quiZaa era suficiente. Pero qué soberbio Solitario del ecuatoriano Nazario Escarria: “Mala suerte me trajeron sus amores, me dejaron solo angustias en el pecho, hoy por ella yo emborracho mis dolores, hoy por ella solitario yo me muero”.

El fin de año de 2006, Lucía Pulido, reconocida afuera pero desconocida masivamente en el país, le dio un recreo al folclor y las fusiones, para prestarle su magnifica y cultivada voz a la melancolía, acompañada de violín, guitarra y contrabajo, en el cd “Dolor de ausencia”, delicia de melómanos en el pequeño círculo de la bohemia (Mil besos, Sombras, Ódiame, Tres corazones) ¡Quién no corea a Lucía descorazonada! “Aunque me duela el alma y yo te necesite, aunque me duela el alma y yo de amor te grite, hagamos un convenio entre los dos: repartamos la pena de este amor, y así, ya como amigos, jamás hablar de amor”, para enseguida hacerle la segunda a grito herido “al ver que inútilmente, te hieren mis palabras, llorando mi guitarra, se deja oír su voz”.

Pero ¿qué tiene que ver el rockero Bunbury con esta repasada de lamentos redivivos? Pues el zaragozano, que en sus giras se ha embriagado en bares y cantinas de nuestra patria grande al lado de la rokola, averiguando y compartiendo gustos por temas musicales y bebidas, muy calladito fue armando un demoledor repertorio de desazones, ruegos y lamentos pero también de cantos guapos. Y en diciembre pasado nos regala Licenciado Cantinas. De Tierra de Fuego a Rio Grande. Éxito de fin de año en España y México, grabado en un sitio con nombre de cóctel: Tornillo, en el bravío Texas.

¡Qué manera de acompasar el rock con la tradición cantinera, nochera y rumbera latinoamericana! Una voz cargada de tristeza y “bajonazos” marca el renacer de esas letras y melodías embodegadas dentro del corazón, que fluyen en la nostalgia solitaria, los delirios de amigos o en la plenitud del guateque. Otra sorpresa, la calidad de los músicos. Junto a su excelente grupo Los Santos Inocentes, el afamado acordeonista tejano Leonardo “Flaco” Jiménez, la harmónica de Charles Musselwhite, las guitarras de Eliades Ochoa (Sí, estos dos son los del Chan Chan para la historia en Continental Drifter) y de Dave Hidalgo de Los Lobos.

Para comenzar la ronda, una versión instrumental del “El Mar, el Cielo y Tú" de Agustín Lara, cinematográfica y melancólica. Luego “Llévame” en el corazón, del gringo Louie Ortega: “De vez en cuando hay un amor que es más claro que el sol”, rogado por EB con el acordeón del “Flaco” y guitarra eléctrica. En "Mi sueño Prohibido”, del bolerista cubano José Tejedor, la guitarra magistral de Eliades Ochoa y la voz de EB convocan lágrimas: “Si las leyes de los hombres me condenan, y a vivir sin tu querer me castigaran, en silencio he de arrastrar esta cruel pena, por poder acariciar tu linda cara”. No menos que cuando canta dulcemente sobre cuerdas de seda, “Gracias a tu cuerpo doy, por haberme esperado, tuve que perderme pa’ llegar hasta tu lado”, de la fallecida Lhasa de Sela.

Un sorpresivo contestador automático nos lleva a la pampa con intenciones tropicales en la"Chacarera de un Triste" de los Hermanos Simón: “Para qué quiero vivir, con el corazón desecho, para qué quiero la vida, después de lo que me has hecho”. Ódiame por piedad yo te lo pido, el poema del peruano Federico Barreto, infaltable en la “tusa”, casi se queda por fuera y, a pesar de tantas versiones, valió la pena. Como “Vida”, de Pablo Casas Padilla, otro vals de guitarra y cajón llorón, “decidor” y sentimental: “Llegaré al acto más sublime antes de oír algún reproche, quién sabe qué quisiste pretender, yo delinquir eso jamás, mejor morir”.

De repente, EB le quita el micrófono a Bobby Cruz para vociferar las pretensiones del niche desafiante en el barrio: “Voa ponerme mi traje de seda, mis zapatos ya voy a brillar, voa a coger mi sombrero de paja, y pa'l pueblo me voa a vacila. Cuando llegue el mulato a la fiesta, todo el mundo lo va a contemplá y la negra mas linda que encuentre, te aseguro la voa enamorar”. Enseguida, la guitarra de Dave Hidalgo acompaña "El Solitario", de Alfredo Gutiérrez, un paseo vallenato en el que el macho despechado amenaza "si el mar se convirtiera en aguardiente, me lo tomara para morirme borracho". Con razón bautizado por Bunbury “Diario de un borracho”. “Una declaración de principios sensible y perfectamente colombiana”, según Andrés Calamaro, el presentador del cd, rockero argentino también enamorado de Latinoamérica y su música que ha realizado versiones de El Cantante de Blades y de varios tangos en Tinta roja.

El corrido charro también está presente: “Ánimas que no amanezca, que sea puro a media noche y hasta donde el cuerpo aguante, hay que darle cuanto quieras, sin dudas y sin temores”deLorenzo de Monteclaro, famosa por Antonio Aguilar, animada por la guitarra delloboHidalgo En otra lírica, la de Marcial Alejandro, compositor mejicano del movimiento de La Nopalera,cercano a la Nueva Canción como integrante del grupo de Ángel Parra e invitado a los escenarios por Silvio Rodríguez, Bunbury canta “Que me lleve la tristeza, antes que sentir rencor, que el rencor no me oscurezca, el recuerdo de tu amor. Soportable es el dolor, poco a poco, trago a trago, pero no veré en el fango, la nobleza de una flor”. La harmónica de Musselwhite acompaña la congoja.

El tango es infaltable en un recorrido subcontinental por las penas y amarguras. EB escogió nada menos que “Cosas Olvidadas” de Antonio Rodio y José María Contursi: “Después de mucho... mucho tiempo, recién ahora vuelvo a hablarte... ¡qué sensación al escucharte, parece que fuera ayer! Ya ves... estoy mucho más viejo y vos igual a aquellos días, que tanto... tanto me querías, ya nada queda... ¡todo se fue! Pero no todo es sollozo y suspiro, también hubo lugar para la esperanza, la ilusión con que nos afincamos los latinoamericanos para ponerle buena cara a la mala vida, para cantar con Lavoe, ahora con EB acariciando el blus, “Pronto llegará el día de mi suerte, se que antes de mi muerte, seguro que mi suerte cambiará” Utopía que, al fracasar, nos recuerda la sentencia norteña de Francisco Vidal, "La tumba será el final" con lucimiento del acordeón del “Flaco” Jiménez.

La coda, un mensaje sabio y profundo, que nos desafía a mirar adentro, a encontrar en nosotros mismos la clave de nuestras vidas. La milonga “El Cielo está dentro de mí” del payador y guitarrero Atahualpa Yupanqui y Pablo del Cerro, en la voz de Bunbury engalanada por la harmónica de Musselwhite:

“A veces uno camina/Entre la sombra y la luz/En la cara la sonrisa/Y en el corazón la cruz

Búscalo al cielo en ti mismo/Que allí lo vas a encontrar/Pero no es fácil hallarlo/Pues hay mucho que luchar

Por caminos solitarios/Yo me puse a caminar/Por fuera nada buscaba/Pero por dentro quizás”

Enrique Bunbury, perfeccionista, trasnochador, amante del néctar, la música, la vida y Latinoamérica -donde dice están las raíces, al contrario de lo que piensan muchos nativos-, nos regala un reencuentro respetuoso con nuestras calles y sentimientos, afligido y fiestero. Como algo inusual en las giras de artistas extranjeros por Latinoamérica, en la programación en Colombia se incluyen conciertos en Pasto, Bogotá y Medellín. El bar está abierto. Bienvenido a Pasto.

