sábado, 29 de mayo de 2010

Apabullante continuismo y expectativa verde

Cabalgando en la magia de las estrategias de opinión, la manipulación publicitaria, el clientelismo y la realidad virtual de las encuestas, en las que el Presidente Uribe mantiene un incomprensible nivel de aceptación pública al que parece no hacerle mella el desbarajuste institucional, las trapisondas palaciegas, el desempleo, la persistente pobreza e indigencia, las abismales desigualdades sociales y el preocupante déficit fiscal ahondado por el asistencialismo paternalista, Juan Manuel Santos se impuso sobrado en la primera vuelta presidencial del pasado 30 de mayo y parece seguro ganador en la segunda vuelta, el 20 de junio. Una parte importante de los electores gratifica favores aunque carezca de derechos, se amedrenta con supuestas hecatombes, da fervorosas demostraciones de afecto por el caudillo y sus políticas, perdona lo imperdonable, y ratifica el respaldo a la continuidad del rumbo. Pese a todo, gana y manda el que tenga los votos.

El susto con Mockus se asume conjurado y ahora se pueden lanzar los salvavidas necesarios para intentar sacar de líos a tanto amigo tras las rejas, reversar procesos y evitar que muchos otros terminen judicializados, porque varios casos en curso (Yidispolítica, Dasgate, ejecuciones extrajudiciales, manejos para los referendo reeleccionista y rereeleccionista, mal uso de Agro Ingreso Seguro) ya no esperan la prueba reina sino los actores determinadores. En esta situación, una Fiscalía adscrita a la Presidencia -tal la propone Santos- sería como un vasito de agua en desierto del Sahara. Y a la Corte Suprema le tocará demostrar que su firmeza va más allá de pararle al macho a las agresiones de Uribe al no poder controlarla. Es evidente que el “profe” lanzó una alerta cuestionando el cómo se están haciendo las cosas, es decir, el arrogante todo vale y el cinismo de que el fin justifica los medios.

Antanas sedujo. En medio de este marasmo su propuesta por la ética, la cultura ciudadana, la democracia deliberativa, el actuar de consuno con las leyes, la educación como factor de desarrollo, es balsámica. Por ello, intelectuales y artistas y el elector de opinión viraron de su apoyo al Polo, representado hace cuatro años por la vigorosa campaña de Carlos Gaviria Díaz, un programa real de cambio de rumbo, por la rectificación en la ruta de Mockus, que se percibe más posible y menos costosa. Además atrajo a la ola de los “primivotantes” pues es el más sintonizado con las modernas tecnologías, las suspicacias de la acción comunicativa y con una juventud harta de escándalos, politiquería e hipocresía. Pero la ola verde a la hora de las urnas no fue lo que se preveía y dejó traslucir debilidades y evidenció argumentos de poco recibo en el campo oposicionista que se suponía era su bastión. La maquinaria uribista a todo vapor por Santos mostró su poderío pacientemente simulado ante los debates y las apariencias de las encuestas, la ONG Global Exchange ha identificado la coincidencia de los electorados oficialistas con las zonas beneficiarias de programas como Familias en Acción y es que no se necesita presionar directamente, el pobre es agradecido.

Ambigüedades e incertidumbres

Hay incoherencias, contradicciones y errores que denotan desconocimiento, inexperiencia e ingenuidad, en las cuales no hubiera caído un político mañoso, y que el día de elecciones le pasaron la cuenta de cobro; un fetichismo por la norma que fue fundamento de regímenes autoritarios; varios de sus aliados se han dejado en tercera fila porque el cuestionamiento ético y los procesos disciplinarios o judiciales también los tocan y eso es muy feo para quien hondea la “legalidad democrática”, y una autopropalada y pretenciosa aureola angelical de los cuatro exalcaldes ahora verdes, que procura excluir sus gestiones de cualquier cuestionamiento y sería torvo pasar de agache por moda frente a errores, desaciertos y silencios de los que seguimos padeciendo sus efectos.

Da grima que en un Estado laico, con libertad de cultos, por conveniencia electoral, el candidato verde, quien defiende la majestad constitucional, salga a dar pruebas de fe católica cuando es conocido su agnosticismo. Eso se entiende en Uribe y Santos, politeístas a interés: se hacen bautizar en iglesias evangélicas, se hacen rezar de taitas, se hacen asegurar de mamos y le besan el anillo a Monseñor Rubiano. ¡Que circo! Fatal también la afirmación de Mockus en algún debate, en contravía de la conclusión que las ciencias sociales han validado, de que sostener que la injusticia social es generadora de violencia es justificar el terrorismo. Para corregir ese exabrupto le bastaría revisar las encíclicas papales.

