miércoles, 11 de septiembre de 2019

BICENTENA-URIO





Deslucida y distorsionada celebración de los 200 años de nuestra Independencia
Mural homenaje a la Campaña Libertadora en Paya. Junto a Bolívar,  Simona Amaya, quien luego de integrarse al Ejercito Libertador tras la Batalla de las Termopilas de Paya, primer combate victorioso contra los españoles, cayó en combate en la Batalla del Pantano de Vargas, el 25 de julio de 1819.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                La conmemoración oficial de los 200 años de la Batalla de Boyacá (7 de agosto de 1819), confrontación que con el triunfo de los patriotas puso en desbandada a las autoridades y tropas españolas del centro de la Nuevo Granada y abrió paso a la emancipación del sur de América de la dominación colonial, fue jurásica y fingida. Para nada estuvo a la altura de “uno de los episodios más espectaculares de la historia moderna mundial”, como la calificara el reconocido profesor Perry Anderson. Con un desapacible discurso presidencial y una modesta puesta en escena en el Puente de Boyacá y un evento artístico cultural en la Plaza de Bolívar de Tunja celebró Colombia 200 años de Independencia.

Absurdo desdén por aquella epopeya en la que, según informaba el comandante de las tropas reales Pablo Morillo al reinado en crisis de Madrid tras la derrota: “Bolívar en un solo día acaba con el fruto de cinco años de campaña, y en una sola batalla reconquista lo que las tropas del rey ganaron en muchos combates [... ] Los llanos de Barcelona, los de Apure y Casanare, todos están en poder de los rebeldes [...] La suerte de Venezuela y de Nueva Granada no puede ser dudosa [...] Estos prodigios, que así pueden llamarse por la rapidez con que los han conseguido, fueron obra de Bolívar y un puñado de hombres [... ] Si llegamos a sucumbir y se pierde la Costa Firme que es la América militar, no la volverá jamás a recuperar el Rey nuestro señor, aunque para ello se empleen treinta mil hombres.”

El gobierno colombiano lució ignorante, desganado y obligado. Se sumó a la efemérides  con protocolos de rutina y el anunció de obras públicas adicionales para incluir a Santander en el plan aprobado por ley de la república para honrar los municipios de Arauca, Casanare y Boyacá que hicieron parte de la ruta de la campaña libertadora y de monumentos de los cuales se notó poco convencido de su justificación histórica. Los ministerios de Educación y Cultura  estuvieron ausentes en una época en la que el ambiente que rodeó los acuerdos de paz demandaba estrategias dirigidas a reivindicar nuestra identidad, hitos fundacionales y valores democráticos, ciudadanos  y humanistas. El Museo Nacional apenas hizo una pobre exhibición de carteles y objetos alusivos.

No se podía esperar mucho mas. En su estreno, para agradar al gobierno estadounidense en busca de su aceptación, un mal consejo  hizo que el Presidente Duque le diera agradecimiento al Secretario de Estado, Mike Pompeo, por el “apoyo crucial” de los padres fundadores a nuestra Independencia, cuando, por el contrario, Bolívar protestó por la neutralidad fingida en favor de los españoles, lo que echaba por tierra la identidad en los criterios ideológicos que guiaron los respectivos procesos emancipadores, de donde quisieron prenderse los asesores para disimular el despropósito.

No por nada, Darío Fajardo, sociólogo y profundo conocedor de los problemas agrarios, raíz de la violencia intermitente en nuestra vida republicana, dijo en un evento que sentía rabia que la Independencia la celebraran los descendientes de la clase contra la que se realizó, para referirse al mal aprendido y peor pronunciado discurso de la Vicepresidenta, Marta Lucía Ramírez, en la conmemoración de la masacre de Pienta (Charalá, 4 de agosto de 1819), tragedia que contribuyó a la victoria de Boyacá por frenar los apoyos a Barreiro de una soldadesca embrutecida con la sangre y que en el imaginario se convirtió en batalla precursora.

La paz, homenaje esquivo a la Independencia
Con el retorno del uribismo su puja por reorientar el relato histórico de la guerra y la violencia en Colombia cobró bríos. Uribe, en la conmemoración del Grito de Independencia (20 de Julio de 1810), en plena euforia de la “Seguridad Democrática”, pretendió refundar la patria y hasta le trazó el rumbo en un plan de largo plazo que pretendía culminar en 2019, en el bicentenario de Boyacá, sobre las bases de su populista Estado comunitario.