sábado, 12 de noviembre de 2011

El cubano Romero y la heroica Cartagena

Guillermo Segovia Mora (Alterpress)
Hace unos treinta años, desde los toldillos pestilentes alrededor del mercado de Bazurto, los parlantes de las vendimias de la playa o entre las callejuelas de la ciudad vieja, se escuchaba la voz sabrosa del getsemanisense Lucho Argaín con la Sonora Dinamita, cantando su pregón, mientras las negras meneaban las caderas y coreaban:
Aaaaaaaaaaaaaa!!!
barrio de Getsemaní
con tus grandes deportistas
boxeadores, beisbolistas
cantantes y pregoneros
que lo sepa el mundo entero
que aquí en la plaza del boze
fue que un cubano glorioso
dio el grito de independencia
aquí nació la insurgencia
del pueblo cartagenero
para que los chapetones
se devuelvan de nuestro suelo
El 11 de Noviembre de 1811, ante la indecisión interesada del notablato de la Junta de Gobierno de Cartagena, el pueblo de artesanos blancos pobres, negros, zambos y mulatos, proveniente de los arrabales de Getsemaní, aliado con rebeldes momposinos, liderados por Gabriel Gutiérrez de Piñeres, asaltó la sala de armas de la Plaza de la Aduana y, respaldado por los batallones populares Lanceros de Getsemaní y Patriotas Pardos, plantó guardia frente a la Gobernación para exigir a voz en cuello: ¡Independencia ya!
Al frente de esa tropa de descamisados estaba el herrero Pedro Romero, quien dejó fundido su sudor en varios campanarios de las iglesias de la ciudad y era oriundo de Matanzas, Cuba, de donde fue traído para trabajar en los fuertes de la ciudad, según afirman los que han seguido sus huellas. Ante los españoles gestionaba educación y trabajo para sus familiares, mientras preparaba la marcha independentista a golpe de martillo.
Como la junta, entre discursos, acusaciones y diferencias mayores y menores, alargaba el tiempo para no tomar la decisión, al igual que hoy muchas autoridades, Romero y su gente asaltaron el salón y, con malas palabras y amenazas en serio, obligaron a los señores a declarar la independencia absoluta de España, desterrar a quienes con violencia se oponían a tal determinación, suprimir la inquisición y convocar una convención constituyente soberana -la Constitución del Estado de Cartagena de 1812 que prohibió por primera vez el comercio de esclavos, que lleva la firma del cubano Pedro Romero.
La proclama, leída por el comisionado Muñoz, era heroica: "derramar hasta la última gota de sangre antes que faltar a tan sagrado comprometimiento". Como heroico fue el pueblo de Cartagena, que cuatro años después, prefirió morir de hambre o de tifo, comiendo ratones, o a balazos con el pecho descubierto, a rendirse ante los españoles, que iniciaban el régimen del terror ahogando en sangre la primera república.
A la llegada de Morillo, el notablato cartagenero había desterrado a los más radicales del gobierno. Pedro Romero, como miles de “pardos” emigró a Haití, donde murió tiempo después, para escapar del patíbulo. No faltaron los aristócratas que como José María García de Toledo, para salvar el pellejo, pretextaron una estrategia para evitar un gobierno de negros, como había sucedido en Haití. De todas maneras lo fusilaron.
Demasiado pueblo, demasiado coraje, demasiado lejos. Poco a poco la elite con sus nostalgias monárquicas se fue asentando en el poder. Pintó de blanco al presidente Nieto. Nos facilitó un regenerador -teocrático, regresivo y autoritario-, que les dio a sus versos cursis tamaño de himno nacional. Invisibilizó a los negros, pardos y mulatos. Por eso el artista plástico Nelson Fory, cubrió con pelucas afro los bustos de los próceres blancos que adornan sitios históricos de la ciudad, para llamar la atención de los olvidadizos en el bicentenario de la independencia. “De la historia nuestra, caballero”, llamó su intervención, prestándose un verso de ese cartagenero grande llamado Alvaro José “Joe” Arroyo.
Cuando se le rebota la sangre azul y la camándula, la “crema” impide que a las discotecas entren negros y sabotea las nupcias de los homosexuales, mientras se alza de hombros con los extranjeros que prostituyen impúberes en las calles y ante los colchones de los pobres flotando en las inundaciones en los barrios pobres, después de que los fotografían con camiseta nueva para sus ostentaciones.
La fiesta popular se relegó a los barrios. Los bravos lanceros de Getsemaní, no se reflejan en los sumisos edecanes de las niñitas ricas -de dinero- del país, que desfilan como yeguas para goce de la guachafita de platas mal habidas, la figuración politiquera y la pompa farsante de los medios, en el reinado nacional de la belleza con el que hoy celebra la “jai”, la independencia de Cartagena.
¿Y Pedro Romero? Por ahí anda. En la pequeña estatua en su honor recién lustrada. En las comparsas bullangueras de los negros que para recordarlo gritan ¡No más esclavitud! ¡Viva la Independencia! En las celebraciones de barriada. En el campanario de La Popa - la gente dice lo martilló-, que con su melancólico repicar, otra realidad para los pardos de hoy evoca.
Mientras coronan a la reina, que no pare el coro:
Soy orgulloso
de ser getsemanisense
que dicha grande
ser nacido en Cartagena.

N-10: Primer triunfo de los indignados en el mundo

Mire la calle.
¿Cómo puede usted ser
indiferente a ese gran río
de huesos, a ese gran río
de sueños, a ese gran río
de sangre, a esa gran río?
NICOLÁS GUILLÉN

GUILLERMO SEGOVIA MORA (ALTERPRESS)

Unos 70 mil estudiantes de secundaria, técnicas y universitarios, entre ellos delegaciones de todo el país, respaldados por cientos de personas que aplaudían su paso, se tomaron la Plaza de Bolívar de Bogotá -histórico escenario político, que quedó pequeño para la colosal ocupación- , luego de marchar varias horas desde distintos sitios de encuentro, en la movilización social más grande registrada en Colombia.

Tambores, aires andinos, pitos, consignas y pancartas en defensa del derecho a la educación y la educación pública, una bandera gigante de Colombia, algunas de Palestina, la Wipala (amerindia), zanqueros, máscaras de anonymus, un telón con el Che Guevara, unos cuantos banderines de organizaciones juveniles de los partidos de izquierda tradicionales, un cartelón montado en una bicicleta que reclamaba el cese del bloqueo a Cuba y un enorme pasacalles que gritaba: ¡Somos anticapitalistas!, agitaron el centro de la ciudad, en medio de un torrencial aguacero, que amainaba para arreciar y al que contestaban correteando: ¡resistir!, ¡resistir!, ¡resistir!

La jornada denominada 10-N (10 de Noviembre), fue convocada por la Mesa Amplia Nacional Estudiantil -MANE-, instancia que congrega a cinco organizaciones del país, que exigen participación decisoria en la definición de las políticas educativas y garantía del derecho a la educación. Protestas similares se vivieron en Medellín, Cali, Popayán, Barranquilla y otras ciudades. La mayoría en el mismo tono con que empezó el movimiento, pacíficas, alegres, inagotables. En medio de besos, abrazos, estrechando afectuosamente a los policías que los vigilan, con un nuevo lenguaje. Juveniles, rebeldes.

Padres de familia y curiosos no ocultaron sus lágrimas al ver discurrir ese torrente de vida, dignidad y fortaleza. Mostrando una fotografía de la Ministra de Educación que sostenía en las manos, una joven gritaba: - Esta es la minoría de que habla su señoría. Refiriéndose a palabras de la ministra que desestimaron la protesta. En esa tónica, el Presidente del Senado la calificó como una “bobada” y el ex Vicepresidente Francisco Santos, primo del Presidente -a quien se opone por débil-, llamó a aplacarla con “armas no letales”. Expresiones que por sí solas muestran el talante democrático de los potentados, pero traslucen a la vez el temor por la trascendencia que puede tener el movimiento.

Sacudido con el respaldo social que logró la oposición al proyecto de ley 112 de 2010 de reforma a la educación universitaria, el Presidente Juan Manuel Santos, tras meses de mostrarse intransigente y anunciar que lo sometería a la aprobación del Congreso de la República contra viento y marea, intentó ocultar su fracaso, aceptando retirarlo y debatirlo si los estudiantes levantaban un paro que afecta a los principales centros de educación superior pública. Buscando, de paso, debilitar la marcha, que constató la fortaleza de la movilización. De hecho, ante la magnitud de la protesta su propio partido le quitó respaldo a la iniciativa y los legisladores ponentes embolataron el trámite.

Tras el anuncio presidencial, y luego del N-10, a Mesa Nacional Estudiantil determinó acampar en instalaciones universitarias y de organizaciones sociales y votar en asamblea, la forma como se inició la protesta y se han tomado las decisiones, las acciones a seguir, advirtiendo que el fin del paro depende de que el gobierno esté dispuesto a iniciar la construcción de una política educativa a partir de los intereses del estudiantado y del país y no con base en el proyecto impugnado.

La reforma a la educación superior está determinada por las exigencias del Tratado de Libre Comercio, recientemente aprobado por el Congreso de los Estados Unidos, y los lineamientos del Banco Mundial para hacer funcional la educación a las demandas de la globalización neoliberal. Una versión dura, que determinaba la inversión privada directa -hasta ahora se manejan como entidades públicas o privadas sin ánimo de lucro-, tuvo que ser modificada, por la reacción generada en la comunidad universitaria y la que pudo palpar el Presidente Santos en Chile.

Sin embargo, entre líneas, la esencia se mantiene: se refiere a la educación como derecho a la par de que se la califica como servicio; con el gancho de engordar el crédito se oculta la intención de desmontar la gratuidad; se anuncia incremento presupuestal y de cobertura, pero se oculta que son efectos inerciales y parciales; reivindica la autonomía pero la limita. Frente a todos esos puntos los estudiantes tienen propuestas.

El proyecto busca profundizar la privatización de la educación en el país, iniciada hace dos décadas, contradictoriamente, cuando se consagró como derecho en la Constitución de 1991. En el marco legislativo desarrollado desde entonces, los niveles de calidad han descendido debido a la precarización que implica la explosión de universidades e institutos técnicos de “garaje”, educación básica y media de “entrega inmediata”; ampliación de coberturas a costa de calidad -hacinamiento, instalaciones inadecuadas, reducción de personal docente y administrativo-, traslado de costo y reducción de recursos a las universidades, aumento de la brecha social. Todo lo cual se ha dado encubierto en la envoltura de un discurso pedagógico de ciclos, estándares y competencias, supuestamente avanzado, cuya pertinencia también está en cuestión por la complejidad que comporta.

Como pocas veces, la sociedad en su conjunto parece involucrarse en un asunto que la afecta de manera fundamental. En cafeterías y buses se habla del tema, se apoya a los estudiantes y se cuestiona al gobierno. El lunar lo constituyen los medios masivos de comunicación interesados en hacer aparecer las demandas estudiantiles como necedades o extravagancias inconexas como pedir que se reduzcan las leoninas exenciones a las trasnacionales, mejor distribución de las regalías mineras y de hidrocarburos, reducción del presupuesto de guerra para lo cual se debe procurar la paz. Medidas que generarían importantes fondos para financiar la educación.

Hay excepciones que muestran el impacto de la protesta. Un reconocido conductor de revista noticiosa radial de la cadena Ser de España se vio a gatas frente a dos de sus jóvenes periodistas cuando -en medio de la perorata en que instó a los estudiantes a que ya está bueno y que se vayan a estudiar-, le alegaron que la movilización es un medio democrático de participación, que la estigmatización de la protesta es un legado del régimen político excluyente y que los gobiernos manipulan las cifras para conducir la opinión. Luego de preguntar al aire: ¿Pero eso que tiene que ver? Calmó apuros pasando comerciales. Un síntoma de le enfermedad nacional: que poco espacio le da el instante a la memoria.

Hace apenas dos años, el nonagenario Sthepan Hessel, sobreviviente de los nazis, ciudadano francés, alemán de nacimiento y judío de origen, miembro de la resistencia francesa antifascista, propulsor de la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU, animador del Mayo del 68 y activista social, llamó a los jóvenes de Europa a indignarse pacíficamente contra el neoliberalismo, la discriminación, la xenofobia, la aniquilación del Estado de bienestar, el hambre en África y el genocidio del pueblo palestino: ¡indignaos!, ¡indignaos!, ¡indignaos!.

Este año los jóvenes de España lo escucharon el 15 de marzo (M-15). Luego los de varios países de Europa, Australia, los Estados Unidos y el cono sur de América, donde los estudiantes chilenos mantienen en jaque al gobierno con su resistencia a la mercantilización de la educación, el 15 de Octubre (15-O). Hoy, 10 de Noviembre, pase después lo que pase, los estudiantes de Colombia obtuvieron la primera victoria de los indignados del mundo. Conscientes de que están trastornando el avejentado e injusto orden de cosas, presentan excusas: “Perdonen la molestia. Solo queremos cambiar el mundo”

lunes, 31 de octubre de 2011

Bogotá:¡Petropolis!

No hace mucho, por casualidad, vi el documental realizado por la hija del asesinado dirigente del M-19 Carlos Pizarro en homenaje a su padre. Una imagen sacudió mi memoria: muestra la votación que realizó la organización para determinar si la militancia aprobaba el acuerdo de desmovilización con el gobierno de Virgilio Barco. Gustavo Petro Urrego, el “Aureliano” de la clandestinidad, dirigía el evento. Quién habría podido imaginar hace 20 años, que hoy estaríamos abrazándolo porque los bogotanos de todas las clases, etnias, opciones sexuales y colores políticos le acaban de dar su respaldo para que gobierne la ciudad, y de paso enviar dos mensajes contundentes: de nuevo un ¡No! a las imposiciones autoritarias y al “todo vale”, y que la izquierda no es un grupúsculo corrupto e hipócrita y unos cuantos tuertos a conveniencia.
 
Aparte de escoger a Petro por su carisma, antecedentes en el desempeño congresional, calidad de discurso, programa social, actitud pacifista y tolerante, esta ciudad progresista, defraudada en el tiempo reciente, le está reconociendo el haber puesto políticamente contra la pared al paramilitarismo, develado la toma mafiosa del Estado y, en su más reciente batalla, la entereza de desnudar a la organización política que ayudó a construir, por el imperdonable episodio del “carrusel de la contratación”. Es claro que en el Polo Democrático Alternativo hay gente honesta, consecuente y firme, pero también lo es que hay varios infectos y que mirar para otro lado, por el riesgo de “perder la Alcaldía”, así no se tuviera, porque Samuel Moreno la negoció con toda la politiquería tradicional, era una excusa vergonzosa.
 
El compromiso con la ciudad es monumental: que los niños y niñas pobres sean amados, se nutran, estudien, jueguen y gocen en los jardines infantiles, que la ciudad crezca hacia arriba y no comiéndose la Sabana, que la basura sea una renta para los recicladores y el tesoro público y no sólo para “Tom” y “Jerry”, que el resto de la ciudad deje de mirar a los sectores populares con desprecio, que la educación genere conocimiento y contribuya a achicar la brecha social y no sea un negocio de avivatos , que los servicios hospitalarios sean la última opción con atención digna, que con el respaldo de la Nación el metro deje de ser carreta, en fin, muchas tareas para hacer de Bogotá una ciudad humana, ambiental, incluyente, sostenible y competitiva.
 
Mientras se comienza ya hay un efecto inmediato: la política pública de educación. Fiel a la Constitución del 91, fruto, entre otras razones, de los acuerdos de paz con el eme y otras guerrillas, Petro ha sido claro: ¡La Educación es un derecho! Y una obligación del Estado. Si hasta ahora, el gobierno de Juan Manuel Santos ha tenido oídos sordos frente al vivificante movimiento estudiantil que se opone al proyecto de reforma de la educación, ya es hora de que acepte la creciente demanda de que lo retire del Congreso, para que entre todos pensemos y acordemos una política educativa que le sirva al país para salir del atraso, con inclusión y oportunidades para los mas necesitados, y no para obedecer los mandatos del capital trasnacional, cumplir engañosamente las metas del milenio y ahondar la aberrante desigualdad imperante.
 
Al manifestar que asumirá el liderazgo en la aplicación de la “Ley de víctimas”, Petro presenta otro compromiso histórico: convertir a la capital del país en el corazón de la reconciliación nacional (la política del amor contra la política del odio), en el epicentro del proceso que, aún con las limitaciones, dificultades y vacíos, debe reparar a los cientos de miles de colombianos flagelados, expropiados y desplazados de su pedazo de tierra por la alianza criminal del narcoparamilitarismo y la complacencia de varios gobiernos por sus réditos contrainsurgentes. Tenemos el deber de ser solidarios y cuestionarnos la indiferencia de siempre.
 
Una opción de avanzada seria tenía que ser el resultado de un proceso de maduración. El Polo fue la prueba ácida, puso énfasis en lo social pero se quemó las manos con la contratación. La ética hacía la diferencia y falló. El desafío: que dentro de cuatro años Colombia quiera ser como Bogotá: humana y progresista.

martes, 26 de julio de 2011

Joe, un pedacito de la historia nuestra

Creador de un sonido propio con lo mejor de la influencia africana, caribeña, antillana y costeña, delicia de los bailadores de Colombia, América Latina y el mundo, Alvaro José Arroyo también contribuyó a reivindicar un lugar digno para los afrocolombianos en la historia y en el presente.
El Joe” Arroyo, quien murió cerca de cumplir 56 años (Cartagena, 1o. de noviembre 1955-Barranquilla, 26 de julio de 2011), sí que está presente en la historia musical de Colombia y en la vida de muchos de los que en los 70´s comenzamos a rumbear. A mediados de esa década, por entre la avalancha tropical que con orquestas venezolanas inundaba los estaderos y salones de casi todo el país, irrumpió desde Medellín el sabor endemoniado de Fruko y sus tesos, cargado de salsa, con las voces excepcionales del cartagenero Álvaro José Arroyo y el caleño Wilson “Saoko” Manyoma: El Ausente, El Caminante, Tania, El Preso, Negro Chombo, Mosaico Santero, nos pusieron a azotar baldosa. De African look o larga melena, vestidos con camisas sicodélicas, pantalón de bota ancha y tacón mediano, coreando el soye: “flores silvestres, luna y estrellas, todo se me acumula en mi cabeza que va estallar” -uno de sus grandes placeres pero también doloroso azote de su vida- nos iniciamos en la bohemia y en el gozar. La casa disquera le sacó el jugo a la tesitura de la voz y al relincho del "Joe", quien interpretó éxitos de temporada para varias orquestas de estudio y The Latin Brothers (Las cabañuelas, Dos caminos, Patrona de los reclusos). Entre curiosidades, dos bolerazos: Buenos días tristeza y Volver a empezar.

En los 80, creó su propia orquesta y acentuó los ritmos del gusto “currambero” que lo convirtieron en un fuera de concurso en el Carnaval de Barranquilla aunque lo distanciaron un poco del interior del país, donde nos cuesta mover hombros, menear cintura y raspar canilla al tiempo, con éxitos como el sicotrópico Tumbatecho, La rumbera y Bolobonchi. Pero con el Lp Musa Original y sus tres exitazos: el que da nombre al disco, Mary y La Rebelión, la sacó del estadio para conquistar Colombia, Latinoamérica y escenarios de todo el mundo. Letras de su puño y corazón, reivindicación del negro y de la noche, odas a sus amores, música con ecos del África Madre, la costa que arde, cumbia, porro, chandé, reggae y joeson, una mixtura atrapadora que evitó definir afirmando "ni yo sé que putas es". Luego Echa´o pa´ lante con La vuelta, Son Apretao y el Yamulemao del senegalés Laba Sosseh. Al que siguió Fuego en mi mente pegando La noche, En Barranquilla me quedo, Por ti no moriré y A mi dios todo le debo. Al final de la década, el útimo Lp con Discos Fuentes, En Acción con golpes como El centurión de la noche, Pa´l bailador, y Suave Bruta.

