En el encuentro del tinto mañanero, Héctor se veía muy preocupado. Entre sorbos y angustia comentó que algo muy raro estaba pasando. En un hecho que no era costumbre, Antonio Hernández Niño, el “todero” de nuestra revista Solidaridad (escribía reflexiones, empacaba y entregaba revistas, organizaba eventos), no había pasado la noche en su casa y a la media mañana aún no se sabía nada sobre su paradero. Presentía lo peor. Al medio día, después de muchas averiguaciones, hubo una señal tenebrosa: a la salida de Bogotá, hacia el norte, la policía encontró el cadáver de un hombre abaleado cuya descripción correspondía a los rasgos físicos de Antonio. Se fue para allá y un par de horas después, desde algún teléfono público, con voz pausada, me dio una razón que me produjo rabia y escalofrío: - Es “Toño”.
Solidaridad y Colombia hoy -con la que yo también colaboraba- en ese momento eran las únicas publicaciones de izquierda independientes, con alguna presencia nacional, después de la desaparición de Alternativa, la revista que hicieran, entre otros, los mas recientes directores del periódico El Tiempo, Enrique Santos -hermano del actual presidente del país y primo del anterior vicepresidente- y Roberto Pombo, ahora al mando. Surgió del empeño de Héctor Torres, sociólogo y teólogo de Paris y Lovaina, por fortalecer, mediante un medio de información y formación, las comunidades eclesiales de base, agrupaciones en las que la Teología de la Liberación fincó la posibilidad de encarnar el mensaje de Jesús visto con ojos de pueblo y redención, y el quehacer de los sacerdotes y religiosas militantes de la iglesia de los pobres.
Antonio fue uno de esos tantos muchachos que encontraron en la convocatoria vívida y sincera para un laicismo de compromiso, una opción válida y honesta para sus vidas. Con su afecto, sinceridad y mensaje, Héctor le puso razón o interrogante a la vida de muchos de nosotros. Alguna vez, oyéndome lamentar que no tenía donde decir tantas cosas de aquí y allá que me agobiaban, no dudó en invitarme a trabajar con Solidaridad, ese manifiesto de vida que salía mes a mes gracias a un grupo de cristianos que se querían y a su sueño de pan compartido. Cuando por las gestiones de apoyo internacional de Héctor, Solidaridad creció un poco, llamó a Antonio, con quien compartimos durante varios meses. Era inteligente, vivaz, activo, comprometido en labores organizativas y protestas.
La visita de Juan Pablo II, segundo Papa que pisaba estas tierras, en 1986, puso a todas las tendencias de la iglesia católica a pensar cómo aprovechar la ocasión para dar el mensaje: la jerarquía: protocolo; los cristianos de base: denuncia. Éstos querían que se escuchara su visión crítica del país que no era la metáfora del presidente Belisario. “Toño” andaba en los preparativos de esas actividades. La militancia de la guerrilla del M-19 también tenía sus planes.
Según testimonio de José Cuesta Novoa, para entonces comandante regional del M-19 en Bogotá, en su libro ¿A dónde van los desaparecidos?, publicado por Editorial Intermedio de la Casa Editorial El Tiempo, su organización había determinado inmiscuirse en las actividades programadas por los grupos cristianos durante la visita papal y amplificar la denuncia sobre la situación del país. Por esa circunstancia, Guillermo Marín y él participarían en una reunión programada en la sede de la JTC, en el centro de la ciudad, el 8 de abril de 1986.
Asistió Marín. Cuesta llegó tarde, tras toparse y eludir en los alrededores a un suboficial de inteligencia del funesto Batallón Charry Solano, que tiempo atrás había sido descubierto infiltrado en el M-19, y varios agentes más. El hecho lo ofuscó de tal manera que su presencia en la reunión pasó inadvertida pues todo el rato estuvo divagando en soliloquio sobre lo que estaría tramando el tal “Lucas” -suboficial Bernardo Garzón, también comprometido, entre otros, en el asesinato de Oscar William Calvo, delegado del EPL en las negociaciones de paz del gobierno de Betancur. En la reunión, Antonio fue muy vehemente y locuaz para defender la necesidad de denunciar, ante el mundo, a través del Papa, la realidad nacional. Lo sucedido en la reunión confundió a los esbirros.
