sábado, 26 de mayo de 2018

La Colombia de Gustavo Petro


Por primera vez en un siglo de existencia de las que pueden denominarse fuerzas de izquierda, un representante de esa corriente acaricia la posibilidad de llegar a la Presidencia de la República y en su defecto se ha convertido ya en factor determinante de la política del país y en el futuro inmediato. Tras setenta años de lucha guerrillera, la posibilidad de acceso al poder por propuestas alternativas se podría dar con los instrumentos de la democracia, ampliada con las conquistas de la Constitución del 91, pacto del establecimiento con un sector de la insurgencia que no logró amainar la violencia pero abrió espacios para expresiones inéditas de participación y reivindicación.

Al pueblo nunca le ha tocado
Colombia en sus doscientos años de vida republicana -el 7 de Agosto de 2019 se cumple el bicentenario de la Batalla de Boyacá que selló la independencia de la corona española- salvo el interregno breve de la Revolución de los Artesanos liderada por José María Melo de 1854, ahogada en sangre y destierro, ha sido gobernada por una minoría perteneciente a las castas acaudaladas excluyente, voraz y de espalda a los intereses de las mayorías populares, exclusión amortiguada por concesiones recortadas para aceitar el sistema, paliativos impuestos por la banca internacional o el temor al alzamiento, pues hasta los intentos reformistas fueron reversados por las fuerzas arcaicas cuando lograron alguna realización como en la “Revolución en Marcha” de López Pumarejo en 1936 o la reforma agraria y el impulso a la organización campesina del abuelo del candidato Vargas Lleras, sepultada por el papá del expresidente Andrés Pastrana, hoy aliado del terrateniente Álvaro Uribe en respaldo a Iván Duque.

La disputa por el poder entre los partidos configurados a partir de los dos bandos en que se bifurcaron los liderazgos posindependencia, el conservador hispanista y el liberal reformista, fue de elites. Primero gamonales comandando la peonada para dirimir entre camándula y libre pensamiento el rostro de la nación tras la emancipación. En el siglo XX la dirigencia aristocrática usando como carne de cañón al pueblo en sus confrontaciones por apoderarse del gobierno. La historia de las guerras civiles y sus paces acordadas sobre el reparto de puestos y presupuestos en una democracia restringida para atajar el desborde, como ocurrió con el Frente Nacional. En el siglo XXI, el liderazgo autoritario terrateniente guerrerista frente el capitalismo neoliberal aristocrático. Pero el pueblo siempre subalterno.

En ese trance, en parte por el ambiente de desamarre que generó el acuerdo de paz con las Farc en 2016, que permite a los movimientos populares, no sin costo de sacrificio a manos de los verdugos de los poderes oscuros, salir a exigir de frente sus derechos, y, en gran medida, como fruto de la cosecha que sembró en Bogotá, al ganar y hacer una Alcaldía desde una lógica de las mayorías, contrapuesta al tradicional gobierno oligárquico de la ciudad y el país, irrumpe Gustavo Petro con la fuerza arrolladora del respaldo popular ganado con el crédito de ser un hombre de batallas que no se rinde contra el autoritarismo, el paramilitarismo y la corrupción, ducho en desbaratar alambradas y emboscadas con que se blinda el establecimiento, intransigente en su compromiso en favor de los postergados y violentados y frentero con los ungidos por venir de castas o por tener su padrinazgo.

Un líder auténtico con la agenda del Siglo XXI
En Bogotá, mas allá del debate sobre lo que hizo, que logró mucho si se mide desde los sectores populares objetivo fundamental de los programas del Plan de Desarrollo de la Bogotá Humana, con resultados reconocidos por organismos especializados y las cifras del DANE, la impronta de su gobierno está en  haber demostrado que se podía, que si el propósito es claro, hay estrategia y compromiso, los cambios son posibles. Incluso en el preventivo y estrecho marco institucional vigente, diseñado para impedir reformas no controladas por los poderes establecidos, el cual tensionó para afinarlo con los mandados constitucionales del Estado Social de Derecho.

