Discurso
imaginario del Libertador Simón Bolívar, a partir de sus frases históricas, en
el acto inaugural del Salón Libertador, antes Gonzalo Jiménez de Quezada, y
develamiento de la pintura “El Chamán”, en su honor, en la Alcaldía Mayor de Bogotá, Distrito Capital,
el día 6 de junio de 2013
Señor
Alcalde Mayor de la ciudad, Gustavo Petro, al transitar por la plaza que lleva
mi apellido y exhibe en el centro la estatua que me esculpiera Tenerani,
honores que me ha hecho la ciudad de Bogotá en nombre de toda Colombia, de paso
a este insigne salón de la Alcaldía Mayor, que hoy usted, como máxima autoridad
de gobierno y en representación de sus conciudadanos, ha determinado renombrar Libertador al tiempo que reemplaza la
pintura del cruel invasor español Jiménez de Quezada por una inspirada en mí,
vestido de pueblo, alegóricamente nombrada “El
Chamán” y pintada por Luis Luna, un tributo más de gratitud que me
enorgullece, me preguntaba cómo pudo ser que tras más de 200 años de
Independencia, la sede del gobierno de la capital del país, exhibiera sin pudor
los símbolos más elocuentes de la invasión y el coloniaje.
Trepidé
de emoción al recordar que, tras haber arribado con el ejército libertador en
medio de vítores y honores, una semana después de derrotar a las huestes de
Barreiro en el Puente del Teatinos, coloqué Bogotá y no Santa Fe como lugar de origen del
parte de victoria enviado al Presidente del Congreso, Francisco Antonio Zea, en
remembranza del poblado de los muiscas, para como bien dice usted “volver a tender el puente
con la historia, volver a construir las raíces”[1] y constituir el símbolo de soberanía que guiaría las
batallas que en adelante se darían hasta poner fin a la presencia realista en
esta parte de América.
"No poco se ha conmovido mi
sensibilidad al llegar a esta capital de la Nueva Granada, en donde todavía se
ven marcadas la depredación y la crueldad de los déspotas de la
Península..."[2], decía entonces y, ya a
las puertas de este salón, rememoré con indignación que en la Constitución de 1991, la más consagrada a los
derechos del pueblo de cuantas hemos hecho, con esa nostalgia realista que aun
anida en muchos hombres públicos del país, alguien coló en la confusión la
retrógrada decisión de retornar a la ciudad el mote colonial de Santa Fe, error
corregido años después para gloria de Bogotá, nombre de la capital de la
república por mandato del Congreso de Angostura del 17 de diciembre de 1819.
Por
eso, desde las profundas convicciones que me llevaron por años de lucha para
cortar las cadenas del yugo español, con la autoridad que me dan las batallas
libradas y ganadas para la Independencia de América y la certeza de que «Todos los pueblos
del mundo que han lidiado por la libertad han exterminado al fin a sus tiranos”, permítame decir: Ya era hora. Como atinadamente usted afirma
“Este es el salón
de los libertadores, no de los conquistadores, porque somos una República,
aunque a veces se nos olvide”[3].
Demás está recordarle que “Bogotá ha
sido siempre y es el trono de la opinión nacional”[4].
Hoy ha derribado usted, el último símbolo de la dominación colonial. Desafortunadamente,
ya formalmente libres, otras son las cadenas que actualmente oprimen a los
discriminados y menesterosos.
Debo
decir también que, en mi sentir, más allá de las virtudes y logros que se me
reconozcan, que atesoro y agradezco, Bogotá y Colombia entera están en deuda de
reconocimiento público con Antonio Nariño, patriota, precursor, ideólogo,
guerrero y mártir de esta patria e hijo de este terruño, a quien los
colombianos, en consulta realizada años atrás por una importante gaceta,
concedieron el título del compatriota más importante de la historia. En su
momento, luego de promover su nombre a la vicepresidencia en el Congreso de
Cúcuta, como un gesto de desagravio con él y sus gestas, pude afirmar: “Entre
los muchos favores que la fortuna ha concedido últimamente a Colombia, cuento
como el más importante, el de haber restituido los talentos y virtudes de uno
de los más célebres e ilustres hijos. V.S. merece por muchos títulos la
estimación de sus conciudadanos, y muy particularmente la mía”[5].