De otra parte, si bien la Corte Constitucional , aunque no por la sustancia, declaro inconstitucional la ley de convocatoria al referendo para la cadena perpetua a violadores de menores, Mockus sumó ese supuesto activo del peñalosismo, gancho sensible que le granjeó a su promotora la mayor votación al Senado, sin fijar una posición al respecto, en un tema indudablemente controversial, que no atiende a una concepción jurídica integral, universal, neutral, rehabilitadora y garantista, sino a la emotividad vindicativa que el establecimiento no apoyaría, por ejemplo, en los procesos que encaran los paramilitares desmovilizados. Mockus nos quedó debiendo cuál es su concepción sobre la justicia judicial, porque el problema va más allá de eficiencia, descongestión, acceso y pedagogía. Por ejemplo: el nuevo sistema penal es un monumento a la impunidad. El asunto es conceptual.

Respecto del plan económico de Mockus, socialmente atractivo, no deja de ser irónico que Rudolf Hommes, ex Ministro de Hacienda de César Gaviria, funja como furibundo mockusista y pose de doctrinero del Partido Verde. Él fue el genio de la apertura neoliberal que arrasó el campo -tarea que complementaron las autodefensas por otra vía- , del achicamiento del Estado y reducción de sus funciones a facilitador de negocios y de las reformas que llevaron a la privatización y mercantilización de la provisión de servicios y derechos sociales. Con descaro, en una de sus columnas de opinión se regocijó de que el Gobierno de Gaviria tuvo el ingenio de entretener a la izquierda, los movimientos sociales y las guerrillas desmovilizadas en los debates para consagrar los derechos fundamentales y la Democracia Participativa de papel en la Constitución del 91, mientras ellos adoptaban la catarata de leyes y decretos que posibilitaron las reformas económicas neoliberales. El modelo neoliberal hizo que el Estado Social de Derecho que proclama la Carta que ya cumple 20 años, fuera un remedo. Queda esperar que Hommes y los gaviristas que acompañan a Mockus no representen más que adhesiones.

Malo conocido o bueno por conocer

La candidatura de Antanas Mockus apuesta por modernizar las instituciones y costumbres de los colombianos de acuerdo con los valores postmaterialistas: cultura y justicia que legitimen las nuevas formas de expresión del capitalismo nativo en la lógica de generar las condiciones para un crecimiento económico acelerado, vía calificación de mano de obra y aumento de la capacidad competitiva y de consumo, aspectos en los que es fundamental elevar los niveles educativos de la población, cerrarle el paso a la ilegalidad, seguridad jurídica, mayor inversión social financiada con impuestos, efectividad y progresividad de la tributación, enfrentar el déficit fiscal, reducir la corrupción, una distribución mas equitativa del ingreso, hacer de la superación de la violencia una cruzada nacional por la vida y consolidar la seguridad y el monopolio de las armas a través de una fuerza pública eficiente y legítima. Todas características necesarias para un Estado moderno viable y acorde con los estándares del Banco Mundial. Para financiar este reto, anunció con total verdad, honestidad y responsabilidad que había que aumentar impuestos, lo que a la luz del marketing político es un suicidio y pudo pesar en su contra. Mockus no actúa como político, se equivoca, ofrece disculpas, rectifica, exhibe piel suave donde predomina el cuero duro y la aspereza. Actitudes humanas en la que sus adversarios encontraron el punto débil como si no hubiera en la historia pasada y reciente, gobernantes cuya incapacidad, escándalos o yerros se disfrazaron con el buen manejo escénico y la perorata demagógica.

La diferencia se sitúa finalmente entre el neoinstitucionalismo y el maquiavelismo en el manejo de los asuntos públicos. Santos rueda sobre el carruaje uribista, se reclama su heredero con el fardo que ello implica, tiene cancha de sobra y abundó en promesas -hasta la inverosímil de que no subirá impuestos-, para asegurar el continuismo, faro a donde se volcará toda la derecha para no quedarse por fuera de la torta, el Frente Nacional redivivo. Mockus propone que “La violencia, la desigualdad y la corrupción no pueden ser nuestro destino”, que “La vida y los recursos públicos son sagrados”, que “Con educación todo se puede” que “La unión hace la fuerza” y que hay que gobernar en equipo. Un timonazo que se desaceleró porque interpretó mal las señales de la vía, no es un cambio de rumbo pero permitiría circular con reglas. Queda pendiente fortalecer el vehículo para recorrer un camino viable, real y cierto para hacer realidad el Estado Social de Derecho, sanear las instituciones públicas, empoderar al pueblo, sacar a millones de colombianos de la pobreza, generar equidad en el reparto de competencias iniciales y crear las condiciones para una sociedad democrática, justa, pacífica y progresista.