Luego de despedirse y seguir cada cual por su lado, Marín y “Toño” fueron interceptados. Marín apareció encostalado, torturado y acribillado en el nororiente de la ciudad, sobrevivió y fue sacado del país. A “Toño”, flagelado, impotente, angustiado, aterrorizado, suplicante, de rodillas, le descargaron un tiro en la frente y lo botaron en el norte, en la vía a Tunja.
En enero de 1991, el suboficial Bernardo Garzón le confesó a la Procuraduría que el General Iván Ramírez -hoy preso y procesado por las desapariciones en la masacre del Palacio de Justicia en 1985 y entonces jefe de inteligencia de la Brigada XX- les había ordenado matar a Cuesta y Marín. Tras interceptar a Marín y a “Toño” por Cuesta, le requirieron qué hacer: - “Despidan a los pacientes y bótenlos por separado”, dice Garzón que respondió. Durante años Garzón ha ido y venido reafirmándose y desdiciéndose a conveniencia. En el caso de Marín ya fueron condenados dos ex-agentes.
Los amigos de “Toño” no podíamos creerlo, recordando las risas de apenas unas horas atrás. Yolanda -hoy merecidamente codirectora de una cadena noticiosa tras una carrera exitosa-, con quien tenía alguna cercanía afectiva, conmovía, pensativa y afligida en un rincón. Tanta tristeza no cabía en aquél salón. La hipótesis de José Cuesta es que los asesinos se equivocaron y que la víctima iba a ser él. Como quiera que haya sido, a “Toño”, en plena cosecha, miserablemente le segaron la vida, en otra trama absurda y perversa de la tragedia colombiana.
Desde las páginas de Solidaridad, durante la década de los 80, como desde Utopías -otra hazaña periodística de Héctor-, en el decenio final del siglo XX, fuimos testigos y narramos el horrendo desangre que la alianza derechista terrateniente narco-paramilitar le causó al país y las luchas de los de abajo por sus vidas y por un lugar digno en la sociedad. En una evaluación contratada por una organización católica de cooperación europea para fundamentar su respaldo a Solidaridad, Javier Darío Restrepo, la calificó como “valiente y veraz”.
Lamentable que connotados periodistas directores de medios se lamenten que no vieron o no advirtieron lo que pasaba y lo que podía venir, como lo afirman en Casi toda la verdad, el pretencioso libro de María Isabel Rueda, al hablar del paramilitarismo y la parapolítica. Tal “descuido” tal vez se explique porque, como producto del mea culpa por la fascinación guerrillera de los 80, se hizo eco sumiso de la verdad oficial, reproduciendo “propaganda negra” de mandos castrenses que enceguecidos en la lucha contrainsurgente se aliaron con el diablo para hacer de Colombia un infierno; avalando estereotipos o poniendo toda denuncia en cuestión. Cuando se pellizcaron, como dijo Brecht, era demasiado tarde. El periodismo de los grandes medios ha tenido solidaridad de cuerpo con el establecimiento, salvo contadas excepciones, se ha conformado con dejar constancia y dar condolencias.
De la preocupación por el papel del periodismo en un país en conflicto, la necesidad de un ejercicio profesional fundamentado y contextualizado, ético, con responsabilidad social, y el compromiso de contribuir en la construcción de la convivencia, por iniciativa de Gloria de Castro, Germán Castro Caycedo Guillermo González, Héctor Fabio Cardona, Constanza Viera, Arturo Guerrero, Myriam Bautista, entre muchos otros, en 1998, fundamos Medios para la Paz.
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