En la madrugada del 11
de octubre de 1993, cientos de hombres y mujeres, duchos dirigentes comunales, y jóvenes indignados, apuraron el
café o el agua de panela y, según lo acordado, se descolgaron por las laderas y
callejuelas destapadas de Ciudad Bolívar
con la consigna de “parar a Bogotá” para hacer visibles las miserables
condiciones de vida de medio millón de personas, nacidas allí en la pobreza,
refugiadas o desplazadas por las armas o la necesidad. Las principales vías del
sur de la ciudad fueron bloqueadas. El Alcalde Jaime Castro -liberal de derecha
y anticipado exponente de la “regla fiscal” y el “efecto regadera”: lo social
cuando sobre o como calmante- , ordenó a
la policía abrir paso dando garrote. Luego de las primeras denuncias de
retenidos y golpeados y la información de que la protesta crecía, optó por la
vía sensata de dialogar con los líderes de la que al mediodía era una de las
más importantes acciones reivindicativas de los sectores populares en la
historia de Bogotá.
La
gente se hizo sentir
Luego de años de
padecimientos, hambre, falta de agua, luz, alcantarillas, teléfonos públicos y cocinol
-combustible casero popular en uso entonces-, largas caminatas para subir
porque las rutas de transporte no iban “por allá”, sin cupos en las escuelas y
hospitales, casas tembleques de zinc y paroid, desempleo y subempleo
generalizados, violencia de todo tipo, discriminación y estigma, persecuciones,
desapariciones y asesinatos políticos. Cansados de peticiones, memoriales,
consultas, votaciones a favor de quienes
se ofrecían como sus “salvadores” y la provocadora respuesta de que el asunto
está en trámite o se está estudiando. Jalonados por un liderazgo juvenil
formado en la represión y las privaciones, los habitantes de la Localidad 19 conformaron una amplia coordinación de
organizaciones sociales y populares surgidas para luchar por la vida y unos
derechos publicitados pero inexistentes y se juntaron a dar la pelea. Ese
ambiente quedó bella y dramáticamente relatado por Arturo Alape en La hoguera de las ilusiones.
Al frente de la
comisión negociadora del gobierno distrital estuvieron el Secretario de
Gobierno y Eduardo Díaz Uribe, Consejero para Asuntos Sociales, a quien acompañábamos
en su ambiciosa iniciativa de un Documentos Conpes (Consejo Nacional de
Política Económica y Social) para la localidad. Pero la magnitud de la tragedia
social no daba tiempo para planes y las demandas acumuladas superaban con
creces las siempre limitadas ofertas institucionales. La comunidad presentó un
detallado pliego reivindicativo y exigió discutirlo con el Alcalde y su
gabinete. En la tarde de aquél día, ingresamos a una escuela del barrio Lucero,
donde nos esperaban los dirigentes populares -con la mayoría de los cuales
habíamos establecido relaciones cordiales en el trabajo de campo-, quienes nos
saludaron con la advertencia “de aquí no sale ninguno hasta que esto se haya solucionado”.
La flexibilidad obligada
de la comisión oficial y la sensibilidad
y entereza de Eduardo Díaz, crearon las condiciones para que se diera una
negociación expedita sobre un pliego de peticiones bastante complicado dada la
cantidad de demandas, los niveles de responsabilidad y las implicaciones presupuestales. Por el lado de las
organizaciones fue clara su determinación
irreductible de esta vez o nunca. Los líderes se habían preparado para el
escenario. Su estrategia de negociación incluyó tácticas de ablandamiento descorteses
pero eficientes, como entrar al salón, al filo de la medianoche, una enorme
olla de humeante y sabroso sancocho y servirlo a los miembros de la comunidad
ante la mirada provocada, los bostezos y
los jugos gástricos rebotados de la comisión oficial. “Por una vez que no coman
no les va a pasar nada”, me dijo entre carcajadas uno de ellos.
Tras dos días de
negociaciones y agitación se suscribió el acuerdo para levantar la protesta y
se estableció un mecanismo de seguimiento. Algunas cosas se cumplieron, muchas
otras quedaron en el papel por aquello de la falta de presupuesto, los trámites
necesarios, lo que ordena la norma en este caso y el fin del gobierno. En lo
relacionado con los Derechos Humanos, ante la crítica situación que se vivía en
la localidad, meses después realizamos
conjuntamente un Foro por la Vida. La comunidad reclamaba que se establecieran
responsabilidades en cerca de 300 asesinatos de líderes y activistas. El fiscal
seccional, en medio de rechiflas, tras leer cada nombre, informaba: caso en
averiguación. Hoy están en la impunidad. Fruto de esa jornada también fue la
primera Casa de Justicia creada en el país, para cuya instalación acordamos con
la Junta Administradora Local la cesión de su sede, una bella casona de Sierra
Morena, que se dice hospedó al Libertador.