Muchas razones para el multitudinario concierto de homenaje en sus 20 años de vida artística, en 1992, que juntó 70 mil personas en el estadio El Campín de Bogotá para escuchar al “Joe” y a los oferentes: "Richi" Rey y Bobby Cruz, Andy Montañez, Saoko, Fruko y Niche (su director Jairo Varela, otro grande, también murió meses después). En los años siguientes, con Sony Internacional, la vena romántica con influjos de bachata produjo bellezas como Tal para cua, Ella y tú y Noche de arreboles. Del amor a la costa atlántica y su folklor surgieron los homenajes a Irene Martínez, Estefanía Caicedo, Esthercita Forero, Los Gaiteros de San Jacinto (La tortuga, Pañuelo y guayuco, Lo de la Chula, Falta la plata a dúo con Víctor Meléndez, Ron pa´todo el mundo a dúo con Diomedes Díaz y sus éxitos a dúo con Juan Carlos Coronel). De esta época también es una de sus mejores salsas: Madera. Siempre a su lado, en el piano de “Chelito” De Castro, y, después, Víctor del Real. A comienzos de siglo, en el Madison Square Garden de New York, desobedeció a Ralph Mercado, quien le presagió un abucheo si se salía del repertorio salsero, y puso a brincar a miles con el raspacanilla A mi dios todo le debo en la catedral de la Fania.

La rebelión: fiesta con mensaje
Las carencias y el hambre de la niñez siempre estuvieron presentes en su inspiración como denuncia de la injusticia, protesta y reivindicación de la raza. Más allá de quienes sostienen que la música del Caribe, por su sonoridad y cadencia es de por sí revolucionaria. Desde las primeras grabaciones con Fruko incluyó temas como Pueblo sufrido, Palenque, Gamincito y Abandonaron el campo. Con su orquesta La Verdad, Amerindio,  La vida va, Mundo cruel, La guerra de los callados. Llanto ven, llanto va; Blanco y Negro, La Rebelión y Mi Libertad son crónicas de la esclavitud en la Cartagena colonial y la exigencia de respeto para los afrocolombianos y la mujer negra, temas para bailar pensando que trascendieron la música hasta convertirse en corpus de investigaciones sociales sobre la realidad de los afrodescendientes en las américas. En el “corralito de piedra”, en el Fuerte de San Fernando o en el Palacio de la Inquisición, la mente vuela siglos atrás y con los ojos cerrados se escucha la voz de los cimarrones de Benkos Bioho: “quiero contarle mi hermano, un pedacito de la historia negra, de la historia nuestra”. Fruto de su vida accidentada, de la desesperación y de su formación callejera e instintiva, también alabó al final al Dios de una iglesia protestante después de venerar a Changó, contradicción que, como algunas de sus letras, no demerita su mensaje.

En 2006, el escrito “La doble conciencia de DuBois, frente al excepcionalismo latinoamericano: Joe Arroyo salsa y negritudes”, autoría del PhD. de la Universidad de California, Doctor en Ciencia Política de la Universidad de Chicago e integrante del Departamento Ciencia Política y del Centro para los estudios Afroamericanos de la Universidad de California, Mark Q. Sawyer, fue galardonado con el premio a mejor ensayo en asuntos de negritudes. Al referirse a La Rebelión, Sawyer sostiene: "verso a verso, la canción cuestiona la percepción de una historia de Colombia unificada y saca a relucir la historia de opresión y luchas que marcan en especial la historia afrocolombiana". El aporte de “Joe” como artista popular notable es demostrar la existencia de una “discriminación inclusionaria en la música y en las sociedades latinoamericanas”; sus canciones son “formas fractarias de respuestas a la opresión y la cultura”. Destaca, así mismo, que “Joe” replantea el papel de la mujer objeto en la salsa para reclamar por su dignidad y reivindica al hombre como defensor de sus derechos por sobre el tradicional macho gozón ¡No le pegue a la negra! ¡Porque a la negra se la respeta!

Es el legado de “Joe”, el niño que recorría a pie descalzo las calles destapadas del barrio Nariño de Cartagena con la cabeza entre un tarro para escucharse y soñar con ser un artista grande, que le cantó a los putañeros en Tesca y a los curas en la coral del arzobispado, que abandonó la escuela para graduarse en la música, que saltó a la fama niño y vivió adolescente, que casi se muere varias veces saciado de alcohol y droga, que lucía como palero santero; el Super Congo de Oro de los carnavales de Barranquilla, el Grammy póstumo a la excelencia, una de las cuotas significativas de Colombia en la historia de la música popular universal. El “Joe”, siempre echa´o pa´lante y prepara´o.

lunes, 20 de junio de 2011

“Toño”, la penitencia por tu muerte será eterna (Periodismo en años aciagos V)

En el encuentro del tinto mañanero, Héctor se veía muy preocupado. Entre sorbos y angustia comentó que algo muy raro estaba pasando. En un hecho que no era costumbre, Antonio Hernández Niño, el “todero” de nuestra revista Solidaridad (escribía reflexiones, empacaba y entregaba revistas, organizaba eventos), no había pasado la noche en su casa y a la media mañana aún no se sabía nada sobre su paradero. Presentía lo peor. Al medio día, después de muchas averiguaciones, hubo una señal tenebrosa: a la salida de Bogotá, hacia el norte, la policía encontró el cadáver de un hombre abaleado cuya descripción correspondía a los rasgos físicos de Antonio. Se fue para allá y un par de horas después, desde algún teléfono público, con voz pausada, me dio una razón que me produjo rabia y escalofrío: - Es “Toño”.

Solidaridad y Colombia hoy -con la que yo también colaboraba- en ese momento eran las únicas publicaciones de izquierda independientes, con alguna presencia nacional, después de la desaparición de Alternativa, la revista que hicieran, entre otros, los mas recientes directores del periódico El Tiempo, Enrique Santos -hermano del actual presidente del país y primo del anterior vicepresidente- y Roberto Pombo, ahora al mando. Surgió del empeño de Héctor Torres, sociólogo y teólogo de Paris y Lovaina, por fortalecer, mediante un medio de información y formación, las comunidades eclesiales de base, agrupaciones en las que la Teología de la Liberación fincó la posibilidad de encarnar el mensaje de Jesús visto con ojos de pueblo y redención, y el quehacer de los sacerdotes y religiosas militantes de la iglesia de los pobres.

Antonio fue uno de esos tantos muchachos que encontraron en la convocatoria vívida y sincera para un laicismo de compromiso, una opción válida y honesta para sus vidas. Con su afecto, sinceridad y mensaje, Héctor le puso razón o interrogante a la vida de muchos de nosotros. Alguna vez, oyéndome lamentar que no tenía donde decir tantas cosas de aquí y allá que me agobiaban, no dudó en invitarme a trabajar con Solidaridad, ese manifiesto de vida que salía mes a mes gracias a un grupo de cristianos que se querían y a su sueño de pan compartido. Cuando por las gestiones de apoyo internacional de Héctor, Solidaridad creció un poco, llamó a Antonio, con quien compartimos durante varios meses. Era inteligente, vivaz, activo, comprometido en labores organizativas y protestas.

La visita de Juan Pablo II, segundo Papa que pisaba estas tierras, en 1986, puso a todas las tendencias de la iglesia católica a pensar cómo aprovechar la ocasión para dar el mensaje: la jerarquía: protocolo; los cristianos de base: denuncia. Éstos querían que se escuchara su visión crítica del país que no era la metáfora del presidente Belisario. “Toño” andaba en los preparativos de esas actividades. La militancia de la guerrilla del M-19 también tenía sus planes.

Según testimonio de José Cuesta Novoa, para entonces comandante regional del M-19 en Bogotá, en su libro ¿A dónde van los desaparecidos?, publicado por Editorial Intermedio de la Casa Editorial El Tiempo, su organización había determinado inmiscuirse en las actividades programadas por los grupos cristianos durante la visita papal y amplificar la denuncia sobre la situación del país. Por esa circunstancia, Guillermo Marín y él participarían en una reunión programada en la sede de la JTC, en el centro de la ciudad, el 8 de abril de 1986.

Asistió Marín. Cuesta llegó tarde, tras toparse y eludir en los alrededores a un suboficial de inteligencia del funesto Batallón Charry Solano, que tiempo atrás había sido descubierto infiltrado en el M-19, y varios agentes más. El hecho lo ofuscó de tal manera que su presencia en la reunión pasó inadvertida pues todo el rato estuvo divagando en soliloquio sobre lo que estaría tramando el tal “Lucas” -suboficial Bernardo Garzón, también comprometido, entre otros, en el asesinato de Oscar William Calvo, delegado del EPL en las negociaciones de paz del gobierno de Betancur. En la reunión, Antonio fue muy vehemente y locuaz para defender la necesidad de denunciar, ante el mundo, a través del Papa, la realidad nacional. Lo sucedido en la reunión confundió a los esbirros.

