La ejecución del programa de
gobierno, traducido administrativamente en el Plan de Desarrollo Bogotá Humana,
ha sido traumática y es deficiente, no hay duda. No obstante, y aunque en ello
haya algo de razón, las causas no están en la incapacidad gerencial de la Administración Petro. Su
realización implica cambios de tal magnitud y concepción, que si bien se
aceptaron en el papel, los poderosos sectores que verían replanteado su rol y
sus ganancias ya sacaron las uñas para volverlo pedazos. Así lo demuestra el
buen nivel de avance de los proyectos sociales, que aún con replanteamientos
conceptuales, siguen y maximizan la ruta de reconocimiento de derechos a través
de transferencia de rentas de los últimos años. Al contrario de asuntos como
basuras, movilidad, vivienda, infraestructura urbana, en los que un giro hacia
lo público implica el desmonte modelos desventajosos para la ciudad y márgenes
de utilidades escandalosos, sostenidos, en muchos casos, sobre la base de
privilegios injustificados y la corrupción que los posibilita.
El establecimiento (partidos,
medios, agremiaciones económicas), parado sobre las directrices económicas del
neoliberalismo, converge en la crítica
sobre los pormenores de la gestión y ejecución de la administración
(exagerándolos, distorsionándolos, omitiendo las causas de las dificultades),
ocultando que no se avanza porque esos intereses se han amurallado para impedir
los cambios, con la cándida afirmación de que los mueve su preocupación por el
rumbo de la ciudad. Desde luego, en el sentido de desarrollo y progreso de esa
concepción, de maximización de utilidades y reducción de costos (laborales,
sociales, funcionales). Es decir el mantenimiento del statu quo. “Deje así, que
así está bien”, gritan los periodistas empresarios. La sociedad bogotana no
tiene claro que los propósitos mayores del plan ni siquiera están en discusión
porque el Gobierno Nacional, la empresa privada y otros factores de poder lo impiden
Los signos de Petro y los otros signos
Si el editorial de marras permite
las anteriores y muchas más interpretaciones, que desnudan afirmaciones en
apariencia coherentes y plausibles, en la andanada de la estrategia
antipetrista, que poco a poco ha conseguido colocarlo adecuadamente en la mira,
sorprende que al afecto avalancha que suele darse en estos casos, se haya
sumado una columna del semiólogo Armando Silva, por su procedencia y sus
argumentos. En el mismo diario (22.2.13),
acota una cita entresacada de una declaración de Petro, “la enseñanza no
es un asunto de ladrillos, sino de educación", para colegir, tras una
lista de imprecisiones o sentencias anticipadas sobre obras fracasadas, que
“Tales afirmaciones proyectan un alcalde poco preocupado por la estética, con
una mirada en que la belleza no les pertenece a los pobres.”
“(Cuando) va emergiendo su
proyecto urbano, que desconoce las formas, por darles salida a confrontaciones,
entonces aparecen claves. El mayor símbolo de ruina lo han constituido las
basuras, pues a su espectáculo visual ha de agregarse que los residuos, tanto
de cuerpo como de la ciudad, representan lo que produce más asco y rechazo
social, conexiones atávicas con el caos y temores de muerte. Decir que se
trataba de hacernos ver las inmundicias que producimos suena a chiste
funerario.”
O sea que no se trató del impasse
transitorio resultado de la apuesta por la desprivatización de un servicio,
cuya prestación por la empresa privada constituye uno de los más descarados
abusos según la Contraloría General de la República, sino de las ganas de Petro de compartir sus malas
maneras y su mal gusto. Aparte del
absurdo de que la imagen de las basuras es autónoma de la situación que llevó a
su exhibición. A propósito, Silva reivindica del “materialismo soviético”, vía
izquierda del 68, que “para resolver el problema político se debe pasar por lo
estético, puesto "que es la belleza la que lleva a la libertad".
Asunto que para el pueblo soviético fue un engaño y para los nazis una obsesión
criminal.
Algo distinto a la afirmación que
comparto de que “La cultura estética
presupone una revolución en las formas de percepción y sentimiento; la belleza
no es un adorno ni un asunto pasajero o de una clase, sino que atraviesa la
sensibilidad ciudadana. Dotar al pueblo de una conciencia de liberación por
darle forma digna y apreciable a su quehacer ha de ser una preocupación
política.”
Desde esa perspectiva deberíamos
mirar la suspensión de las corridas de toros, el reemplazo de la tracción
animal, la formalización del reciclaje, la peatonalización de la 7ª., demorada
y fea, pero apropiada masivamente por una caravana humana diversa y multicolor,
la Secretaría de la Mujer, los Camad, la incorporación de la comunidad LGBTI ,
la reducción significativa de homicidios, y, particularmente, la recuperación
de la calle del Bronx, escenario de la degradación humana, “ otro símbolo de
ruina que produce asco y rechazo social”, que se quiere dignificar y embellecer, tras décadas de abandono al lado
de un bastión militar y una central policial: elocuente muestra de las amenazas
simbólicas de un sistema que Silva propone superar pintando pajaritos en el
aire.