Su “tanque de pensamiento” alimentó la teoría de la ausencia de conflicto y de que violencia en el país es resultado de la agresión terrorista de signo comunista (“castrochavista”), justificatoria del combate al “enemigo interno”, con las desastrosas consecuencias que tal acepción y las prácticas que desencadena, implica para los Derechos Humanos. La vuelta de tuerca sorpresiva de su ungido, Juan Manuel Santos, replanteó esa visión para negociar  con las Farc la desmovilización sobre la base de reconocer el alzamiento armado en causas sociales y políticas. Posición histórica y valiente.

Contrastó con la decisión,  luego de la polémica pero notoria y pródiga conmemoración del Bicentenario del Grito de Independencia en el país, de dar por finalizado el asunto tras posesionarse,  sin advertir que apenas se iniciaba una época de remembranzas y que el trascurso de las negociaciones, en una década de efemérides emancipatorias, constituía un “momento de efervescencia y calor” para adelantar una estrategia pedagógica y comunicacional que concientizara a los colombianos sobre el valor de la paz, la convivencia, el respeto a la diferencia, el pluralismo y  la diversidad. Dejó  escapar “esta ocasión única y febril” -como calificó el “Tribuno del Pueblo” Acevedo y Gómez el 20 de julio de 1810. La oportunidad de una cruzada civilizatoria con la que el voto por el sí en el plebiscito a los acuerdos de paz habría sido mayoritario y habríamos dado un gran salto adelante con un proyecto progesista  de nación orientado a la solución de parte de nuestros males.

Aun con esa falencia, por fin en décadas se respiró la posibilidad de desactivar de manera progresiva la histórica confrontación violenta mediante una transacción de inclusión de excombatientes y territorios que legitimara al Estado. La ultra derecha ha hecho de todo para impedirlo y, si bien no ha podido desbaratarlo, no ceja en sus intentos por desfigurarlo como lo evidencian las andanadas contra la justicia transicional y la reorientación al negacionismo del conflicto y relativización de la responsabilidad de algunos actores, desde la dirección del Centro Nacional de Memoria Histórica.

Esfuerzo que no disimuló Duque cuando planteó que el Museo de la Memoria Histórica sería un homenaje al Bicentenario, contra la misión que le fue otorgada por ley de reconocer a las víctimas de la guerra, y anunció la reglamentación de la ley que reintroduce de manera genérica la historia de Colombia en el pensum escolar, en esa visión patriotera tan cara a las huestes derechistas. No han faltado alfiles uribistas con propuestas legislativas que buscaban controlar la libertad de cátedra, aturdidos por el cuestionamiento que promueve el pensamiento crítico, y otros que promueven “sanear” la historia en función de la democracia de élites.

Son las disputas por apropiar e imponer un relato que intenta negar que, como afirma de forma contundente el eminente historiador Hermes Tovar Pinzón: “…ni el 20 de Julio ni el 7 de agosto de 1819 fueron los hechos mas notables de la Independencia. Esas fechas son meras referencias de lenguajes no descifrados sobre una revolución que culminó en 1830 con el fracaso del proyecto socioeconómico que diseñaron los libertadores. Dicho fracaso es lo que se vislumbra hoy (…) cuando el modelo republicano hace crisis por ausencia de instituciones orientadas al bienestar y desarrollo de la gran mayoría de la sociedad”.

El Bicentenario, en twitter y en bicicleta
En esta conmemoración mediocre, no se pueden dejar de señalar algunos esfuerzos meritorios por rescatar una historia incluyente, amplia y plural, impulsados desde la academia, los medios y por algunos sectores alternativos. En general bastante menores de lo que fue la producción generada por la conmemoración de 1810, empresa intelectual bastante ignorada una década después.

Sobresale el coleccionable de la revista Semana de Historia desde las Regiones, la serie sobre Bolívar de Caracol Televisión, la colección la Historia de Colombia a través de sus billetes y estampillas de El Tiempo. El programa “200 años de una Nación en el Mundo” adelantado en forma meritoria por el Banco de la República con múltiples actividades, entre otras: producción editorial impresa y digital, la serie en video Glosario de la Independencia en plastilina,  la moneda conmemorativa dedicada a Antonio Nariño y los apreciados eventos académicos de la Biblioteca Luis Ángel Arango y red cultural de sus 23 sedes departamentales. Varias de estas piezas y actividades se publicaron por las redes sociales y algunas están dispuestas en el excelente portal web de la entidad.

