sábado, 20 de junio de 2009

Chile: Se abrirán las grandes alamedas

A los 94 años de edad, el jueves 18 de junio, falleció Hortensia Bussi de Allende, quien desde el mismo 11 de Septiembre de 1973, cuando un grupúsculo de militares traidores al mando de las Fuerzas Armadas de Chile y al servicio de los sectores más reaccionarios de la oligarquía de ese país y de las transnacionales estadounidenses, auspiciados por la Central de Inteligencia Americana, propiciaron el sangriento golpe de estado que acabó con la vida de su esposo, Salvador Allende, Presidente Constitucional por votación popular, y la de miles de chilenos, desde el exilio batalló con sus compatriotas para poner fin a la dictadura que desde entonces se instauró en cabeza del nefasto Augusto Pinochet, propósito alcanzado en 1988 cuando las fuerzas democráticas australes derrotaron con un NO rotundo las intenciones continuistas del tirano.

En aquella fecha, mis hermanos de menor edad trataban de comprender, sorprendidos y solidarios, el motivo de mis lágrimas. Pegado al radio seguí paso a paso el desenlace de esa tragedia estremecedora que me marcaría en lo más profundo del corazón. A los 13 años la experiencia chilena se había convertido en motivo de mis esperanzas. Era muy alentador ver que los chilenos por las urnas habían escogido una opción distinta para superar el atasco histórico de su desarrollo, que podría ser la senda para Latinoamérica, doblegada, mancillada y postrada. Pero ese día, a punta de bombardeos, ametrallamientos, fusilamientos, torturas, desapariciones, vejámenes y canalladas de todo tipo, la caverna sepultó la ilusión.

Desde entonces, la “tencha”, digna, altiva y conmovedora recorrió el mundo para clamar por el derecho a la vida de sus compatriotas que eran asesinados en las “caravanas de la muerte”, arrojados desde los aviones de la Fuerza Aérea o torturados en los decenas de “Garaje Olimpo” que estableció el régimen militar. El servicio de inteligencia de la dictadura, la DINA, llevó la colérica inquina contra el pensamiento democrático y progresista al extremo de realizar actos terroristas como el de Washington que le costó la vida al patriota Orlando Letelier y a su secretaria.

En coordinación con otros gorilas que se habían instalado en los gobiernos de los países vecinos, montaron la “Operación Cóndor”, estrategia de exterminio que le costó al Cono Sur la pérdida de muchos de sus más logrados talentos y la vileza de obligarse a vivir fuera de su patria a hombres de la talla de Eduardo Galeano, Mario Benedetti –recientemente fallecido-, Miguel Littin, los Quilapallún, los Inti Illimani, los Illapu, Isabel y Angel Parra, Mercedes Sossa, Daniel Viglieti y tantos más. La sola infausta noticia de la muerte de la democracia socialista en Chile se llevó a la tumba al inmortal Pablo Neruda y a la menuda, genial y divina Violeta Parra.

Pero como no hay verdad que se pueda ocultar para siempre ni vergüenza que no delate, para alivio de sus últimos días, “tencha” supo que a comienzos de junio, la Corte de Apelaciones de Santiago ratificó la condena al exsoldado José Paredes, acusado de asesinar al cantaautor Víctor Jara el 15 de Septiembre de 1973. Poco a poco el poder judicial de la retornada democracia ha ido dando cuenta de los criminales que pisotearon la historia de Chile durante dos décadas, incluido el patán de Pinochet, que a pesar de las charreteras y el acoso judicial murió consentido en su cama y no atravesado a balazos defendiendo con honor su causa, como Salvador Allende Gossens, quien en su última alocución antes de ser asesinado proclamara ante su pueblo “Mucho más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”.

En 1996, parado en la entrada del Palacio de la Moneda, sede del gobierno de Chile, le pregunté a un muchacho guardia si sabía que había pasado allí el 11 de Septiembre de 1973 y asombrado me contestó “No tengo idea cachay ¿qué pasó?” Yo me preguntaba si eso era posible ¿Cómo no lo va a saber? Pero no lo sabía como seguramente el victimario de Jara nunca supo a quien mató por "órdenes superiores". Por eso es deber de quienes recordamos sucesos contarlos a quienes no los saben y recordárselos a quienes los han olvidado. Para que haya futuro tiene que haber memoria.

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