En Cuba la dirigencia política y
la comunidad educativa siempre han afirmado que la Revolución fue el mayor
hecho pedagógico de su historia. La Cruzada Nacional de Alfabetización “Héroes
y mártires de Nicaragua” quiso sembrar el nuevo imaginario de un proceso que
retomaba el sendero de la lucha anti imperial y el derecho de decidir
soberanamente su destino. El primer caso alimenta un paradigma educativo en el
que la equidad y la solidaridad son pilares de la formación ciudadana. En la
patria de Sandino, las promesas de un modelo propio y un mañana distinto se
diluyeron en medio de la agresión, los estertores de la “guerra fría” y los
errores propios. Sin embargo, las letras repartidas por miles de muchachos y
muchachas comprometidas con ese manantial
de ilusiones, enterraron para siempre el pasado de la satrapía
somocista.
En los últimos lustros, Bogotá ha
sido escenario de distintas propuestas para la formación de lo que se denomina
cultura ciudadana. Antanas Mockus, matemático, filósofo y docente, advertido de
la disonancia entre los decires y las prácticas de los ciudadanos, que afectan
la convivencia urbana, optó por estrategias simbólicas dirigidas a evidenciar
los comportamientos antisociales y corregirlos por la vía de la sanción social,
mientras la tecnocracia adelantaba un plan de desarrollo neoliberal alejado de
la participación popular. Hoy los mimos y las zanahorias, que condujeron a transitorios
resultados favorables para adecentar al rebaño, son cosas del pasado, pero
subsiste el legado de su modelo privatista.
Enrique Peñaloza optó por la
pedagogía del prohibicionismo y la sanción, cuya lección más ofensiva son
los bolardos. De nuevo la tecnocracia
pro mercado, la oda al cemento y la política social desde arriba. En el camino
su propuesta coincidiría con los postulados del uribismo, que en la persona de
su jefe, y dadas las identidades, no vaciló en perifonear en Bogotá en favor de
su nuevo mejor pupilo. Ahora, el ex alcalde trata de acomodarse un espacio
dentro de la Alianza Verde, arreglo riesgoso para ambos pues la conveniencia
política elude el fondo de la coherencia programática. Y lo obvio, aunque se
ignore, ahí está. Un desafío para la alfabetización política.
La Alcaldía de Gustavo Petro y su
Bogotá Humana, por el contrario, se han convertido en un laboratorio de cultura
ciudadana -más allá del civismo- en la medida en que ha ejercido la función de
liderazgo para colocar en poco tiempo y de manera polémica en el debate y la
acción de gobierno temas trascendentales que recogen lo más avanzado del
pensamiento progresista mundial en materia de desarrollo urbano sostenible,
incluyente, equitativo y amigable con el ambiente; los derechos fundamentales
de los seres humanos y de los animales; el reconocimiento y la reparación de las víctimas, las nuevas tecnologías de la
información y la comunicación; la diversidad y las nuevas ciudadanías. En sus antecedentes como senador, Petro sacudió la conciencia de miles por la indiferencia con el paramilitarismo y las irregularidades autoritarias del uribismo y, luego, como político responsable, visibilizó el entramado de la corrupción en la ciudad ante una población mayoritariamente aconductada en la tolerancia al expolio y la dominación.
El Plan de Desarrollo traduce su
propuesta de gobierno para la superación de la segregación social, adaptar la
ciudad al cambio climático, ordenarla alrededor del agua y fortalecer lo
público, rescatando servicios esenciales, potenciando la educación y luchando contra la corrupción. El Plan de
Ordenamiento Territorial traza las líneas del futuro en la misma perspectiva y
busca que la ciudad también se beneficie de las ganancias del sector de la
construcción y atienda las urgencias de los más necesitados, medidas en desarrollo en países vecinos e indiscutibles en ciudades avanzadas, pero aquí sometido a la presión de grupos de interés con representación en los entes administrativos, el gobierno y la legislatura.
Una propuesta alternativa para
generar cambios trascendentes con incidencia en la democracia desde la
construcción de una ciudadanía crítica, que enfrenta la reacción de los eternos
usufructuarios de la comunidad domesticada y expoliada, trepados en las
dificultades de una estructura administrativa diseñada para la rutina, la
obstrucción, el clientelismo y la corrupción. Entre ellos, el Partido de los
Medios de Comunicación y los periodistas de fichaje. Aún creen que los
colombianos somos tan estúpidos como para no distinguir entre el editorialismo
manipulador de las grandes cadenas y periódicos pertenecientes a los
conglomerados económicos y la realidad sin tapujos que con valentía y calidad
nos presenta a diario Canal Capital, con la misión de promover los derechos humanos
y la paz.
Los procesos de ruptura desatan
cambios culturales trascendentes en tanto trasforman las estructuras imperantes
e imponen nuevos referentes de sentido a la sociedad. Los adversarios
denuncian manipulación ideológica donde
perciben en riesgo la dominación de la suya porque conocen su potencial
transgresivo. Las estrategias de intervención conductistas pueden manipular comportamientos,
actitudes y opiniones, pero sus efectos y réditos no son perdurables si
aquellas no se mantienen. Aconductan, no concientizan.
Por fuera, Bogotá Humana es
considerada una ciudad vanguardista, aquí soporta la embestida del
parroquialismo y la politiquería. En forma cretina, Jaime Castro trae a cuento una frase del actual Alcalde de
New York, según la cual la función del gobernante local “no es hacer ideología
sino recoger la basura”, callando que Blommberg invitó a Petro a exponer su
plan de desarrollo como modelo social. La derecha neoliberal llama ideología a
lo que no coincide con su ideología, pero la gente que vive los hechos la llama
derechos. Esa es la verdadera cultura ciudadana. Una vez aprendido no se
olvida.
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