Luego de despedirse y seguir cada cual por su lado, Marín y “Toño” fueron interceptados. Marín apareció encostalado, torturado y acribillado en el nororiente de la ciudad, sobrevivió y fue sacado del país. A “Toño”, flagelado, impotente, angustiado, aterrorizado, suplicante, de rodillas, le descargaron un tiro en la frente y lo botaron en el norte, en la vía a Tunja.

En enero de 1991, el suboficial Bernardo Garzón le confesó a la Procuraduría que el General Iván Ramírez -hoy preso y procesado por las desapariciones en la masacre del Palacio de Justicia en 1985 y entonces jefe de inteligencia de la Brigada XX- les había ordenado matar a Cuesta y Marín. Tras interceptar a Marín y a “Toño” por Cuesta, le requirieron qué hacer: - “Despidan a los pacientes y bótenlos por separado”, dice Garzón que respondió. Durante años Garzón ha ido y venido reafirmándose y desdiciéndose a conveniencia. En el caso de Marín ya fueron condenados dos ex-agentes.

Los amigos de “Toño” no podíamos creerlo, recordando las risas de apenas unas horas atrás. Yolanda -hoy merecidamente codirectora de una cadena noticiosa tras una carrera exitosa-, con quien tenía alguna cercanía afectiva, conmovía, pensativa y afligida en un rincón. Tanta tristeza no cabía en aquél salón. La hipótesis de José Cuesta es que los asesinos se equivocaron y que la víctima iba a ser él. Como quiera que haya sido, a “Toño”, en plena cosecha, miserablemente le segaron la vida, en otra trama absurda y perversa de la tragedia colombiana.

Desde las páginas de Solidaridad, durante la década de los 80, como desde Utopías -otra hazaña periodística de Héctor-, en el decenio final del siglo XX, fuimos testigos y narramos el horrendo desangre que la alianza derechista terrateniente narco-paramilitar le causó al país y las luchas de los de abajo por sus vidas y por un lugar digno en la sociedad. En una evaluación contratada por una organización católica de cooperación europea para fundamentar su respaldo a Solidaridad, Javier Darío Restrepo, la calificó como “valiente y veraz”.

Lamentable que connotados periodistas directores de medios se lamenten que no vieron o no advirtieron lo que pasaba y lo que podía venir, como lo afirman en Casi toda la verdad, el pretencioso libro de María Isabel Rueda, al hablar del paramilitarismo y la parapolítica. Tal “descuido” tal vez se explique porque, como producto del mea culpa por la fascinación guerrillera de los 80, se hizo eco sumiso de la verdad oficial, reproduciendo “propaganda negra” de mandos castrenses que enceguecidos en la lucha contrainsurgente se aliaron con el diablo para hacer de Colombia un infierno; avalando estereotipos o poniendo toda denuncia en cuestión. Cuando se pellizcaron, como dijo Brecht, era demasiado tarde. El periodismo de los grandes medios ha tenido solidaridad de cuerpo con el establecimiento, salvo contadas excepciones, se ha conformado con dejar constancia y dar condolencias.

De la preocupación por el papel del periodismo en un país en conflicto, la necesidad de un ejercicio profesional fundamentado y contextualizado, ético, con responsabilidad social, y el compromiso de contribuir en la construcción de la convivencia, por iniciativa de Gloria de Castro, Germán Castro Caycedo Guillermo González, Héctor Fabio Cardona, Constanza Viera, Arturo Guerrero, Myriam Bautista, entre muchos otros, en 1998, fundamos Medios para la Paz.

Ligia, por donde pasas dejas huella (Periodismo en años aciagos IV)

Preocupados por las violaciones a los derechos humanos y los asesinatos de periodistas, varios artistas, liderados por el nunca bien lamentado Jorge Emilio Salazar, convocaron, en septiembre de 1986, a una reunión para promover un grupo de trabajo, denunciar la situación y exigir protección. Entre los asistentes me impactó la vehemencia, positivismo y compromiso de una mujer de baja estatura, ojos claros y vivaces y hablar rápido y directo. Desde entonces, con Ligia Riveros sellamos una amistad que, como el acero, se fue templando con el tiempo.

Por su sensibilidad y calidez había hecho carrera dándole un giro al periodismo de farándula. De su pasión y romanticismo salió Te quiero y que (“Te quiero y qué, te amo y qué, que lo sepa todo el mundo, que me envidien”), la balada que fue un éxito en la voz de la barranquillera Ximena. Pero su alma de cronista y el compromiso social le pidieron a gritos enfrentar la realidad del país de a pie que no se ve en los escenarios del espectáculo. Siempre audaz, fue de los primeros periodistas en asumir roles para penetrar y mostrar realidades que dejaban pasmados a los lectores. Vivió como reclusa en La Modelo para narrar el drama de las condenadas. Según la necesidad, fue monja, ciclista, torera o enfermera. En Cromos, hizo gala de un estilo inigualable que la convirtió en pionera del periodismo literario y social y en una de las mejores, sino la mejor, cronista del país.

No escribía como el que no quiere ver. Siempre develaba. Todavía hacen roña sus artículos sobre la corrupción, la politiquería, la pobreza y la violencia contra los desposeídos. En 1985, el Círculo de Periodistas de Bogotá le entregó una condecoración al valor por la crónica “32 hombres armados contra un niño maniatado”, en la que, luego de una travesía por trochas y montañas, de eludir persecutores y tragarse miedos, desenterrar cadáveres y contener el llanto, en compañía del fotógrafo Fabio Serrano, reveló una de las primeras masacres cometidas en Colombia, en Remedios, Antioquia. Con igual coraje y compromiso escribió en Cromos la crónica El que tortura la paga”, en la que narró el vía crucis de la médica Olga López de Roldán, torturada por el ejército, su vindicación jurídica por el Consejo de Estado que ordenó resarcirla económicamente y evidenció la práctica de vejaciones y violaciones a los derechos humanos. La calidad literaria e investigativa del texto la hizo merecedora del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en 1986.

Un artículo suyo, publicado 15 días después del asesinato por la mafia de Rodrigo Lara Bonilla, el Ministro de Justicia del Gobierno Betancur (15 de abril de 1984), denunció que una de las preocupaciones de Lara era el hallazgo de una avioneta de propiedad de Alberto Uribe Sierra -padre del expresidente Álvaro Uribe Vélez- en la base coquera de Tranquilandia. La nota, traída al día en 2007 por Fernando Garavito en el libro El Señor de las Sombras y luego referencia del Miami Herald reviviendo el asunto, llevó a Rodrigo Lara, hijo, a renunciar al cargo de zar anticorrupción del gobierno de Uribe.

En medio de un país que se hundía, la insurgencia ganó simpatías y espacios mediáticos y la reacción de ultraderecha activó sus espadas. A Ligia no le perdonaron sus denuncias valientes ni que el M-19 la privilegiara en sus contactos. Compartía el sueño de justicia de Jaime Bateman, Pizarro y la “Chiqui” Londoño, pero su corazón no justificaría jamás un asesinato ni un atropello. Durante el proceso de paz que adelantó Betancur, fue incesante su trabajo periodístico desde campamentos, trincheras, y combates. Ella, como muchos de nosotros, vibraba con la pasión del periodista que asistía al suceso histórico de la paz con justicia y democracia para Colombia. ¡Que desconsuelo! Desconocía que, para el poder oculto, era “una comunista más”, hasta que su nombre, junto con el de varios políticos, intelectuales, artistas y activistas sociales apareció en la lista de amenazas de la autodenominada Triple A: se van o se mueren. Héctor Abad Gómez fue la primera víctima.

El 17 de diciembre de de 1986, un sicario del narcotraficante Pablo Escobar acribilló al director de El Espectador, Guillermo Cano. Desesperada, Ligia me dijo: -¡Hay que hacer algo! Con su rápida convocatorio juntamos 50 firmas de periodistas de todos los niveles (estudiantes, reporteros “cargaladrillos”, afamados columnistas, directores de medios), para repudiar el crimen y lanzar el Colectivo de periodistas por la vida. El 9 de febrero de 1987, Día Nacional del Periodista, con el apoyo de todas las agremiaciones de periodistas y trabajadores de la prensa realizamos el “Foro por los Derechos Humanos y la Libertad de Prensa Guillermo Cano”. Con un amplio criterio, Ligia nos convenció de invitar a Álvaro Gómez Hurtado y al ex-general Fernando Landazábal, representantes de la derecha después asesinados por móviles aún no esclarecidos. También participó Fernando, uno de los hijos huérfanos de Cano y el Procurador General, Carlos Mauro Hoyos, quien luego sería asesinado por orden de Pablo Escobar. El evento fue un éxito pero apenas un titilar en la horrible noche que se vivía y se siguió viviendo.

Las amenazas contra su vida no cesaron. La solidaridad de muchos no lograba calmar su ansiedad y el temor por ella y su familia. Cada encuentro era un doloroso momento para consolar sus lágrimas y amainar su duelo. No obstante, su inicial resistencia, aceptó una salida muy a la mano: ella y sus hijas tienen nacionalidad española por su esposo y padre. Hace 22 años, Ligia Riveros abandonó el país y, salvo dos visitas fugaces, la chirimoya y las empanaditas son un añorado sabor que se diluye con el tiempo. Rehizo su vida profesional y su familia se adaptó con éxito al país adoptivo porque del natal los sacaron a la fuerza. Colombia volvió a oír de ella cuando su hija Ligia Jazmín, médica de gran sensibilidad social, resultó ilesa en un fatal accidente aéreo en 2009.

