martes, 18 de agosto de 2009

El Derecho al revés

Jonathan Swift, “A voyage to the houyhnhnms”

Frente a las muchas veces absurdas actuaciones de las partes, los abogados y los propios jueces en los pleitos judiciales, en buena medida derivadas de la ausencia de principios éticos, la deslealtad inmoral, la ambición perniciosa, la valoración desmedida de la propia valía (la hubris de los griegos) y de contera la egolatría, la prepotencia, la soberbia y la arrogancia, bien vale la pena aplear a la ironía de un pasaje de los viajes de Gulliver sobre los pleitos en la Inglaterra de la época:

"Por ejemplo, si mi vecino se encapricha de mi vaca, contratará a un abogado para probar que mi vaca es suya. Entonces no tendré más remedio que contratar a otro abogado para defenderme, porque el Derecho impide que nadie pueda defenderse por sí mismo. Y en este pleito yo, que soy el legítimo propietario, me encuentro con dos serios inconvenientes. El primero que mi abogado, por haberse ejercitado poco menos que desde la cuna en defender las causas falsas, se ve fuera de su elemento ahora que tiene que defender una causa justa, lo que siendo para él un encargo antinatural, lo desempeña con gran cuidado, si no con disgusto. El segundo inconveniente es que mi abogado debe proceder con cautela, de manera que los Jueces no le llamen la atención, ni los compañeros le den de lado como si hubiese ofendido la práctica forense. Por todo ello únicamente tengo dos caminos para retener la vaca que es mía. El primero es sobornar al abogado de mi adversario pagándole el doble de su minuta, que así traicionará a su cliente insinuando que la justicia está de su parte. El segundo camino es que mi abogado haga que mi pretensión aparente ser tan injusta como sea posible, sosteniendo que mi vaca pertenece a mi adversario, y de ese modo, si defiende el pleito con habilidad, tal vez ganemos el favor del tribunal”.

martes, 11 de agosto de 2009

Alfonso Alexander Moncayo, Sandino y Sima


Hace cincuenta años se publicó en Pasto (Nariño-Colombia) Sima Novela apasionante acerca de una ciudad teológica, sifilítica y mística. Tras el escándalo que suscitó fue quemada y junto con su autor, tan legendario como su obra, condenada al olvido.


Un buen día de 1929, el joven escritor y poeta pastuso Alfonso Alexander Moncayo (Pasto,1910-1985) abandonó sus estudios de Ingeniería Civil en Popayán y se fue a rodar mundo con sus versos. Fue a Venezuela donde dijo “haberse jugado la vida con delicada agilidad en un juego de revolución y sangre” contra el dictador Juan Vicente Gómez. Luego estuvo en Panamá, después viajo a México y desde allí, como reportero de El Universo, fue enviado a entrevistar a Augusto César Sandino, General de Hombres Libres, quien enfrentaba la invasión de los marines a Nicaragua.

Alexander, identificado con la causa, se incorporó al que Gabriela Mistral llamara El Pequeño Ejército Loco. Por su valentía y destreza, Sandino le otorgó el grado de capitán del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua, “Capitán Colombia” para la posteridad. Muchas cosas en común sellaron una gran amistad. En particular una enorme pasión por la figura y el ideario bolivariano. La epopeya hace parte de las Memorias de Fuego de Eduardo Galeano.

La resistencia sandinista logró el retiro de las tropas estadounidenses en 1933. Sandino firmó la paz con el gobierno y luego fue asesinado (21 de Febrero de 1934). Alexander no vivió ese triste momento. Ante las tratativas de paz regresó a Colombia, mantuvo una permanente correspondencia epistolar con Sandino, sus familiares y lugartenientes y su gesta solidaria fue reconocida por el Gobierno de Alberto Lleras, a través del designado Darío Echandía quien se convertiría en su amigo y compadre al apadrinar, años después, la primera comunión de uno de sus hijos en Ipiales

Su novela testimonial Sandino se publicó en 1936 por la Editorial Ercilla de Chile, entonces una de las más importantes del Continente, con gran acogida de la critica. Al tiempo, en la prestigiosa revista Pan de Bogotá publica, por capítulos, Relatos de Sangre, sobre los mismos sucesos, considerados en los años 60 por el connotado sociólogo Darío Meza, junto con Las Guerrillas del llano de Eduardo Franco Isaza, recientemente fallecido, como los mejores testimonios históricos escritos en Colombia hasta ese momento.

Cincuenta años de Sima

En 1939, la Editorial Estrella de Bucaramanga publica Sima Novela Apasionante. Según el editor, el intelectual pastuso Alberto Quijano Guerrero, “ácido cítrico a la lacra de quienes puedan soportarlo y con toda atención a los que vencieron y vencerán en la laguna profunda de vichos asqueantes”. El subtítulo lo decía todo: Ciudad mística, teológica y sifilítica.

