viernes, 27 de marzo de 2015

José Barros en sus canciones


José Barros, el todero (lustrabotas, minero, comerciante, cantante en los 50s con su grupo Los Trovadores de Barú, disquero con su fracasado sello Jobar, cultor de la cumbia, compositor universal) y trotamundos (dentro del país: Bogotá, Barrancabermeja, Medellín, Cartagena, y fuera: México, Argentina, Ecuador, Perú),  nació  un 21 de marzo hace un siglo en El Banco (Magdalena) “donde los violines del viento cantan viejas leyendas de amores”, como lo describió en su cuento La piragua, y cerró los ojos para siempre en Santa Marta, el 12 de mayo de 2007.

Le cantó al  amor (“Momposina”, “A la orilla del mar”, "Palomita morena"), al desamor y al despecho (“Pesares, “Busco tu recuerdo”, “Carnaval”, “No pises mi camino”, "Te conocí sin plumas"), a la madre (“Dos claveles”), al río, a las ciénagas y ensenadas, a los bogas, a su pueblo natal -“La Piragua” fue su gran homenaje a El Banco- , a los paisajes y personajes vernáculos ("El guere guere", “El vaquero”, “Patuleco”, “Las pilanderas”, “El muñeco de la ciudad”), a sus mitos y picardías (“La llorona loca”, “El gallo tuerto”), a la pobreza. Le cantó  a todo, en todos los géneros y en todos con calidad lírica y melódica (cumbia, porro, pasilllo vals -"Un solo día" por los Trovadores del Cuyo- , bolero, son,  tango -"Cantinero sirva tanda" que grabó en Perú- , ranchera) en cerca de 700 composiciones que le valieron, según dicen,  el reconocimiento de Agustín Lara como el mejor de América y en Colombia, sin duda, el de uno de los grandes maestros de la música.

El mayor legado a su país y al Magdalena grande fue su aporte a la identidad nacional y al conocimiento y difusión de nuestra idiosincrasia y nuestras miserias. De su experiencia en Segovia (Antioquia), aun hoy martirizada por la violencia y la explotación que vivió, surgió su proclama “El minero”;  del hambre que padeció en Medellín, entre sobras y putas, sus tangos desgarradores;  de los dolores de nuestra historia,  el clamor contra la “Violencia” y de la vida dura de los hombres del río brotaron “El pescador”, “Navidad negra” y “La piragua”, cuyos versos fascinaron a García Márquez y se hicieron sentir en la gala de entrega del Nobel de literatura a nuestro “Gabo”. Sensible pero estricto, buen lector y hombre culto, admiró al genio de Aracataca como también a Dostoievski y cuentan que a Lenin y Rusia socialista, inclinación que evidenció con los nombres de los tres hijos de su última relación sentimental.

Un melódico crujir de hermosa cumbia
“Me contaron los abuelos que hace tiempo, navegaba en el Cesar una piragua, que partía del Banco viejo puerto, a las playas de amor en Chimichagua. Capoteando el vendaval se estremecía, e impasible desafiaba la tormenta, y un ejército de estrellas la seguía, tachonándola de luz y de leyenda”, dice uno de los relatos musicales que por generaciones los colombianos hemos guardado en la  memoria para los momentos de nostalgia patria y bailamos emocionados coreando la voz sentida y gozona de Gabriel Romero, quien lo convirtiera en tema obligado de parrandas y festejos, desde diciembre de 1969 con los Black Stars.

Era la piragua de Guillermo Cubillos - un comerciante “cachaco” sito en El Banco- que como tantas  cosas de antaño, muchas para mal, han desaparecido. “Doce bogas con la piel color majagua, entre ellos el temible Pedro Albundia, a sus remos le arrancaban, un melódico crujir de hermosa cumbia. Doce bogas ya no reman, ya no cruje el maderamen en el agua, solo quedan los recuerdos en la arena, donde yace dormitando la piragua.”