sábado, 1 de mayo de 2010

Acuérdate de abril

¡Nos robaron! gritó indignada doña Alicia, de visita en la casa de mi familia ese 19 de abril de 1970 para seguir las elecciones pegados a una radiola Zenith, cuando al entrar la noche las emisoras dejaron de informar sobre los resultados de la votación para elegir Presidente de la República. Al otro día, los periódicos confirmaron la trampa: en los cómputos de la Registraduría ganó el conservador Misaél Pastrana, en el corazón de millones de colombianos “mi General” Rojas Pinilla. A la gente no le importaba que la “gran prensa” le restregara los meses anteriores que Rojas, al que la dirigencia conservadora y liberal acogió con entusiasmo en 1953 como el salvador de la patria, ante la horrenda hemorragia que habían desatado y no podían parar, y echó a las patadas en el 57 cuando se les quiso quedar, había sido un corrupto y execrable dictador. Le bastaba recordar, la leche y las mogollas que Sendas repartía en los pueblos, que había inaugurado la televisión, que había hecho el aeropuerto Eldorado, y decía que “oligarquía le tenía miedo” porque iba a gobernar para el pueblo. El Presidente Lleras mandó a todo el mundo a dormir temprano, Rojas se refugió en su casa y la gente se cansó de gritar ¡fraude! Parecía que no había pasado nada.

Parecía. Porque con esa fecha triste se bautizó una guerrilla populista y nacionalista que sumó gente del ala de izquierda de la Anapo, partido del General, cristianos radicalizados, disidentes de las FARC y exmilitantes comunistas, identificados en que a su proyecto de toma del poder por la vía de las armas había que ponerle pueblo y acelerador para instaurar un “socialismo a la colombiana”. El Movimiento 19 de Abril, tras esporádicas y espectaculares actuaciones, se convirtió en el dolor de cabeza del gobierno del liberal Turbay Ayala, quien le dio licencia a las Fuerzas Armadas, servicios de inteligencia y organismos de investigación judicial, para que le pusieran su “tatequieto” a los subversivos, cruzada en la cual se ensañaron con todo aquel que hablara de derechos humanos o cambio social. Sin embargo, el “eme” se metió en el alma popular y crecía imparable. El gobierno de Don Belisario Betancur tuvo que “cogerle la caña” al audaz comandante general del M-19, Jaime Bateman, de indultar a los presos políticos y amnistiar a los combatientes e iniciar negociaciones para pactar reformas políticas, económicas y sociales, propuesta a la que se acogieron la mayoría de la agrupaciones insurgentes.

Pero Colombia estaba viche para ese tipo de acuerdos. Belisario quiso quitarle a la guerrilla las banderas y la guerrilla conejeó al gobierno al hacer de la tregua un espacio táctico para escalar la guerra. El Presidente había anunciado en la posesión que en su gobierno “no se derramaría una sola gota más de sangre colombiana” y al finalizar parecía cierto porque el país quedó anémico por el desangre, pues con ese cuerpo famélico se ensañaron guerrillas, militares, sicarios del floreciente narcotráfico, y las reactivadas autodefensas al servicio de la contrainsurgencia que, luego de expandirse y estructurarse a nivel nacional, financiadas por mafiosos y hacendados con el beneplácito de políticos ultraderechistas y estamentos militares, fueron identificadas como grupos paramilitares. La Unión Patriótica, movimiento político surgido de los acuerdos con las Farc, perdió más de 3 mil militantes a manos de sicarios. Diezmados por los golpes militares y presionados por los cambios geopolíticos de finales de los 80, algunos de los grupos insurgentes optaron por la desmovilización negociada que ofreció en 1986 el liberal Virgilio Barco y proseguiría César Gaviria.

En el Departamento del Cauca, en la verdea de Santo Domingo, a donde se llega por carreteras destapadas que serpentean la cordillera, los vientos estremecen y el frío se nota en los rostros curtidos, durante meses se instaló el campamento donde se concentró el M-19 para las negociaciones. Allí visité a Carlos Pizarro León-Gómez, comandante general de esa organización, para una entrevista y luego regresé un par de veces acompañando a Rafael Pardo Rueda, director del Plan Nacional de Rehabilitación y los demás miembros del equipo negociador del gobierno. No es sino revisar las primeras fotos de los encuentros de Pizarro y Pardo para advertir que iba a pasar algo como efectivamente pasó a comienzos del 89 con la firma de los acuerdos que llevaron a la desmovilización definitiva del M-19, acuerdos que supo honrar y defender aún cuando la nefasta clase política tradicional intentó trampear para dejar sin base los compromisos, condicionando el trámite legislativo de algunos de los asuntos a que le dejaran colar arreglos a favor de la mafia. Lo de siempre.