Hablamos largamente por teléfono de cuando en cuando. Fue muy doloroso comunicarle la muerte de tantos amigos en común: el asesinato aún impune del abogado penalista Eduardo Umaña Mendoza, la muerte súbita de la abogada laboralista Paulina Ruiz, el deceso de Apolinar Díaz Callejas, el accidente que le quitó la vida el año pasado a su maestro y entrañable amigo Fernando Garavito, quien le dedicó un capítulo a su parábola vital en el libro País que duele.

En noviembre de de 2001, la llamada de Ligia Fernando, otra de sus hijas, en la madrugada, me anunció una sorpresa muy grata. En el canal Antena 3, donde Ligia trabajaba, querían hacerle un reconocimiento y determinaron que su historia iría bien en un programa de reencuentros que tenía alta sintonía. Consultadas por el canal, las Palomino Riveros habían coincidido en mí como la persona a quien su mamá querría volver a ver. A comienzos de diciembre, luego de tres días de andar cauteloso por Madrid para no estropear el encuentro, en los estudios del canal llegó la hora. En vivo y en directo, Ligia contaba emocionada apartes de su vida. De repente, con voz entrecortada, respondió por qué había tenido que salir de Colombia. Entonces la presentadora le preguntó: -¿a quién recuerdas de esos momentos tristes? Ligia con cariño me describió como “un chico que al saberme en riesgo se volvió mi sombra”. Le anunciaron mi presencia. Buscó alrededor con la mirada vidriosa. Nos encontramos en un abrazo que había vivido por años en los recuerdos. Con los ojos llorosos apenas le susurré a la entrevistadora: - La extrañamos. Nos hace mucha falta.

Han pasado muchos años desde que Ligia Riveros salió del país, pero su huella en el periodismo colombiano está muy fresca y bien marcada.

La risa de Silvia retumba en Cimitarra (Periodismo en años aciagos III)

Cuando Ramón Jimeno se inventó el semanario Zona de regreso al país después de enriquecedoras experiencias en el exterior, no me aguanté las ganas de buscarlo y pedirle que me diera un lugar en esa atrayente aventura. Poco a poco, puliéndome y “neutralizando” mis artículos y entrevistas me abrió espacio. Desafortunadamente, la empresa, saludada con mucha expectativa en el medio, duro muy poco.

La campaña de expectativa, al estilo de la propaganda clandestina de la izquierda, prendió alertas. Su contenido crítico y de denuncia cerró puertas. La distribuidora, por precaución, la dejaba arrumada en la bodega. Pero los pocos números que vieron la luz trajeron sorpresas. El estilo moderno de periodismo que le imprimió Jimeno, algunas “chivas” investigativas sobre corrupción y la publicación de testimonios y documentos desconocidos, tuvieron impacto.

Publicó un documento desclasificado que evidenciaba el envío de armas por los EE.UU. a Ospina Pérez para que conjurara la revuelta desatada por el asesinato de Gaitán el 9 de abril; el testimonio que revelaba la estrategia diseñada por Carlos Pizarro, comandante del M-19, para tomarse militarmente nada menos que Cali -su gran obsesión-; el no menos alucinante relato de cómo, años antes, llevaron un avión, repleto de armas, desde la Guajira para acuatizarlo en el río Orteguaza, en las selvas del Caquetá, y los primeros hallazgos de su investigación sobre la masacre del Palacio de Justicia.

Éramos pocos en un gran salón sin divisiones en el que funcionaban la redacción, la diagramación y la administración. Allí compartimos unas cuantas veces, en consejo de redacción, con Silvia Margarita Duzán. La mujer “Pila” y valiente, apasionada por las historia de barrio bajo, de las pandillas y la música desafiante de los marginales. En un espacio así, su risa era más notoria y la prodigaba con gusto. Como aquella vez que me sorprendió coqueteándole a una de las asistentes y se soltó a corear la canción del Grupo Niche “esto me huele a matrimonio”, en medio de las carcajadas de todos y mi sonrojo. Después del cierre de Zona no supe de ella por unos meses.

Hasta el 26 de febrero de 1990. En la noche de ese día, en Cimitarra, Santander, Silvia departía con Josué Vargas, Miguel Ángel Barajas y Saúl Castañeda, directivos de la Asociación de Trabajadores Campesinos del Carare, quienes la apoyaban para realizar un documental sobre cultivos ilícitos para la BBC, cuando fueron abordados y asesinados por miembros de los grupos paramilitares que, en complicidad con el ejército y la policía, terratenientes y capos del narcotráfico, anegaron en sangre el Magdalena Medio para “limpiarlo de comunistas”.

La ATCC se había ganado el aprecio de muchos pacifistas y demócratas del país y del exterior por rechazar la violencia de cualquier origen y exigir que los dejaran adelantar con tranquilidad sus proyectos económicos y de vida. El Plan Nacional de Rehabilitación los respaldaba en alguna iniciativa, por lo que desde la oficina de prensa tuve la oportunidad de dialogar con sus directivos y hacer notas periodísticas sobre su empeño. Eran unos campesinos dignos y frenteros.

A veinte años de los sucesos, María Jimena Duzán, periodista y columnista brillante, valerosa, aguda, incisiva (leer en Semana por qué los colombianos no protestamos o la crítica a la conveniente neutralidad de los políticos jóvenes), a quien la violencia también puso por un tiempo en el exilio, decidió confrontar el pasado para tratar de desentrañar quiénes fueron los asesinos, las razones del crimen y por qué tanta dilación y encubrimiento desde algún sector de la justicia y la autoridad castrense y policial.

El relato conmovedor y revelador de sus vivencias, reflexiones y pesquisas lo hace en el libro “Mi viaje al INFIERNO”. Un retrato de la Colombia aun herida que clama verdad, justicia y reparación.

sábado, 14 de mayo de 2011

Lo que Ovidio Charria no pudo contar (periodismo en años aciagos II)

De niños, Ovidio Peter Charria jugaba canicas con mi papá en las polvorientas calles de Sandoná (Nariño), su tierra natal. En la lucha por la vida hizo carrera como militar y detective, lo que con el tiempo, unido a su gusto por el periodismo, lo llevó a cubrir la fuente castrense en medios en Popayán y luego en la cadena radial Caracol, con autoridad indiscutible. De su talante liberal y el deseo de ampliar el horizonte de trabajo nació Área Libre, periódico mensual para el que aprovechaba los muchos contactos que le ofrecía el oficio, incluida su cercanía y simpatía por las fuerzas militares.

Aún estudiante de bachillerato, atraído por el periodismo, lo visité en su oficina, la antigua sede de Caracol, en la siempre viva e inevitable calle 19 de Bogotá. A partir de allí hubo química, polémica y aguardiente. En muchas ocasiones aceptó mis argumentos y rectificó prejuicios políticos. Varios artículos míos aparecieron en Área Libre. Paradojas de la vida: apenas un par de años después, en un trabajo como estudiante de periodismo, hice un sentido perfil en remembranza de Ovidio.

El 17 de octubre de 1982, el avión de la Fuerza Aérea Colombiana (FAC), en el que viajaba de retorno de Israel, se fue a pique por sobrepeso -irregularidad que se ocultó- en aguas del Atlántico. Como “cortina de humo” se hizo circular la versión de que era un episodio más del misterioso y fatídico “Triángulo de las Bermudas”. Ocho de los sobrevivientes fueron rescatados antes de que la nave se hundiera paulatinamente. Parado en las alas del avión, Ovidio Peter Charria imploró infructuosamente al cielo que alguien lo rescatara. Murió solitario y abandonado. ¿Cómo llegó a ese destino fatal? La respuesta que arrojan testimonios surgidos en investigaciones sobre violaciones a los Derechos Humanos, aparentemente inconexos con la suerte de Charria, es sorprendente.

De acuerdo con las pesquisas del sacerdote Javier Giraldo sobre los nexos del General Rito Alejo Del Río con el paramilitarismo y las masacres ocurridas en Colombia en las últimas décadas, un ex -oficial del ejército afirmó ante organizaciones de derechos humanos que “Según lo relató el General Fernando Landazábal (+) a un Mayor del Ejército hoy retirado, el General DEL RÍO aprovechó su estadía en Israel entre 1982 y 1983, donde coincidió con Carlos Castaño Gil, posteriormente líder nacional de los paramilitares, para conseguir arsenales de armas con destino a la estructura paramilitar. Cuando el General Landazábal, entonces Ministro de Defensa, se enteró del asunto por fuentes confiables, envió a Israel a un periodista de su plena confianza y además ex-militar, para investigar si todo ello era cierto.