Ahora,
en tiempos de Petro
Hoy, 31 de mayo de
2013, casi 20 años después, en el Colegio San Juan Bosco, barrio La Estrella, hay
expectativa. Más de medio millar de personas
participan en el Consejo de Seguridad Humana convocado por la Alcaldía, a través de la
Secretaría de Gobierno, que publicó un afiche
con las demandas de la comunidad, al que con marcador le agregaron “elaborado
por el Comité por una vida digna en Ciudad
Bolívar” para que aún en el consenso de propósitos quede clara la
identidad. En los años transcurridos, había vuelto esporádicamente. Varias
veces para hacer en directo el programa radial Tejedores de Sociedad, que acompañó la propuesta del respetado y
querido ausente Luis Fernando Ramírez,
en la Administración Mockus. Vamos subiendo y reparo en que aún todavía hay
casuchas de lata y palos pendiendo de los cerros. Las que antes eran así, ahora
lucen ladrillo pelado, apiñadas y con calles de mentiras por donde no pueden
pasar al tiempo más de dos y los carros son bestias agresoras. Ciudad Bolívar
es más ciudad de concreto pero deja pensando la cifra de tres o cuatro personas
durmiendo hacinadas en una habitación en la que apenas cabe un catre.
En el consejo, Teresa
Muñoz Lopera, la lideresa popular de Don Matías, Antioquia, que se vino a
luchar con Petro por sacar este proyecto
de Bogotá Humana adelante, le explica a la gente que no es cierto que se vayan
a acabar los comedores populares sino que se va a replantear el esquema según
el cual los “operadores privados” se llevan 52 de cada 100 pesos destinados a
la alimentación de los más pobres, para poder duplicar la atención. Llega el
Alcalde, la gente lo aplaude y espera en silencio. Hay requerimientos pero no trasunta la ira
del pasado. Petro está de este lado. En enero pasado se mostró conmovido por lo
que denunció como condiciones indignas de vida en la localidad. Ahora explica
su compromiso y las dificultades. Informa
que 600 mil bogotanos pobres disfrutan ya del “mínimo vital de agua”, que por
decisión política financia los programas sociales con trasferencias
presupuestales para superar la indignante segregación en la ciudad y que tiene
en mente ampliar el subsidio de Transmilenio al sistema integrado de transporte.
Confiesa “los que hace años éramos
cristianos comprometidos hicimos nuestra la opción preferencial por los pobres
que postula la Teología de la Liberación”. En medio de aplausos, ratifica que
su gobierno invierte para los pobres como principio de justicia así se molesten
los ricos para quienes se ha gobernado desde siempre y a ellos les reclama
solidaridad.
De pronto eleva el tono, se irrita cuando menciona que
la red hospitalaria fue saqueada sin pudor por el carrusel de la contratación y
que la inversión para revivirla depende de un visto bueno esquivo del gobernó
nacional. “Se robaron hasta los delantales de las enfermeras”, dijo exasperado
y dolido, como nos duele a muchos que la página más reciente de la corrupción
la hubiera protagonizado un gobierno aupado por un partido que agrupó a la
izquierda electoral de todas las tendencias. “No podemos tolerar lo que
hicieron esos bandidos”, dijo. Le propuso a la comunidad que se movilice “hacia
donde es”, para exigirle al Concejo de la ciudad que apruebe el cupo de
endeudamiento que permitiría a la gente bajar de los riscos a las estaciones de
Transmilenio en vagones de cable
eléctrico, ganándose la mitad del tiempo. El Concejo capitalino es mezquino,
calculador y la mitad está ad portas de la cárcel. Pero aun así, la politiquería no quiere dar tregua.
En el barrio Naciones
Unidas los vecinos lo aguardan con paciencia para dar al servicio uno de los
tramos de pavimentación de malla vial- abierto a la brava hace 40 años. “Malalma”
anima con empeño para que la gente aguante. Una colegiala, que le iba a dar la
bienvenida, toma el megáfono y en tono severo dice que no puede esperar más
porque tiene el compromiso de ir a estudiar. Petro llega con notoria tardanza
porque en el consejo habló más de una hora. Rodeado de chiquilllos que quieren
“´aludar al ´cade p´eto”, mientras dibujan corazones en el pavimento, fresco,
contundente y pedagógico repite una de las consignas constantes de su
administración: quiere que se le recuerde porque hizo todo lo posible para que
la muchachada pobre tenga las mismas posibilidades profesionales y compita en
las mismas condiciones de la minoría privilegiada de la ciudad. Desea internet
libre, permanente y gratis para los pobres
como lo impuso ya en la Alcaldía. Enfatiza que el presupuesto de educación en
Bogotá, este año, equivale al total de las demandas que el movimiento
estudiantil del país le exige al gobierno nacional. Frente a la aridez del
concreto, reitera su compromiso de fortalecer lo público y crear espacio
público para una niñez que desconoce los prados y las atracciones de la ciudad,
ajena y hostil, que se extiende imparable al horizonte de sus miradas.