Sonrisa cálida, mirada altiva, buenas maneras aprendidas en cuna aristocrática, atractivo y encantador para las mujeres, simpático y cordial con los hombres, pensando siempre en perspectiva, soñador, enigmático y magnético, una forma de hablar muy particular con énfasis al final de las palabras que se volvió moda como el sombrero blanco que llevó durante sus últimos años en la montaña y una prosa recursiva y emotiva, era difícil entender cómo ese joven estudiante de la Universidad Javeriana, hijo de militar y amigo de los ricos de Bogotá y Cali, fue a parar a la Juventud Comunista, a las Farc y después al M-19 y quiso hacer realidad su ideal de cambio, justicia y democracia a través de la lucha armada. Pero así como fue intransigente en su determinación insurgente también fue terco en imponer contra la oposición de muchos su decisión de acordar la desmovilización. Determinado el contenido del pacto, llegó con su gente a Tacueyó y en un acto solemne pronunció unas palabras, desenvolvió su revólver, envuelto en la bandera tricolor, y lo tiró al arrume de armas que habían hecho sus compañeros, ante el llanto incontenible de Vera Grabe. Luego viajó a Bogotá, llegó al palacio presidencial y estampó su firma en el documento junto a la del Presidente de la República para renunciar a las armas a cambio de reformas y seguir en le lucha política por los canales institucionales.

Unos meses después, estuvo en el Museo del Chicó para la presentación de un libro compilado por Jesús Antonio Bejarano, asesor de Pardo, asesinado unos años mas tarde. Lucía una camisa de seda blanca de cuello redondo que le daba un aura especial. Estaba muy contento con la sorpresiva votación que había obtenido como candidato a la Alcaldía de Bogotá, inscrito a última hora, y con la simpatía que comenzaba a despertar su candidatura presidencial, aunque se le notaba la preocupación por el riesgo inminente de un atentado en su contra, más aún cuando semanas atrás habían asesinado al carismático candidato de la UP, Bernardo Jaramillo. De las cenizas del colosal error que constituyó la toma y la monstruosidad de la retoma del Palacio de Justicia y en medio de la racha de terror desatada por el narcotráfico y el paramilitarismo, la terca izquierda convergía y se insinuaba posibilidad de cambio. La tensión no le impidió a Pizarro contarnos, en medio de risas, el episodio reciente en la Universidad Nacional, donde se había bajado de la tarima en la Plaza Che Guevara, arremangándose la camisa para agarrase a trompadas y patadas con unos saboteadores que le gritaban traidor. Se retiró del evento luego de un vino porque al día siguiente debía viajar temprano a Barranquilla en desarrollo de la campaña.

El 26 de abril de 1990, alertado por el alboroto y los murmullos recorrí a prisa los pasillos del edificio donde funcionaba el Plan Nacional de Rehabilitación y entré a las oficinas de la Consejería Presidencial para la Paz. Allí imperaba un ambiente de desazón y la mala noticia se advertía. ¿Qué pasó? Le pregunté a Ricardo Santamaría, asesor de Pardo, y enjugándose el llanto me contestó: ¡Lo mataron! En la confusión y la tristeza regresó a mi mente la imagen del día anterior, la camisa blanca de Pizarro. Un sicario lo acribilló en pleno vuelo y la escolta oficial del DAS a su servicio ultimó al asesino para sepultar cualquier confesión que pudiera llevar a los responsables: la alianza de narcotraficantes, paramilitares y el organismo de seguridad estatal, que ensangrentó al país en esos años en desarrollo de un plan de exterminio de la izquierda en auge y de cuyas andanzas criminales dan cuenta todavía hechos recientes.

Miles de personas fueron a darle el adiós al Capitolio Nacional donde fue velado. La marcha fúnebre lo acompañó a la Quinta de Bolívar para hacerle un homenaje en la casa que habitó el Libertador, su personaje más admirado. La muchedumbre lo llevó por la Avenida calle 26 hasta el Cementerio Central donde habita desde hace 20 años. Dicen algunos que lo escuchan y hasta que hace milagros. Para dar fé del compromiso del “eme”, Antonio Navarro siguió la campaña con el lema ¡Palabra que sí! En la Constitución de 1991, hija de la reacción del país bueno contra el exterminio y por sus derechos, quedaron plasmadas algunas de las ideas que motivaron su lucha. Después de una entrada a la vida política legal con bríos, el M-19 se desdibujó. Algunos de sus líderes hacen parte del Polo Democrático Alternativo, entre otros su actual candidato a la Presidencia, Gustavo Petro. Su contraparte en las negociaciones, Rafael Pardo, es también candidato presidencial por el Partido Liberal. Dos días de abril marcaron la vida de Pizarro: el de un fraude y el de su asesinato. En Colombia, dos formas históricas de truncarle los sueños a la gente.