En La Chispa adecuada de la desintegrada agrupación rockera españolaHéroes del Silencio, llama la atención, además de la letra, la voz ronca, visceral y pegajosa de Enrique Bunbury. Canta con todo para que no lo olviden. Evoca a Sabina y a Chavela Vargas. Tiempo después, ya como solista, se fajó una versión rockeada de la ranchera El Jinete de José Alfredo Jiménez, de antología. Desde entonces, el hombre venía buscándole el ladito a ese romanticismo nostálgico y dramático que llevamos los latinoamericanos por dentro, que se expresa en la música, en géneros como el tango, la ranchera, la balada y, en particular, en el bolero. A cierto estilo de música que inunda, como el humo y el alcohol, los bares y cantinas del sur del río Bravo hasta
Se trata de canciones “cortavenas”, que en cualquier género provocan coreadas desgarradas de añoranzas, abandonos y traiciones. Esa música que en la voz de Julio Jaramillo, Olimpo Cárdenas, Oscar Agudelo, Cuco Sánchez, Antonio Tormo, Los Visconti, José Miguel Class, Odilio González, Orlando Contreras, Rolando Laserie, Bienvenido Granda, Daniel Santos y Gardel, entre tantos, y decenas de tríos, salía provocadora, como el olor del aguardiente, de sitios iluminados con bombillas rojas, habitados por hadas de la medianoche. Taras de nuestra idiosincrasia pero sin las cuales la cultura popular latinoamericana sería insípida.
Para las nuevas generaciones, a pesar del “mal” ejemplo de los padres, esa música de cantina, junto con la tropical o “chucuchucu”, se estaba convirtiendo en un lejano y borroso recuerdo, hasta que en diciembre de 1996, Charlie Zaa se coló en las fiestas de fin de año con un tributo a Julio Jaramillo que se impuso en todo el vecindario, gracias al olfato musical y comercial y los arreglos de los hermanos Ramírez. Un concierto de violines, la percusión del pastuso Germán Villarreal y el requinto estelar de Rubio Hoyos de Consacá (Nariño), junto a la voz dulce y bohemia de Charlie, provocaron a padres e hijos, amigos y conocidos, a cantar en coro alicorado: “No me toquen ese vals porque me mata. Ella me lo cantaba y como ella nadie más” o “Rondando siempre tu esquina, mirando siempre tu casa, y este rencor que lastima y este dolor que no mata”.
No corrió con igual suerte el baladista setentero Raúl Santi, cuando en diciembre de 2002, presentó su álbum Guitarra, requinto y sentimiento. Un trabajo bien logrado, con un repertorio muy representativo del alma latinoamericana (Pasional; Alma, corazón y vida; Irresistible, Llora corazón) que no pegó, tal vez por falta de mercadeo, o porque quiZaa era suficiente. Pero qué soberbio Solitario del ecuatoriano Nazario Escarria: “Mala suerte me trajeron sus amores, me dejaron solo angustias en el pecho, hoy por ella yo emborracho mis dolores, hoy por ella solitario yo me muero”.
El fin de año de 2006, Lucía Pulido, reconocida afuera pero desconocida masivamente en el país, le dio un recreo al folclor y las fusiones, para prestarle su magnifica y cultivada voz a la melancolía, acompañada de violín, guitarra y contrabajo, en el cd “Dolor de ausencia”, delicia de melómanos en el pequeño círculo de la bohemia (Mil besos, Sombras, Ódiame, Tres corazones) ¡Quién no corea a Lucía descorazonada! “Aunque me duela el alma y yo te necesite, aunque me duela el alma y yo de amor te grite, hagamos un convenio entre los dos: repartamos la pena de este amor, y así, ya como amigos, jamás hablar de amor”, para enseguida hacerle la segunda a grito herido “al ver que inútilmente, te hieren mis palabras, llorando mi guitarra, se deja oír su voz”.
Pero ¿qué tiene que ver el rockero Bunbury con esta repasada de lamentos redivivos? Pues el zaragozano, que en sus giras se ha embriagado en bares y cantinas de nuestra patria grande al lado de la rokola, averiguando y compartiendo gustos por temas musicales y bebidas, muy calladito fue armando un demoledor repertorio de desazones, ruegos y lamentos pero también de cantos guapos. Y en diciembre pasado nos regala Licenciado Cantinas. De Tierra de Fuego a Rio Grande. Éxito de fin de año en España y México, grabado en un sitio con nombre de cóctel: Tornillo, en el bravío Texas.
¡Qué manera de acompasar el rock con la tradición cantinera, nochera y rumbera latinoamericana! Una voz cargada de tristeza y “bajonazos” marca el renacer de esas letras y melodías embodegadas dentro del corazón, que fluyen en la nostalgia solitaria, los delirios de amigos o en la plenitud del guateque. Otra sorpresa, la calidad de los músicos. Junto a su excelente grupo Los Santos Inocentes, el afamado acordeonista tejano Leonardo “Flaco” Jiménez, la harmónica de Charles Musselwhite, las guitarras de Eliades Ochoa (Sí, estos dos son los del Chan Chan para la historia en Continental Drifter) y de Dave Hidalgo de Los Lobos.