El mínimo vital de agua decían era inocuo pero ya todo el país lo asumió. Los pobres no podían vivir en estratos valorizados pero con La Hoja y otros cuantos ejemplos demostró que era posible. Los CAMAD plantearon una manera distinta de tratar la drogodependencia. Prohibió el porte de armas, acatado a desgano, y con ello dio un salto en la reducción de muertes violentas. Dijo NO a los toros, las carretas de caballos y el reciclaje sin remuneración y en eso lo copió el país. Dijo Sí a la diversidad, el animalismo, la inclusión, el ambientalismo, las culturas juveniles y con ello se puso a la vanguardia nacional con relación a las nuevas ciudadanías.

Sus apuestas en defensa de lo público y en materia de transporte multimodal sostenible, servicios públicos, aseo y disposición de basuras, educación de calidad, salud preventiva, adaptación al cambio climático, ordenamiento alrededor del agua y densificación de la ciudad, se convirtieron en temas de la agenda nacional. La desprivatización de la recolección de basuras, en la que se jugó a fondo a pesar de no pocas objeciones, permitió sondear hasta dónde el Estado puede incidir en la regulación y prestación de servicios básicos para garantizar derechos conculcados como los de los recicladores y replantear contratación lesiva a los intereses colectivos. Por eso fue destituido  mediante fallo amañado del entonces Procurador, pero también su decisión tuvo incidencias rupturistas   como la de una juez de lo contencioso administrativo que en providencia rompió  la doctrina imperante sobre la majestad del mercado y reivindicó la obligación del Estado de intervenir en defensa de la ciudadanía y los bienes públicos.

Tras la destitución reaccionó sesudo para analizar sus posibilidades, seducido ante el clamor de miles de simpatizantes objetivo de sus programas sociales o motivados por un liderazgo que asumía llevar a la lucha política las banderas de la modernidad, que le exigían no rendirse. Llenó la Plaza de Bolívar de Bogotá varias veces, antes de aceptar que frente a las formalidades había que comportarse. Traicionado en un acuerdo con el Presidente Santos de acatar las medidas de protección solicitadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a cambio de respaldo político para las negociaciones de paz, salió del Palacio Liévano para volver a los pocos días acompañado de una marea humana y quedarse hasta el final, tras una batalla jurídica colosal en todos los frentes.

El receso en el cargo y una breve gira por algunas ciudades le permitió palpar en las concentraciones el fervor que había desatado la Bogotá Humana a nivel nacional. La gente apreciaba el carácter humanista, incluyente, animalista y ecológico de su programa, su decisión y coraje para confrontar los subterfugios en los que se mantiene inmutable y con dueño la institucionalidad  y la arremetida mediática dispuesta a molerlo en público por sus osadías. De ese examen, las expectativas generadas por el proceso de paz y la constatación de que a pesar de los avatares la votación de la anterior campaña presidencial y su cauda en Bogotá se mantenían fieles. Era previsible advertir el paso a seguir.

Entusiasmo de multitudes y ruptura del discurso dominante
Durante dos años defendió ante el país y en Bogotá su gestión en la Alcaldía confrontando a su sucesor, dedicado a desmontar su legado y a servir los intereses privados, lo que lo mantuvo vigente y le permitió aprovechar a su favor los desatinos de Peñalosa. Recorrió el país como conferencista colmando auditorios para sustentar sus nuevas convicciones, entre las cuales la primordial, radical en su apuesta por proteger a la humanidad y la naturaleza del cambio climático: adiós al petróleo y los hidrocarburos. Con eso y su apego a los instrumentos democráticos y de derechos de la Organización de Estados Americanos, marcó un polémico parte aguas con la izquierda latinoamericana: ruptura con la “economía fósil”, el extractivismo,  y tránsito hacia una economía y una sociedad productivas basadas en el trabajo y el saber, el respeto al entorno, la naturaleza, la diversidad y el pluralismo en el marco del Estado Social de Derecho postulado por la Constitución de 1991. Educación como instrumento de poder que convierta al pueblo en sujeto de la historia. Un pacto social para un proyecto civilizatorio.

