El 12 de agosto de 2010 en el quirófano, Apolinar Díaz Callejas dio su última batalla. Su cuerpo y su cerebro infatigables, gastados por 89 años recién cumplidos de agitada existencia, desde que vio la luz en Palmitos y vivió la niñez en Colosó (hoy departamento de Sucre), se apagaron. Su parábola vital trascurrió con la historia de Colombia durante casi todo el siglo XX, en algunas de cuyas páginas está presente por su pasión intelectual, su brega política, su actitud revolucionaria, su valor civil, su compromiso incansable y su temple. Al lado de Gerardo Molina, Diego Montaña Cuéllar, Orlando Fals Borda, Antonio García Nossa, Eduardo Umaña Luna, Jorge Regueros, Alfredo Vásquez Carrizosa y tantos otros grandes, hace parte de la legión de pioneros que nos legó su compromiso con las luchas sociales, políticas, ideológicas e intelectuales que se han dado en nuestro país en busca del cambio social, el respeto de los derechos humanos, la paz y la soberanía de los pueblos.
Su existir fue de batallas. Al comienzo contra la pobreza que lo llevó en la vida universitaria a grandes sacrificios y privaciones pero también a demostrar su tenacidad para sobreponerse a la adversidad y por sobre esas carencias pelearse el sueño de ser alguien. También por las causas de la humanidad que hizo suyas desde muy joven en Barranquilla y Cartagena como estudiante y con el grado de abogado recién obtenido, en sus primeras diligencias para liberar líderes del sindicalismo petrolero, campesinos alebrestados contra los tragatierras y deudores pobres encarcelados.
En esas andaba cuando el 9 de abril de 1948 asesinaron a Gaitán y el levantamiento popular lo encontró en Barrancabermeja en una nueva batalla donde los trabajadores petroleros y el pueblo liberal se insurreccionaron y lo designaron miembro de la junta revolucionaria, al lado de Gonzalo Buenahora, Arturo Restrepo, Vesga Villamizar y Rafael Rangel Gómez -quien luego se enguerrillaría-, junta que conformó una guardia rebelde, ordenó despojar de armas a la policía y fabricar cañones para la defensa, garantizó el abastecimiento, confiscó el aguardiente y organizó al pueblo para la resistencia. Tras sostenerse solos luego de que movimientos similares claudicaran, ante las promesas de no retaliación y la avanzada militar contra el centro petrolero, negociaron el cese del alzamiento, pero fueron detenidos en Bucaramanga y condenados por un consejo verbal de guerra para luego ser liberados por la presión popular. El episodio quedó impreso en los anales de las gestas populares y en su libro Diez días de poder popular en Barranca.
En adelante no se libró de carcelazos, represión, enemigos y persecución por sus ideas, perseverancia y batallas en la época de La Violencia liberal-conservadora y la dictadura. Fue promotor de una reforma agraria radical e integral para resolver el atraso, la violencia y la pobreza en el cambio colombiano, tarea aplazada desde la Independencia, de la que estamos conmemorando 200 años. Dados sus antecedentes de avanzada en el tema y cercanía al campesinado, el presidente Lleras Restrepo (1966-1970) lo nombró gobernador del recién creado Departamento de Sucre para que impulsara la reforma del sector y la organización de los usuarios campesinos. Luego de algunas invasiones de tierras y de la legalización de títulos a los labriegos, la presión de terratenientes y políticos obligó a Lleras a sacarlo de la gobernación y nombrarlo Viceministro de Agricultura, que le permitió ocupar el ministerio por encargo, pero la falta de respaldo y su aspiración de darles la batalla a los grandes propietarios en el Congreso cerró esa página de su vida.
En 1970 llegó al Senado de la República por un sector progresista del liberalismo y se hizo sentir por sus intervenciones elocuentes, comprometidas y valientes denunciando la reversión de los avances agrarios por el Gobierno de Pastrana Borrero, defendiendo las luchas de indígenas, obreros y campesinos, fustigando la injusticia como causal de la violencia y la pobreza, señalando culpables de la masacre de Vitoncó, planteando soluciones para la región de La Mojana (Sucre), de lo que dan cuenta sus libros De la Constituyente y otros temas, Del agua y el hombre, Nuestro reto y Sobre La Mojana.
Todavía se recuerda de su paso por el Congreso sus discursos vibrantes, enérgicos y compungidos a favor del gobierno socialista de Salvador Allende en Chile, contra el golpe militar yanqui pinochetista y en reclamo del respeto a los derechos humanos de los chilenos y extranjeros víctimas de la dictadura. Desde entonces la causa libertaria de los pueblos y el respeto de los derechos humanos fueron su causa. Se convirtió en constante crítico de la progresiva militarización del país y la imposición de la seguridad nacional que abriría ese período de terrorismo paraestatal que aún no se ha cerrado.
