jueves, 10 de septiembre de 2015

Carta de Jamaica: La Patria Grande de Bolívar

Batalla de Araure, Tito Salas.

























En 1815, en momentos críticos para el proceso independentista de las colonias de la monarquía española en América, ante la derrota de la Segunda República en Venezuela, la restauración de Fernando VII en el trono con el respaldo de la Santa Alianza, tras el revés de Napoleón Bonaparte en Waterloo, y la invasión de tropas realistas al mando de Pablo Morillo a Venezuela y Nueva Granada, Simón Bolívar llega a Cartagena para sumarse a la resistencia patriota, pero las rencillas internas y el rechazo de algunos  dirigentes locales lo obligan a instalarse en Jamaica para gestionar apoyos a la causa.

En la isla caribeña padeció increíbles dificultades económicas para un hombre de origen mantuano -los ricos en la Venezuela de entonces-, entre otras, no tener con qué pagar la  pensión donde se hospedaba, angustias que comunicaba urgido a su amigo y mecenas Maxwell Hyslop. También enfrentó las acechanzas de los sicarios pagados por la comandancia de las tropas imperiales, de uno de cuyos intentos, a manos de un dependiente suyo sobornado, logró salvarse  al abandonar el lugar de residencia para disfrutar de la compañía de Julia Corbier en otro lecho, pero su amigo Félix Amestoy, vencido por el sueño y para guarecerse de la lluvia, ocupó la hamaca de Bolívar y fue asesinado a puñaladas,

Acosado por las carencias y riesgos el Libertador concluye el documento titulado "Carta de un caballero meridional a un ciudadano de esta isla", para la posteridad Carta de Jamaica, considerada, con los antecedentes Manifiesto de Cartagena y Manifiesto de Carúpano, uno de los escritos fundamentales de su pensamiento.

Dictada por Bolívar  a su escribiente, el coronel Pedro Briceño Méndez, la sesuda  y anticipatoria epístola, contentiva de un extraordinario análisis de la coyuntura mundial y continental, las razones y condiciones para la independencia y las posibilidades de un futuro promisorio, fue culminada y suscrita por el Libertador en Kingston el 6 de Septiembre de 1815 e inmediatamente traducida al inglés por el voluntario canadiense Jhon Roberston.  La copia más antigua está en inglés, fue impresa en 1818 por la "Jamaican Quaterly and Literary Gazzette" y se encuentra  en el Archivo Nacional de Colombia. 

La primera versión impresa en español data de 1833, incluida en la Colección de "Documentos Relativos a la Vida Pública de El Libertador", reunida por Francisco Javier Yánez y Cristóbal Mendoza. El hallazgo de una copia del original en castellano, localizada en el archivo histórico del ministerio de Cultura del Ecuador, una vez verificada su autenticidad, fue anunciado por el gobierno de ese país junto con el de Venezuela el 5 de noviembre de 2014, con la advertencia de la falta del último folio que debería contener la firma de Bolívar.

El documento  tenía como propósito dar contestación posiblemente al ciudadano de origen canadiense  Henry Cullen, aunque también especialistas sostienen que se trató de una proclama hacia el universo con un destinatario simulado. En ella, Bolívar expone las razones de la derrota que permite el retorno de los españoles, describe las luchas de los patriotas a lo largo del continente, analiza las condiciones de los pueblos dominados por la monarquía, sus fortalezas y  debilidades; justifica el esfuerzo libertario y demanda solidaridad de Europa y Estados Unidos, éstos últimos observadores pasivos en una tramposa neutralidad que les permitió apoyar a las tropas monárquicas mientras dificultaban la labor de los rebeldes.

Con vehemencia denuncia la violencia, el aniquilamiento de los pobladores originarios y sus dignidades, la expoliación, la anulación de emprendimientos, posibilidades y libertades,  y el humillante sojuzgamiento a que están sometidos los hijos de esta tierra : “Los americanos, en el sistema español que está en vigor, y quizá con mayor fuerza que nunca, no ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos propios para el trabajo, y cuando más el de simples consumidores; y aun esta parte coartada con restricciones chocantes (…). Pretender que un país tan felizmente constituido, extenso, rico y populoso, sea meramente pasivo ¿no es un ultraje y una violación de los derechos de la humanidad?

Describe con prosa bella la angustia del momento y llama a la acción, “El velo se ha rasgado, hemos visto la luz y se nos quiere volver a las tinieblas. Se han roto las cadenas; ya hemos sido libres, y nuestros enemigos pretenden de nuevo esclavizarnos. Por lo tanto, América combate con despecho; y rara vez la desesperación no ha arrastrado tras sí la victoria”. 

No obstante que ese deseo chocaba con la realidad de unas provincias que día tras día regresaban al dominio hispano en medio de una cruenta represión, suscribe la irreversibilidad de la revolución, “El suceso coronará nuestros esfuerzos porque el destino de América se ha fijado irrevocablemente”. Con certeza afirma a su destinatario que la fórmula para “expulsar a los españoles y de fundar un gobierno libre: es la unión, ciertamente; más está unión no nos vendrá por prodigios divinos  sino por efectos sensibles y esfuerzos bien dirigidos”.