El periodista Ovidio “Peter” Charria pudo comprobarlo todo sobre el terreno y le informó por teléfono al General Landazábal que ya estaba preparado un avión (el Hércules 1003 de la Fuerza Aérea Colombiana) cargado con dichas armas, que debía aterrizar en Bogotá el 18 de octubre de 1982 y que él mismo pensaba regresarse en ese vuelo. El Ministro de Defensa preparó un operativo en el aeropuerto militar de Catam para recibirlo con una inspección minuciosa, pero el 17 llegó la noticia de que el avión había caído al mar, a 280 kilómetros de Nueva Jersey, por el sobrepeso que traía, pereciendo allí el mismo periodista Ovidio Charria.

Entre los 13 ocupantes, casi todos militares de la Fuerza Aérea, excepto el periodista y un capitán del Ejército, se salvaron 8 que fueron rescatados por un barco liberiano capitaneado por un canadiense, quien declaró su extrañeza de ver que los ocupantes “perdían tiempo” -según él- “arrojando la carga”, ya que solo tenían gasolina para 10 minutos y podrían amarizar sin riesgo de incendio.

Las jerarquías castrenses no juzgaron, sin embargo, conveniente, interrumpir la carrera militar del oficial DEL RÍO” (Sep. 9 de 2008) 1.

Sobre el episodio, el gran cronista Juan José Hoyos escribió en El Colombiano de Medellín “Tel Aviv, hace 24 años. Carlos Castaño tiene 18 años y se matricula en un curso dictado por oficiales del Ejército de Israel que no tiene nombre, sino un número: 562. Contenido: fundamentos de armamento atómico y manejo psicológico de operaciones. Trabajo de campo: bloquear un carro blindado y utilizar granadas de fragmentación entrando a un objetivo; lanzamiento de granadas múltiples; lanza cohetes RPG7; miras nocturnas; lanzamiento de obuses; fabricación de explosivos manuales... Allí, Carlos Castaño conoció a algunos militares del Batallón Colombia. Con ellos se reunía en los días de descanso. El batallón estaba destacado en el Sinaí en cumplimiento de una misión de paz ordenada por la ONU.

El curso duró un año. Con algunos de esos oficiales, tal vez pensando en forma equivocada que le hacía un bien a su patria, él planeó el envío a Colombia de un avión lleno de armas (el Hércules 1003 de la Fac) para aprovisionar a los grupos paramilitares que se estaban creando. El avión -como el barco de la Armada, que se hundió, lleno de contrabando, cerca de Tampa, durante la dictadura del general Rojas Pinilla- venía tan cargado de armas que, por culpa del sobrepeso, cayó al mar a 280 kilómetros de las costas de New Jersey. Según el periódico El Tiempo, un capitán de un barco liberiano que rescató a los ocho sobrevivientes, casi todos militares, dijo que le pareció muy raro ver a los ocupantes del avión arrojando la carga para tratar de salvar la nave, a pesar de que tenían gasolina para 10 minutos y hubieran podido amarizar sin riesgo de incendio.

En ese accidente murió el periodista Ovidio Peter Charria. Estaba tratando de desentrañar el misterio de ese avión y esas armas, por petición del ministro de Defensa, general Fernando Landazábal Reyes, quien no estaba de acuerdo con esa clase de tropelías” 2.

Landazábal, desde el Ministerio de Defensa, era un desbocado opositor al proceso de paz que adelantaba el presidente Belisario Betancur. Intérprete de la Doctrina de la Seguridad Nacional y su concepción del “enemigo interno” para Colombia, por la fecha defendía airadamente a militares que, según el Procurador Carlos Jiménez Gómez, hacían parte del grupo paramilitar Muerte A Secuestradores (MAS). Después de varias salidas provocadoras, Betancur lo pasó a retiro. Los testimonios citados muestran que a Landazábal, no obstante, le preocupaba la manera como algunos de sus subalternos encaraban la guerra antisubversiva. Años más tarde lo asesinaron por razones que aún son un misterio.

De ser las cosas como las relató el declarante, la desaparición de Ovidio en el océano fue un alivio para algunos oficiales, al menos por un tiempo, pues se llevó con él la evidencia de la génesis del paramilitarismo y la “guerra sucia” en Israel y ellos siguieron haciendo de las suyas: el mercenario israelí Yair Klein vino a entrenarlos, consolidaron sangrientamente su fuerza en el Magdalena Medio, se unificaron y crearon una estructura criminal operante en todo el país y el recorrido macabro de la muerte dejó su huella en cientos de pueblos, hasta su desmovilización parcial negociada con el gobierno de Álvaro Uribe. ¿Qué habría pasado si el periodista es rescatado? La respuesta es una incógnita pero lo más probable es que los mandos hubieran acordado, como ha sido costumbre, una versión “conveniente” que, seguramente, el mismo periodista, leal y confiado en su fuente, habría difundido. Su muerte le evitó el dolor del desengaño.

1. http://www.javiergiraldo.org/IMG/pdf/10_Elementos_probatorios_Gral_Del_Rio.pdf

2. www.elcolombiano.com/.../S/.../salim_y_los_aviones.asp

viernes, 22 de abril de 2011

Libia y el imperio de la hipocresía

En 1969, los “coroneles libres”, un grupo de militares jóvenes, nacionalistas y panarabistas, encabezados por Muhamar El Kadhafi, derrocaron al rey Idris, peón al servicio de las potencias europeas por los arreglos producto de la Segunda Guerra Mundial, algunas de cuyas batallas tuvieron como escenario suelo libio. La indecisión frente a Libia en el reparto al final de la guerra, llevó a su independencia, tras la ocupación italiana desde comienzos del siglo XX, y desataría el fin del colonialismo en África, para frustración de las potencias europeas. Antes de Italia, Libia vivió una prolongada presencia árabe y del imperio otomano.

Más de veinte siglos atrás, los griegos le dieron el nombre y fue provincia en el esplendor del Imperio Romano. Los precedieron fenicios, cartagineses y bizantinos. Esas huellas se aprecian majestuosas en ciudades como Cirenaica, Tripolitania, Leptis Magna y Sabratha. Todos estos lugares son patrimonio histórico de la humanidad, que corren el riesgo de ser destruidos por los combates en curso entre las tropas del régimen y la oposición y por la intervención de la OTAN, como ya pasó en Irak con muchas de sus reliquias, tras la ocupación liderada por Estados Unidos.

Los logros de la “Revolución Verde”, comandada por Kadhafi -quien concentró los roles de jefe político, militar y espiritual- e inspirada en su El libro verde, que, junto con el Corán, son el A,B,C de la Yamahiriya o Estado de masas árabe, socialista e islámica, no fueron pocos. En un territorio inmenso para su poca población, pero desértico, adelantó una reforma agraria, nacionalizó y modernizó la industria petrolera, retiró las bases militares extranjeras, eliminó la propiedad privada, garantizó la educación, la salud y la vivienda.

Ante la escasez de agua potable en los centros urbanos sobre las costas mediterráneas, se empeñó en la colosal obra del Río de la Vida para traer agua fósil subterránea del Sahara por una tubería de más de mil kilómetros que atraviesa el desierto desde el sur, con un costo de 24 mil millones de dólares. Tribus dispersas, disímiles y hasta antagónicas fueron organizándose en consejos populares. En una región donde el rostro y la vida de las mujeres deben estar ocultos, Kadhafi promovió su profesionalización y llevó a su guardia personal avezadas jóvenes expertas en artes marciales y en la doctrina del líder.

La simpatía y el apoyo de Kadhafi a grupos insurgentes de distintas partes del mundo, en particular a la causa palestina, llevaron a la sindicación por Estados Unidos de promover el terrorismo. En 1986, el gobierno estadounidense de Ronald Reagan hizo justicia por mano propia, disparando, desde sus bases en el Mediterráneo, decenas de misiles contra blancos civiles en Trípoli y Bengazi, que hirieron, quemaron y mataron, entre más de cien personas, a la pequeña hija adoptiva de El Kadhafi y destruyeron muchas viviendas, entre ellas una del líder. Al ataque se sumaron los efectos de drásticas medidas económicas y diplomáticas.

Tras varios atentados en capitales europeas, entre ellos la explosión en Lockerbie, Escocia, de un avión comercial de la línea estadounidense Pan American, que causó 270 muertos -acciones criminales execrables- las investigaciones sobre los responsables evidenciaron la participación del gobierno libio. En retaliación, la Unión Europea declaró el embargo económico y comercial y varios de sus miembros suspendieron las relaciones diplomáticas, la ONU impuso fuertes sanciones y EE.UU., país de origen de la mayoría de las víctimas, le declaró la guerra, como miembro del “eje del mal”.

La vuelta de tuerca

De repente, el ayer paria amaneció gran amigo de Occidente. Con el inicio del siglo XXI, luego de las advertencias de las potencias occidentales de agravar las sanciones si Libia no renunciaba a una supuesta elaboración de armas de destrucción masiva, Kadhafi dio un giro de 180º. grados en sus relaciones con Europa y Estados Unidos. Renunció a sus nunca probados intentos nucleares, se sometió a las exigencias del Fondo Monetario Internacional, concedió de nuevo los campos petroleros nacionalizados a las transnacionales, abrió el país a la inversión extranjera y reinstituyó la propiedad privada.

