sábado, 14 de mayo de 2011

Lo que Ovidio Charria no pudo contar (periodismo en años aciagos II)

De niños, Ovidio Peter Charria jugaba canicas con mi papá en las polvorientas calles de Sandoná (Nariño), su tierra natal. En la lucha por la vida hizo carrera como militar y detective, lo que con el tiempo, unido a su gusto por el periodismo, lo llevó a cubrir la fuente castrense en medios en Popayán y luego en la cadena radial Caracol, con autoridad indiscutible. De su talante liberal y el deseo de ampliar el horizonte de trabajo nació Área Libre, periódico mensual para el que aprovechaba los muchos contactos que le ofrecía el oficio, incluida su cercanía y simpatía por las fuerzas militares.

Aún estudiante de bachillerato, atraído por el periodismo, lo visité en su oficina, la antigua sede de Caracol, en la siempre viva e inevitable calle 19 de Bogotá. A partir de allí hubo química, polémica y aguardiente. En muchas ocasiones aceptó mis argumentos y rectificó prejuicios políticos. Varios artículos míos aparecieron en Área Libre. Paradojas de la vida: apenas un par de años después, en un trabajo como estudiante de periodismo, hice un sentido perfil en remembranza de Ovidio.

El 17 de octubre de 1982, el avión de la Fuerza Aérea Colombiana (FAC), en el que viajaba de retorno de Israel, se fue a pique por sobrepeso -irregularidad que se ocultó- en aguas del Atlántico. Como “cortina de humo” se hizo circular la versión de que era un episodio más del misterioso y fatídico “Triángulo de las Bermudas”. Ocho de los sobrevivientes fueron rescatados antes de que la nave se hundiera paulatinamente. Parado en las alas del avión, Ovidio Peter Charria imploró infructuosamente al cielo que alguien lo rescatara. Murió solitario y abandonado. ¿Cómo llegó a ese destino fatal? La respuesta que arrojan testimonios surgidos en investigaciones sobre violaciones a los Derechos Humanos, aparentemente inconexos con la suerte de Charria, es sorprendente.

De acuerdo con las pesquisas del sacerdote Javier Giraldo sobre los nexos del General Rito Alejo Del Río con el paramilitarismo y las masacres ocurridas en Colombia en las últimas décadas, un ex -oficial del ejército afirmó ante organizaciones de derechos humanos que “Según lo relató el General Fernando Landazábal (+) a un Mayor del Ejército hoy retirado, el General DEL RÍO aprovechó su estadía en Israel entre 1982 y 1983, donde coincidió con Carlos Castaño Gil, posteriormente líder nacional de los paramilitares, para conseguir arsenales de armas con destino a la estructura paramilitar. Cuando el General Landazábal, entonces Ministro de Defensa, se enteró del asunto por fuentes confiables, envió a Israel a un periodista de su plena confianza y además ex-militar, para investigar si todo ello era cierto.

El periodista Ovidio “Peter” Charria pudo comprobarlo todo sobre el terreno y le informó por teléfono al General Landazábal que ya estaba preparado un avión (el Hércules 1003 de la Fuerza Aérea Colombiana) cargado con dichas armas, que debía aterrizar en Bogotá el 18 de octubre de 1982 y que él mismo pensaba regresarse en ese vuelo. El Ministro de Defensa preparó un operativo en el aeropuerto militar de Catam para recibirlo con una inspección minuciosa, pero el 17 llegó la noticia de que el avión había caído al mar, a 280 kilómetros de Nueva Jersey, por el sobrepeso que traía, pereciendo allí el mismo periodista Ovidio Charria.

Entre los 13 ocupantes, casi todos militares de la Fuerza Aérea, excepto el periodista y un capitán del Ejército, se salvaron 8 que fueron rescatados por un barco liberiano capitaneado por un canadiense, quien declaró su extrañeza de ver que los ocupantes “perdían tiempo” -según él- “arrojando la carga”, ya que solo tenían gasolina para 10 minutos y podrían amarizar sin riesgo de incendio.