Esta obra monumental  fue  rechazada por alguna disquera por demasiado “poética”, algo similar le sucedió a Rubén Blades con “Pedro Navaja” de parte de la Fania. No es la única anécdota de los accidentes afortunados del tema. El Albundia, del temible negro Pedro,  nació de la inspiración de unos bohemios reunidos en un bar contiguo a la emisora Nuevo Mundo y el mercado de Las Nieves, en la avenida calle 19 de Bogotá, apodado, por su peculiar olor, Orines Hilton, cuando el compositor solicitó un apellido que rimara con cumbia, según anécdota de Francisco Zumaque, amigo y arreglista de Barros a fínales de los 60.

En un lugar cercano, según el maestro  Barros, le entregó manuscrita la línea melódica a Gabriel Romero que a  la vez se la dio a conocer al discómano Hernán Restrepo Duque de la disquera Sonolux, quien  advirtió un exitazo -otra versión dice que Restrepo la conoció en un Festival Vallenato adjudicada a otro compositor, logró la aclaración y  la sugirió a la empresa-. Romero le contó a Mariano Candela (El Tiempo, 10.9.2009) que tomó la letra de un casete con la voz del compositor y las palabras que no entendió las cambió siguiendo la rima: zapoteando por capoteando, rugir por crujir, sombras por bogas. Con tanto brete y por ser una obra maestra “La piragua” tenía asegurada la gloria.

Es una de las canciones más versionadas, tanto por el autor como por cantantes y músicos  colombianos, en distintos géneros, desde el Trío Los Insuperables, quienes, después de Barros con Los Gavilanes y arreglos de Zumaqué, se disputan la primera versión junto con Alberto Pacheco -que no gustó al compositor-, pasando por el mencionado “Rumba” Romero, la interpretación vibrante de Johnny Moré con Los hermanos Martelo, la de la Filarmónica de Bogotá dirigida por Francisco Zumaqué; Carmiña Gallo en su tesitura; instrumental al órgano por Jaime Llano; Clarinete, Jaime Uribe; piano, Jorge Zapata; en las gaitas de Juancho Nieves y en cuerdas por el Trío Colombita y Roberto Gómez; en papayera por la Banda 11 de Enero de Murillo y la Marco Fidel Suárez de Medellín.

En jazz por Marta Gómez, Sinú Sax Quaertet y la reciente de Juan Pablo Balcázar Sexteto con Sofía Ribeiro, además de las fantasías de los pastusos Edy Martínez y Séptimo Sentido (Hermanos Rosales y Germán Villarreal); en fusión por Tubará, Alethia y María Mulata; salsa por Fruko y sus Tesos en Medellín, el "Pollo" Burbano en Cali y Ray Gallo y Sammy Salinas en Quilla; tropical por Los Wawanco, Juan Piña, Alberto Barros (hijo del Maestro), Hermes Niño y Juan Carlos Coronel; vallenata por  Paco Silva y Celso Piña y  hasta en  tropipop  por Carlos Vives.

En Venezuela se hizo famosa interpretada por el salsero Wladimir, vocalista de la Dimensión Latina, con la Billos Caracas Boys, Los Melódicos, instrumentalizada por Peter Delis, salseada por Adolescentes Orquesta y por el Grupo Musical Popular Latinoamericano de la Universidad de Carabobo. En merengue la grabó el dominicano Johnny Ventura; en Puerto Rico, Pijuán y su sexteto; en Nicaragua, Los Ramblers; Luisín Landáez y Los Seis del Son en Chile; en Perú la tecnocumbia de Freddy Roland y la guitarra de Roger Cruz.; en Buenos Aires se escucha en los toques del grupo Mapalé. María Dolores Pradera le puso cante y Dolores Vargas, flamenco.

