El 11 de Septiembre de 1973,
las Fuerzas Armadas de Chile, financiadas y bajo las órdenes del binomio
Nixon-Kissinger, que argumentó “proteger a un pueblo irresponsable”, le dieron
el puntillazo final al plan de
desestabilización del gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende, elegido
democráticamente, mediante un criminal
golpe de Estado, acabando a sangre y fuego con la excepcional experiencia
del “socialismo a la chilena”. En 1988, después de padecer por un cuarto de
siglo la dictadura de Pinochet, la
sociedad se sacudió, pero aún quedan las secuelas de los privilegios concedidos
en pos de garantizar el retorno a la democracia y la gobernabilidad.
Sobre lo que se vivió ese y
los días, meses y años siguientes se ha escrito bastante y aún suscita interés.
Es una herida mal cicatrizada, que de cuando en cuando sangra y grita, al menos
para los que la padecieron. Algo similar sucede con el doloroso recuerdo de los
atentados terroristas que 38 años después, en la misma fecha, provocaron la
caída de las Torres Gemelas en Nueva York y miles de víctimas, reivindicados
por fanáticos islámicos. Dos fascinantes libros recientes, un testimonio y una
novela con trasfondo histórico, vuelven sobre la “revolución pacífica” y su fin en medio de
bombardeos al Palacio de la Moneda, los miles de presos políticos fusilados,
los centros de torturas y la férrea dictadura que recondujo al país por el
sendero neoliberal, cuyos resultados económicos algunos reivindican sobre la
tragedia.
Ante la salida ipso facto de los
funcionarios de la Embajada cubana, que queda bajo representación sueca,
Marambio se introduce solitario en la
casa, ubica las armas, recibe asilados, contacta a miembros del MIR -dirigido por
Miguel Enríquez- organiza el plan de traslado y en pipetas de oxigeno y carros
desvencijados, acondicionados al propósito, logra sacar, en las narices de la
tropa, y entregar en cosa de semanas, decenas de fusiles y granadas que serían
ocultadas en casas de seguridad. Finalmente, el toque de queda, la represión y
la persecución le permitieron al ejército incautar el armamento, previa
ejecución o detención tenebrosa de sus cuidanderos. Cumplida esa misión y en
otra estratagema cinematográfica, sale de Chile para Suecia con destino final
Cuba, no sin antes despedirse de Enríquez, quien moriría poco tiempo después en
un enfrentamiento. En la isla, se vincula a las
Tropas Especiales -con las que combatiría en África-, momento en el que culmina
su testimonio.
Pero la vida posterior de
Marambio abre otro capítulo insólito. Inicia una ascendente carrera empresarial
que le permite convertirse en socio del Estado cubano en la industria
turística, las importaciones y la fabricación de alimentos. Entonces decide
ampliar sus horizontes, incursiona en la producción de cine con el beneplácito de García Márquez
(fue productor de Amores Difíciles y Me alquilo para soñar). Al retorno de la
democracia a Chile, traslada su empresa cinematográfica a Santiago como semilla
de lo que luego sería un emporio empresarial con ramificaciones en la
construcción en España. En 2007, presenta en España, Cuba y Chile su libro de
memorias Las armas del ayer,
prologado por García Márquez. Como respuesta a la prensa de derecha, molesta
por unas declaraciones de Fidel en el contexto de una vista de la Presidenta
Michelle Bachelet a Cuba, el líder cubano les recomendó, en una de sus reflexiones, leer a Marambio si querían la
verdad sobre el golpe contra Allende.
En la última elección
presidencial chilena, en la que se impuso el derechista Sebastián Piñera contra
la continuidad de la concertación de fuerzas de centroizquierda, gobernante
desde el retorno a la democracia, Marambio fungió como jefe de campaña del
candidato independiente de izquierda Marco Enríquez Ominani, hijo del fundador
del MIR. Meses después, se conoció la sorpresiva noticia de que las autoridades
judiciales cubanas condenaron a Max, a su hermano Marcel y a otros directivos
de sus empresas, por sobrecostos, malversación, fraude y otros delitos y
solicitaron su captura internacional. Ante el trance, recibió el respaldo del
Gobierno y el empresariado chileno, que alegaron la ilegitimidad del Estado
reclamante. Al parecer, en los últimos años, Marambio actuó con las armas de
hoy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario