miércoles, 5 de agosto de 2009

Jaime Mejía Duque, in memoriam

El nuevo Diógenes

Vengo buscando un libre que me diga
cómo es la libertad
-y no me mienta-;
que no ahueque su voz
para la muerte,
que no dibuje peces en la arena,
y que pueda correr tras la luna
como los niños de la aldea.
Vengo buscando
un hombre libre
¡libre!
Que se diga ¡me voy!
y que pueda marchar a donde quiera.
Que sea
como el río en la llanura,
manso y señor,
blando buril sobre la dura piedra,
que pueda ser el alma de las cosas
sin menoscabo de su esencia,
así como las nubes
-que son agua-,
así como los poetas
-que son tierra-. JMD

Apenas me acabo de enterar de la muerte en Santa Marta, a los 76 años, del escritor, poeta, catedrático y crítico literario Jaime Mejía Duque, el 16, 24 o 28 de julio, de paro respiratorio o infarto cardíaco, no tengo certeza, pues los escasos registros de la prensa regional, citan fechas diversas y distintas causas. Parece que la única mención a una audiencia masiva la hizo Álvarez Gardeazabal en La Luciérnaga pero tal vez ese día no la sintonicé. En general, silencio e indiferencia de los medios de comunicación sobre el fallecimiento de quien era considerado uno de los más importantes críticos literarios de Latinoamérica. Como duele la muerte de un amigo y más aún no saber cuando sucede.

Conocí a Mejía Duque a finales de los años 70 del siglo pasado en el activismo solidario con las luchas de los nicaragüenses contra Somoza y los salvadoreños y guatemaltecos para poner fin a sangrientas y cincuentenarias dictaduras bananeras. Era un hombre de muy buenas maneras, hablar cadencioso, dejo paisa de ¡A ver hombre! que delataba su origen aguadeño. Poseía una cultura envidiable, incansable y ávido lector, pasión que cultivó aún después de perder su ojo izquierdo en 1985; abrevó de Hegel y el marxismo, en la filosofía, la literatura y la historia; era abogado pero su pasión por escribir con una sola mano: la izquierda pues tenía paralizada la derecha, se impuso. Como conferencista dejó huella dentro y fuera del país. Su estatura intelectual es comparable a la de Estanislao Zuleta a quien admiró y respetó. Su eterna seriedad era timidez, no mal genio.

“No hablaba de literatura, era literatura pura. Era un hombre de letras, serio, comprometido con la sociedad en contra de un mundo desigual”, dice su esposa doña Cecilia Villazón Zubiria, quien cumpliendo los deseos de Jaime esparció sus cenizas en las playas de El Rodadero - allá se fue porque quería morir frente al mar- y ahora espera terminar el montaje de la web que, más vale tarde que nunca, va a empezar a dar cuenta de las realizaciones de este erudito políglota que aprendió inglés, ruso y alemán para leer a los autores en su lengua original, y a quien debido a su audacia de cuestionar a García Márquez en “El Otoño del patriarca o la crisis de la desmesura”, las editoriales y algunos escritores incondicionales del acomode le dieron la espalda.

No obstante escribió y publicó a mares: Literatura y realidad, Mito y realidad de Gabriel García Márquez, La Vorágine o la ruta de la muerte, Narrativa y neocolonialismo en América Latina, El otoño del patriarca o la crisis de la desmesura, Contraseña, Isaacs y María, El hombre y su novela, Ensayos, La narrativa de Manuel Cofiño López, Bernardo Arias Trujillo: el drama del talento cautivo, Tomás Carrasquilla, El nuevo Diógenes y otros poemas, Los pasos perdidos de Francisco el Hombre, Evocación de Azorín”. Fue colaborador de suplementos literarios de El Tiempo, El Espectador, El Colombiano y La Patria. Acompañó varios años a Jorge Mario Eatsman y Dario Ortiz Vidales con una página en Consigna. Fue varias veces jurado del premio Casa de las América y colaborador permanente de la revista literaria de ese centro cultural latinoamericano de La Habana.

Mi querido Jaime, la dedicatoria de tu libro Literatura y realidad, que siempre quise pero no procuré me hicieras, la escribiré con tu recuerdo, caminando por La Soledad en nuestro viaje sin puerto.

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