lunes, 12 de octubre de 2009

El recuerdo de Alape

Arcos, rejas, patios, puertas entreabiertas, tejados. Todo superpuesto pero abriendo fondo y allá, atrás, asoman rasgos que insinúan la catedral y el capitolio. Es una imagen evocadora de La Habana, de la serie que con el mismo nombre pintó Arturo Alape. Una pintura que exhibo con aprecio y orgullo en la pared de mi estudio. Mirándola recordé a este hermano que se fugó para quedar en la memoria el 7 de octubre de 2006.

Semanas antes de morir lo visité en su apartamento en La Soledad. Estaba exhausto en el sillón de la sala, casi sin respiración, y con voz cansina me contó que se había bajado a pie desde la Javeriana – casi 20 cuadras- donde impartía una clase sobre historia oral. Días antes había estado internado de urgencia en la clínica por el avance incontenible de la leucemia. Un abrazo y ¡Adiós, mi hermano! Fue la última y definitiva despedida

Ante las dificultades económicas para adquirir el costoso medicamento que le alargaba los días, el grupo de teatro La Candelaria ofreció una presentación solidaria que se convirtió en el último homenaje en vida al coautor de la colombianísima obra teatral Guadalupe, años sin cuenta (Premio Casa de las Américas-Cuba, 1976). El éxito editorial de su obra literaria e histórica no se tradujo en una vida de comodidades y por el contrario, al final, tuvo ira por las dificultades para afrontar los problemas de salud.

Carlos Alberto Ruíz, su nombre de registro, nació en Cali en 1938 y creció en medio de carencias. Su vocación por el arte lo llevó a estudiar pintura, actividad que cultivó a la par con la escritura, con mayor entusiasmo en los últimos años de su vida. Vendiendo ropa interior a las coperas de los bares y a las prostitutas de las casas de citas “por estricta necesidad económica”, sobrellevó la juventud hasta que la rebeldía lo instó a vincularse a la guerrilla: las nacientes Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia para salir pocos años después al hacer conciencia de que su aporte estaba en las letras y no en las balas. En homenaje a uno de los combatientes fundadores se llamó Arturo Alape para siempre.

Nos conocimos una noche de Septiembre en La Habana, ciudad mágica que nos juntó en una especial amistad. Arturo vivía allá, por hospitalidad de Casa de las Américas, desde que le tocó salir con tristeza del país amenazado de muerte como otros tantos intelectuales y políticos en los aciagos años 80 del siglo pasado, cuyos secretos apenas empiezan a conocerse. En los ratos libres del evento cultural al que asistíamos nos dejábamos llevar por charlas interminables sobre la realidad y la fantasía y sus divertidas historias sobre la cotidianidad habanera. Cuando recordaba que pronto llegaría al mundo su hija, las lágrimas le resbalaban por la mejilla y susurraba: Paloma, Paloma. Su otro hijo, Carlos, vivía allá.

Años después, y de un tiempo sin vernos, nos encontramos en un evento organizado por grupos juveniles de los barrios de Ciudad Bolívar de Bogotá, para denunciar y exigir respeto a la vida ante la grave situación de los derechos humanos en esa localidad, en la que la noche se convertía en un látigo mortal para los desafortunados que la parca señalaba. Alape preparaba La hoguera de las ilusiones, un libro testimonial de quines viven la vida desde abajo: azares y acechanzas, humillaciones y sufrimientos y el estigma eterno de culpables.

Con una foto ampliada de un momento memorable que vivimos, llegué de sorpresa a su apartamento y en la expresión de su rostro se reflejó la emoción por el regalo inesperado. También le llevaba los borradores de la investigación sobre violencia en Bogotá que yo estaba realizando en la Alcaldía y se iba a publicar, para que me honrara con su prólogo. Alape, que era un investigador y escritor exhaustivo, perfeccionista, que podía tardar hasta una década entre la idea de una obra y su materialización para que no faltara detalle, me sugirió ampliar, profundizar.

Como mi interés era generar alarma sobre lo que estaba pasando - Bogotá se había convertido para entonces (1993) en una de las ciudades más violentas del mundo -, le insistí que era urgente, que no había tiempo. Con resignación no convencida me prometió escribir un texto. Alape tenía razón, la investigación podría haber sido más completa pero mi objetivo se cumplió: los medios de comunicación resaltaron preocupados las cifras, hechos y conclusiones del trabajo y el tema se convirtió en adelante en prioridad de la agenda pública en la ciudad. A ello contribuimos los dos.

La situación ha cambiado, hoy exige otra mirada. En cambio las generosas palabras de Arturo, su pretexto para hablar de la ciudad que lo angustiaba, cada vez relumbran más en su espléndida belleza para narrar lo visible y lo invisible en la urbe: el lóbrego territorio de los miedos y la muerte.

“Bogotá es una ciudad de confluencia de imágenes, mediatizadas en una atmósfera de claros y oscuros en que el hombre citadino se sustrae y muchas veces se sumerge hasta los límites de no volverse a encontrar cuando, incluso, pierde el rastro de su propia sombra.

(…)

“imágenes visibles que concentran como color lo más inmediato y también lo más profundo de lo cotidiano, la costumbre enraizada como enredadera sobre el cuello, la parsimonia de siempre cruzar la misma calle, y abrir como cerrar la misma puesta, levantarse a la hora precisa, bañarse y salir a la calle bajo la sombra del mismo entorno, dejar la pisada sobre el mismo andén del mismo paradero, el impulso de continuar sobre la misma ruta, sin que ello signifique la pérdida de la brújula. La llegada al trabajo, la llegada a la casa en un tiempo qaue tiene como constancia, la visión abismal y paralizada de la ciudad que pareciera que nuna cambiara en la pátina de su pintura y mucho menos en su arquitectura.

Lo visible en la ciudad es como la mariposa que muera en su vuelo y su cuerpo y nunca cae sobre la tierra. La estática del vuelo humano.

(…)

“Lo invisible es lo que oscurece el día para volverlo nocturnidad, ante la sorpresa inevitable que se acuña en la mirada, la mirada se oscurece y tiembla ante la presencia del terror que carcome y rodea nuestra conciencia…El territorio de la muerte ajena, aquella muerte que para nosotros tiene el sonido de un timbre lejano, algo que no nos pertenece, que por lo tanto no sentimos como agobio ni desesperanza, simplemente lo vislumbramos acaso, como lectores de noticias de lo periódicos. La muerte ajena crece como dato que suma -nunca resta- en los empolvados archivos de la justicia”

(…)

“Es la realidad invisible con la cual convivimos, antes, durante y después del sueño de todos los días. Es levantarse con una pesadilla que horada la cabeza”.

Desde entonces volvieron a pasar varios años de saludos fugaces. Alape vivió un nuevo exilio, esta vez en Alemania, a causa, entre muchas otras, del éxito de sus dos libros sobre Pedro Antonio Marín, Manuel Marulanda Vélez, Tirofijo: la vida de un campesino guerrero, la geografía fascinante de un país casi desconocido, la historia tormentosa de un pueblo. Reportajes de largo aliento literario y estilo inconfundible que como sus libros anteriores: El Bogotazo, memorias del olvido, para el cual logró una extensa y reveladora entrevista con Fidel Castro sobre su presencia en el traumático episodio; La Paz, la violencia, testigos de excepción, Un día de septiembre y la sección de historia que realizó para la revista Alternativa, se convirtieron en lectura obligada para quien quiera comprender a la Colombia del siglo XX y encontrar claves para entender la de hoy.

A la par con sus aportes históricos también cosechó la literatura con novelas, cuentos y testimonios como La bola del monte (Premio Casa de las Américas-Cuba, 1970) Julieta, el sueño de las mariposas; Noche de pájaros, Sangre ajena, El cadáver de los hombres invisibles, Las muertes de Tirofijo, Diario de un guerrillero y Mirando el final del alba (Beca Colcultura). Otros tres libros recogen crónicas, entrevistas y reportajes publicados en distintos medios del país y del exterior, entre ellos la crónica “El ‘Borugo’ Rodrígez” laureada con el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en 1999. Una obra prolija y de calidad, reconocida por críticos nacionales y foráneos, y traducida a varios idiomas. Su talento le mereció becas de Colcultura y el Ministerio de Cultura para la creación literaria, como resultado de esta última escribió una crónica biográfica sobre el cronista policiaco Felipe González Toledo. La Universidad del Valle lo honró con el título de Doctor Honoris Causa en Literatura

En mayo de 2003 nos volvimos a encontrar en el Park Way de Teusaquillo, cerca de donde vivía. Después de un efusivo saludo casi me arrastró a su casa para mostrarme algunas pinturas de la serie sobre La Habana Vieja mientras en atropellada emoción me hablaba sobre la nueva novela en preparación.

- Mi hermano, escoge un cuadro

- Alape, yo no te lo puedo pagar ahora

- Me lo pagas cuando puedas, déjame mandarlo a enmarcar y te lo llevo a la oficina.

Una semana después asomado a la ventana de mi oficina lo veo venir con un pesado cuadro en sus hombros y de lejos escucho el grito:

- ¿Dónde lo vas a colgar, mi hermano?

