Frente a las muchas veces absurdas actuaciones de las partes, los abogados y los propios jueces en los pleitos judiciales, en buena medida derivadas de la ausencia de principios éticos, la deslealtad inmoral, la ambición perniciosa, la valoración desmedida de la propia valía (la hubris de los griegos) y de contera la egolatría, la prepotencia, la soberbia y la arrogancia, bien vale la pena aplear a la ironía de un pasaje de los viajes de Gulliver sobre los pleitos en la Inglaterra de la época:
"Por ejemplo, si mi vecino se encapricha de mi vaca, contratará a un abogado para probar que mi vaca es suya. Entonces no tendré más remedio que contratar a otro abogado para defenderme, porque el Derecho impide que nadie pueda defenderse por sí mismo. Y en este pleito yo, que soy el legítimo propietario, me encuentro con dos serios inconvenientes. El primero que mi abogado, por haberse ejercitado poco menos que desde la cuna en defender las causas falsas, se ve fuera de su elemento ahora que tiene que defender una causa justa, lo que siendo para él un encargo antinatural, lo desempeña con gran cuidado, si no con disgusto. El segundo inconveniente es que mi abogado debe proceder con cautela, de manera que los Jueces no le llamen la atención, ni los compañeros le den de lado como si hubiese ofendido la práctica forense. Por todo ello únicamente tengo dos caminos para retener la vaca que es mía. El primero es sobornar al abogado de mi adversario pagándole el doble de su minuta, que así traicionará a su cliente insinuando que la justicia está de su parte. El segundo camino es que mi abogado haga que mi pretensión aparente ser tan injusta como sea posible, sosteniendo que mi vaca pertenece a mi adversario, y de ese modo, si defiende el pleito con habilidad, tal vez ganemos el favor del tribunal”.
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