La precandidatura no picó en punta pero nació con opciones. El análisis de coyuntura electoral de las parlamentarias de marzo de 2018, lo llevó a una propuesta audaz y generosa, desoída con prejuicio por las otras dos candidaturas progresistas: consensuar el programa, ir a una consulta, agrupar listas al Congreso y apoyar al que la ganara. El liberal De la Calle no aceptó por distancia ideológica. La Coalición Colombia de Fajardo (Polo, Verde y fajardistas) le sacó el cuerpo con soberbia. Pero Petro iba más allá de elegir un candidato, proponía en sentido gramsciano constituir un “bloque histórico” de sectores progresistas apuntando, mas allá del Palacio de Nariño, a conjunción de sectores aunados en el poder para hacer posibles la paz y la superación de la desigualdad, la única manera de darle músculo político a la decisión de grandes cambios.

Consciente del poderoso escenario de la consulta presidencial para mantenerse expuesto y medirse en un primer sondeo frente a la fuerza del uribismo, la pactó con el exalcalde de Santa Marta, Carlos Caicedo. El case inicial fue de 2 y medio millones de votos. Si bien la consulta de la coalición de derecha e Iván Duque, el candidato ganador en el uribismo, le sacaron una amplia ventaja, Petro se consolidó en adelante en el segundo lugar en las  encuestas en forma ascendente y sin encontrar el techo que le vaticinaban.

Así inició una  campaña presidencial que advertida de los riesgos pero también de los espacios que abría el acuerdo con las Farc, se convirtió en una frenética correría por todo el país, llenando plazas con entusiasmo desbordante. Un ejercicio  democrático en el que haciendo gala de sus dotes de orador y pedagogo agitó consignas y explicitó en detalle su programa rememorando el ágora griego, para rematar con el pedido que con los días volvió cierre ritual: ¡Me llamo Gustavo Petro y quiero ser su Presidente! El poder en escena del que habla Balandier, con la narrativa de los de abajo que reclama Benjamín, el sustrato democrático de la acción comunicativa descrito por Habermas, el poder de lo simbólico y la “política del amor” que teoriza Martha Nussbaum, para resaltar la importancia de las emociones y el arte en las grandes causas humanas.

Colombia Humana: apuesta por la igualdad y la dignidad
Frente al discurso ultraconservador, pro ricos y terratenientes, contrario a los acuerdos de paz de Duque, al continuismo, desplantes clasistas y ambigüedades oportunistas sobre la paz del neoliberal Vargas Lleras, a la indefinición pasmosa y el contemporizador tránsito sosegado de Fajardo en asuntos cruciales y la orfandad partidista del gran candidato liberal De la Calle, Petro desplegó el programa de la Colombia Humana, un discurso claro de compromiso con los sectores populares, por un país a la altura del siglo XXI, de propósitos innovadores en temas clave de la humanidad y una paz positiva que vaya más allá del fin de la guerra. No promueve la lucha de clases, la evidencia para superarla, analiza aguda Sara Tufano. Desbarató el discurso guerrerista y el de la oposición formal complaciente para plantear rupturas históricas con una narrativa opuesta al continuismo de los demás candidatos, agregó brillante Luciana Cadahia. Dos analistas que otean más allá que las complacientes mesas de tertulianos y evidencian lo que en el fondo está pasando.

Un programa revolucionario como compromiso de un gran acuerdo para el futuro: Cuidado a la primera infancia, jornada única escolar y educación superior pública gratuita y de calidad, salud preventiva y fin a la intermediación de las EPS, fortalecimiento del sistema pensional público y garantía de jubilación para todos replanteando el manejo de los recursos para beneficio de los fondos privados; banca pública para impulsar pequeña y mediana iniciativa empresarial, impulso al desarrollo agrícola e industrial; riqueza a partir del trabajo y no de las rentas de tierra improductiva y la especulación financiera.

