martes, 11 de septiembre de 2012

Osadía y tango en el Septiembre chileno

El 11 de Septiembre de 1973, las Fuerzas Armadas de Chile, financiadas y bajo las órdenes del binomio Nixon-Kissinger, que argumentó “proteger a un pueblo irresponsable”, le dieron el puntillazo final  al plan de desestabilización del gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende, elegido democráticamente, mediante un criminal  golpe de Estado, acabando a sangre y fuego con la excepcional experiencia del “socialismo a la chilena”. En 1988, después de padecer por un cuarto de siglo la dictadura de Pinochet,  la sociedad se sacudió, pero aún quedan las secuelas de los privilegios concedidos en pos de garantizar el retorno a la democracia y la gobernabilidad.

Sobre lo que se vivió ese y los días, meses y años siguientes se ha escrito bastante y aún suscita interés. Es una herida mal cicatrizada, que de cuando en cuando sangra y grita, al menos para los que la padecieron. Algo similar sucede con el doloroso recuerdo de los atentados terroristas que 38 años después, en la misma fecha, provocaron la caída de las Torres Gemelas en Nueva York y miles de víctimas, reivindicados por fanáticos islámicos. Dos fascinantes libros recientes, un testimonio y una novela con trasfondo histórico, vuelven sobre  la “revolución pacífica” y su fin en medio de bombardeos al Palacio de la Moneda, los miles de presos políticos fusilados, los centros de torturas y la férrea dictadura que recondujo al país por el sendero neoliberal, cuyos resultados económicos algunos reivindican sobre la tragedia.  

 Las armas del ayer, escrito por Max Marambio, miembro de la Guardia Personal de Amigos del Presidente (GAP), narra los antecedentes y las espectaculares peripecias del autor para  garantizar que un arsenal de armas provenientes de Cuba pudieran salir de la embajada de ese país con destino a la resistencia en la clandestinidad, en los primeros meses del golpe. Max, hijo de un dirigente socialista, se educa en Cuba a mediados de los 60´s, logra relacionase con dirigentes cubanos y cercanía con Fidel Castro. Ante la victoria de Allende en 1970, regresa a Chile para apoyar el proceso desde las filas del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), por diferencias tácticas, decide vincularse como guardia personal del presidente. En ese puesto lo encuentra el golpe del 11 de Septiembre. Como testigo corrobora que Allende, luego de cerciorarse de que la gente que lo acompañaba saliera del palacio con garantía para su vida, que en muchos casos no se cumplió, procedió a asestarse dos tiros con el fusil que le regaló Castro en la visita a Chile que tanta roña desató en la derecha -confiesa que, luego de haber reprobado la actitud del “Compañero Presidente”, comprendió que se trató de un acto de grandeza.

Ante la salida ipso facto de los funcionarios de la Embajada cubana, que queda bajo representación sueca, Marambio  se introduce solitario en la casa, ubica las armas, recibe asilados, contacta a miembros del MIR -dirigido por Miguel Enríquez- organiza el plan de traslado y en pipetas de oxigeno y carros desvencijados, acondicionados al propósito, logra sacar, en las narices de la tropa, y entregar en cosa de semanas, decenas de fusiles y granadas que serían ocultadas en casas de seguridad. Finalmente, el toque de queda, la represión y la persecución le permitieron al ejército incautar el armamento, previa ejecución o detención tenebrosa de sus cuidanderos. Cumplida esa misión y en otra estratagema cinematográfica, sale de Chile para Suecia con destino final Cuba, no sin antes despedirse de Enríquez, quien moriría poco tiempo después en un enfrentamiento. En la isla, se vincula a las Tropas Especiales -con las que combatiría en África-, momento en el que culmina su testimonio.

Pero la vida posterior de Marambio abre otro capítulo insólito. Inicia una ascendente carrera empresarial que le permite convertirse en socio del Estado cubano en la industria turística, las importaciones y la fabricación de alimentos. Entonces decide ampliar sus horizontes, incursiona en la producción de  cine con el beneplácito de García Márquez (fue productor de Amores Difíciles y Me alquilo para soñar). Al retorno de la democracia a Chile, traslada su empresa cinematográfica a Santiago como semilla de lo que luego sería un emporio empresarial con ramificaciones en la construcción en España. En 2007, presenta en España, Cuba y Chile su libro de memorias Las armas del ayer, prologado por García Márquez. Como respuesta a la prensa de derecha, molesta por unas declaraciones de Fidel en el contexto de una vista de la Presidenta Michelle Bachelet a Cuba, el líder cubano les recomendó, en una de sus  reflexiones, leer a Marambio si querían la verdad sobre el golpe contra Allende.

En la última elección presidencial chilena, en la que se impuso el derechista Sebastián Piñera contra la continuidad de la concertación de fuerzas de centroizquierda, gobernante desde el retorno a la democracia, Marambio fungió como jefe de campaña del candidato independiente de izquierda Marco Enríquez Ominani, hijo del fundador del MIR. Meses después, se conoció la sorpresiva noticia de que las autoridades judiciales cubanas condenaron a Max, a su hermano Marcel y a otros directivos de sus empresas, por sobrecostos, malversación, fraude y otros delitos y solicitaron su captura internacional. Ante el trance, recibió el respaldo del Gobierno y el empresariado chileno, que alegaron la ilegitimidad del Estado reclamante. Al parecer, en los últimos años, Marambio actuó con las armas de hoy.

 El último tango de Salvador Allende, del laureado escritor y diplomático Roberto Ampuero, fabula la intimidad y los intríngulis vividos en el La Moneda en los meses previos y durante el asalto militar, a partir del diario de un amigo del presidente, que le entrega su hija moribunda, junto con una carta y una foto, a un ex-agente de la CIA, con el ruego de encontrar a quien había sido su amor en secreto. En el cuaderno, adornado con una cubierta de Lenín, Rufino, un panadero de una barriada popular de Santiago, cuenta como se dio su re-encuentro en una manifestación con el “Doctor”, como llamaban cariñosamente a Allende en el círculo de estudios anarquista de juventud; la forma como se involucró como cocinero en el palacio, los últimos azarosos días del gobierno popular, entre bombazos, rencillas públicas, manifestaciones en pro y contra y total escases. También sobre las visitas y rutinas de fieles y traidores; sus prevenciones acerca de los aliados nacionales y externos y el comunismo, y sus criterios sobre la vida y las amantes que rodeaban al mandatario -entre las que Ampuero describe con detalle a la colombiana Gloria Gaitán. Las charlas entre los dos lograron confianza y amenidad a través del tango, afición de Rufino que entusiasma al presidente. Entre tango y tango discurre la agonía de la Unidad Popular.

 En un periplo policíaco por ciudades y barriadas de Chile cambiadas por el tiempo, contactos internacionales con colegas conspiradores y miembros inactivos de nostálgicas células guerrilleras, consultas con amistades de sociedad y  miembros de los organismos de seguridad, con  los que complotó  para acabar con Allende, y evocaciones de una adivina, con el cuaderno como brújula, el ex-agente llega a una anciana quien le confirma su ya aceptada conjetura de que su hija fue la novia de un activista desaparecido. Ante el clamor de la madre, averigua que fue asesinado y tirado al mar por la dictadura. Al esparcir las cenizas de su hija en el Pacífico desea arrepentido que estén juntos como debieron estarlo siempre. En medio de las amenazas para que deje de indagar, concluye con amargura que no sólo contribuyó a acabar con el sueño de un país sino con la muerte de alguien a quien su amada hija amó. 

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