Sima narra las vivencias de un hijo pródigo al retornar a su ciudad natal y sus decepciones ante la vida disoluta, corrupta e hipócrita de una urbe degradada. El escenario de buena parte de la trama es la casa de citas de las Palencia frecuentada por notables y curas, desde donde se propaga la sífilis. Tragedia amenizada con amores sibilinos, venganzas y brujería. Ese mundo de lupanares y meretrices, fue reconstruido para la historia de Pasto en el ameno y documentado estudio de Eduardo Zuñiga Erazo La 19, calle del amor furtivo.

Etimológicamente, el significado es preciso para el contenido, sima: depresión, precipicio, barranco. Sima es la visión del extrañado que llega con una mirada de afuera pero termina sumido en la destrucción colectiva que carcome la vida urbana. En parte, con Sima Alexander cobró cuentas a quienes lo ignoraban, en parte, quiso hacer catarsis, sacudir el adormecimiento, la indiferencia, la pasividad y la indolencia social de décadas. Por su calidad y estilo Sima fue considerada entre las 100 mejores novelas de la historia literaria del país por el prestigioso crítico e historiador Enrique Santos Molano.

Al comprometer hechos y personajes de la cotidianidad de la capital nariñense descritos con extrema crudeza, desató un escándalo que obligó al autor a abandonar la ciudad por varios años ante la iracundia de muchos personajes aludidos que compraron los escasos ejemplares de la primera edición para incinerarlos. Exhibió de manera descarnada y exagerada, como recurso literario y de provocación, los vicios que carcomían el establecimiento en los órdenes político, religioso y social, evocando La Peste de Camus y en concurrencia con la germinante novela urbana colombiana.

El escarnio sectario contra los escritores en Pasto fue conducta recurrente. Algo similar le pasó después a Juan Álvarez con La Bucheli, en los 60, y a Edgar Bastidas, en los 70, luego de la publicación de El Fariseo, aunque, en su caso, todo lo dicho se basaba en hechos reales: las andanzas de un cura oscuro y cavernario. Por su irreverencia e intransigencia, la misma suerte corrió José Rafael Sañudo por sus polémicos Estudios sobre la vida de Bolívar, que por orden del dictador Juan Vicente Gómez - contra el cual dijo haber combatido Alexander- fueron proscritos en Venezuela.

En poesía los versos de Alexander trasmiten fuerza con un rico lenguaje, que demuestra su amplio bagaje, y recursos estilísticos elegantes. El ámbito y motivo son la tierra nativa, la selva, los viajes, la lucha, la guerra, la mujer, el yo interior, lo social, Indoamérica y Sandino. De ella decía Faustino Arias, el compositor de esa canción poema Noches de Bocargrande, en un texto muy poético: “Tal es la fuerza animal de sus poemas…Las mujeres que desfilan por sus versos (…) huelen a tierra húmeda, a agua de río claro. Son vírgenes de canela con senos de chontaduro…En su poesía hay gritos de hombre que a la vez es colono, conquistador, pasajero y boga; hay terrores de jungla, zarpazos de tigre y lujuria de solitario. Alexander es la voz de la tierra, de la tierra india, salvaje y americana”.

Volcánico como el Galeras

Alexander perteneció a la brillante generación de escritores nariñenses de comienzos de siglo XX que integraron con él, Aurelio Arturo, Guillermo Payán, Guillermo Edmundo Chávez, Emilio Bastidas, Sergio Elías Ortiz, Leopoldo López, Plinio Enríquez, José Rafael Sañudo e Ignacio Rodríguez, por nombrar algunos, preocupada por la realidad social, ansiosa de conocimientos, culta y de gran talento literario.

Tras su destierro de Pasto, Alexander se radicó en Ipiales y desde allí dio rienda suelta a sus pasiones: exploró petróleo en el Putumayo, proyectó vías y oleoductos, crió ganado, buscó guacas, perforó minas, departió como anfitrión con Gaitán y Echandía y fue juez municipal conciliador. Regresó a Pasto una década después, fue secretario del despacho departamental, fundó y escribió periódicos, publicó La vida lírica de un símbolo, en homenaje a la Virgen de Las Lajas, y Río Abajo; dejó varios libros inéditos, enfiló la pluma contra la desidia local y en favor de las causas de su tierra, fue homenajeado en 1983 por la Revolución Sandinista y murió dos años después en la pobreza y el olvido.

"Caminante curtido de aventuras y combates, espíritu rebelde y volcánico como el Galeras", lo describió Vicente Pérez Silva; "millonario de fantasías y proyectos utópicos...Capitán de su vida y de su estilo. Cabrillante magistral. Único", dijo de él Alberto Quijano Guerrero. Sobre su obra, Guillermo Edmundo Chávez, autor de Chambú, conceptuó: "Su voz, tiende a confirmar el grito profundamente humano de la gleba, o la rebeldía soterrada del indio, o la impresión del paisaje nuestro que deslumbra como una dentellada de sol, o se adentra gorgeante de júbilos en un segado milagro de robles o espigas".