Durante varios meses nos encontramos para hacerle los abonos del valor -me sirve para pagar el teléfono, decía burlón-, tomar café y charlar sobre Colombia, nuestras vidas y la novela que venía en camino. Entre tanto hizo un par de exposiciones con su serie de miniaturas sobre los desaparecidos y desterrados, publicó un poemario y en preparación de la novela, cuya estructura y contenido esbozó en Alemania, viajaba en tren y bus a Boyacá, revisaba periódicos y entrevistaba personajes curiosos como una señora con problemas mentales que deambulaba por La Soledad. Siempre en su casa había muchachos pendientes de sus orientaciones sobre historia y literatura y sus clases de la Javeriana, conferencias y charlas generaban gran interés.

Finalmente, en 2005, la editorial Seix Barral publicó El cadáver insepulto. Arturo, cumplió así con el recado de Felipe González Toledo, a quien tanto quiso, de contar la historia del capitán Tito Orozco, Ezequiel Toro en la obra, un policía liberal del lado del pueblo en la revuelta desatada por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de Abril de 1948, a quien el régimen conservador desapareció y fusiló sin dejar rastro. A través del peregrinaje de la esposa del capitán en busca de sus restos y los culpables, Alape reconstruyó de forma apasionante y literariamente impecable un episodio dramático de nuestra historia. Su contribución postrera a “La búsqueda de la verdad perdida tras los pasos de la niebla que huye. La ausencia en el amarre con la presencia que también huye en el viaje fugado”, como me escribió en la dedicatoria

Recordándolo levanto la mirada y miró fijamente la pintura que está enfrente. Entre nostalgias habaneras de ocres, marrones y celestes, Arturo Alape sonríe y dice ¡Presente! Con el abrazo de siempre.

domingo, 4 de octubre de 2009

Mercedes Sosa, “La Negra”, la voz de América

La cantora que honró la vida

“No...
Permanecer y transcurrir
No siempre quiere sugerir
Honrar la vida.
Hay tanta pequeña vanidad
En nuestra tonta humanidad
Enceguecida.
Merecer la vida es erguirse vertical
Mas allá del mal, de las caídas”.

Apenas dos semanas después de que “El Morocho”, Carlos Gardel, muriera en un accidente aéreo en Medellín, Colombia, el 9 de Julio de 1933, Día de la Independencia de Argentina, nacía en San Miguel de Tucumán, Haydé Mercedes Sosa, “La Negra”, de quien dijo Pablo Milanés “es la voz más hermosa que ha pisado la tierra”. Coincidencias premonitorias de esta América mágica: se llevaba al zorzal pero nos dejaba la paloma.

Llegó a la música popular de la mano de ese cantor y juglar magistral que fue Jorge Cafrune, presente en alguna generación de colombianos por la versión dulzona que hiciera Oscar Golden de El cacique y la cautiva pero desconocido en la profundidad y belleza de sus coplas de payador perseguido.

En el histórico Festival de Música Popular de Cosquín, Mercedes Sosa comenzó una hermosa carrera artística que junto con los atributos de su canto, su culta formación, un exigente criterio para la escogencia de su repertorio y el perenne compromiso por la justicia y la paz, la convirtieron en “La voz de América Latina”.

Siempre acompañada de excelentes músicos y compositores gauchos -algunos parte de su familia como Víctor Heredia, Nicolás Brizuela, León Gieco, Chango Farías, Antonio Tarragó. Eduardo Falú y Peteco Carabajal- convirtió en himnos de las luchas latinoamericanas por su esencia, decoro, dignidad y vida, canciones como Años de Pablo Milanés, La Maza de Silvio Rodríguez, Gracias a la Vida de Violeta Parra, Alfonsina y el mar, de Félix Luna y Ariel Ramírez, Como la cigarra de María Helena Walsh, Luna Tucumana de Atahualpa Yupanqui, Si se calla el cantor de Horacio Guarany, Soy Paz de Piero, Honrar la vida de Eladia Blázquez y las emblemáticas Canción con todos de Armando Tejada Gómez y Cesar Isella y Sólo le pido a Dios de León Gieco.

Cuanto escenario de valía hay en el mundo tuvo su presencia ante auditorios conmovidos. Hizo dúos fantásticos con Milton Nascimento, Chico Buarque y Caetano Veloso, con Charly García y Fito Páez y con una veintena de artistas de fama internacional que en buena hora concursaron para hacerle un monumental homenaje en vida como fueron los dos volúmenes de Cantora, su última producción, entre ellos Sahkira (La Maza), Lila Downs (Razón de vivir) y Juan Manuel Serrat (Aquellas pequeñas cosas).