Pero si hay un lugar allende nuestras fronteras donde es casi que una más del repertorio propio, abundante y maravilloso, es en Cuba. Allí impactó al tiempo que aquí, en la interpretación de la orquesta Los Latinos, al punto que hasta hoy el bailadero público más grande, en la plazoleta homenaje al histórico buque Maine, recibe alternativamente el nombre de La Piragua. Los grupos que amenizan bares y comederos de La Habana Vieja alegran a los turistas con la melodía, tanto como  con los imprescindibles Son de la loma, la Guantanamera y el Chan Chan. Al disco y sus presentaciones la han llevado, entre otros, la agrupación de música campesina Madera Buena, la vocalista Virginia Iznaga, acompañada por varios instrumentalistas estrellas, Laito Jr. y su Sonora, Mi gente, el grupo pop 3 de la Habana, Sur Caribe, Pedrito Calvo y la Justicia y Manolito Simonet y su Trabuco.

El connotado sociólogo costeño Orlando Fals Borda caracterizó de manera integral el universo cultural de la ilustre página musical que trascendió su entorno, la simbiosis hombre y río, para identificar un país, “La piragua, una cumbia, tiene esa combinación de las etnias que conforman nuestra raza cósmica: los tambores de los negros, la guacharaca de los indígenas y las melodías de algunos estilos blancos. Pero al combinarlos se siente otra cosa y se siente la esencia de aquello que es anfibio. Lo anfibio enriquece”.

Cantor del río y del corazón
Muchos colombianos en duelos o recuerdos propios o ajenos hemos llorado con “El clavelito rojo que llevo aquí en el pecho, va pregonando amores, amores maternales, yo te guardaré siempre, en el fondo de mi vida, como recuerdo santo de mi madre querida”, homenaje a la madre que se ha escuchado en toda América Latina en las versiones del tumaqueño Tito Cortés y Los Trovadores del Cuyo.

El boricua Charlie Figueroa estremeció bares con su entonación nasalizada, al estilo de la época impuesto por Daniel Santos, para cantarle al  amor perdido e inculparlo: “Busco tu recuerdo dentro de mi pecho, de nuestro pasado que fue de alegría, pero solo llegan a mi pensamiento, grandes amarguras para el alma mía”.  Igual haría Tito Cortés, en el mismo tono,  al clamar, “¡Qué me importa si tienes amores, que me quieras no es obligación, estoy pronto a sufrir los rigores, que me brinda tu negra traición!”.

Similar expresión de nostalgia y desazón sentimental trasmiten las muchas preguntas y la desdichada respuesta,  “¿Qué me dejó tu amor que no fueran pesares? ¿Acaso tú me diste tan solo un momento de felicidad? ¿Qué me dejó tu amor? Mi vida se pregunta,  y el corazón responde: pesares, pesares.” Versos de un pasillo famoso en Colombia por los Hermanos Martínez, en Latinoamérica por Julio Jaramillo y en España, en voz de doña María Dolores Pradera.

Bienvenido Granda, con su abundante bigote y su  extraño vozarrón cubano, puso un acento especial al bolero caribeño para cantar con la Sonora Matancera, “Recuerdos muy tristes me quedan al verte en la noche alumbrar, recuerdo tus labios sensuales y tu dulce miraaar, luuuna ruégale que vuelva y dile que la quiero,  que sola la espero en la orilla del maaar”.

Con el decano de los conjuntos de América, el barranquillero Nelson Pinedo impuso la oda a una mujer y la advertencia a un pretendiente y puso a bailar a todo el continente, “Mi vida está pendiente de una rosa, ella es hermosa y aunque tenga espinas, me la voy a llevar a mi ranchito, porque es muy linda mi rosa momposina. Ella me ha dado toda la inspiración, que tiene mi canción por eso yo la quiero. Ella me ha dado toda la inspiración, a mi lindo folclor por eso es mi lucero. Ay pero si llega el otro jardinero, y aunque me diga que es puro banqueño, yo no permito ni que me la mire, porque él ya sabe que yo soy su dueño.”  Y también con su  voz tropical y la Sonora, Pinedo dio a conocer al mundo al “negro que baila en Tumaco con ritmo en el corazón”.

La magia y encanto de la vida en los poblados a orillas de los ríos Cesar y Magdalena nos llegó de labios de Tony Camargo, colombiano que hizo éxito en México con Rafael de Paz, cantando, “Por las calles de Tamalameque, dicen que corre una llorona loca. Que corre por aquí, que corre por allá, con un tabaco prendido en la boca…Que te coge, que te agarra la llorona por detrás”. Pastor López, con la orquesta de Nelson Henríquez, recordó a las mujeres que desgranan maíz y le pidió  a la señora Juana María “Dígale a las pilanderas que traigan maíz panela, para hacer la chicha ´e maíz, y mande por el pilón  donde el compa Pantaleón, y cuatro cajas de velas pa´ quemarla´  en el cumbión. Que vengan de Santa Marta, pero que vengan para bailar, el son de las pilanderas de mi Banco tropical.” Estribillo que hicieron suyo a dúo  las recordadas Matilde Díaz y Celia Cruz e invita a la  danza de las pilanderas de los carnavales curramberos. La primera versión de Las Pilanderas se grabó en Argentina por la orquesta de Eduardo Armani en los 50s

Entre la inocencia y la picardía, Luis Carlos Meyer, “El Negro”, triunfó en México, cacareando con la orquesta de Paz, “Se murió mi gallo tuerto, qué será de mi gallina, a las cuatro de la mañana, le cantaba en la cocina. Cocorolló, cantaba el gallo, cocorolló a la vecina”. La primera versión la hizo el "cachaco" Milciades Garavito en los 40s. Mientras que Bienvenido Granda, “El bigote que canta”, trinaba con la orquesta de Juancho Esquivel, “El picaflor chupa la flor y a mí me gusta chupar  tu boca, ven para acá mi dulce amor, que solo a mí me toca. Cuando yo mi mano te dé, enseguida te llevó a Magangué”.

La navidad colombiana no sería lo mismo sin el pedigüeño “Qué me vas a dar”  de Tony Ávila al “arbolito de navidad que siempre florece los 24”, aconsejándole “no le des juguete a mi cariñito que ha sido ingrato” y, menos, sin escuchar y bailar con la orquesta de Lucho Bermúdez, cantada por Matilde Díaz la cumbia sentida, “En la playa blanca, de arena caliente, hay rumor de cumbia y olor de aguardiente. La noche en su traje negro, estrellas tiene a millares y con rayitos de luna, van abriendo los cantares. La gaita se queja, suenan los tambores, en la nochebuena de los pescadores”.

La pobreza de los hombres que sobreviven con lo que da el río, la narró Leonor González Mina, “La Negra Grande de Colombia”, con su voz terrígena y denunciante,  “El pescador habla con la luna, el pescador habla con la playa, el pescador… no tiene fortuna, solo su atarraya”. La tragedia de la esclavitud de la población  negra y de los socavones la contó con excelsa y melódica entonación Cheo García acompañado por la Billos Caracas Boys, “Qué será lo que busca el minero, en la oscuridad de la mina, la muerte rápida o lenta, o su esperanza perdida. Acaso busca ilusiones, y solo encuentra quimeras… en aquellos socavones, de la mina traicionera. Sin embargo va cantando, camino del socavón,  en el aire va quedando, su más querida ilusión”.

Pero quizá la mayor  impronta de José Barros en el alma de los colombianos quedó plasmada en el ruego por el fin de la violencia que azotó al país a la par con la aceptación de sus líricas y melodías, la que vivió desde niño y de la que fue testigo hasta su muerte, la que todavía padecemos. Un cumbia triste en la voz de Gabriel Romero que hoy se junta  con nuestras esperanzas para clamar:

“Oigo un llanto, que atraviesa el espacio, para llegar a Dios. Es el llanto, de los niños que sufren, que lloran de terror. Es el llanto, de las madres que tiemblan, con desesperación. Es el llanto, es el llanto de Dios. ¡Violencia, maldita violencia!  Por qué te empeñas en teñir de sangre la tierra de Dios, por qué no dejas que en el campo crezca nazca nueva floración. ¡Violencia! por qué no permites que reine la paz, que reine el amor, que puedan los niños dormir en sus cunas sonriendo de amor. ¡Violencia, por qué no permites que reine la paz!”.