De una prolongada invitación por los países de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas vio la luz el libro de crónicas Del amazonas al Lena, editado por Progreso de Moscú que también le publicaría Reagan contra la paz y, en concurso con el filósofo jesuita estadounidense Richard McSorley y el historiador armenio Sergó Mikoyán, Problemas globales y América Latina, poco antes de colapsar la URSS, de cuyo régimen lamentó la falta de libertades aunque siempre admiró la valentía y sacrificio de los soviéticos para detener la infernal máquina de guerra de Hitler en Stalingrado.
Acompañó con entusiasmo y solidaridad las luchas de los sandinistas y demás revolucionarios centroamericanos y caribeños contra rancias y criminales dictaduras y satrapías. Participó como invitado por la ONU en la Conferencia Internacional para la Paz en el Medio Oriente. Fue fundador del Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos de Colombia, de la Asociación Latinoamericana de Derechos Humanos, miembro de la Comisión Andina de Juristas, de la Asociación Internacional de Juristas Demócratas y el Consejo Mundial por la Paz, participante de la Internacional Socialista (IS), la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina (Copppal) y articulista de Nueva Sociedad.
Siempre tuvo palabras de reconocimiento y aliento para la Revolución Cubana y condenó el bloqueo gringo a la isla. Fue invitado especial a las conmemoraciones del 26 de Julio y al Encuentro Internacional contra la Deuda Externa y cumplió su deseo de conversar coloquialmente con Fidel. Promovió con optimismo la iniciativa del Grupo de Contadora que integraron varios países de la región en la búsqueda de una paz con soberanía y democracia en Centroamérica, asfixiada por la injerencia terrorista de los gobiernos estadounidenses de Reagan y Bush padre que, a pesar de los tropiezos, años después daría frutos, coyuntura que describió en Contadora: desafío al imperio.
Luego de una amplia investigación en su muy completa biblioteca, los archivos nacionales y apoyos en los del Congreso e instituciones de los Estados Unidos, escribió Colombia-Estados Unidos. Entre la Autonomía y la Subordinación. De la Independencia a Panamá, finalista del Premio Planeta de Historia en 1996, publicada por esa misma editorial al año siguiente, y con la disertación El lema respice polum y la subordinación en las relaciones con Estados Unidos, obtuvo su aceptación como miembro de número de la Academia Colombiana de Historia, distinción que ya había merecido de la Academia de Historia de Cartagena de Indias. Recibió también la Orden del Congreso de Colombia, en el grado de Gran Cruz por sus aportes a la democracia, la paz y los derechos humanos.
En 2002, la Universidad de Cartagena le publicó Colombia y la reforma agraria: documentos fundamentales, indispensable para comprender el drama rural colombiano y la evolución de las ideas, prácticas e instituciones en la materia desde la Colonia, y en una perspectiva práctica de la reforma agraria, razón de una de sus más constantes batallas, escribió La Reforma Agraria en Colombia, Venezuela y Brasil. Nuestra costa caribe y el problema agrario. Luego publicó una bella antología sobre Colosó, su pueblo y varios ensayos sobre las perspectivas para América Latina en el Siglo XXI, la historia de las relaciones de Colombia y Cuba, la hegemonía estadounidense y la globalización.
Conocí a Apolinar a comienzos de los años 80 del siglo pasado, nos juntamos en tareas solidarias con las causas de los pueblos latinoamericanos; interminables charlas incentivaron en mí la lectura, el gusto por la historia, el interés por la política y me brindaron la posibilidad de tratar personalidades latinoamericanas de gran valía. Lo apoyé en varios de sus libros con sugerencias, lecturas críticas y apuntes de estilo. Hablábamos casi a diario sobre historia, política y la vida. En los últimos años celebramos los cambios en América Latina y lamentábamos el engaño que vivía Colombia cuando la hicieron creer que estaba gobernada por un ser divino. Me enorgullezco de haber sido su amigo.
Tuve el honor de conocer a Apolinar Diaz Callejas en Abril de 1986, conocí de cerca sus ideales y gozamos de su solidaridad a toda prueba en tiempo de lucha por conquistar la justicia en nuestra América. Retomamos luego la comunicación por el año 1996 y la mantuvimos muy activa hasta su muerte, siempre preocupado por el devenir de nuestra patria grande.Apolinar aun nos duele tu ausencia y desde el Perú siempre te tenemos presente.
ResponderEliminarEl maestro Apolinar fue un defensor de los derechos de los campesinos, trabajé con el de cerca esta problemática, hasta los últimos días de su existencia se preocupo por las políticas neoliberales que imponían en el Congreso de la República. Siempre lo recordare mi profe, mi amigo, mi camarada, mi guía.
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