Pero hace un reconocimiento
contradictorio. “A decir verdad, Petro tiene (¿tenía?) las condiciones para
protagonizar una emancipación de lo popular. Similar a lo que hace el arte
público de hoy, producir objetos, relacionarlos para que emerjan nuevas fuerzas
que hagan una urbe más justa, creativa, segura de sí. Ejemplo positivo de lo
dicho puede darse en el Canal Capital, que concibe nuevas fachas, otras maneras
de crear opinión, provocaciones, como un programa dedicado al orgasmo, para que
sea un logro de libertad y no una vergüenza.”
Estamos de acuerdo. Pero el
ejemplo es engañoso. El Canal Capital pertenece al Distrito y la Administración
lo maneja autónomamente, aunque no ha faltado el arrebato de algún cavernario.
No implica replantear el modelo de gestión ni la participación pública, caso en
el que surgiría necesariamente la confrontación de intereses. Salvo esa claridad, hay que señalar que la política
editorial de Hollman Morris (orientada y compartida por Gustavo Petro), más
allá de “fachas y provocaciones”, prioriza la inclusión de poblaciones
tradicionalmente excluidas y discriminadas y visibiliza de forma valiente y
comprometida una realidad por décadas ocultada, ignorada o despreciada por la
mayoría de los colombianos: la de las víctimas del conflicto económico, social
y militar. Las de Pablo Escobar le merecieron un justo CPB. Es una isla de
verdad en el mar del ocultamiento y de la excepcionalidad mediática.
La realidad reciente de Bogotá es
pletórica en signos que reflejan las tensiones entre un Gobierno que quiere
hacer valer los Derechos Fundamentales
de todos los ciudadanos considerados en igualdad de condiciones, desde la
perspectiva del fortalecimiento de lo público como patrimonio común, para
superar la discriminación, la segregación
y la exclusión y un modelo económico que concibe al Estado como mero
facilitador de la empresa privada, no está dispuesto a que vaya más allá y en
tal medida dispone todo su aparataje ideológico y político en función de
distorsionar, manipular y destruir el mensaje de la Administración.
O cómo se entiende que se elogie
las protestas inadecuadas de un
empresario contra la valorización, por las razones que sea, y se
critique al gobernante que le llama la atención por sus deberes como ciudadano.
Que se ponga en duda la validez de utilizar los mecanismos legales para que el
hombre más rico del mundo le pague una acreencia a la ciudad. Que se redunde
con los malos nombramientos y las basuras y se calle los éxitos bursátiles de
la ETB. Que se quiera utilizar el cobro de valorización, de la cual era simple
ejecutora, como punto de quiebre de la actual administración, por casatenientes
egoístas revueltos en la reclamación. Que Yamid Amat llamé en CM& “mico” a
la audaz propuesta de reforma a la valorización hecha por el Gobierno y el IDU
al Concejo Distrital. Que se reclame ejecución pero se omita que no hay
presupuesto ni cupo de endeudamiento por oposición del Concejo. Que se exija
rumbo pero que al Alcalde se le impida implementar el Plan de Desarrollo y se
le oculten a la ciudadanía las razones.
Para fortuna nuestra, hay
inteligencias generosas y desinteresadas que nos dan pistas para comprender lo
que pasa, como es el caso del Doctor Miguel
Gómez, promotor del referendo revocatorio, al que muchos medios y
personajes influyentes aún desestiman como instrumento adecuado a las
circunstancias pero que, si la marea está alta, surfearan con gusto, “porque ya basta de mamertería”.
Dice el Representante Gómez, en
entrevista con el portal Confidencial Colombia, que hay tres razones por las
cuales el referendo va a funcionar: “En primer lugar es porque a Gustavo Petro
sólo lo eligió el 31% de los bogotanos. La segunda es porque Bogotá es una
ciudad de voto de opinión muy fuerte y aquí hay una inmensa mayoría de personas
que no votan amarrada a las maquinarias. Y la tercera razón (…), es porque la
gente está muy cansada y noto que los bogotanos están aburridos de años de
decadencia y quieren un cambio de rumbo.” Asombroso análisis. Petro es
ilegítimo por ser mayoría entre minorías y el sector que disiente de su política, aunque perdedor electoralmente,
supone que puede imponerse de facto a través de una exitosa simulación. En el
caso de Petro no se votará contra un mal gobierno. Se buscará enterrar una
propuesta social alternativa.
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