Para comenzar la ronda, una versión instrumental del “El Mar, el Cielo y Tú" de Agustín Lara, cinematográfica y melancólica. Luego “Llévame” en el corazón, del gringo Louie Ortega: “De vez en cuando hay un amor que es más claro que el sol”, rogado por EB con el acordeón del “Flaco” y guitarra eléctrica. En "Mi sueño Prohibido”, del bolerista cubano José Tejedor, la guitarra magistral de Eliades Ochoa y la voz de EB convocan lágrimas: “Si las leyes de los hombres me condenan, y a vivir sin tu querer me castigaran, en silencio he de arrastrar esta cruel pena, por poder acariciar tu linda cara”. No menos que cuando canta dulcemente sobre cuerdas de seda, “Gracias a tu cuerpo doy, por haberme esperado, tuve que perderme pa’ llegar hasta tu lado”, de la fallecida Lhasa de Sela.
Un sorpresivo contestador automático nos lleva a la pampa con intenciones tropicales en la"Chacarera de un Triste" de los Hermanos Simón: “Para qué quiero vivir, con el corazón desecho, para qué quiero la vida, después de lo que me has hecho”. Ódiame por piedad yo te lo pido, el poema del peruano Federico Barreto, infaltable en la “tusa”, casi se queda por fuera y, a pesar de tantas versiones, valió la pena. Como “Vida”, de Pablo Casas Padilla, otro vals de guitarra y cajón llorón, “decidor” y sentimental: “Llegaré al acto más sublime antes de oír algún reproche, quién sabe qué quisiste pretender, yo delinquir eso jamás, mejor morir”.
De repente, EB le quita el micrófono a Bobby Cruz para vociferar las pretensiones del niche desafiante en el barrio: “Voa ponerme mi traje de seda, mis zapatos ya voy a brillar, voa a coger mi sombrero de paja, y pa'l pueblo me voa a vacila. Cuando llegue el mulato a la fiesta, todo el mundo lo va a contemplá y la negra mas linda que encuentre, te aseguro la voa enamorar”. Enseguida, la guitarra de Dave Hidalgo acompaña "El Solitario", de Alfredo Gutiérrez, un paseo vallenato en el que el macho despechado amenaza "si el mar se convirtiera en aguardiente, me lo tomara para morirme borracho". Con razón bautizado por Bunbury “Diario de un borracho”. “Una declaración de principios sensible y perfectamente colombiana”, según Andrés Calamaro, el presentador del cd, rockero argentino también enamorado de Latinoamérica y su música que ha realizado versiones de El Cantante de Blades y de varios tangos en Tinta roja.
El corrido charro también está presente: “Ánimas que no amanezca, que sea puro a media noche y hasta donde el cuerpo aguante, hay que darle cuanto quieras, sin dudas y sin temores”deLorenzo de Monteclaro, famosa por Antonio Aguilar, animada por la guitarra delloboHidalgo En otra lírica, la de Marcial Alejandro, compositor mejicano del movimiento de
El tango es infaltable en un recorrido subcontinental por las penas y amarguras. EB escogió nada menos que “Cosas Olvidadas” de Antonio Rodio y José María Contursi: “Después de mucho... mucho tiempo, recién ahora vuelvo a hablarte... ¡qué sensación al escucharte, parece que fuera ayer! Ya ves... estoy mucho más viejo y vos igual a aquellos días, que tanto... tanto me querías, ya nada queda... ¡todo se fue! Pero no todo es sollozo y suspiro, también hubo lugar para la esperanza, la ilusión con que nos afincamos los latinoamericanos para ponerle buena cara a la mala vida, para cantar con Lavoe, ahora con EB acariciando el blus, “Pronto llegará el día de mi suerte, se que antes de mi muerte, seguro que mi suerte cambiará” Utopía que, al fracasar, nos recuerda la sentencia norteña de Francisco Vidal, "La tumba será el final" con lucimiento del acordeón del “Flaco” Jiménez.
La coda, un mensaje sabio y profundo, que nos desafía a mirar adentro, a encontrar en nosotros mismos la clave de nuestras vidas. La milonga “El Cielo está dentro de mí” del payador y guitarrero Atahualpa Yupanqui y Pablo del Cerro, en la voz de Bunbury engalanada por la harmónica de Musselwhite:
“A veces uno camina/Entre la sombra y la luz/En la cara la sonrisa/Y en el corazón la cruz
Búscalo al cielo en ti mismo/Que allí lo vas a encontrar/Pero no es fácil hallarlo/Pues hay mucho que luchar
Por caminos solitarios/Yo me puse a caminar/Por fuera nada buscaba/Pero por dentro quizás”
Enrique Bunbury, perfeccionista, trasnochador, amante del néctar, la música, la vida y Latinoamérica -donde dice están las raíces, al contrario de lo que piensan muchos nativos-, nos regala un reencuentro respetuoso con nuestras calles y sentimientos, afligido y fiestero. Como algo inusual en las giras de artistas extranjeros por Latinoamérica, en la programación en Colombia se incluyen conciertos en Pasto, Bogotá y Medellín. El bar está abierto. Bienvenido a Pasto.
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