Frente
a los males que aún persisten, con hondura y ampliamente ha hablado usted de la
necesidad de superar la segregación y de generar condiciones de equidad en la
ciudad y actúa en consecuencia. Basta una mirada sensible para “probar el
estado de esclavitud en que se halla aún el bajo pueblo colombiano; probar que
está bajo el yugo no sólo de los alcaldes y curas de las parroquias, sino
también bajo el de los tres o cuatro magnates que hay en cada una de ellas; que
en las ciudades es lo mismo, con la diferencia de que los amos son más
numerosos, porque se aumentan con muchos clérigos, frailes y doctores; que la
libertad y las garantías son sólo para aquellos hombres y para los ricos y
nunca para los pueblos, cuya esclavitud es peor que la de los mismos indios;
que esclavos eran bajo la Constitución de Cúcuta y esclavos quedarían bajo
cualquier otra constitución, así fuese la más democrática; que en Colombia hay
una aristocracia de rango, de empleos y de riqueza equivalente, por su influjo,
pretensiones y peso sobre el pueblo, a la aristocracia de títulos y de
nacimiento aun la más despótica de Europa; que en esa aristocracia entran
también los clérigos, los frailes, los doctores o abogados, los militares y los
ricos, pues aunque hablan de libertad y de garantías es para ellos solos que
las quieren y no para el pueblo, que, según ellos debe, continuar bajo su
opresión; quieren también la igualdad, para elevarse y aparearse con los más
caracterizados, pero no para nivelarse ellos con los individuos de las clases inferiores
de la sociedad: a éstos los quieren considerar siempre como sus siervos a pesar
de todo su liberalismo”[6].
Como tuve oportunidad de expresarle al
General Santander, cuando compartíamos la causa de construir la república,
refiriéndome a los cabildantes, legisladores y procuradores, que distanciados
de sus votantes o a contrapelo de sus funciones y actuando en favor de sus
intereses y los de sus patrocinadores, obstruían ayer y quieren malograr hoy los proyectos progresistas que usted conduce
para aminorar la indignante situación antes descrita, «Esos señores piensan que
la voluntad del pueblo es la opinión de ellos, sin saber que en Colombia (…) es
el pueblo que quiere, el pueblo que obra y el pueblo que puede; todo lo demás
es gente que vegeta con más o menos malignidad, o con más o menos patriotismo,
pero todos sin ningún derecho a ser otra cosa que ciudadanos pasivos. Esta
política, que ciertamente no es la de Rousseau, al fin será necesario desenvolverla
para que no nos vuelvan a perder esos señores. (…) ¿No le parece a usted, mi
querido Santander, que esos legisladores, más ignorantes que malos, y más
presuntuosos que ambiciosos, nos van a conducir a la anarquía, y después a la
tiranía, y siempre a la ruina? Yo lo creo así y estoy cierto de ello”[7].
Para poner fin a esa realidad oprobiosa
luché y juré un día "No envainaré jamás la espada
mientras la libertad de mi pueblo no esté totalmente asegurada"[8].
Y fui fiel al compromiso de romper las
cadenas que nos ataban a la monarquía para ser formalmente libres, pero 160
años después, un comando del Movimiento 19 de Abril, al cual usted perteneció,
advertido de una democracia restringida, una realidad social dramática y un
país sometido, asaltó mi residencia en
Bogotá, la Quinta de Bolívar, y se la llevó
proclamado: "Su espada pasa a nuestras manos. A las manos del pueblo en
armas. Y unida a las luchas de nuestros pueblos no descansará hasta lograr la
segunda independencia"[9],
causa que aun reivindican otros partidos.
