En 1969, los “coroneles libres”, un grupo de militares jóvenes, nacionalistas y panarabistas, encabezados por Muhamar El Kadhafi, derrocaron al rey Idris, peón al servicio de las potencias europeas por los arreglos producto de la Segunda Guerra Mundial, algunas de cuyas batallas tuvieron como escenario suelo libio. La indecisión frente a Libia en el reparto al final de la guerra, llevó a su independencia, tras la ocupación italiana desde comienzos del siglo XX, y desataría el fin del colonialismo en África, para frustración de las potencias europeas. Antes de Italia, Libia vivió una prolongada presencia árabe y del imperio otomano.
Más de veinte siglos atrás, los griegos le dieron el nombre y fue provincia en el esplendor del Imperio Romano. Los precedieron fenicios, cartagineses y bizantinos. Esas huellas se aprecian majestuosas en ciudades como Cirenaica, Tripolitania, Leptis Magna y Sabratha. Todos estos lugares son patrimonio histórico de la humanidad, que corren el riesgo de ser destruidos por los combates en curso entre las tropas del régimen y la oposición y por la intervención de la OTAN, como ya pasó en Irak con muchas de sus reliquias, tras la ocupación liderada por Estados Unidos.
Los logros de la “Revolución Verde”, comandada por Kadhafi -quien concentró los roles de jefe político, militar y espiritual- e inspirada en su El libro verde, que, junto con el Corán, son el A,B,C de la Yamahiriya o Estado de masas árabe, socialista e islámica, no fueron pocos. En un territorio inmenso para su poca población, pero desértico, adelantó una reforma agraria, nacionalizó y modernizó la industria petrolera, retiró las bases militares extranjeras, eliminó la propiedad privada, garantizó la educación, la salud y la vivienda.
Ante la escasez de agua potable en los centros urbanos sobre las costas mediterráneas, se empeñó en la colosal obra del Río de la Vida para traer agua fósil subterránea del Sahara por una tubería de más de mil kilómetros que atraviesa el desierto desde el sur, con un costo de 24 mil millones de dólares. Tribus dispersas, disímiles y hasta antagónicas fueron organizándose en consejos populares. En una región donde el rostro y la vida de las mujeres deben estar ocultos, Kadhafi promovió su profesionalización y llevó a su guardia personal avezadas jóvenes expertas en artes marciales y en la doctrina del líder.
La simpatía y el apoyo de Kadhafi a grupos insurgentes de distintas partes del mundo, en particular a la causa palestina, llevaron a la sindicación por Estados Unidos de promover el terrorismo. En 1986, el gobierno estadounidense de Ronald Reagan hizo justicia por mano propia, disparando, desde sus bases en el Mediterráneo, decenas de misiles contra blancos civiles en Trípoli y Bengazi, que hirieron, quemaron y mataron, entre más de cien personas, a la pequeña hija adoptiva de El Kadhafi y destruyeron muchas viviendas, entre ellas una del líder. Al ataque se sumaron los efectos de drásticas medidas económicas y diplomáticas.
Tras varios atentados en capitales europeas, entre ellos la explosión en Lockerbie, Escocia, de un avión comercial de la línea estadounidense Pan American, que causó 270 muertos -acciones criminales execrables- las investigaciones sobre los responsables evidenciaron la participación del gobierno libio. En retaliación, la Unión Europea declaró el embargo económico y comercial y varios de sus miembros suspendieron las relaciones diplomáticas, la ONU impuso fuertes sanciones y EE.UU., país de origen de la mayoría de las víctimas, le declaró la guerra, como miembro del “eje del mal”.
La vuelta de tuerca
De repente, el ayer paria amaneció gran amigo de Occidente. Con el inicio del siglo XXI, luego de las advertencias de las potencias occidentales de agravar las sanciones si Libia no renunciaba a una supuesta elaboración de armas de destrucción masiva, Kadhafi dio un giro de 180º. grados en sus relaciones con Europa y Estados Unidos. Renunció a sus nunca probados intentos nucleares, se sometió a las exigencias del Fondo Monetario Internacional, concedió de nuevo los campos petroleros nacionalizados a las transnacionales, abrió el país a la inversión extranjera y reinstituyó la propiedad privada.
En un gesto político entregó a la justicia escocesa a los libios inculpados del atentado contra el avión de Pan American e indemnizó a los familiares de las víctimas. Tiempo después, Kadhafi reconoció la participación de su gobierno y entregó a los dos responsables, uno de los cuales, tras una corta condena en el Reino Unido, fue recibido como héroe en Trípoli. Frente a éste último hecho, como en el rifirrafe con Suiza por la judicialización de uno de sus hijos por maltrato doméstico, los nuevos aliados levantaron el hombro. Tanto la Unión Europea como el gobierno estadounidense de Bush hijo, levantaron las sanciones e iniciaron una activa relación comercial con Trípoli.