Contribuir a la subsistencia del planeta con el transito del extractivismo a energías limpias, honrar los acuerdos de paz, incumplidos en los sustancial, recuperando para la justicia transicional la comparecencia de todos los actores de la guerra para así lograr la verdad que permita una real reconciliación y pasar a un nueva etapa de nuestra historia. Recuperar la independencia y soberanía de la justicia de las garras de la mafia y la politiquería y una lucha frontal y sin concesiones contra la corrupción, de parte de un paladín que se batió solitario contra el paramilitarismo hasta romper los arreglos de impunidad imperantes y que en contra de su partido de entonces y el desdén cómodo de sus dirigentes, denunció el “carrusel de la contratación” en Bogotá, capítulo del modus operandi de la alianza criminal de políticos, funcionarios y contratistas para robarse el presupuesto público, aun sub judice en sus cabezas, prominentes hombres públicos del poder regional y nacional y sus impúdicos aliados.

Un propósito colosal que de triunfar, exige para su logro propiciar un gran consenso entre grupos afines, proclives y sensibles para constituir mayoría legislativa. La nueva composición del Congreso permite alguna esperanza, siempre que el statu quo no se enfile intransigente en su contra. La otra opción, la incertidumbre de una Asamblea Constituyente acotada a temas críticos pero que tendrá la impronta del sector que imponga las mayorías, encrucijada histórica y gran reto para el movimiento social y popular. Petro propone sentar las bases de una profunda transformación social pero ha sido claro en que su marco de acción es la Constitución de 1991, el Estado Social de Derecho y la plena realización de la carta de derechos en ella consagrados, desde luego reformada en los aspectos en que ha sido contraída y distorsionada e innovada para ponerla a tono con las nuevas demandas de la sociedad en transición, el posconflicto, una economía a escala humana y los riesgos para la supervivencia de vida en el planeta.

El turno de las mayorías postergadas
La  base electoral de Petro está compuesta por la diversidad, reivindicaciones y luchas del universo popular: indígenas, afrodescendientes, campesinos, nuevas ciudadanías, población lgbti, movimientos sociales, defensores de los derechos humanos y ambientalistas, todas las insignias de la izquierda, la intelectualidad crítica, capas medias y el pueblo raso que asumió entusiasta su convocatoria para sumar mas de un millón de personas movilizadas en 80 concentraciones realizadas en apretada agenda de dos meses a lo largo y ancho del país hasta colmar la Plaza de Bolívar el 17 de mayo en impresionante manifestación  a la que cada quien llegó porque quiso y dejó boquiabierto a mas  de un opinador. En la maratón de debates promovidos por todos los medios y en las grandes ciudades, en las entrevistas concedidas a medios dirigidos por sus malquerientes comprometidos económica o afectivamente con sus adversarios, ha exhibido con lujo su conocimiento del país, sus problemas, las vergüenzas escondidas detrás de algunos de sus adversarios y las propuestas para darle a Colombia un nuevo rumbo.

Siempre se ha advertido que no hay lucha exitosa sin símbolos que la representen y Colombia los tiene en la nostalgia y el sacrificio. La cultura política precaria del país, deformada en la confrontación bipartidista, el Frente Nacional, la pasmosa exclusión y desigualdad, está signada por la muerte que truncó las esperanzas populares, Uribe Uribe, Gaitán, Galán. Petro los amalgama y potencia en su ideario pluralista y progresista, con el compromiso del consenso para el cambio, el “sancocho nacional” de que hablara el comandante mayor del M-19, Jaime Bateman, el “país de todos” que promovió Carlos Pizarro, su último comandante, y el “acuerdo sobre lo fundamental” que exigió Álvaro Gómez Hurtado para superar el establecimiento corrupto. Todo esto lo ilustra con el pasaje bíblico de Moisés conduciendo a su pueblo en medio de las aguas del Mar Rojo separadas para permitir el paso de los hombres hacia la libertad. Algunos, cizañeros mas que ingenuos, le achacan burlonamente una pretensión mesiánica. No comprenden el profundo sentido de su llamado a nuestro pueblo para que asuma las riendas de su destino.