Como artista comprometida y de coraje sufrió amenazas, la cárcel y el exilio de parte de la dictadura criminal que azotó a su país en los 70 y 80 del siglo XX. Los sandinistas en la Nicaragua de los 70 del siglo pasado, los zapatistas de Chiapas y la lucha boricua contra la presencia militar estadounidense en Vieques recibieron su voz solidaria, como muchas otras causas por la paz, contra el hambre y en defensa de la humanidad y el planeta. Fue una mujer de convicciones firmes y de afirmaciones tajantes sin engañosas cortesías. Se reiteró comunista después de abandonar el Partido Comunista por burocrático y sectario, no obstante perder amigos y admiradores por aquí y por allá.

“Política no tiene que ser sinónimo de corrupción, tiene que ser otra cosa”

En la biografía construida a través de una extensa entrevista concedida al poeta y periodista Rodolfo Braceli, expresó criterios y frases que en este momento del continente y el país invitan a pensar:

“Si lo revolucionario pasa por matar gente así como así, no, no soy revolucionaria ni lo quiero ser, ni lo puedo ser. Ya lo dije: ni jugar con los cuchillos nos dejaba mi papá. Por otra parte no soy capaz de matar un pollo. Yo sigo creyendo que las revoluciones se hacen con la conciencia de mucha gente y no con las armas de unos pocos”

“…que no vengan a decir que ya no hay izquierda ni hay derecha. ¡Que se dejen de joder con eso y coman mierda! Cómo no va a haber izquierda si hay derecha. Es más: hay más derecha que nunca. Mentira que se murieron las ideologías. Quienes dicen eso hacen ideología. ¡Ideología de derecha, por supuesto!...Que casualidad, los que todo el tiempo dicen eso son de derecha”

“…Yo soy de los que piensan que lo que está podrido no es la política en sí, sino una cantidad de políticos. Son cosas diferentes. La política es necesaria… No se quien dijo que no hay que terminar con la política, que hay que empezar con la política. Política no tiene que ser sinónimo de corrupción y de coima y de esas mierdas. Tiene que empezar a ser otra cosa. También de nosotros, de cada uno, depende que empiece la política entendida de otra manera y no como una oportunidad para llenarse los bolsillos robando”

“Mientras haya tipos nefastos que sigan apropiándose de la política, humillando a la gente pobre con prebendas, papeloneando con rubias teñidas de tetas falsas y falsos ojos celestes, mientras siga esto así esta patria no va a cambiar…es decir cada vez peor. No vamos a salir de esta mierda”

“Aquí ha habido mucha indiferencia y mucho silencio mientras el país se entregaba a paladas. Y esto que parece una democracia viene siendo una dedocracia, una autocracia. Hay personajes que para ubicarlos ya ni hace falta nombrarlos con el nombre y el apellido. Definirlos cuesta mucho, o no cuesta nada: son unos hijos de puta. Ellos son los autores del hambre…Esto es una mafia. Es muy amargo lo que digo…No odio a esa gente, no se vaya a pensar. Yo los desprecio”

“¿Por qué me enfurezco así con el capitalismo? Porque estoy contra la violencia. Porque estoy contra todas las guerras y más contra las guerras preventivas. Algo así como decir yo te mato por las dudas…Guerra preventiva, algo así como crimen preventivo”

“Estoy contra la violencia, digo, y entonces estoy contra la desocupación, porque la desocupación destruye la familia y eso es violencia, ¿no? Y estoy contra el hambre, porque el hambre destruye los cerebros y las vidas, y eso es violencia, ¿no?...Si no me equivoco todo eso es violencia, violencia que mata el presente y condena a un futuro peor”

“Por lo demás, ¿quien puede afirmar hoy que el capitalismo es un éxito? El capitalismo maneja el mundo ¡y lo que sobra en el mundo es el hambre, la desocupación, la enfermedad, el analfabetismo! Tal como van las cosas, si fuera cierto lo que no es cierto, es decir si fuera cierto que ya no hay más izquierda, a la izquierda habría que inventarla ¡urgente!”

¡Hasta siempre Negra! Te digo con Teresa Parodi:

“Mercedes, salmo en los labios

amorosa madre amada

mujer de América herida

tu canción nos pone alas

y hace que la patria toda

menudita y desolada

no se muera todavía

no se muera porque cantas”

Saludos a Don Atahualpa Yupanqui, a Jorge Cafrune, a Violeta Parra, a Alfonsina Storni y a Víctor Jara. Tus canciones se cantan con el alma. Se equivocó la paloma, El cosechero y Al jardín de la República son en mi vida la música de páginas añoradas.