Tras
episodios dolorosos, luego de un período aciago para la república, abocados a
los riesgos de la disolución, los hijos dolidos de esta patria se juntaron
para, entre todos, encontrar el camino de la reconciliación. Las cosas habían
llegado demasiado lejos. Los tratados de paz que su organización y otros
agrupamientos rebeldes establecieron con el gobierno prosperaron en una nueva Constitución, que a
pesar de consagrar una carta de derechos inédita en la historia nacional, pasó
a ser letra en salmuera ante el tremedal en que se sumió el país por las mafias,
el clientelismo y los criminales realistas del momento. Pero el gesto de esos
guerreros idealistas fue un mensaje de esperanza.
Sigo convencido y sé que usted comparte
conmigo que «El sistema de gobierno más perfecto es aquél que produce mayor
suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de
estabilidad política». A ello entregué mi vida, que en el fragor de la lucha
política y las decisiones de Estado, orientadas por objetivos estratégicos
mayores, fue cuestionada y hasta despreciada, como lo demostró el complot para
asesinarme apenas a un par de cuadras de aquí, en aquella nefanda noche
septembrina. Curtido en la batalla, fui generoso en la victoria. Tras la guerra
a muerte que sentencié contra los españoles y sus cómplices, no dudé en dar un
apretón de manos al sanguinario Morillo, quién durante el régimen del terror
anegó en sangre esta plaza, luego de firmado el armisticio previo al fin de la confrontación armada contra España. Se trataba de humanizar la
guerra y en ello fuimos precursores. Entonces era el escenario necesario, pero
mí enseña es la paz. Sé que en ese anhelo usted y Colombia entera hoy están conmigo: “La paz será mi puerto, mi gloria, mi
recompensa, mi esperanza, mi dicha y cuanto es precioso en el mundo[10].
Corren
tiempos difíciles. Enfrenta usted innobles y poderosos enemigos porque sabe que
“La destrucción de la moral pública causa bien pronto la disolución del Estado”[11]
y que “La mejor política es la honradez”[12].
En esa lucha ha sido valiente y enfrenta las consecuencias. “El crimen de todos
los partidos es igualmente odioso y condenable: hagamos triunfar la justicia y
triunfará la libertad”[13].
No se puede
desfallecer. Bien sabe usted, Señor Alcalde, que “El
hombre de honor no tiene más patria que aquella en que se protegen los derechos
de los ciudadanos y se respeta el carácter sagrado de la humanidad”[14].
A
Bogotá llegué pleno de gloria y de ella salí para el cadalso enfermo, afligido,
calumniado y en andrajos. Hoy soy protagonista
imprescindible de vuestra historia y desde este salón estaré vigilante.
[1]
Gustavo Petro, Alcalde Mayor de Bogotá, acto inaugural Salón Libertador, junio 6 de 2013
[2]
Mensaje a Francisco Antonio Zea, 14 de agosto de 1819
[3] Gustavo
Petro, op. cit.
[4] Palabras
pronunciadas al llegar a Bogotá, 24 de junio de 1828
[5]
Carta de Bolívar a Antonio Nariño, marzo 24 de 1821
[6] Perú
De Lacroix, Diario de Bucaramanga, 24
de abril de 1828
[7] Carta a Santander, 13 de junio de 1821
[8] Discurso
pronunciado el 2 de enero de 1814
[9]
“Bolívar, tu espada vuelve a la lucha”, MOVIMIENTO 19 DE ABRIL , Enero 17 de
1974
[10] Carta al Gral. Santander, 23 de julio de
1820
[11]
Carta al Doctor Castillo Rada, 6 de enero de 1829
[12]
Carta al General Santander, 17 de agosto de 1820
[13]
Carta al Coronel Antonio Morales, 25 de febrero de 1820
[14]
Carta al Teniente Coronel Francisco Doña, 27 de agosto de 1820
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