El domingo
pasado, 13 de enero, a la salida del parque Simón Bolívar, unos 30 jóvenes miembros
de un grupo violento autodenominado Comando Radical Nacionalista, identificados con emblemas nazis, atacaron con ladrillos,
botellas y piedras a otros jóvenes
integrantes del Movimiento Marcha Patriótica, que se habían dado cita allí para
jugar, causando destrozos en el rostro del menor Nicolás Hernández, lo que
llevó a que se le practicara una cirugía plástica de nariz y pómulo. Sus
compañeros también sufrieron heridas y rasguños. Aún no es claro si el ataque
fue premeditado o la reacción irracional frente a alguna prenda distintiva de
la agrupación de izquierda. Conocida la noticia criminal y ante la gravedad del
hecho es imperativo que la Fiscalía establezca responsabilidades y se apliquen
las penas concomitantes, sin dilación ni laxitud alguna que den pábulo a estas
manifestaciones sanguinarias de intolerancia, desafortunadamente animadas por la
virulencia con que el liderazgo político está afrontando la situación del país.
Debido a
la irresponsabilidad, inmadurez y sectarismo retardatario de algunos de sus
políticos, opinadores púbicos y seguidores obnubilados, en los últimos meses hemos
caído en un ambiente de crispación e irritabilidad que más allá de expresar
opiniones en pugna, en particular las provenientes del expresidente Uribe y sus
seguidores más acérrimos, parecen obedecer a la necesidad de perturbar procesos
políticos innovadores, colocarle zancadillas a las negociaciones con las Farc y
deslegitimar actuaciones judiciales en curso relacionadas con el
paramilitarismo. El distanciamiento, y ahora abierta hostilidad en juicios de
responsabilidades, entre Uribe y el Presidente Santos nos tomó por sorpresa a
quienes creímos que apenas abría un cambio de estilo, pero si bien coinciden en el modelo económico
y político, sus diferencias en las formas son tan grandes que ahora el gobierno
tiene una cerril y pendenciera oposición
a la extrema derecha. No se mide en modales Uribe al calificar a Santos de
canalla. Antes, éste lo había mencionado como “rufián de barrio”. El
espectáculo es grotesco. Más viniendo de quienes ostentan un mandato ciudadano
y tienen el deber y la responsabilidad de promover, resguardar y garantizar la
convivencia.
Es
bastante contradictorio que, mientras el gobierno acuerda con una fuerza
insurgente recorrer el camino difícil de las negociaciones para poner fin a un
conflicto armado de medio siglo, con respaldo de la opinión pública, decantados
los costos de la solución militarista del gobierno anterior -del que participó
el actual Presidente y sobre lo que tiene su propia valoración-, proceso que
requiere tolerancia, paciencia y generosidad. A la vez, surjan muestras
agresivas de intolerancia, inflexibilidad, dogmatismo y obcecación. Pero es
explicable. La paz, el reconocimiento de derechos, las políticas afirmativas y
de equidad afectan intereses, rentas, patrimonios, status y privilegios
disfrutados por décadas al amparo de la violencia, el despojo y la
discriminación. Sacuden formas de ver el mundo construidas sobre esa realidad. Si
queremos una sociedad en paz y que sepa tramitar sus conflictos, para comenzar,
debemos repudiar enérgicamente y
sancionar ejemplarmente, el golpe alevoso contra un niño, una mujer o un
hombre, la burla a la tragedia de otro ser humano, las críticas nocivas y destructivas
y que a un Presidente le digan canalla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario