Desconcertante la columna Los signos de Petro (El Tiempo, 22.2.13)
del semiólogo Armando Silva, de quien por su procedencia y antecedentes
intelectuales se esperan argumentos menos tendenciosos. Pesca una cita en una
declaración del Alcalde Gustavo Petro, “la enseñanza no es un asunto de
ladrillos, sino de educación", para afirmar, tras una lista de
imprecisiones o sentencias anticipadas sobre obras fracasadas, que “Tales
afirmaciones proyectan un alcalde poco preocupado por la estética, con una
mirada en que la belleza no les pertenece a los pobres.”
Y, parapetado en su abusiva interpretación,
converge en la retahíla deslegitimadora : “(Cuando)
va emergiendo su proyecto urbano, que desconoce las formas, por darles salida a
confrontaciones, entonces aparecen claves. El mayor símbolo de ruina lo han
constituido las basuras, pues a su espectáculo visual ha de agregarse que los
residuos, tanto de cuerpo como de la ciudad, representan lo que produce más
asco y rechazo social, conexiones atávicas con el caos y temores de muerte.
Decir que se trataba de hacernos ver las inmundicias que producimos suena a
chiste funerario.”
O sea que no se trató del impasse
transitorio resultado de la apuesta por la desprivatización de un servicio,
cuya prestación por la empresa privada constituye uno de los más descarados
abusos, según la Contraloría General de la República, sino de las ganas de Petro de compartir sus malas
maneras y desafiar con su mal gusto. Aparte del absurdo de que la imagen de las
basuras es autónoma de la situación que llevó a su exhibición -la hiperrealidad en su faceta obsena (Braudillard). Y, a propósito,
Silva reivindica del “materialismo soviético”, vía izquierda del 68, que “para
resolver el problema político se debe pasar por lo estético, puesto "que
es la belleza la que lleva a la libertad". Asunto que para el pueblo
soviético fue un engaño y para los nazis una obsesión criminal.
Algo distinto a la afirmación que
comparto de que “La cultura estética
presupone una revolución en las formas de percepción y sentimiento; la belleza
no es un adorno ni un asunto pasajero o de una clase, sino que atraviesa la
sensibilidad ciudadana. Dotar al pueblo de una conciencia de liberación por
darle forma digna y apreciable a su quehacer ha de ser una preocupación
política.”
Desde esa perspectiva deberíamos
mirar la suspensión de las corridas de toros, el reemplazo de la tracción
animal, la formalización del reciclaje, la peatonalización de la 7ª., demorada
y ahora fea, pero apropiada masivamente por una caravana humana diversa y
multicolor; la Secretaría de la Mujer, los Camad, la incorporación de la
comunidad LGBTI , la reducción significativa de homicidios, y, particularmente,
el plan recuperación de la calle del Bronx, escenario de la degradación humana,
“ otro símbolo de ruina que produce asco y rechazo social”, que se quiere
dignificar y recuperar, a través de la
Secretaría de Integración Social, tras décadas de abandono, al lado de un
bastión militar y una central policial: elocuente muestra de las amenazas
simbólicas de un sistema que Silva propone superar pintando pajaritos en el
aire.
Para no pasar del todo al otro
lado, Silva hace un reconocimiento contradictorio. “A decir verdad, Petro tiene
(¿tenía?) las condiciones para protagonizar una emancipación de lo popular.
Similar a lo que hace el arte público de hoy, producir objetos, relacionarlos
para que emerjan nuevas fuerzas que hagan una urbe más justa, creativa, segura
de sí. Ejemplo positivo de lo dicho puede darse en el Canal Capital, que
concibe nuevas fachas, otras maneras de crear opinión, provocaciones, como un
programa dedicado al orgasmo, para que sea un logro de libertad y no una
vergüenza.”
Estamos de acuerdo. Pero el
ejemplo es engañoso. El Canal Capital pertenece al Distrito y la Administración
lo maneja autónomamente, aunque no ha faltado el arrebato de algún cavernario.
No implica replantear el modelo de gestión ni la participación pública, caso en
el que surgiría necesariamente la confrontación de intereses. Salvo esa claridad, hay que señalar que la política
editorial de Hollman Morris (orientada y compartida por Gustavo Petro), más
allá de “fachas, otras maneras de crear opinión y provocaciones”, prioriza la
inclusión de poblaciones tradicionalmente excluidas y discriminadas y
visibiliza de forma valiente y comprometida una realidad por décadas ocultada,
ignorada o despreciada por la mayoría de los colombianos: la de las víctimas
del conflicto económico, social y militar. Las de Pablo Escobar le merecieron
un justo CPB. Es una isla de verdad en el mar del ocultamiento y de la
excepcionalidad mediática.
La conclusión del semiólogo, que
no necesitaba de tanta vuelta para manifestar su posición política, es que
Petro resultó un pésimo administrador. Y también estoy de acuerdo, administrar
es manejar con idoneidad lo que se recibe. Petro lo que quiere es cambiar. Silva
ignora convenientemente o no se ha dado cuenta de eso, y lo que cuesta. Precondición de la belleza es
la dignidad. Lo demás es lo mismo de
siempre: la belleza del 1,2,3 de CM&, rostros al servicio de la paga.
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