jueves, 5 de enero de 2012

La carroza de Bolívar


Por generosa deferencia del autor, antes de su presentación en el Hay Festival de Cartagena 2012 y puesta en venta en Colombia, tuve la grata oportunidad de leer La carroza de Bolívar, la más reciente creación del escritor de origen nariñense Evelio Rosero Diago, publicada por la editorial Tusquets de Barcelona, casa de la que obtuvo el premio de novela 2006 con Los Ejércitos, una narración magistral, bella y novedosa de un tema trillado, sempiterno y lacerante, y por eso difícil de asumir: la violencia como trasfondo del amor y las virtudes humanas. Ganadora en 2009 en Inglaterra del Foreign Fiction Prize, otorgado por el diario The Independent a la mejor obra de ficción traducida al inglés en 2008 y en 2011 del Premio ALOA, concedido en Dinamarca por escritores y editores a la mejor obra traducida al danés, a la fecha, Los Ejércitos se lee ya en 19 idiomas. Estos laureles se suman a una larga lista de premios, reconocimientos y elogios de la crítica literaria en Europa, EE.UU. y Latinoamérica.


Las peripecias de un ginecólogo disfrazado de simio el Dia de los Inocentes de 1966, prólogo de los Carnavales de Negros y Blancos de Pasto, para asustar a su mujer y gozarse la fiesta; las veleidades, el adulterio y la displicencia de aquella, la indiferencia de sus hijas, los aprovechamientos y deslealtades de sus amigos, sus infidelidades y su obsesión investigativa por demostrar que el Libertador Simón Bolívar era un canalla. Un catedrático que aburre y duerme a la mayoría de sus alumnos y se gana la tirria de algunos de ellos, miembros de una célula guerrillera, por su constante retahíla antibolivariana -fundamentada en el lamentable perfil que del Libertador hizo Carlos Marx y en los Estudios sobre la vida de Bolívar, la iracunda y desmesurada semblanza del erudito pastuso José Rafael Sañudo-, razón por la cual, luego de lograr su expulsión de la universidad lo someten a una paliza. La ira arrebatada del ricachón de la ciudad contra el artesano que construye una carroza para burlarse de su ordinariez. Son algunas de las situaciones que arman una historia genial.

Todos estos personajes y algunos más, retratados al mínimo detalle, se entrecruzan en una trama divertida, dramática, expectante, descrita de manera impecable, con un encadenamiento perfecto pero siempre sorpresivo, no exento de los ineludibles episodios de violencia propios de nuestra realidad: antes de que el ricachón destruya a tiros la carroza, que lleva como motivo su perfil burlesco agigantado, y acabe con la vida del artesano creador, el ginecólogo, al constatar el tremendo parecido de aquél con Bolívar, propone y logra la salomónica solución de variar la figura y su entorno. El grupo de constructores, gracias a la intervención justificadora de la esposa del creador, pasa de la negativa por respeto al Libertador a la colaboración entusiasmada para mostrar la verdadera catadura del “Napoleón de las retiradas”.

De nada sirven las advertencias del profesor, el obispo y el alcalde sobre la provocación y el irrespeto de mostrar al Libertador Simón Bolívar en una faceta apocada y ruin distinta a la propalada por la historia oficial, en las tertulias convocadas por el ginecólogo historiador, en las que era víctima de las burlas de sus conocidos y su mujer. Tampoco lo disuadieron situaciones desafortunadas inexplicables como el asalto al taller donde se armaba la carroza y el robo de varias piezas. El 6 de enero, Día de los Blancos y del desfile magno, el interés del ginecólogo por su pilatuna se diluye ante sus cuitas amorosas y las ganas de que su mujer lo quiera. Disfrazado de simio muere pateado por dos estudiantes revoltosos disfrazados, a mitades, de asno, que así castigan su osadía reaccionaria. Antes intentan robarse la carroza para destruirla y al fallar amenazan con dinamitarla en pleno desfile.

