En 1997, con motivo del treinta
aniversario del asesinato del Che, la editora Ocean Press puso en circulación
en inglés el libro El Che Guevara y el
FBI. Documentos de la policía política de los Estados Unidos sobre el
revolucionario latinoamericano, de los abogados progresistas
estadounidenses Michael Ratner y Michael Steven Smith, editado en español en el
2000 por Siglo XXI de México. Contiene 109 documentos del FBI desclasificados
en 1985 por solicitud de los autores amparada en la Ley de Libertad de Información.
No acudieron a otras agencias, pero varios de los reportes reproducen informes
de la CIA, el Consejo de Seguridad Nacional, el Departamento de Estado,
embajadas estadounidenses y otras dependencias especializadas en espionaje y
contrainsurgencia.
En la introducción, los abogados,
basados en los archivos, constatan los estereotipos sobre los latinoamericanos
incultos y antiestadounidenses por “celos y resentimientos infantiles” y deducen
que en muchos casos los reportes están elaborados con información falsa pero
plausible para el gobierno o consecuente con los deseos de las agencias o
grupos interesados, como los supuestos desacuerdos entre Fidel y El Che por el
liderazgo y el alineamiento internacional, las tensiones de Cuba con la URSS y
China, el destino de Guevara una vez se ausentó definitivamente -lo veían en
todas partes- y las especulaciones sobre su muerte -antes de Bolivia lo mataron
varias veces-.
Según los registros, el Che fue
motivo de seguimiento temprano, desde su paso por Miami al final de su primera
excursión latinoamericana (“Diarios de Motocicleta”), en 1952, el cual cesó en 1968, meses después de su muerte en Bolivia,
encontrándose informes de infiltrados en la guerrilla de la Sierra Maestra y
transcripciones de discursos en vivo exclusivas. Si bien los documentos no son
explícitos sobre planes para asesinarlo y están muy tachonados, en ellos es
evidente que los servicios secretos se empleaban a fondo en neutralizarlo,
mientras boinas verdes gringos asesoraban a los ranger bolivianos en contraguerrilla. Se corrobora así lo que ya
habían demostrado varios años antes los escritores cubanos Adys Cupull y
Froilán González, en el libro La CIA
contra el Che, a partir de investigación de campo, entrevistas, incluidos
ex-agentes de la central, archivos latinoamericanos y fuentes cubanas.
Una década después del libro
Ratner y Smith, el levantamiento de la reserva de los archivos secretos por el
Gobierno Clinton y el Congreso permitió a los periodistas Mario Cereghino,
argentino, y Vicenzo Vacile, italiano, acceder a una documentación más amplia
sobre el asunto, publicada en 2008 por RBA de España, con el nombre de Che Guevara Top Secret. La guerrilla
boliviana en los documentos del Departamento de Estado y la CIA. Se trata
de documentos de fuentes estadounidenses sobre la situación boliviana
correspondientes a los años 1963-64 y 1967-68, algunos ya publicados por Ratner
y Smith.
Refrescan hechos tan interesantes
como el reporte del supuesto acercamiento del Che Guevara -que
Ratner y Smith deducen inducido por los agentes gringos- a Richard Goodwin, representante del Presidente John Kennedy, en una reunión en Montevideo en
1961 en búsqueda de un modus vivendi, que
si bien no fructificó podría evidenciar las diferencias entre las vías
diplomáticas del ejecutivo y las de hecho de los servicios secretos, o las dos
caras de la misma moneda. Lo contradictorio, aunque no tanto viniendo de la
diplomacia detectivesca de los Estados Unidos, es que documentos posteriores
involucran al propio Goodwin tratando de influenciar con falsedades, la información sobre las
relaciones cubano-soviéticas para ambientar fracturas desfavorables a la isla
caribeña. Las reuniones con el Che, con ocasión de la cumbre de Montevideo,
provocaron los golpes de Estado que derrocaron a los presidentes Quadros de
Brasil y Frondizi de Argentina.
El intento de acercamiento, en
apariencia, se repitió en diciembre de 1964, cuando a instancias de la
periodista Lisa Howard -quien moriría en extrañas circunstancias- el senador
Eugene McCarthy, candidato presidencial demócrata en 1968 contrario a la
intervención en Vietnam y entonces cercano a Robert Kennedy, se encontró con el
Che en un apartamento en Manhattan para tratar sobre alternativas para superar
sus conflictivas relaciones en la perspectiva de una posible presidencia de su
amigo, asesinado, como su hermano, un tiempo después. Enterado el Departamento
de Estado desautorizó de manera fulminante tales acercamientos. Este hecho fue
corroborado por el juez Jim Garrison quien sigue la hipótesis de un complot de
la mafia, los anticastristas y la CIA en el asesinato de John Kennedy.
A partir de los archivos, los
periodistas muestran la desconfianza del
embajador estadounidense Henderson sobre las alarmas planteadas por el gobierno
boliviano acerca de la amenaza de guerrilla en su país y, luego, por la
supuesta presencia del Che, que considera exageradas para justificar la
petición de ayuda. El escepticismo del diplomático, aducen, se debía a que los
servicios secretos lo mantuvieron al margen de la información y sus operaciones,
por ser de la cuerda de Kennedy y aconsejar el respeto y no aniquilamiento de
los prisioneros.
Tras deslizar un par de frases
comprometedoras contra la URSS en la muerte del Che; basados en lo sostenido
varias veces, años después, por el agente de la CIA Félix Rodríguez, quien
intentó interrogar a Guevara -quien lo llamó “gusano” por su origen cubano- y fue testigo
de su asesinato, afirman que la orden de ejecución no provino de la agencia
sino del alto mando boliviano asustado con las repercusiones internacionales de
un juicio al guerrillero. Supuestamente, los agentes estadounidenses querían
trasladarlo vivo a Panamá. De ser cierto, el temor y ciego anticomunismo de los
militares bolivianos privó a los EE.UU. de la posibilidad de intentar
utilizarlo para vapulear a Cuba y contribuyó a convertir al Che en un mito.
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