El desconocimiento de la historia de inconformidad, rebeldía y lucha por sus derechos y la incomprendida fidelidad a la corona española, cuya página cimera fue la tenaz resistencia a las tropas libertadoras por las huestes lideradas por Agustín Agualongo, le significó a los pastusos - gentilicio que se ha hecho común para denominar a todos los nariñenses- la lamentable, discriminatoria y mezquina caracterización de reaccionarios, rezanderos, tontos e ingenuos.
El orgullo regional, los imaginarios y mitos fundadores de los pastusos y el desafecto y la desconfianza sembrados por los extraños a la región, por una parte, y la historiografía tradicional, patriotera y casuística y la arrogancia centralista, por la otra, impedían, y aún dificultan a muchos, ahondar en las causas explicativas de esos episodios de nuestra Independencia en el departamento de Nariño, la oposición a la República y la lealtad hacia la Corona, de una manera comprensiva y desperjuiciada.
Solo ubicando estos hechos en contexto, en un análisis dialéctico, la conducta de los pastusos en determinadas situaciones encontrará una explicación objetiva, porque la visión generalizadora y etiquetada que se ha empleado ha conducido a una ceguera tal que se ignoran episodios autonomistas, reivindicativos y emancipadores que contradicen los señalamientos insidiosos y trascienden en las gestas nacionales, algunos de los cuales reseñé en mi libro “Nariño. Pueblo rebelde y bravío” como:
Los Comuneros del Sur, el precursor Gonzalo Rodríguez, quien el siglo XVI ya clamaba por la Independencia, el notable patriota ipialeño Francisco Sarasty y la Declaración de Independencia de Ipiales (21.IX.1810), la insurrección de Iscuandé (4.XI.1810), las Junta Patriótica de Pasto (13.X.1811); las pastusas Domitila Sarasty, Dominga Burbano, Luisa Góngora y Andrea Velasco, las primeras heroínas y la ipialeña Josefina Obando, la última mártir de la patria.
El realismo pastuso obedeció, en gran medida, a la defensa de un statu quo de relativa autonomía de gobierno, independencia frente a Quito y Santafé, una sui géneris alianza de clases orgullosamente hispanistas, monarquistas y católicas, aislamiento en un entorno geográfico agreste, ignorancia generalizada, obediencia y resignación como designio divino, dogmas para un pueblo en el que la doctrina de la fe fue exitosamente inoculada. Una pobre dinámica económica y una vida social gris hacían la vida llevadera en el atraso. Todo ello se vio amenazado por la rebelión antimonárquica que presagiaba incertidumbres e infortunios, luego dolorosamente corroborados con la crueldad, la arrogancia y las injusticias con que se les llevó poco a poco al republicanismo. La historia enseña que una imposición siempre será motivo de rebeldía, así su justificación sea la emancipación o la revolución.
En Pasto y en Nariño se le profesa afecto y admiración a Agustín Agualongo por su entereza, coraje, bravura, fidelidad a unos ideales, símbolos y amos y respeto de la palabra empeñada, la mayoría virtudes venidas a menos en estos tiempos en que en forma tan vana se evoca a la patria para legitimar cualquier capricho, retroceso o desvarío. Es un homenaje justo exaltar y cultivar esos valores positivos comportados por un coterráneo, pero no se debe olvidar nunca el anacronismo de su causa. Agualongo fue un realista criollo, como los hubo a lo largo y ancho de las colonias españolas, a los que hoy exaltan ultra-conservadores nostálgicos que denuestan de la Independencia y glorifican la monarquía con argumentos amañados.
En esta época de celebraciones bicentenarias, se debe recordar con el debido mérito a quienes desde las tierras del sur del país aportaron sacrificio y convicción a la causa libertaria. Hechos y personajes desconocidos por la mayoría de los colombianos, a veces ocultados para validar sandeces interesadas en buscar malos y tontos, y poco reivindicados por sus propios herederos, en buena parte de los cuales todavía priman el repudio y el rencor contra Bolívar, Sucre y el Ejército Libertador y una desmesurada idolatría por el porfiado Agualongo, no sin causa pues la carnicería que cometieron aquellos para someter a Pasto es una página triste, amarga y vergonzosa. A lo que se suma el trato recibido en estos 200 años de parte de los gobernantes del país y de muchos de sus compatriotas: abandono, discriminación y burla estúpida.
Hay también lamentables equívocos y confusiones provocadas por el afán de generar símbolos en la lucha política. Baste recordar que el Movimiento 19 de Abril, organización insurgente fundada bajo el ideario bolivariano -en demostración de lo cual sustrajo la espada del libertador de la Quinta de Bolívar- promovió, en un gesto proselitista emotivo hacia el sur, pero contradictorio, la sustracción de los restos de Agualongo de la iglesia de Popayán donde reposaban. El caso es insólito y único en el mundo: dos bandos y dos rivales irreconciliables fundidos en la misma bandera.
Luego de firmar la paz en 1989, el actual Gobernador de Nariño, Antonio Navarro W., miembro de ese grupo, entregó la espada del Libertador de América y llevó los huesos del General de Brigada del Rey Fernando VII a Pasto. El 15 de julio de 2010, promovió la conmemoración del Bicentenario de la Independencia con una misa campal a los restos, trasladados desde el templo de San Juan Bautista a la Plaza de Nariño. La ceremonia, impartida por el obispo de la ciudad, convocó a miles de pastusos bajo el lema “Por nuestra tierra ¡Agualongo vive!”. Navarro dijo que también había que conmemorar a los vencidos. Igualmente hay también la iniciativa de reemplazar en la plaza la estatua del precursor Antonio Nariño por una del mestizo realista. En 1925, el erudito pastuso José Rafael Sañudo hizo pedazos la imagen heroica de Bolívar para cuyo propósito no se midió en conjeturas y excesos. En las calles de la ciudad todavía se escuchan diatribas contra el Libertador y la Cátedra Nariño en las escuelas refleja estas antinomias.
El debate sigue abierto, pero no se puede seguir cultivando distorsiones y ahondando la distancia de esta región con el país por la vía de una interpretación histórica radicalizada por los dolorosos recuerdos del pasado y los desaires del presente. Pasto (Nariño) tiene muchos hitos para reconocerse y ser reconocido como protagonista refulgente de la historia patria. No se puede olvidar que al fragor del sable y la sangre de los patriotas, muchos de ellos valientes pastusos, tuquerreños, cumbaleños, iscuande, barbacoanos, tumaqueños (nariñenses), en Bomboná, en los alrededores de Pasto, se dio la última batalla de la guerra por la Independencia y que con pastusos, en Pichincha, Junín y Ayacucho, al son de La Guaneña, triunfó la epopeya libertaria. Sin esas páginas otra sería la historia de Pasto, de Nariño, de Colombia y de los Andes bolivarianos.
me siento orgullosa de ser Pastusa
ResponderEliminarInteresante que se desee redimir de algún modo la ignorancia que el resto del País tiene respecto de la muy noble ciudad de San Juan de los Pastos o San Juan de Pasto. Sin embargo, el artículo, aunque bueno, tiene imprecisiones al citar en conjunto, líderes de una misma región pero enemigos entre sí. Además, no precisa la razón de la negativa de los pastusos a aceptar una independencia liderada por intereses mezquinos cuya explicitación requieren de más lugar que este medio, sujetos exiliados de sus patrias por comportamientos contrarios a la convivencia y por crímenes traicioneros contra líderes que gozaban de buena reputación, ricos que defendían sus intereses y veían fuera de la corona española, una corona propia, por citar sólo dos casos. La historia, casi doscientos años después, nos dio la razón a los pastusos realistas. Todo fue un entramado macabro para esclavizar y abusar por años so pretexto de fines e ideales que aún nos resta esperar, a un pueblo ingenuo que bajo los mismos pretextos sigue esclavizado.
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