Para ratificar la nueva era en sus relaciones diplomáticas, Kadhafi realizó sendas visitas a las principales capitales europeas donde instaló amplios carpas, acompañado de su séquito, sus esbeltas pero recias escoltas, camellas para tomar leche fresca, cabritas para que le hicieran queso -su bocado favorito- y una parafernalia que sus anfitriones soportaban de mala gana -como las fotos a su lado, con sus excéntrica indumentaria- mientras firmaban jugosos contratos para proveerlo de armas, aviones y variedad de productos, recibir el petróleo y, además, en el caso de Berlusconi, hacerse su socio particular y acordar la contención ruda de inmigrantes hacia Italia, como lo formalizó también con la Unión Europea. En la cumbre del G-8, en 2009, en Italia, se fotografió con su colorido batón al lado de los muy circunspectos líderes del mundo, incluido Barack Obama. En New Cork, acampó en los patios de Donald Trump Enterprise, antes de una deshilvanada perorata en la ONU.
No obstante, el socarrón de Kadhafi no desaprovechó oportunidad para refirmar su solidaridad con el pueblo palestino, la necesidad de la integración del mundo árabe y de África, continente del que se proclamó “rey de reyes”, y para recordarles a sus contertulios a los luchadores contra el colonialismo y los objetivos de su causa, con rostros y mapas estampados en sus camisas.
En reciprocidad por la apertura libia, varios dirigentes europeos viajaron a Trípoli a darle el abrazo al ayer odiado instigador del terrorismo. Allá fueron Aznar -que alelado sigue reclamando fidelidad para el amigo- y el Rey de España y Sarcozzi. Condolezza Rice expresó en 2008 sus grandes afinidades. «Libia y Estados Unidos comparten intereses permanentes: la cooperación en la lucha contra el terrorismo, el comercio, la proliferación nuclear, África, los derechos humanos y la democracia», dijo la Secretaria de Estado de los Estados Unidos. Con indiferencia, los líderes del mundo permitieron que Libia llegara nada menos que la Comisión de Derechos Humanos y al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el mismo que forzadamente determinó acciones en su contra en marzo pasado. Entonces para nada importó la constante denuncia sobre la dura represión interna y la brutalidad en las prisiones contra los opositores. Interés cuanto valés.
La profecía autocumplida
Pero la luna de miel de Kadhafi con Occidente fue corta.. En medio de las protestas que exigen cambios en el mundo árabe, se dieron las primeras manifestaciones en Libia y tras confusos enfrentamientos, con argumentos humanitarios, Europa y Estados Unidos, que hasta ese momento se habían hecho los de la vista gorda con la situación interna, inmediatamente le voltearon la espalda: advertencias, solicitud de juicio por la Corte Internacional de Justicia, embargo de depósitos y bienes, la marina estadounidense atenta en el Mediterráneo, declaración de una zona de exclusión aérea, las fuerzas de la OTAN bombardeando, apoyo abierto a las fuerzas antigubernamentales sin claridad sobre su origen ni fines.
El escenario inicial fue de manipulada y confusa información, con fuente aún indeterminada, que infló cifras de muertos e inventó masacres y bombardeos -lo que no quiere decir que no se hayan dado, por cientos y con armas y aviones provistos por Occidente. Hay dos bandos enfrentados. Los rebeldes acusan a Kadhafi de utilizar mercenarios pero él señala lo contrario. Los aliados rápidamente tomaron partido. En tal situación, queda la pregunta: ¿no son los libios quienes deben decidir su suerte? Y, además, ¿por qué, cuando el agresor es Israel contra los palestinos, la ONU no funciona y las advertencias se silencian? Será que los palestinos no merecen protección humanitaria.
En una comparecencia pública delante del palacio bombardeado en 1986 y junto a la escultura del puño capturando un misil, símbolo de la resistencia, Kadhafi, vestido como un beduino con gorro y batón marrones, reaccionó airado contra los “imperios que drogan y alcoholizan a los manifestantes”, responsabilizó a Ben Laden -lo que a la luz de las evidencias es verosímil y muy preocupante-, recordó que él era de los que había luchado contra los italianos y las bases extranjeras por la independencia, juró que moriría en su ley porque sabía “que el pueblo libio ama a Kadhafi” y, que quien no, “merece morir”, todo lo cual, salvo las amenazas, sonó a retórica hueca y alucinada. Pero aún cuenta con miles de seguidores que ahora enfrentan una ocupación extranjera.