Así mismo, razona sobre la inconveniencia de  la monarquía porque “los americanos ansiosos de paz, ciencias, arte, comercio y agricultura, preferirían las repúblicas a los reinos”, y del federalismo “por ser demasiado perfecto y exigir virtudes y talentos demasiado superiores a los nuestros”, advirtiendo el atraso intelectual y político de las mayorías, por lo que defiende un gobierno fuerte y centralizado para enfrentar las demandas de la guerra y sentar las bases de las repúblicas soberanas.

Con claridad acerca de las fuerzas en pugna en un proceso revolucionario y la inexorabilidad del cambio, señala dos partidos en las guerras civiles: “conservadores y reformadores”. Los primeros mas numerosos porque la fuerza de la costumbre produce “el efecto de la obediencia a las potestades establecidas”; los reformadores, “menos numerosos aunque mas vehementes e ilustrados”. Postula que el equilibrio así establecido, entre fuerza física y fuerza moral, prolonga la contienda y sus resultados son inciertos, pero para la causa emancipatoria concluye que, “Por fortuna, entre nosotros la masa ha seguido a la inteligencia”

Si bien comparte el sueño de un solo gran país conformado por las comarcas liberadas al decir: “Es una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión (…)”, también señala los límites, “mas no es posible porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América.”

Con extraordinaria lucidez advierte  las dificultades de ese propósito y, como alternativa a las ambiciones de las grandes potencias, hondea su enseña política y cultural en favor de la patria grande de manera diáfana:  “Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande Nación del Mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria".

Aconseja que se creen estados de menor tamaño pero sólidos en Centroamérica y la unión de la Nueva Granda y Venezuela con el nombre de Colombia como reconocimiento al navegante que nos dio a conocer al resto del mundo. En 1819, en el Congreso de Angostura, junto  con Ecuador y por menos de una década su deseo se cumple con la creación de la República de Colombia, pero las ruindades y dificultades que había advertido hicieron añicos el deseo del Libertador.

En la Carta, predijo casi que con recisión el mapa político de Latinoamérica a constituirse,  en su criterio, por unos 17 estados regidos por gobiernos republicanos. Cuba y Puerto Rico, que continuaban siendo colonias  luego de la Independencia de América del Sur, fueron motivo de sus preocupaciones, planes y gestiones para liberarlas del yugo español y juntarlas libres con Nuestra América. No por nada, el movimiento conspirativo que se conformó en la más grande de las Antillas para lucha por la emancipación, con la participación de una legión de latinoamericanos, entre los cuales muchos colombianos, se llamó “Soles y rayos de Bolívar”.

También fue visionario al destacar la importancia de Panamá para abrir una vía interoceánica y previendo que algún día las naciones necesitarían de una sede  para un foro planetario, postuló a ese país para tan noble causa, anticipándose a la Sociedad de Naciones y a la actual Organización de las Naciones Unidas. En la Carta de Jamaica, Bolívar da las primeras puntadas para la convocatoria a un congreso de la América libre que permitiera la constitución de una poderosa confederación de repúblicas con respeto en el mundo, intento escamoteado por intereses personalistas, chauvinismos y las movidas del naciente imperialismo  de los Estados Unidos: el malogrado Congreso Anfictiónico de  Panamá.

Correspondería al patriota cubano José Martí valorar el alcance de la gesta bolivariana y sobre su senda elevar otra pieza magistral de ovación a la heredad, su gente, su cultura y la unidad como factor fundamental de soberanía e independencia: Nuestra América. Ante lo que todavía nos ata al atraso, con los ojos mirando la hazaña del Libertador y advertido de los obstáculos puestos por quienes siempre añorarán la condición de súbditos, plasmó un reto para los siglos: “Lo que Bolívar no hizo está por hacerse todavía”

Convocatoria que asumiría en 1929 el General de Hombres Libres Augusto César Sandino al mando del Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua, un “pequeño ejército de locos”, al decir de Gabriela Mistral, que en una gesta heroica le enseñaron al mundo la dignidad de un pueblo. Rescatando el llamado de Bolívar y Martí, Sandino le dictó a su secretario personal, el pastuso Alfonso Alexander Moncayo, el “Plan para la realización del Supremo Sueño de Bolívar”, propuesta para un encuentro nuestro americano que condujera a un pacto para la defensa y la integración, que desoyeron la mayoría de los mandatarios latinoamericanos ante la mirada severa desde la frontera norte. Nuevos intentos distantes y cercanos han tenido lugar para que Indoamérica se junte frente al mundo y en ello no debe cejar pese a los instigadores y disociadores.

Hoy, cuando se conmemoran 200 años de la carta profética que expresó uno de los deseos más sentidos de Simón Bolívar, como fue la unión de la Nueva Granada y Venezuela, serias discrepancias las enfrentan. Un homenaje digno y justiciero para el hombre que condujo los ejércitos que nos dieron la Independencia, en una de las gestas más heroicas del género humano, será que mediante el diálogo constructivo y el respeto, los presidentes de los dos países, con el acompañamiento de las naciones latinoamericanas, acuerden las salidas al actual problema fronterizo guiados por el pensamiento germinal, altivo y fraternal  del Libertador: “Para nosotros, la Patria es América”.