Un poeta humanitario -que ha probado su compromiso asesinando un policía-, traba amistad con el ginecólogo, en la misión de vigilarlo, en el ambiente y la provocación de la casa de citas en la que éste descansa sus afanes y aquél sueña perder su inocencia. Es asesinado a tiros por traidor porque, arrepentido, le advierte a su objetivo que está sentenciado a morir. El propósito de no dejar exhibir la carroza tampoco lo puede lograr el comandante del ejército y amante de la mujer del ginecólogo, pues luego de que un destacamento militar, por orden de aquél, la decomisa, los artesanos artífices atacan a los soldados, la rescatan y la esconden “a la espera del carnaval del año que viene”. Una portentosa novela, en la que la maestría narrativa de Evelio nos lleva de la comedia, a la ironía y la tragedia, con generosos recursos del lenguaje y derroche de creatividad simbólica.

Reconocido lo anterior, sin que la controversia afecte para nada la calidad indiscutible de la obra y advertido de que el enfoque, sea cual fuere, es decisión del autor -parto del supuesto de que en este caso hace explícita una posición frente al tema- , señalo una cordial discrepancia. La imagen de Bolívar que trasmite la novela, al situarse en la orilla extrema de los detractores, cae en un antibolivarismo parcial y obstinado, de buen recibo en la región pero insostenible en un análisis histórico más amplio. Pasto, es verdad, tiene mucho más que lamentar que agradecer de las gestas del ejército libertador -e incluso de la República- tal como se narra en palabras de Sañudo y en las propias del autor sobre la base de hechos ciertos. Bolívar como ser humano tuvo defectos y desatinos y sobre la Independencia caben distintas valoraciones. Pero mucho va de ello a reducir esa colosal obra y su artífice a una sucesión de episodios signados por el oportunismo, la insania, el crimen y la mentira. En este aspecto, prefiero asumir que son artificios de novela y desear que así lo entiendan los lectores. Una valoración ecuánime de Bolívar y su obra se encuentra en las biografías de Jhon Linch y David Bushnell, entre las recientes, y en la polémica contemporánea que Sergio Elías Ortiz, otro insigne historiador, sostuvo con Sañudo.

Además de una novela notable, La carroza es un gran homenaje al Departamento de Nariño, a Pasto, en particular, que a través de ella será conocida en todo el mundo con sus barrios, sus calles, sus iglesias y la belleza imponente del volcán Galeras, varias veces nombrado, una de las cuales como Urcunina, vocablo quechua que significa montaña de fuego, que ha ganado aceptación por mas cercano a los ancestros. De la mano de Rosero vuelve a Europa el conejillo de indias, ahora como provocativo cuy asado que se puede saborear en Catambuco, en las afueras de la ciudad, de camino para La Cocha (laguna en quechua), acompañado por un par de anisados y de postre un quimbolito (envuelto de maíz). De pronto, las menciones a Sandoná, famosa por los sombreros de paja toquilla, ayuden a descifrar los misterios de su nombre que bien podría tener origen en el quechua o bien en el francés.

El Carnaval de Blancos y Negros, se goza página tras página con toda la carga emotiva y simbólica de la fiesta grande de Nariño, declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Desde el 28 de diciembre, que en la época de la trama era el día del juego con agua, al 31 con las calles tomadas por los años viejos. Luego, el carnavalito de los niños, el 3 de enero, la llegada de la Familia Castañeda, el 4, el Día de los Negros -la negreada del 5-, y el 6, Día de los Blancos, la “pintica”, el “polvito” y las carrozas majestuosas. Aguardiente, serpentina, talco, cosméticos y música. Evelio hace sonar La Guaneña una y otra vez y también El miranchurito. Menciona, en homenaje postrero, a Luis “Chato” Guerrero, el gran compositor terrígeno (Cachirí, Agualongo) fallecido en 2011. Agualongo reaparece como héroe regional, más que por su defensa de la causa realista, por representar la dignidad y la valentía de un pueblo. Leyendo La Carroza de Bolívar, el Carnaval se vive. Pasto se siente.

Bogotá, enero 1 de 2012.