El levantamiento en Libia parece tener causas más políticas que sociales, de acuerdo con los datos del informe de desarrollo humano 2010 de la ONU. Pero otras cifras hablan de un enorme desempleo, carencias y una juventud hastiada. Hay evidencias que esta situación, la crisis del Medio Oriente y la necesidad de garantizar reservas petroleras llevaron a Estados Unidos y sus aliados europeos a fraguar la caída del líder libio instigando y apoyando el levantamiento armado. Queda la duda sobre si la Revolución Verde de Libia sufrió una involución, soporta una conspiración o siempre fue un espejismo en el desierto.
Las fuerzas opositoras son un misterio cuyos rastros llevan a una reunión fundacional en Estados Unidos, en 2007, financiada con fondos de la Fundación Nacional para la Democracia. Exfuncionarios de Kadafi lo abandonan y se declaran partidarios del cambio. Remanentes de la monarquía sitos en Europa anuncian su retorno. El escritor Hashin Matar, cuyo padre está desaparecido en alguna cárcel de Trípoli desde 1990 por su oposición al régimen, montó un servicio de información desde Londres y representa un proyecto liberal pro-occidental. La mayoría de combatientes pertenecen a Al Qaeda y las potencias - lideradas por Barack Obama, el primer presidente negro de los Estados Unidos y Nobel de Paz- podrían estar pariendo otro infierno como en Irak, Afganistán y Pakistán
El ímpetu inicial de los rebeldes parece haber sido neutralizado por las fuerzas militares y las milicias leales a Kadafi, lo que advierte una guerra civil costosa para definir el futuro del poder, el aplastamiento de la oposición sin el apoyo de tropas extranjeras en tierra, su victoria con el apoyo de los aliados y el fin aún incierto de Kadhafi e, incluso, el fraccionamiento del país con las zonas petroleras en manos de los rebeldes. Obama advierte que su país participa de una “acción colectiva”, maniatado para hacerlo bajo su propia bandera ante los fracasos en Irak y Afganistán, las próximas elecciones y el déficit fiscal que agobia la economía gringa. Junto con los presidentes de Inglaterra y Francia ya advirtió que van por Kadhafi hasta el final sin importar lo que diga la ONU.
¿Decidirán los pueblos?
El asunto libio también trastornó a la izquierda latinoamericana y mundial. Las corrientes ultra antimperialistas se niegan a cuestionar al líder libio puesto que el objetivo fundamental es defender la soberanía y desbaratar la estrategia de reposicionamiento imperial en el mundo. Fidel Castro advierte una maniobra para apropiarse de los recursos petroleros, reconoce hechos positivos de la revolución Libia, reserva sus opiniones sobre el régimen, le critica haber confiado en Occidente y asume la crisis, por obvias razones históricas, como un asunto interno que deben resolver los libios, al tiempo que Cuba condena en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU los ataques contra civiles pero rechaza cualquier intervención. Hugo Chávez, con una relación cercana a Kadhafi, intentó liderar una propuesta de mediación apoyada por los países del ALBA, sin eco. Daniel Ortega de Nicaragua, en solitario, declaró su apoyo irrestricto a Kadafi.
Un amplio sector que se expresa en páginas web, considera que es necesario cortar por la sano ya que ninguna razón táctica o estratégica justifica desentenderse de la represión, la corrupción y el autoritarismo y catalogar como revolucionario a un régimen que hace tránsito a la monarquía hereditaria tras una historia de contradicciones. En conclusión, que es hora para la izquierda de marcar la diferencia, hacer más relevantes los principios y recuperar legitimidad moral para ofrecer alternativas, sin dejar de manifestarse férreamente contra cualquier intervención e imposición de los países occidentales.
En Medio Oriente, incluida en su contexto propio Libia, los pueblos están hastiados de pobreza, represión, subyugación, falta de libertades y la opulencia de unos pocos pagada con el petróleo de todos y la indignidad del servilismo a Occidente, que consume sin medida combustibles fósiles a costa de la supervivencia del planeta . Si es esa fuerza la que se ha desatado de manera autónoma y consciente, habrá cambios positivos y de alcances inadvertidos. Si ha sido inducida, habrá una nueva fachada funcional para Occidente en los tiempos que corren. Los pueblos árabes le están mostrando al mundo el poder de la calle, de la protesta y de las redes sociales y nos están dando una lección de compromiso con su destino. Estados Unidos y Europa se mueven con cálculo para que la trama no se salga del libreto. Qué paradoja, en gran parte, el desenlace depende de lo que pase en Libia.
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