Las jerarquías castrenses no juzgaron, sin embargo, conveniente, interrumpir la carrera militar del oficial DEL RÍO” (Sep. 9 de 2008) 1.

Sobre el episodio, el gran cronista Juan José Hoyos escribió en El Colombiano de Medellín “Tel Aviv, hace 24 años. Carlos Castaño tiene 18 años y se matricula en un curso dictado por oficiales del Ejército de Israel que no tiene nombre, sino un número: 562. Contenido: fundamentos de armamento atómico y manejo psicológico de operaciones. Trabajo de campo: bloquear un carro blindado y utilizar granadas de fragmentación entrando a un objetivo; lanzamiento de granadas múltiples; lanza cohetes RPG7; miras nocturnas; lanzamiento de obuses; fabricación de explosivos manuales... Allí, Carlos Castaño conoció a algunos militares del Batallón Colombia. Con ellos se reunía en los días de descanso. El batallón estaba destacado en el Sinaí en cumplimiento de una misión de paz ordenada por la ONU.

El curso duró un año. Con algunos de esos oficiales, tal vez pensando en forma equivocada que le hacía un bien a su patria, él planeó el envío a Colombia de un avión lleno de armas (el Hércules 1003 de la Fac) para aprovisionar a los grupos paramilitares que se estaban creando. El avión -como el barco de la Armada, que se hundió, lleno de contrabando, cerca de Tampa, durante la dictadura del general Rojas Pinilla- venía tan cargado de armas que, por culpa del sobrepeso, cayó al mar a 280 kilómetros de las costas de New Jersey. Según el periódico El Tiempo, un capitán de un barco liberiano que rescató a los ocho sobrevivientes, casi todos militares, dijo que le pareció muy raro ver a los ocupantes del avión arrojando la carga para tratar de salvar la nave, a pesar de que tenían gasolina para 10 minutos y hubieran podido amarizar sin riesgo de incendio.

En ese accidente murió el periodista Ovidio Peter Charria. Estaba tratando de desentrañar el misterio de ese avión y esas armas, por petición del ministro de Defensa, general Fernando Landazábal Reyes, quien no estaba de acuerdo con esa clase de tropelías” 2.

Landazábal, desde el Ministerio de Defensa, era un desbocado opositor al proceso de paz que adelantaba el presidente Belisario Betancur. Intérprete de la Doctrina de la Seguridad Nacional y su concepción del “enemigo interno” para Colombia, por la fecha defendía airadamente a militares que, según el Procurador Carlos Jiménez Gómez, hacían parte del grupo paramilitar Muerte A Secuestradores (MAS). Después de varias salidas provocadoras, Betancur lo pasó a retiro. Los testimonios citados muestran que a Landazábal, no obstante, le preocupaba la manera como algunos de sus subalternos encaraban la guerra antisubversiva. Años más tarde lo asesinaron por razones que aún son un misterio.

De ser las cosas como las relató el declarante, la desaparición de Ovidio en el océano fue un alivio para algunos oficiales, al menos por un tiempo, pues se llevó con él la evidencia de la génesis del paramilitarismo y la “guerra sucia” en Israel y ellos siguieron haciendo de las suyas: el mercenario israelí Yair Klein vino a entrenarlos, consolidaron sangrientamente su fuerza en el Magdalena Medio, se unificaron y crearon una estructura criminal operante en todo el país y el recorrido macabro de la muerte dejó su huella en cientos de pueblos, hasta su desmovilización parcial negociada con el gobierno de Álvaro Uribe. ¿Qué habría pasado si el periodista es rescatado? La respuesta es una incógnita pero lo más probable es que los mandos hubieran acordado, como ha sido costumbre, una versión “conveniente” que, seguramente, el mismo periodista, leal y confiado en su fuente, habría difundido. Su muerte le evitó el dolor del desengaño.

1. http://www.javiergiraldo.org/IMG/pdf/10_Elementos_probatorios_Gral_Del_Rio.pdf

2. www.elcolombiano.com/.../S/.../salim_y_los_aviones.asp