La programación de la Radio Nacional de Colombia desde las regiones en su emisora, en potcast y otros medios digitales y su excelente programa del 7 de Agosto sobre cómo se vivió la Independencia desde las regiones y sectores subalternos. Los especiales impresos y digitales de El Tiempo y de El Espectador y de los espacios noticiosos de las grandes cadenas de radio y televisión, con acento en los territorios y actores sociales tradicionalmente ignorados en su aporte a las luchas de Independencia. Libertadoras llamó El Espectador su especial impreso y digital sobre mujeres en esa etapa  crucial  y en  nuestra historia. Interesante la muestra del Museo de Bogotá sobre las huellas de la Independencia en la ciudad.

Enjundiosa la obra Historia de la Primera República de Colombia 1919-1831”Decid Colombia sea, y Colombia será”, de Armando Martínez Garnica.  Ameno, novedoso y objetivo el relato de 1819 de Daniel Gutiérrez Ardila. Reivindicatorio de la lucha emancipadora en el contexto de la insurrección de los pueblos contra el régimen colonial, Bolívar y San Martín La Independencia como Proceso Continental de Medófilo Medina y Rigoberto Rueda. Como siempre, oportunos, novedosos y amenos los libros de Gonzalo España Los mejores relatos de la Independencia de América y Del grito a la victoria. De reconocer los esfuerzos de la Academia Nacional de Historia y las academias departamentales y de la Asociación Colombiana de Historiadores, hechos desde la pasión y la austeridad, que buscan eco en el alma de la nación.

En la otra orilla, el periódico Desde abajo presentó una separata de interpretación crítica, liderada por la pluma comprometida de Enrique Santos Molano. El periódico de la Central Unitaria de Trabajadores produjo un suplemento clasista y reivindicativo. Pero, en general, las fuerzas de izquierda, progresivas y alternativas, lucieron distantes de un hecho que debería ligar sus luchas en la historia.

Tal vez, lo mas destacable, el discurso del senador y  Gustavo Petro en la conmemoración por el Congreso de la Batalla del  Pantano de Vargas  que, como es común en su práctica de propalar la vacuidad,  diluyeron los medios en el comentario farandulero de la calvicie que puso al descubierto el viento feroz de aquél día, para ignorar lo que dijo: en la expropiación de los derechos legítimos de quienes fueron originarios de estas tierras y la explotación despiadada de sus descendientes están las causas de todas las violencias y en el saber y el conocimiento la vía de la paz. Reclamo respaldado por los obispos de la Iglesia Católica de Colombia el 7 de agosto de 2019 en un solitario comunicado desde las instituciones tradicionales en el que afirman “es preciso ahora sellar la independencia frente a otras realidades que nos tiranizan y destruyen.”

Fabio Rubiano, actor, director, hombre de teatro, se fajó la comedia  Historia Patria no oficial para cuestionar desde escenas de la época de la Independencia los problemas actuales. La persistencia por herencia de taras que hoy laceran nuestra sociedad (corrupción, exclusión, arribismo, discriminación, machismo, oportunismo) y  que muchos, por ignorancia o beneficio, se empeñan en mantener. Por ello suena cómplice el grito de la boba Honorata Falla en la obra: “No soy india ni española. Soy boba, soy de aquí, soy una hijueputa, y peleo por la Independencia.”

Pero  el mejor emprendimiento -como se llama ahora el esfuerzo sufrido de siempre- para conmemorar el Bicentenario, fue la maravillosa idea de María J. Cadavid y Nelson Cárdenas de recorrer la ruta de la campaña libertadora, esos 77 días de vértigo, sangre, lanzas y plomo entre Tame y el Puente de Boyacá, en bicicleta - el Bicicentenario. Desde el llano al páramo y de ahí a la meseta cundiboyacense, para corroborar en una crónica dramática salpicada de testimonios de a pie y en “caballito de acero”,  dentro del barro y la historia -escrita a cuatro manos y con fotografía de Pablo Porras-, que tras doscientos años, ahora con luz y celular, gran parte del país carece de la independencia que dan el trabajo, la tierra, la honradez y el saber. Para decir, con el subtítulo insurgente del libro, que “La libertad sigue pendiente.”