En un gesto político entregó a la justicia escocesa a los libios inculpados del atentado contra el avión de Pan American e indemnizó a los familiares de las víctimas. Tiempo después, Kadhafi reconoció la participación de su gobierno y entregó a los dos responsables, uno de los cuales, tras una corta condena en el Reino Unido, fue recibido como héroe en Trípoli. Frente a éste último hecho, como en el rifirrafe con Suiza por la judicialización de uno de sus hijos por maltrato doméstico, los nuevos aliados levantaron el hombro. Tanto la Unión Europea como el gobierno estadounidense de Bush hijo, levantaron las sanciones e iniciaron una activa relación comercial con Trípoli.

Para ratificar la nueva era en sus relaciones diplomáticas, Kadhafi realizó sendas visitas a las principales capitales europeas donde instaló amplios carpas, acompañado de su séquito, sus esbeltas pero recias escoltas, camellas para tomar leche fresca, cabritas para que le hicieran queso -su bocado favorito- y una parafernalia que sus anfitriones soportaban de mala gana -como las fotos a su lado, con sus excéntrica indumentaria- mientras firmaban jugosos contratos para proveerlo de armas, aviones y variedad de productos, recibir el petróleo y, además, en el caso de Berlusconi, hacerse su socio particular y acordar la contención ruda de inmigrantes hacia Italia, como lo formalizó también con la Unión Europea. En la cumbre del G-8, en 2009, en Italia, se fotografió con su colorido batón al lado de los muy circunspectos líderes del mundo, incluido Barack Obama. En New Cork, acampó en los patios de Donald Trump Enterprise, antes de una deshilvanada perorata en la ONU.

No obstante, el socarrón de Kadhafi no desaprovechó oportunidad para refirmar su solidaridad con el pueblo palestino, la necesidad de la integración del mundo árabe y de África, continente del que se proclamó “rey de reyes”, y para recordarles a sus contertulios a los luchadores contra el colonialismo y los objetivos de su causa, con rostros y mapas estampados en sus camisas.

En reciprocidad por la apertura libia, varios dirigentes europeos viajaron a Trípoli a darle el abrazo al ayer odiado instigador del terrorismo. Allá fueron Aznar -que alelado sigue reclamando fidelidad para el amigo- y el Rey de España y Sarcozzi. Condolezza Rice expresó en 2008 sus grandes afinidades. «Libia y Estados Unidos comparten intereses permanentes: la cooperación en la lucha contra el terrorismo, el comercio, la proliferación nuclear, África, los derechos humanos y la democracia», dijo la Secretaria de Estado de los Estados Unidos. Con indiferencia, los líderes del mundo permitieron que Libia llegara nada menos que la Comisión de Derechos Humanos y al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el mismo que forzadamente determinó acciones en su contra en marzo pasado. Entonces para nada importó la constante denuncia sobre la dura represión interna y la brutalidad en las prisiones contra los opositores. Interés cuanto valés.


La profecía autocumplida

Pero la luna de miel de Kadhafi con Occidente fue corta.. En medio de las protestas que exigen cambios en el mundo árabe, se dieron las primeras manifestaciones en Libia y tras confusos enfrentamientos, con argumentos humanitarios, Europa y Estados Unidos, que hasta ese momento se habían hecho los de la vista gorda con la situación interna, inmediatamente le voltearon la espalda: advertencias, solicitud de juicio por la Corte Internacional de Justicia, embargo de depósitos y bienes, la marina estadounidense atenta en el Mediterráneo, declaración de una zona de exclusión aérea, las fuerzas de la OTAN bombardeando, apoyo abierto a las fuerzas antigubernamentales sin claridad sobre su origen ni fines.

El escenario inicial fue de manipulada y confusa información, con fuente aún indeterminada, que infló cifras de muertos e inventó masacres y bombardeos -lo que no quiere decir que no se hayan dado, por cientos y con armas y aviones provistos por Occidente. Hay dos bandos enfrentados. Los rebeldes acusan a Kadhafi de utilizar mercenarios pero él señala lo contrario. Los aliados rápidamente tomaron partido. En tal situación, queda la pregunta: ¿no son los libios quienes deben decidir su suerte? Y, además, ¿por qué, cuando el agresor es Israel contra los palestinos, la ONU no funciona y las advertencias se silencian? Será que los palestinos no merecen protección humanitaria.

En una comparecencia pública delante del palacio bombardeado en 1986 y junto a la escultura del puño capturando un misil, símbolo de la resistencia, Kadhafi, vestido como un beduino con gorro y batón marrones, reaccionó airado contra los “imperios que drogan y alcoholizan a los manifestantes”, responsabilizó a Ben Laden -lo que a la luz de las evidencias es verosímil y muy preocupante-, recordó que él era de los que había luchado contra los italianos y las bases extranjeras por la independencia, juró que moriría en su ley porque sabía “que el pueblo libio ama a Kadhafi” y, que quien no, “merece morir”, todo lo cual, salvo las amenazas, sonó a retórica hueca y alucinada. Pero aún cuenta con miles de seguidores que ahora enfrentan una ocupación extranjera.

El levantamiento en Libia parece tener causas más políticas que sociales, de acuerdo con los datos del informe de desarrollo humano 2010 de la ONU. Pero otras cifras hablan de un enorme desempleo, carencias y una juventud hastiada. Hay evidencias que esta situación, la crisis del Medio Oriente y la necesidad de garantizar reservas petroleras llevaron a Estados Unidos y sus aliados europeos a fraguar la caída del líder libio instigando y apoyando el levantamiento armado. Queda la duda sobre si la Revolución Verde de Libia sufrió una involución, soporta una conspiración o siempre fue un espejismo en el desierto.

Las fuerzas opositoras son un misterio cuyos rastros llevan a una reunión fundacional en Estados Unidos, en 2007, financiada con fondos de la Fundación Nacional para la Democracia. Exfuncionarios de Kadafi lo abandonan y se declaran partidarios del cambio. Remanentes de la monarquía sitos en Europa anuncian su retorno. El escritor Hashin Matar, cuyo padre está desaparecido en alguna cárcel de Trípoli desde 1990 por su oposición al régimen, montó un servicio de información desde Londres y representa un proyecto liberal pro-occidental. La mayoría de combatientes pertenecen a Al Qaeda y las potencias - lideradas por Barack Obama, el primer presidente negro de los Estados Unidos y Nobel de Paz- podrían estar pariendo otro infierno como en Irak, Afganistán y Pakistán

El ímpetu inicial de los rebeldes parece haber sido neutralizado por las fuerzas militares y las milicias leales a Kadafi, lo que advierte una guerra civil costosa para definir el futuro del poder, el aplastamiento de la oposición sin el apoyo de tropas extranjeras en tierra, su victoria con el apoyo de los aliados y el fin aún incierto de Kadhafi e, incluso, el fraccionamiento del país con las zonas petroleras en manos de los rebeldes. Obama advierte que su país participa de una “acción colectiva”, maniatado para hacerlo bajo su propia bandera ante los fracasos en Irak y Afganistán, las próximas elecciones y el déficit fiscal que agobia la economía gringa. Junto con los presidentes de Inglaterra y Francia ya advirtió que van por Kadhafi hasta el final sin importar lo que diga la ONU.

¿Decidirán los pueblos?

El asunto libio también trastornó a la izquierda latinoamericana y mundial. Las corrientes ultra antimperialistas se niegan a cuestionar al líder libio puesto que el objetivo fundamental es defender la soberanía y desbaratar la estrategia de reposicionamiento imperial en el mundo. Fidel Castro advierte una maniobra para apropiarse de los recursos petroleros, reconoce hechos positivos de la revolución Libia, reserva sus opiniones sobre el régimen, le critica haber confiado en Occidente y asume la crisis, por obvias razones históricas, como un asunto interno que deben resolver los libios, al tiempo que Cuba condena en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU los ataques contra civiles pero rechaza cualquier intervención. Hugo Chávez, con una relación cercana a Kadhafi, intentó liderar una propuesta de mediación apoyada por los países del ALBA, sin eco. Daniel Ortega de Nicaragua, en solitario, declaró su apoyo irrestricto a Kadafi.

Un amplio sector que se expresa en páginas web, considera que es necesario cortar por la sano ya que ninguna razón táctica o estratégica justifica desentenderse de la represión, la corrupción y el autoritarismo y catalogar como revolucionario a un régimen que hace tránsito a la monarquía hereditaria tras una historia de contradicciones. En conclusión, que es hora para la izquierda de marcar la diferencia, hacer más relevantes los principios y recuperar legitimidad moral para ofrecer alternativas, sin dejar de manifestarse férreamente contra cualquier intervención e imposición de los países occidentales.

En Medio Oriente, incluida en su contexto propio Libia, los pueblos están hastiados de pobreza, represión, subyugación, falta de libertades y la opulencia de unos pocos pagada con el petróleo de todos y la indignidad del servilismo a Occidente, que consume sin medida combustibles fósiles a costa de la supervivencia del planeta . Si es esa fuerza la que se ha desatado de manera autónoma y consciente, habrá cambios positivos y de alcances inadvertidos. Si ha sido inducida, habrá una nueva fachada funcional para Occidente en los tiempos que corren. Los pueblos árabes le están mostrando al mundo el poder de la calle, de la protesta y de las redes sociales y nos están dando una lección de compromiso con su destino. Estados Unidos y Europa se mueven con cálculo para que la trama no se salga del libreto. Qué paradoja, en gran parte, el desenlace depende de lo que pase en Libia.