En otro sector de la
localidad, el Cetro Illimany, la Dirección Distrital de Servicio al Ciudadano
-ahora al mando de Daniel Medina, un curtido abogado defensor de los derechos
humanos- realiza una versión de la Feria del Servicio, donde las entidades
distritales y nacionales ofrecen, en un espacio común, diversos programas
sociales a la comunidad. Mientras en una carpa del Sena decenas de niños hacen fila
para la peluqueada de moda gratis a cargo de los aprendices, madres preocupadas
preguntan cómo inscribir a sus chicos a los programas técnicos de la entidad
porque “sino puede ser doctor al menos que gane para vivir”. Cientos más hacen
cola para afiliarse o verificar el Sisben -la clasificación de pobres aptos
para optar por ayudas oficiales. Muchas mujeres acuden a la Comisaría de Familia
para pedir orientación sobre como obligar a responder a un tipo que se niega a
reconocer alimentos a sus hijos, o llevar a la justicia al patán que agarró a
su familia a patadas la noche anterior.
Aquí
están pasando cosas
De regreso estoy impactado y conmovido. Algunos
de los dirigentes del paro cívico de
hace dos décadas fueron asesinados o tuvieron que huir. Otros estoicamente
siguen en la lucha por dignificar a su gente. Unos cuantos se dejaron seducir
por las mieles de la politiquería que volvió célebres y ricos a unos vividores timadores
desde Forero Fetecua, Gustavo Rodríguez y Alfredo Guerrero hasta Hipólito
Moreno y la lista actual de saqueadores del presupuesto de la ciudad. Llego al
centro de la ciudad y al ver quemaduras de sol en mi cara, una amiga que vive en un pauperizado barrio de
estrato tres, me pregunta si andaba de
vacaciones en tierra caliente.
-Vengo de una reunión con la comunidad en
Ciudad Bolívar-, le digo
-¿Y tú que hacías por allá? Eso es muy
peligroso- me contesta, con la misma displicencia, temor e indolencia que lo
haría una niña “bien” de estrato seis. La enajenación es más efectiva en los
menos educados o políticamente ingenuos.
En la radio anuncian la captura de otros
dos concejales ladrones. También que el gobierno de Bogotá -permanentemente
apaleado por los medios- subió cuatro puntos de aceptación en las encuestas; que un concejal, nieto de un
nefasto ex-Presidente de la República, animado por los poderosos empresarios de
la construcción, votará negativamente las audaces modificaciones al Plan de
Ordenamiento Territorial propuestas por el gobierno distrital y que un congresista,
nieto de un partidario de la falange franquista, continúa con su capricho de
destituir a Petro porque no le gusta.
Al tiempo, el gobierno nacional –al mando del nieto de un patricio liberal- alista un decreto para trancar las iniciativas sociales que en materia urbana propone el Alcalde -ex-guerrillero hecho a pulso y uno de los líderes alternativos más importantes de hoy -, para así maniatar una revolucionaria propuesta de equidad rechazada por las firmas urbanizadoras. Mientras tanto, el Procurador General -antediluviano y sectario- mantiene en ascuas al gobierno capitalino porque de su báculo, inexplicablemente todopoderoso y sumario, pende la gobernabilidad en la ciudad. Pero, como “viejo zorro”, a lo mejor en esta se mide. La cosa está clara. En Colombia, democracia no significa gobierno del pueblo sino cuando conviene a los poderosos. Con todo, que no se olvide: hace rato, Bogotá es la excepción. Ojalá, esta vez, también lo sea.
Al tiempo, el gobierno nacional –al mando del nieto de un patricio liberal- alista un decreto para trancar las iniciativas sociales que en materia urbana propone el Alcalde -ex-guerrillero hecho a pulso y uno de los líderes alternativos más importantes de hoy -, para así maniatar una revolucionaria propuesta de equidad rechazada por las firmas urbanizadoras. Mientras tanto, el Procurador General -antediluviano y sectario- mantiene en ascuas al gobierno capitalino porque de su báculo, inexplicablemente todopoderoso y sumario, pende la gobernabilidad en la ciudad. Pero, como “viejo zorro”, a lo mejor en esta se mide. La cosa está clara. En Colombia, democracia no significa gobierno del pueblo sino cuando conviene a los poderosos. Con todo, que no se olvide: hace rato, Bogotá es la excepción. Ojalá, esta vez, también lo sea.
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