Alfonso Alexander Moncayo tenía un alto sentido social y de justicia, amaba a Latinoamérica y propugnaba por su integración; era un hombre progresista, culto, comprometido con el destino de su tierra natal y con un valor literario aún ignorado en el país. Como en muchos otros casos de las letras, la música y las artes nacionales, su vida y su obra merecieron mejor suerte.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Jaime Mejía Duque, in memoriam

El nuevo Diógenes

Vengo buscando un libre que me diga
cómo es la libertad
-y no me mienta-;
que no ahueque su voz
para la muerte,
que no dibuje peces en la arena,
y que pueda correr tras la luna
como los niños de la aldea.
Vengo buscando
un hombre libre
¡libre!
Que se diga ¡me voy!
y que pueda marchar a donde quiera.
Que sea
como el río en la llanura,
manso y señor,
blando buril sobre la dura piedra,
que pueda ser el alma de las cosas
sin menoscabo de su esencia,
así como las nubes
-que son agua-,
así como los poetas
-que son tierra-. JMD

Apenas me acabo de enterar de la muerte en Santa Marta, a los 76 años, del escritor, poeta, catedrático y crítico literario Jaime Mejía Duque, el 16, 24 o 28 de julio, de paro respiratorio o infarto cardíaco, no tengo certeza, pues los escasos registros de la prensa regional, citan fechas diversas y distintas causas. Parece que la única mención a una audiencia masiva la hizo Álvarez Gardeazabal en La Luciérnaga pero tal vez ese día no la sintonicé. En general, silencio e indiferencia de los medios de comunicación sobre el fallecimiento de quien era considerado uno de los más importantes críticos literarios de Latinoamérica. Como duele la muerte de un amigo y más aún no saber cuando sucede.

Conocí a Mejía Duque a finales de los años 70 del siglo pasado en el activismo solidario con las luchas de los nicaragüenses contra Somoza y los salvadoreños y guatemaltecos para poner fin a sangrientas y cincuentenarias dictaduras bananeras. Era un hombre de muy buenas maneras, hablar cadencioso, dejo paisa de ¡A ver hombre! que delataba su origen aguadeño. Poseía una cultura envidiable, incansable y ávido lector, pasión que cultivó aún después de perder su ojo izquierdo en 1985; abrevó de Hegel y el marxismo, en la filosofía, la literatura y la historia; era abogado pero su pasión por escribir con una sola mano: la izquierda pues tenía paralizada la derecha, se impuso. Como conferencista dejó huella dentro y fuera del país. Su estatura intelectual es comparable a la de Estanislao Zuleta a quien admiró y respetó. Su eterna seriedad era timidez, no mal genio.

“No hablaba de literatura, era literatura pura. Era un hombre de letras, serio, comprometido con la sociedad en contra de un mundo desigual”, dice su esposa doña Cecilia Villazón Zubiria, quien cumpliendo los deseos de Jaime esparció sus cenizas en las playas de El Rodadero - allá se fue porque quería morir frente al mar- y ahora espera terminar el montaje de la web que, más vale tarde que nunca, va a empezar a dar cuenta de las realizaciones de este erudito políglota que aprendió inglés, ruso y alemán para leer a los autores en su lengua original, y a quien debido a su audacia de cuestionar a García Márquez en “El Otoño del patriarca o la crisis de la desmesura”, las editoriales y algunos escritores incondicionales del acomode le dieron la espalda.

No obstante escribió y publicó a mares: Literatura y realidad, Mito y realidad de Gabriel García Márquez, La Vorágine o la ruta de la muerte, Narrativa y neocolonialismo en América Latina, El otoño del patriarca o la crisis de la desmesura, Contraseña, Isaacs y María, El hombre y su novela, Ensayos, La narrativa de Manuel Cofiño López, Bernardo Arias Trujillo: el drama del talento cautivo, Tomás Carrasquilla, El nuevo Diógenes y otros poemas, Los pasos perdidos de Francisco el Hombre, Evocación de Azorín”. Fue colaborador de suplementos literarios de El Tiempo, El Espectador, El Colombiano y La Patria. Acompañó varios años a Jorge Mario Eatsman y Dario Ortiz Vidales con una página en Consigna. Fue varias veces jurado del premio Casa de las América y colaborador permanente de la revista literaria de ese centro cultural latinoamericano de La Habana.

Mi querido Jaime, la dedicatoria de tu libro Literatura y realidad, que siempre quise pero no procuré me hicieras, la escribiré con tu recuerdo, caminando por La Soledad en nuestro viaje sin puerto.