sábado, 12 de noviembre de 2011

El cubano Romero y la heroica Cartagena

Guillermo Segovia Mora (Alterpress)
Hace unos treinta años, desde los toldillos pestilentes alrededor del mercado de Bazurto, los parlantes de las vendimias de la playa o entre las callejuelas de la ciudad vieja, se escuchaba la voz sabrosa del getsemanisense Lucho Argaín con la Sonora Dinamita, cantando su pregón, mientras las negras meneaban las caderas y coreaban:
Aaaaaaaaaaaaaa!!!
barrio de Getsemaní
con tus grandes deportistas
boxeadores, beisbolistas
cantantes y pregoneros
que lo sepa el mundo entero
que aquí en la plaza del boze
fue que un cubano glorioso
dio el grito de independencia
aquí nació la insurgencia
del pueblo cartagenero
para que los chapetones
se devuelvan de nuestro suelo
El 11 de Noviembre de 1811, ante la indecisión interesada del notablato de la Junta de Gobierno de Cartagena, el pueblo de artesanos blancos pobres, negros, zambos y mulatos, proveniente de los arrabales de Getsemaní, aliado con rebeldes momposinos, liderados por Gabriel Gutiérrez de Piñeres, asaltó la sala de armas de la Plaza de la Aduana y, respaldado por los batallones populares Lanceros de Getsemaní y Patriotas Pardos, plantó guardia frente a la Gobernación para exigir a voz en cuello: ¡Independencia ya!
Al frente de esa tropa de descamisados estaba el herrero Pedro Romero, quien dejó fundido su sudor en varios campanarios de las iglesias de la ciudad y era oriundo de Matanzas, Cuba, de donde fue traído para trabajar en los fuertes de la ciudad, según afirman los que han seguido sus huellas. Ante los españoles gestionaba educación y trabajo para sus familiares, mientras preparaba la marcha independentista a golpe de martillo.
Como la junta, entre discursos, acusaciones y diferencias mayores y menores, alargaba el tiempo para no tomar la decisión, al igual que hoy muchas autoridades, Romero y su gente asaltaron el salón y, con malas palabras y amenazas en serio, obligaron a los señores a declarar la independencia absoluta de España, desterrar a quienes con violencia se oponían a tal determinación, suprimir la inquisición y convocar una convención constituyente soberana -la Constitución del Estado de Cartagena de 1812 que prohibió por primera vez el comercio de esclavos, que lleva la firma del cubano Pedro Romero.
La proclama, leída por el comisionado Muñoz, era heroica: "derramar hasta la última gota de sangre antes que faltar a tan sagrado comprometimiento". Como heroico fue el pueblo de Cartagena, que cuatro años después, prefirió morir de hambre o de tifo, comiendo ratones, o a balazos con el pecho descubierto, a rendirse ante los españoles, que iniciaban el régimen del terror ahogando en sangre la primera república.
A la llegada de Morillo, el notablato cartagenero había desterrado a los más radicales del gobierno. Pedro Romero, como miles de “pardos” emigró a Haití, donde murió tiempo después, para escapar del patíbulo. No faltaron los aristócratas que como José María García de Toledo, para salvar el pellejo, pretextaron una estrategia para evitar un gobierno de negros, como había sucedido en Haití. De todas maneras lo fusilaron.
Demasiado pueblo, demasiado coraje, demasiado lejos. Poco a poco la elite con sus nostalgias monárquicas se fue asentando en el poder. Pintó de blanco al presidente Nieto. Nos facilitó un regenerador -teocrático, regresivo y autoritario-, que les dio a sus versos cursis tamaño de himno nacional. Invisibilizó a los negros, pardos y mulatos. Por eso el artista plástico Nelson Fory, cubrió con pelucas afro los bustos de los próceres blancos que adornan sitios históricos de la ciudad, para llamar la atención de los olvidadizos en el bicentenario de la independencia. “De la historia nuestra, caballero”, llamó su intervención, prestándose un verso de ese cartagenero grande llamado Alvaro José “Joe” Arroyo.
Cuando se le rebota la sangre azul y la camándula, la “crema” impide que a las discotecas entren negros y sabotea las nupcias de los homosexuales, mientras se alza de hombros con los extranjeros que prostituyen impúberes en las calles y ante los colchones de los pobres flotando en las inundaciones en los barrios pobres, después de que los fotografían con camiseta nueva para sus ostentaciones.
La fiesta popular se relegó a los barrios. Los bravos lanceros de Getsemaní, no se reflejan en los sumisos edecanes de las niñitas ricas -de dinero- del país, que desfilan como yeguas para goce de la guachafita de platas mal habidas, la figuración politiquera y la pompa farsante de los medios, en el reinado nacional de la belleza con el que hoy celebra la “jai”, la independencia de Cartagena.
¿Y Pedro Romero? Por ahí anda. En la pequeña estatua en su honor recién lustrada. En las comparsas bullangueras de los negros que para recordarlo gritan ¡No más esclavitud! ¡Viva la Independencia! En las celebraciones de barriada. En el campanario de La Popa - la gente dice lo martilló-, que con su melancólico repicar, otra realidad para los pardos de hoy evoca.
Mientras coronan a la reina, que no pare el coro:
Soy orgulloso
de ser getsemanisense
que dicha grande
ser nacido en Cartagena.

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