La guerra contra la tiranía triunfaba aquél 19 de Julio de 1979 con la huída precipitada de Anastasio Somoza y su familia y la llegada victoriosa de las personalidades que componían el "Grupo de los 12", representativo de la oposición, y de la comandancia del FSLN. Había transcurrido casi medio siglo desde aquél 21 de Febrero de 1934 cuando en una vil maniobra, el padre de la escoria consumó el asesinato del “General de Hombres Libres”, después de que éste, fiel a su compromiso, había firmado la paz luego de la retirada de los gringos. Cosas del destino, a todo Somoza le sale su Sandino. El Sandino que aprendió sobre Bolívar en las charlas elocuentes con que lo instruía su secretario personal, el pastuso Alfonso Alexander Moncayo, quien con el santandereano Rubén Ardila Gómez fueron la cuota colombiana en la legión latinoamericana de combatientes del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua.
“Los hijos de Sandino ni se venden ni se rinden” coreaba la multitud, estrofas del himno del Frente, y Carlos y Luis Enrique Mejía, los cantores del pueblo nica, llevaban al delirio con sus canciones -crónicas picarescas, épicas, nostálgicas de “Nicaragua, nicaragüita, la patria linda de Diriangén”. Por allá asomaba entre vítores Ernesto Cardenal, el apóstol de abundante y nívea caballera y barba blanca que con su poesía y su palabra había contribuido tanto a que el drama de su país se comprendiera y se apoyara su derecho a la rebelión. Con él, entre otros, el escritor Sergio Ramírez, el Sacerdote Fernando Cardenal, el padre Miguel d´Escoto -desde entonces Canciller de la Revolución y Presidente de la sexegésima tercera Asamblea de Naciones Unidas en 2008- y la viuda del periodista Pedro Joaquín Chamorro, cuyo crimen avivó la candela.
Triunfaba así la epopeya popular que en sus últimos años peleó y resistió una represión sin límites que encarceló, torturó y asesinó niños y jóvenes y bombardeó sin piedad ranchos y poblados desde donde entre los escombros volvían al combate Masaya, Matagalpa, Jinotepe y Chinandega. ¡Patria Libre o Morir! era la enseña que los nicaragüenses humildes, los miles de “muchachos” en armas cumplieron a cabalidad.
En la retina se quedaron, entre muchos hechos, la mano en alto victoriosa del “Comandante Cero” después de la negociación de la toma del Palacio Nacional, el asalto a “la casa de los chanchos”, Monimbó rebelde, Carlos Fonseca Amador, el cura Gaspar García Laviana, Germán Pomares, el niño Luis Alfonso Velásquez, Arlén Siu y Luisa Amada Espinoza. La Nicaragua tan violentamente dulce que evocara siempre con cariño y solidaridad Julio Cortazar y describiera entusiasta Gabriel García Márquez.
Se cumplió el sueño. Fueron diez años de siembra y cosecha en ciernes de la promesa de tierra, pan, salud y educación para el pueblo, de la enternecedora y enjundiosa Cruzada Nacional de Alfabetización "Héroes y Martíres por la liberación de Nicaragua": "Ganaremos el destino de ser hijos de Sandino, convirtiendo la oscurana en claridad". Logros que brindaban cortas alegrías pues todos los días un nuevo sabotaje, más muertos, más dolor hacían temer que jamás se lograría la paz.
Fue una esperanza que trastocó en tragedia. A punta de terrorismo, el Gobierno del actor ultraconservador Ronald Reagan, en un capítulo negro de la Guerra Fría, dio al traste con la la Revolución Sandinista. En medio de los ataques contrarrevolucionarios, los sabotajes a la infraestructura, el minado de puertos, el embargo económico y financiero, la supresión de créditos, miles de muertos y los ojos y los huesos secos de sufrimiento, se apagó el entusiasmo. Agresión tras agresión ahondaron la bancarrota y el desangre en uno de los episodios más canallescos de la historia latinoamericana.
Pero a los yanquis les ayudaron desde adentro la improvisación e ingenuidad de una juventud entusiasta y valiente orientada por una dirigencia voluntariosa pero inmadura para la tarea histórica que le correspondió y que, como en todo grupo humano, estaba compuesta por individualidades disímiles, portadoras de todo lo bueno y lo malo de que somos capaces los seres humanos. Con el poder en las manos, para algunos de los “comandantes” el credo revolucionario cedió a los instintos perversos del poder y la ambición, el egoísmo y la arrogancia. Se cometieron muchos errores que aún se están pagando.
A pesar de todo y jugándose todo, ahí está el pueblo nica dando de nuevo la pelea contra somozas y terremotos, otra vez. Con Daniel Ortega, el fascinante comandante del 79 y el cuestionado hombre público y privado de hoy, al mando. Con la oposición de buena parte de la dirigencia y la intelectualidad sandinista de ayer, muchos porque se volvieron tibios, otros porque con los años comprendieron que si los cambios requieren de las componendas y triquiñuelas que hicieron posible el estado de cosas que hay que cambiar, a poco de andar y en un tiempo muy breve, con otro rostro, tal vez menos mal, las cosas seguirán igual. Pero Nicaragua tiene con que porque en Nicaragua siempre será 19 de Julio. Siempre habrá la esperanza, de que, como dijo Tomás Borge, en homenaje a Carlos Fonseca: "el amanecer ya no es una tentación.
Para voz, compa nicaraguense, digo con Gioconda Belli:
"¿Dónde escondo este país de mi alma
para que nadie más me lo golpee?
Nicaragua herida sangra lodo
por las llagas abiertas de su corazón
¿Quién te sanará país pequeño?
¿Quién te protegerá?
¿Quién después de la cólera y el trueno
te cantará una canción de cuna para apaciguarte
para que volvás a tener fe
y te alcés sobre las verdes montañas
a divisar el horizonte?
Mi tierra de fuego y agua
hablaste con voz ronca de país endiablado
Shhhhhh, callate ya paisito cansado de llorar.
¿Quién le canta una canción de cuna a Nicaragua?
Empecemos. Hagámoslo todos.
Hagamos la claridad
en este nuestro país
suelto en llanto.
Dormite Nicaragua
Dormite mi amor
Dormite paísito
de mi corazón".
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